-Presentación del
libro, por Sol Serrano
-Diálogo con Iván
Jaksic, editor general, por Eduardo Zimmermann
-Reseña del
Tomo I. Prácticas políticas, por María José Navajas
PRESENTACIÓN DE
HISTORIA POLÍTICA DE CHILE, 1810-2010, IVÁN JAKSIC (EDITOR GENERAL), SANTIAGO
DE CHILE: FONDO DE CULTURA ECONÓMICA, UNIVERSIDAD ADOLFO IBÁÑEZ, 2018, 4 VOLS.
Por SOL SERRANO
Pontificia Universidad
Católica de Chile
Santiago de Chile, Chile
PolHis, Revista Bibliográfica Del
Programa Interuniversitario De Historia Política,
Año 12, N° 24, pp. 126-129
Julio- Diciembre de 2019
ISSN 1853-7723
Qué duda cabe. Estamos frente a una obra
de envergadura. Lo primero es felicitar y agradecer a las muchas
personas que la hicieron posible. La Universidad Adolfo Ibáñez, el Centro de
Estudios de Historia Política, sus editores y los casi 50 autores que participan
en los 4 tomos que conforman la Historia
Política de Chile, 1810-2010 publicados, como siempre, con la pulcritud y
calidad por una de las principales editoriales de nuestro continente como lo es
el Fondo de Cultura Económica.
Cuando digo que esta obra ha sido una empresa no es una analogía. Es
literal. Sin fines de lucro, claro está, pero no por ello menos ardua. Iván
Jaksic como editor general y Juan Luis Ossa, Francisca Rengifo, Andrés
Estefane, Claudio Robles y Susana Gazmuri como editores de cada tomo en
particular acometieron una tarea titánica.
Detrás de
esta obra hay una gran convicción y no poco de audacia y riesgo. Los editores
tomaron decisiones sobre el concepto, la estructura, los temas y los enfoques
de la obra.
La primera decisión es optar por una historia política. La segunda
es definir las categorías orientadoras
generales: nuevas cronologías que no respondieran a las tradicionales sino al
problema estudiado, y el resultado fuera por lo mismo una síntesis de la
interpretación; la tercera, historizar los conceptos que solemos utilizar de
manera unívoca a través del tiempo y definirlos acorde a la periodificación
propuesta. “Pueblo” no significa lo mismo en 1810 que en 1930. La última
categoría es más bien preventiva: abandonar el lugar común de la
excepcionalidad chilena. Este, sin embargo, se diluye por sí solo desde que se
propone una historia con elementos comparativos en la cual no existe lo
excepcional sino lo particular.
La tercera decisión, la más audaz y sustantiva, es definir los problemas
que ordenarían los temas. Allí se juega la decisión de fondo: prácticas
políticas; Estado y sociedad; problemas económicos (que en realidad es
políticas económicas); intelectuales y pensamiento político. Los editores
hicieron una magnífica síntesis en la introducción de cada tomo hilando los
capítulos en este marco general, tarea nada fácil pues son disímiles en muchos
sentidos.
Hay una cuarta decisión implícita: ¿por qué una historia nacional?
Esta obra es una proposición historiográfica sobre la nueva historia
política que recoge amplios procesos de cambios. No en vano, la iniciativa
partió a raíz del Bicentenario. Los Bicentenarios de las Revoluciones
Atlánticas de fines del XVIII y comienzos del XIX constituyeron un momento
único de reflexión y revisionismo historiográfico en torno precisamente al
tiempo corto de la ruptura; a la autonomía del fenómeno político; a la relación
entre ese tiempo corto y el más largo de las prácticas culturales; al de los
espacios de autonomía de los actores. Aquellas revoluciones no fueron el
reflejo de fenómenos económicos y sociales más profundos, los únicos con
capacidad de inteligibilidad histórica, sino que significaron una ruptura
conceptual de lo político –la idea misma de la igualdad ante la ley, la
soberanía popular y la representación-, que marcaron profundamente la historia
occidental contemporánea.
Esta obra se presenta a sí misma como una historia política que
incorpora la historia social de las prácticas políticas y que también podríamos
llamar prácticas culturales.
Recuperar a los actores significa elaborar el concepto de prácticas como
la acción de los actores, los vínculos, vivencias, espacios de autonomías,
apropiación y reelaboración de ideas; de jerarquías y de sociabilidades
igualitarias. El concepto de prácticas me parece lo más rico y la más relevante
de esta colección.
Lo anterior me lleva a la cuarta decisión: la escala de estudio. ¿Por
qué una historia nacional? Desde mi
punto de vista es una opción legítima, pertinente y necesaria puesto que trata
de la política moderna. Una escala es la de los estados nacionales soberanos y
representativos cuya legitimidad muta de lo divino a lo humano. Esa mutación,
ni lineal ni exitosa, es un horizonte de rupturas instaladas en las
continuidades de las sociedades de Antiguo Régimen. Las construcciones de los estados
nacionales y sus historias han sido acríticamente identificadas con el
nacionalismo en un sentido esencialista y xenofóbo. Lo ha sido, por cierto,
pero también fueron la construcción de un proyecto político democrático. La ola
de globalización actual, caracterizada por la simultaneidad de las
comunicaciones y las interdependencias, llevó con una rapidez abismante a los
cientistas sociales a dar el parte defunción a los estados nacionales.
Obviamente tienen un rol menos preponderante que en el pasado, pero siguen
siendo unidades de inteligibilidad porque persisten espacios de autonomía. No
es lo mismo enfrentar la crisis subprime
con equilibrio macroeconómico que sin; no es lo mismo cómo funcione la
democracia representativa y el estado de derecho porque la cultura política es
histórica e idiosincrática. No es lo mismo ser un país exportador de materia
prima, o de tecnología y de servicios. El descarte fue precipitado, además, por
el resurgimiento más reciente de los nacionalismos.
La escala de lo nacional es una escala de estudio imprescindible y
consustancial de la política moderna que no se contrapone sino que, al
contrario, se complementa con las otras escalas de lo local y lo global. Estos
textos no la tratan directamente, pero están en permanente referencia
comparativa con América Latina y el Atlántico Norte. Con ello, se propone una
agenda de investigación.
Estimo que faltó un capítulo. El capítulo sobre la historia de la
historiografía política chilena: en qué tradición se sitúa esta tamaña obra. En
qué sentido. La Introducción señala claramente cuál es su horizonte: “Es hora
de ponderar seriamente la historia política de Chile: lo que ha hecho y lo que
aún es capaz de lograr mediante el principal mecanismo con el que cuentan las
democracias modernas para dirimir sus diferencias y construir proyectos comunes
de convivencia ciudadana”. Es decir, la misma obra se inserta en la historia que
estudia.
Se me disculpará no entrar en el contenido porque es imposible
sintetizar más de 50 capítulos; me quedo más bien con su estructura y su
sentido.
La colección que se presenta es un hito relevante de la historia
política chilena que se inserta, como sus antepasadas, en un horizonte político
que presupone que la conciencia histórica y el debate crítico son un pilar de
la democracia y la convivencia ciudadana.
Por ello nos pone ante un desafío tanto historiográfico como político.
HISTORIA POLÍTICA DE CHILE, 1810-2010, 4 VOLS. SANTIAGO: FCE, 2017-2018.
DIÁLOGO CON IVÁN JAKSIĆ, EDITOR
GENERAL.
Por EDUARDO ZIMMERMANN
Universidad de San Andrés
(UDeSA)
Ciudad Autónoma de Buenos
Aires, Argentina
PolHis, Revista Bibliográfica Del
Programa Interuniversitario De Historia Política,
Año 12, N° 24, pp. 130-138
Julio- Diciembre de 2019
ISSN 1853-7723
Entre 2017 y 2018 el Fondo de Cultura Económica de Chile publicó los
cuatro volúmenes de la Historia política de Chile, 1810-2010, producidos tras
cinco años de trabajo colaborativo en el marco del Centro de Estudios de
Historia Política de la Universidad Adolfo Ibáñez bajo la edición general de
Iván Jaksic. Los cuatro volúmenes, organizados por temas bajo los títulos
“Prácticas políticas”, “Estado y Sociedad”, “Problemas económicos”, e
“Intelectuales y pensamiento político”, fueron editados por Juan Luis Ossa,
Francisca Rengifo, Andrés Estefane y Claudio Robles, y Susana Gazmuri,
respectivamente.
Tuve la suerte de
participar como comentarista externo en los talleres de discusión de los
borradores de trabajo del volumen II, “Estado y Sociedad”, y eso me permitió
adentrarme un poco más en el proceso de elaboración del proyecto.
La obra se presentó como una invitación a pensar y repasar, en el
momento del bicentenario de la república chilena, los rasgos constitutivos del
sistema político y su proyección en la vida del país, en momentos en que, -no
sólo en Chile-, como bien señala el editor en su introducción general, la
política misma está puesta en cuestión. En ese sentido, la obra constituye un
aporte muy significativo al debate público nacional y latinoamericano, y un
recordatorio del papel que los historiadores, como intelectuales públicos,
están llamados a tener en el mismo.
Por otra parte, tanto los editores como autores participantes combinaron
ese compromiso cívico con un alto grado de profesionalismo y de rigor
analítico, innovando metodológicamente y sumándose de esa manera al proceso de
profunda renovación que la historia política en general ha experimentado en las
últimas décadas. Destaco dos rasgos que marcan fuertemente la obra y la
inscriben en ese proceso renovador: uno, la inclinación permanente a revisar
algunos de los lugares comunes establecidos en la historiografía tradicional en
los distintos temas que atraviesan la obra; dos, la vocación por insertar los
procesos chilenos en una mirada transnacional que rescate la dimensión global
que atraviesa los mismos, abriendo la puerta a una discusión sobre la tan
arraigada tesis del “excepcionalismo” chileno.
Como una manera de acercarnos más profundamente a los objetivos de la
obra y a conocer por dentro la historia de la producción de la misma, acepté
con mucho gusto la invitación de PolHis para conversar con Iván Jaksic, su
editor general.
Iván Jaksic es doctor en Historia por la State
University of New York. Enseñó
durante muchos años en universidades de los Estados Unidos, entre ellas,
California-Berkeley, Wisconsin-Milwaukee, y Notre Dame. Es presidente del
Consejo Académico del CEHIP (Centro de Estudios de Historia Política) de la
Universidad Adolfo Ibáñez. Desde hace diez años dirige en Chile el programa de
la Universidad de Stanford, de cuyo Departamento de Culturas Ibéricas y
Latinoamericanas es académico y miembro de su Centro de Estudios
Latinoamericanos. Es miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua.
Entre sus trabajos más destacados se cuentan Andrés Bello: Scholarship and
Nation-Building in Nineteenth-Century Latin America, y The Hispanic World and
American Intellectual Life, 1820-1880, ambos publicados también en español como
Andrés Bello: la pasión por el orden, y Ven conmigo a la España lejana. Los
intelectuales norteamericanos ante el mundo hispano, 1820-1880.
Eduardo Zimmermann (EZ):
Comencemos por los orígenes: ¿Cómo nació la idea original de la obra?
¿Fue una iniciativa individual, del Centro de Estudios de Historia Política,
del Fondo de Cultura Económica? ¿Cómo
fue recibida la iniciativa en la Universidad Adolfo Ibáñez (UAI)?
Iván Jaksic (IJ): La idea surgió a partir de las celebraciones
del bicentenario. Conversando con Juan Luis Ossa notamos que no se veía por ninguna
parte una reflexión sobre los 200 años de la república desde el punto de vista
de la historia política: una visión de conjunto que nos ayudara a comprender
desde dónde partimos y dónde estamos. Nos propusimos hacer esa evaluación, pero
para hacerlo bien necesitábamos un alero institucional. Así se iniciaron las
conversaciones, en las que participaron la historiadora Lucía Santa Cruz y el
entonces decano de la Escuela de Gobierno de la UAI, Leonidas Montes, actual
Director del Centro de Estudios Públicos en Santiago. Fue un trabajo de
joyería, pero me impresiona todavía el entusiasmo y la buena voluntad con que
fue acogido el proyecto de crear un Centro de Estudios de Historia Política.
Tuvimos además una extraordinaria respuesta del sector privado, que nos
proporcionó los fondos para llevar a cabo una labor bastante ambiciosa. Así,
empezamos a sumar investigadores, cuatro en total, con el apoyo de la Escuela
de Gobierno. Al mismo tiempo formamos un Directorio compuesto de decanos,
académicos de dentro y fuera de la universidad, y un empresario. También, un
consejo académico internacional que incluía a las figuras más relevantes de la
historia política en América Latina. En fin, un largo rodeo para decir que la
idea surgió de allí. Una vez que tuvimos un diseño contactamos al Fondo de
Cultura Económica, por su proyección y distribución internacional. El resultado
está ahora a la vista, luego de 8 años de trabajo de principio a fin.
EZ: ¿Fue siempre pensada como una obra de varios
volúmenes? El proceso del diseño completo de la obra, ¿fue también el resultado
de un trabajo de equipo al que llegaron tras discusiones, o la obra nació ya
pensada desde sus inicios en estos cuatro volúmenes?
IJ: Sí, fue pensada desde un principio como una
obra de varios volúmenes porque necesitábamos algunos ejes aglutinadores que
nos permitieran cubrir el más amplio abanico de la historia política. Así, al
calor de la conversación con los investigadores surgieron los grandes temas,
como las prácticas políticas, el papel del Estado y su interacción con la
sociedad, los problemas económicos, y el pensamiento político y los
intelectuales como actores importantes en el proceso histórico. Todo esto fue
conversado también con el Directorio y con colegas de diferentes ámbitos dentro
y fuera del país. Tuvimos un sinfín de reuniones que hicieron de éste un
trabajo genuinamente colectivo.
EZ: A mí me parece que la obra es innovadora en
varias dimensiones, pero querría preguntarte ¿cómo vieron la obra ustedes (el
equipo de editores) insertándose en el campo de la historiografía chilena? ¿Les
parecía que debía ser una especie de “estado de la cuestión” de la
historiografía o tuvieron intenciones “rupturistas” respecto a ese campo?
IJ: Desde la partida compartimos el que no podía
ser simplemente un “estado de la cuestión”, si bien cada capítulo de cada tomo
debía incluir una reflexión historiográfica. Fuimos deliberadamente rupturistas
en el sentido de apartarnos de la vieja perspectiva institucional de la
política. Queríamos identificar nuevos actores, nuevas perspectivas
metodológicas, y una mayor paridad tanto generacional como de género. Fuimos
rupturistas además en cuestionar la cronología con la que frecuentemente se
divide la historia del país. Defendimos el principio de que cada tema político
tiene su propia cronología. A eso apostamos sin que nos preocupara cómo la
historia política de Chile ha sido narrada hasta el momento. Nos motivó también
el que se notaba demasiada ignorancia respecto de la historia política de
Chile, sobre todo entre los políticos profesionales. Queríamos además romper el
formato de compilaciones de trabajos presentados en congresos sin mayor
coherencia o reciclados de publicaciones anteriores. Queríamos trabajos
originales escritos al calor de múltiples instancias críticas.
EZ: Uno de los puntos que me resultaron más
originales (y acertados) de la obra fue el haber dedicado uno de los cuatro
volúmenes a los Problemas económicos, generando un cruce muy productivo entre
la historia política y la historia económica. ¿Cómo llegaron a esa decisión?
¿Hubo dudas al respecto o les pareció desde el inicio que esa aproximación
funcionaba bien dentro del proyecto general de la obra?
IJ: Bueno, nos pareció impensable hablar de la
historia política de Chile sin incluir una dimensión económica, lo mismo que
hablar de economía al margen de la política. Por eso llegamos a elaborar una
noción de “problemas económicos” en donde se destacara la intervención de (y la
pugna entre) actores políticos como trabajadores organizados, empresarios,
tecnócratas, partidos, movimientos campesinos y sociales. Nunca tuvimos dudas
al respecto, gracias a que los editores como Andrés Estefane y Claudio Robles
pertenecen a una generación de historiadores abiertos a considerar la dimensión
económica en la historia política de Chile. El capítulo sobre la minería, por
ejemplo, tiene datos, pero enfatiza sobre todo los conflictos laborales y las
vulnerabilidades cíclicas internacionales.
EZ: Además del rigor académico con el que la obra
fue producida, la colección, -como toda historia política-, tiene también la
posibilidad de ser leída como una intervención en el debate público general.
¿Hubo discusiones sobre esto a lo largo del proceso de elaboración de los
volúmenes?
IJ: Sí, por supuesto, sobre todo para enfatizar
que los problemas políticos actuales deben abordarse desde una perspectiva
histórica. Por ejemplo, el actual cuestionamiento de la política ¿es nuevo, o
es parte de un cuestionamiento de las instituciones a lo largo de la historia?
¿Es Chile excepcional o parte de un contexto latinoamericano e internacional?
¿El siglo XIX es parte de la prehistoria o está presente en los problemas que
seguimos enfrentando? Sí, queríamos influir en el espacio público y creo que lo
estamos logrando porque nos acercamos a ámbitos más allá de lo académico. Fue
simbólico el que el lanzamiento de la colección se realizara en el antiguo
edificio del Congreso Nacional y que uno de los presentadores fuera el actual
(2019) Ministro Secretario General de la Presidencia. También hemos participado
en foros a lo largo del país, y lo seguimos haciendo.
EZ: Otro rasgo distintivo de la obra fue lo que
podríamos llamar su proceso de producción. La invitación a comentaristas
externos para trabajar en talleres junto a los autores discutiendo sus textos
fue para mí, al menos, una experiencia muy interesante. ¿Cómo resultó desde el
punto de vista de los editores?
IJ: Esa fue una decisión muy importante y
absolutamente necesaria. Cuando nos reunimos con los autores de cada tomo (dos
talleres por tomo) enfatizamos el proceso de producción. Primero debían
elaborar una propuesta para recibir comentarios (primer taller), y luego
preparar una primera versión para recibir también comentarios (segundo taller).
La versión final, supervisada por cada editor de los tomos, debía ser coherente
con el propósito de la colección en general e incluir los aportes críticos de
los colegas. En este proceso resultó indispensable la perspectiva de los
comentaristas externos, que te incluía a ti en el tomo de Estado y sociedad
editado por Francisca Rengifo; Hilda Sabato en el tomo de prácticas políticas
editado por Juan Luis Ossa, Rory Miller en el de problemas económicos con los
editores ya mencionados, y Carlos Altamirano en el de intelectuales y
pensamiento político editado por Susana Gazmuri. Esto permitió dos cosas: una
mirada externa y de conjunto, y que los editores pudieran apoyarse en los
informes de cada comentarista externo para sugerir cambios o puntos de diálogo
con los otros tomos de la colección. Además, los comentaristas aportaron un
elemento comparativo que nos ayudó a superar el cliché del excepcionalismo
chileno.
EZ: ¿Cuál es tu balance respecto a toda la
experiencia? Viendo el resultado, ¿hubieras hecho cosas de otra manera? ¿Te
parece que quedaron cosas fuera del proyecto que debieron ser incluidas? Y
¿cómo ha sido hasta ahora la recepción de la obra en el campo académico y por
parte del público en general?
IJ: Es posible que se nos haya quedado algo fuera
o que no haya sido cubierto con toda la extensión necesaria. Pero rescato el
afán de acertar, de decidir colectivamente qué era indispensable cubrir. Y creo
que lo logramos. La crítica académica ha sido generosa. Esto no quiere decir
que no nos hayan criticado (por no representar suficientemente a los
historiadores de algún sector político, por ejemplo). Como sabes, la aparición
de reseñas en revistas especializadas toma su tiempo. Ya veremos. Pero por
ahora lo que más me sorprende es la circulación. Es prácticamente inédito que
en nuestro medio se vendan más de 2 mil ejemplares de un texto de esta
naturaleza, como es el caso de nuestra colección. Pero en último término, lo
más importante es que hemos no solo instalado una temática, sino que demostrado
la importancia de una producción colectiva. Es una colección que simplemente no
se puede soslayar. Pienso que sería muy útil para la historiografía
latinoamericana que cada país tuviera una síntesis semejante. Haría mucho más
atinadas las comparaciones y las visiones de conjunto.
IVÁN JAKSIC Y JUAN
LUIS OSSA, HISTORIA POLÍTICA DE CHILE, 1810-2010. TOMO I. PRÁCTICAS POLÍTICAS.
SANTIAGO DE CHILE: FONDO DE CULTURA ECONÓMICA, UNIVERSIDAD ADOLFO IBÁÑEZ, 2018,
506 PP.
Por MARÍA JOSÉ NAVAJAS
Instituto Ravignani
Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas
Ciudad Autónoma de Buenos
Aires, Argentina
PolHis, Revista Bibliográfica Del
Programa Interuniversitario De Historia Política,
Año 12, N° 24, pp. 139-142
Julio- Diciembre de 2019
ISSN 1853-7723
Esta
obra integra una colección de cuatro tomos que estudia los dos siglos de la
historia política de Chile desde la mirada de diversos especialistas. El tomo
sobre prácticas políticas examina un repertorio de actores, dinámicas y
coyunturas, entre la crisis imperial de 1808 hasta los días del bicentenario.
Cada capítulo recoge y confronta las versiones más divulgadas de la historia
política nacional y en conjunto plantean una sugerente interpelación a la idea
del llamado “excepcionalismo chileno”.
El
capítulo de Juan Luis Ossa analiza las vicisitudes que marcaron la construcción
de la república chilena hasta mediados del siglo XIX. Examina hechos y
coyunturas decisivas como la guerra civil revolucionaria, las controversias
acerca de la soberanía, las disputas por la legitimidad y las tensiones entre
orden y libertad. El apartado escrito por Joaquín Fernández también aborda el
tema de la guerra, pero con una cronología que abarca todo el siglo XIX.
Observa la gravitación de la guerra en la política decimonónica como una
herramienta legitimada por los actores para la tramitación y resolución de las
disputas políticas y, a su vez, analiza las diferentes cuestiones que
configuraron la conflictividad decimonónica. El capítulo de Loveman y Lira
incorpora el problema de la guerra en el marco más general de la violencia
política y demuestra el peso fundamental que tuvo en el derrotero político e
institucional del Estado chileno. El ejercicio de la violencia no sólo es
analizado desde la perspectiva de las autoridades gubernamentales, sino también
como un mecanismo de resistencia y confrontación de la sociedad civil. Por su
parte, el capítulo escrito por Augusto Varas ofrece un estudio pormenorizado
sobre la formación de las fuerzas armadas y el papel político de los militares
entre 1810 y 2015.
Temas
fundamentales de la historia política latinoamericana son las elecciones y los
partidos políticos, desarrollados en dos capítulos. Eduardo Posada Carbó
estudia las prácticas electorales entre 1809 y 1970 y subraya la intensidad del
calendario electoral y la importante movilización que concitaba la elección de
las distintas autoridades desde los primeros comicios. Asimismo, señala la
importancia creciente de los partidos políticos, asunto que analiza Elisa
Fernández desde los enfrentamientos entre pipiolos y pelucones hasta el
restablecimiento de la democracia a finales del siglo XX. La organización y
funcionamiento de los partidos se relaciona con la práctica del asociacionismo
político, cuestión que examina el capítulo de Andrés Baeza Ruiz, desde una
perspectiva que incluye un amplio repertorio de asociaciones entre 1808 y 1980
y muestra la relación cambiante de esos actores con el Estado. Un actor clave
dentro de ese repertorio es la prensa, estudiada específicamente por Carla
Rivera para explicar el papel que desempeñaron los periódicos desde los inicios
del proceso independentista, las tensiones que provocó su actuación pública y
los cambios producidos desde la segunda mitad del siglo XIX y a lo largo del
XX.
El
análisis de la participación de los distintos colectivos sociales aparece
desagregado en varios capítulos que ofrecen un abordaje específico y con una
periodización variable. La intervención política de las mujeres es estudiada
por Maria Rosaria Stabili, quien demuestra la diversidad de motivos que las
movilizaron a lo largo de dos siglos y el proceso accidentado, con avances y
retrocesos, del feminismo en Chile. Por su parte, Elizabeth Quay Hutchison y
María Soledad Zárate analizan las clases medias entre 1920 y 1970. Partiendo de
una caracterización plural de ese grupo social, que subraya su complejidad y
heterogeneidad, examinan su vinculación con los diferentes partidos políticos y
su gravitación en el periodo considerado. La participación política de los
sectores populares es el tema de Luis Thielemann Hernández, que examina los
espacios urbanos y la formación de la llamada “clase obrera”, y el de Claudio
Robles Ortiz que estudia los cambiantes escenarios de la sociedad rural chilena
desde mediados del siglo XIX hasta la reforma agraria de 1967-1973, así como su
incidencia en la confrontación que antecedió al golpe de Estado de 1973. Ambos
dan cuenta de los diferentes momentos que atravesó la actuación pública de los
grupos de trabajadores urbanos y rurales y abordan coyunturas de intensa
conflictividad, desde finales del siglo XIX hasta el gobierno de Allende.
El
capítulo de Patrick Barr-Melej ofrece un análisis muy sugerente de la dimensión
cultural de las prácticas políticas a partir de los usos y sentidos de la
música folklórica y de la figura del huaso, su posterior articulación
con el surgimiento y desarrollo de la Nueva Canción chilena y, finalmente, su
reformulación durante la dictadura de Pinochet.
El
apartado escrito por Marcelo Casals argumenta sobre la importante gravitación
del modelo de democracia liberal en la historia chilena y los distintos
sentidos que fue adoptando ese vocablo en relación, y en tensión, con el
concepto de dictadura. Casals postula la democracia como un objeto en
permanente disputa y una herramienta discursiva a la que apelaron los distintos
sectores políticos para legitimarse.
En suma, los autores ofrecen diferentes herramientas y argumentaciones
para problematizar conceptos clave de la agenda historiográfica de las últimas
décadas, como revolución, guerra, violencia y democracia.