Sobre Historia política de Chile, 1810 - 2010, Iván Jaksic (editor general), Santiago de Chile: Fondo de Cultura Económica, Universidad Adolfo Ibáñez, 2018, 4 vols.

-Presentación del libro, por Sol Serrano

-Diálogo con Iván Jaksic, editor general, por Eduardo Zimmermann

-Reseña del Tomo I. Prácticas políticas, por María José Navajas

 

PRESENTACIÓN DE HISTORIA POLÍTICA DE CHILE, 1810-2010, IVÁN JAKSIC (EDITOR GENERAL), SANTIAGO DE CHILE: FONDO DE CULTURA ECONÓMICA, UNIVERSIDAD ADOLFO IBÁÑEZ, 2018, 4 VOLS. 

Por SOL SERRANO

Pontificia Universidad Católica de Chile

Santiago de Chile, Chile

 

PolHis, Revista Bibliográfica Del Programa Interuniversitario De Historia Política,

Año 12, N° 24, pp. 126-129

Julio- Diciembre de 2019

 ISSN 1853-7723

 

 

Qué duda cabe. Estamos frente a una obra  de envergadura. Lo primero es felicitar y agradecer a las muchas personas que la hicieron posible. La Universidad Adolfo Ibáñez, el Centro de Estudios de Historia Política, sus editores y los casi 50 autores que participan en los 4 tomos que conforman la Historia Política de Chile, 1810-2010 publicados, como siempre, con la pulcritud y calidad por una de las principales editoriales de nuestro continente como lo es el Fondo de Cultura Económica.

Cuando digo que esta obra ha sido una empresa no es una analogía. Es literal. Sin fines de lucro, claro está, pero no por ello menos ardua. Iván Jaksic como editor general y Juan Luis Ossa, Francisca Rengifo, Andrés Estefane, Claudio Robles y Susana Gazmuri como editores de cada tomo en particular acometieron una tarea titánica.

Detrás de esta obra hay una gran convicción y no poco de audacia y riesgo. Los editores tomaron decisiones sobre el concepto, la estructura, los temas y los enfoques de la obra.

La primera decisión es optar por una historia política. La segunda es  definir las categorías orientadoras generales: nuevas cronologías que no respondieran a las tradicionales sino al problema estudiado, y el resultado fuera por lo mismo una síntesis de la interpretación; la tercera, historizar los conceptos que solemos utilizar de manera unívoca a través del tiempo y definirlos acorde a la periodificación propuesta. “Pueblo” no significa lo mismo en 1810 que en 1930. La última categoría es más bien preventiva: abandonar el lugar común de la excepcionalidad chilena. Este, sin embargo, se diluye por sí solo desde que se propone una historia con elementos comparativos en la cual no existe lo excepcional sino lo particular.

La tercera decisión, la más audaz y sustantiva, es definir los problemas que ordenarían los temas. Allí se juega la decisión de fondo: prácticas políticas; Estado y sociedad; problemas económicos (que en realidad es políticas económicas); intelectuales y pensamiento político. Los editores hicieron una magnífica síntesis en la introducción de cada tomo hilando los capítulos en este marco general, tarea nada fácil pues son disímiles en muchos sentidos.

Hay una cuarta decisión implícita: ¿por qué una historia nacional?

Esta obra es una proposición historiográfica sobre la nueva historia política que recoge amplios procesos de cambios. No en vano, la iniciativa partió a raíz del Bicentenario. Los Bicentenarios de las Revoluciones Atlánticas de fines del XVIII y comienzos del XIX constituyeron un momento único de reflexión y revisionismo historiográfico en torno precisamente al tiempo corto de la ruptura; a la autonomía del fenómeno político; a la relación entre ese tiempo corto y el más largo de las prácticas culturales; al de los espacios de autonomía de los actores. Aquellas revoluciones no fueron el reflejo de fenómenos económicos y sociales más profundos, los únicos con capacidad de inteligibilidad histórica, sino que significaron una ruptura conceptual de lo político –la idea misma de la igualdad ante la ley, la soberanía popular y la representación-, que marcaron profundamente la historia occidental contemporánea.

Esta obra se presenta a sí misma como una historia política que incorpora la historia social de las prácticas políticas y que también podríamos llamar prácticas culturales.

Recuperar a los actores significa elaborar el concepto de prácticas como la acción de los actores, los vínculos, vivencias, espacios de autonomías, apropiación y reelaboración de ideas; de jerarquías y de sociabilidades igualitarias. El concepto de prácticas me parece lo más rico y la más relevante de esta colección.

Lo anterior me lleva a la cuarta decisión: la escala de estudio. ¿Por qué una historia  nacional? Desde mi punto de vista es una opción legítima, pertinente y necesaria puesto que trata de la política moderna. Una escala es la de los estados nacionales soberanos y representativos cuya legitimidad muta de lo divino a lo humano. Esa mutación, ni lineal ni exitosa, es un horizonte de rupturas instaladas en las continuidades de las sociedades de Antiguo Régimen. Las construcciones de los estados nacionales y sus historias han sido acríticamente identificadas con el nacionalismo en un sentido esencialista y xenofóbo. Lo ha sido, por cierto, pero también fueron la construcción de un proyecto político democrático. La ola de globalización actual, caracterizada por la simultaneidad de las comunicaciones y las interdependencias, llevó con una rapidez abismante a los cientistas sociales a dar el parte defunción a los estados nacionales. Obviamente tienen un rol menos preponderante que en el pasado, pero siguen siendo unidades de inteligibilidad porque persisten espacios de autonomía. No es lo mismo enfrentar la crisis subprime con equilibrio macroeconómico que sin; no es lo mismo cómo funcione la democracia representativa y el estado de derecho porque la cultura política es histórica e idiosincrática. No es lo mismo ser un país exportador de materia prima, o de tecnología y de servicios. El descarte fue precipitado, además, por el resurgimiento más reciente de los nacionalismos.

La escala de lo nacional es una escala de estudio imprescindible y consustancial de la política moderna que no se contrapone sino que, al contrario, se complementa con las otras escalas de lo local y lo global. Estos textos no la tratan directamente, pero están en permanente referencia comparativa con América Latina y el Atlántico Norte. Con ello, se propone una agenda  de investigación.

Estimo que faltó un capítulo. El capítulo sobre la historia de la historiografía política chilena: en qué tradición se sitúa esta tamaña obra. En qué sentido. La Introducción señala claramente cuál es su horizonte: “Es hora de ponderar seriamente la historia política de Chile: lo que ha hecho y lo que aún es capaz de lograr mediante el principal mecanismo con el que cuentan las democracias modernas para dirimir sus diferencias y construir proyectos comunes de convivencia ciudadana”. Es decir, la misma obra se inserta en la historia que estudia.

Se me disculpará no entrar en el contenido porque es imposible sintetizar más de 50 capítulos; me quedo más bien con su estructura y su sentido.

La colección que se presenta es un hito relevante de la historia política chilena que se inserta, como sus antepasadas, en un horizonte político que presupone que la conciencia histórica y el debate crítico son un pilar de la democracia y la convivencia ciudadana.

Por ello nos pone ante un desafío tanto historiográfico como político.

 

HISTORIA POLÍTICA DE CHILE, 1810-2010, 4 VOLS. SANTIAGO: FCE, 2017-2018. 

DIÁLOGO CON IVÁN JAKSIĆ, EDITOR GENERAL. 

 

Por EDUARDO ZIMMERMANN

Universidad de San Andrés (UDeSA)

Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina

 

PolHis, Revista Bibliográfica Del Programa Interuniversitario De Historia Política,

Año 12, N° 24, pp. 130-138

Julio- Diciembre de 2019

 ISSN 1853-7723

 

Entre 2017 y 2018 el Fondo de Cultura Económica de Chile publicó los cuatro volúmenes de la Historia política de Chile, 1810-2010, producidos tras cinco años de trabajo colaborativo en el marco del Centro de Estudios de Historia Política de la Universidad Adolfo Ibáñez bajo la edición general de Iván Jaksic. Los cuatro volúmenes, organizados por temas bajo los títulos “Prácticas políticas”, “Estado y Sociedad”, “Problemas económicos”, e “Intelectuales y pensamiento político”, fueron editados por Juan Luis Ossa, Francisca Rengifo, Andrés Estefane y Claudio Robles, y Susana Gazmuri, respectivamente.

Tuve la suerte de participar como comentarista externo en los talleres de discusión de los borradores de trabajo del volumen II, “Estado y Sociedad”, y eso me permitió adentrarme un poco más en el proceso de elaboración del proyecto.

La obra se presentó como una invitación a pensar y repasar, en el momento del bicentenario de la república chilena, los rasgos constitutivos del sistema político y su proyección en la vida del país, en momentos en que, -no sólo en Chile-, como bien señala el editor en su introducción general, la política misma está puesta en cuestión. En ese sentido, la obra constituye un aporte muy significativo al debate público nacional y latinoamericano, y un recordatorio del papel que los historiadores, como intelectuales públicos, están llamados a tener en el mismo.

Por otra parte, tanto los editores como autores participantes combinaron ese compromiso cívico con un alto grado de profesionalismo y de rigor analítico, innovando metodológicamente y sumándose de esa manera al proceso de profunda renovación que la historia política en general ha experimentado en las últimas décadas. Destaco dos rasgos que marcan fuertemente la obra y la inscriben en ese proceso renovador: uno, la inclinación permanente a revisar algunos de los lugares comunes establecidos en la historiografía tradicional en los distintos temas que atraviesan la obra; dos, la vocación por insertar los procesos chilenos en una mirada transnacional que rescate la dimensión global que atraviesa los mismos, abriendo la puerta a una discusión sobre la tan arraigada tesis del “excepcionalismo” chileno.

Como una manera de acercarnos más profundamente a los objetivos de la obra y a conocer por dentro la historia de la producción de la misma, acepté con mucho gusto la invitación de PolHis para conversar con Iván Jaksic, su editor general.

 

Iván Jaksic es doctor en Historia por la State University of New York. Enseñó durante muchos años en universidades de los Estados Unidos, entre ellas, California-Berkeley, Wisconsin-Milwaukee, y Notre Dame. Es presidente del Consejo Académico del CEHIP (Centro de Estudios de Historia Política) de la Universidad Adolfo Ibáñez. Desde hace diez años dirige en Chile el programa de la Universidad de Stanford, de cuyo Departamento de Culturas Ibéricas y Latinoamericanas es académico y miembro de su Centro de Estudios Latinoamericanos. Es miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua. Entre sus trabajos más destacados se cuentan Andrés Bello: Scholarship and Nation-Building in Nineteenth-Century Latin America, y The Hispanic World and American Intellectual Life, 1820-1880, ambos publicados también en español como Andrés Bello: la pasión por el orden, y Ven conmigo a la España lejana. Los intelectuales norteamericanos ante el mundo hispano, 1820-1880.

 

Eduardo Zimmermann (EZ):  Comencemos por los orígenes: ¿Cómo nació la idea original de la obra? ¿Fue una iniciativa individual, del Centro de Estudios de Historia Política, del Fondo de Cultura Económica?  ¿Cómo fue recibida la iniciativa en la Universidad Adolfo Ibáñez (UAI)?

 

Iván Jaksic (IJ): La idea surgió a partir de las celebraciones del bicentenario. Conversando con Juan Luis Ossa notamos que no se veía por ninguna parte una reflexión sobre los 200 años de la república desde el punto de vista de la historia política: una visión de conjunto que nos ayudara a comprender desde dónde partimos y dónde estamos. Nos propusimos hacer esa evaluación, pero para hacerlo bien necesitábamos un alero institucional. Así se iniciaron las conversaciones, en las que participaron la historiadora Lucía Santa Cruz y el entonces decano de la Escuela de Gobierno de la UAI, Leonidas Montes, actual Director del Centro de Estudios Públicos en Santiago. Fue un trabajo de joyería, pero me impresiona todavía el entusiasmo y la buena voluntad con que fue acogido el proyecto de crear un Centro de Estudios de Historia Política. Tuvimos además una extraordinaria respuesta del sector privado, que nos proporcionó los fondos para llevar a cabo una labor bastante ambiciosa. Así, empezamos a sumar investigadores, cuatro en total, con el apoyo de la Escuela de Gobierno. Al mismo tiempo formamos un Directorio compuesto de decanos, académicos de dentro y fuera de la universidad, y un empresario. También, un consejo académico internacional que incluía a las figuras más relevantes de la historia política en América Latina. En fin, un largo rodeo para decir que la idea surgió de allí. Una vez que tuvimos un diseño contactamos al Fondo de Cultura Económica, por su proyección y distribución internacional. El resultado está ahora a la vista, luego de 8 años de trabajo de principio a fin.

 

EZ: ¿Fue siempre pensada como una obra de varios volúmenes? El proceso del diseño completo de la obra, ¿fue también el resultado de un trabajo de equipo al que llegaron tras discusiones, o la obra nació ya pensada desde sus inicios en estos cuatro volúmenes?

 

IJ: Sí, fue pensada desde un principio como una obra de varios volúmenes porque necesitábamos algunos ejes aglutinadores que nos permitieran cubrir el más amplio abanico de la historia política. Así, al calor de la conversación con los investigadores surgieron los grandes temas, como las prácticas políticas, el papel del Estado y su interacción con la sociedad, los problemas económicos, y el pensamiento político y los intelectuales como actores importantes en el proceso histórico. Todo esto fue conversado también con el Directorio y con colegas de diferentes ámbitos dentro y fuera del país. Tuvimos un sinfín de reuniones que hicieron de éste un trabajo genuinamente colectivo.

 

EZ: A mí me parece que la obra es innovadora en varias dimensiones, pero querría preguntarte ¿cómo vieron la obra ustedes (el equipo de editores) insertándose en el campo de la historiografía chilena? ¿Les parecía que debía ser una especie de “estado de la cuestión” de la historiografía o tuvieron intenciones “rupturistas” respecto a ese campo?

 

IJ: Desde la partida compartimos el que no podía ser simplemente un “estado de la cuestión”, si bien cada capítulo de cada tomo debía incluir una reflexión historiográfica. Fuimos deliberadamente rupturistas en el sentido de apartarnos de la vieja perspectiva institucional de la política. Queríamos identificar nuevos actores, nuevas perspectivas metodológicas, y una mayor paridad tanto generacional como de género. Fuimos rupturistas además en cuestionar la cronología con la que frecuentemente se divide la historia del país. Defendimos el principio de que cada tema político tiene su propia cronología. A eso apostamos sin que nos preocupara cómo la historia política de Chile ha sido narrada hasta el momento. Nos motivó también el que se notaba demasiada ignorancia respecto de la historia política de Chile, sobre todo entre los políticos profesionales. Queríamos además romper el formato de compilaciones de trabajos presentados en congresos sin mayor coherencia o reciclados de publicaciones anteriores. Queríamos trabajos originales escritos al calor de múltiples instancias críticas.

 

EZ: Uno de los puntos que me resultaron más originales (y acertados) de la obra fue el haber dedicado uno de los cuatro volúmenes a los Problemas económicos, generando un cruce muy productivo entre la historia política y la historia económica. ¿Cómo llegaron a esa decisión? ¿Hubo dudas al respecto o les pareció desde el inicio que esa aproximación funcionaba bien dentro del proyecto general de la obra?

 

IJ: Bueno, nos pareció impensable hablar de la historia política de Chile sin incluir una dimensión económica, lo mismo que hablar de economía al margen de la política. Por eso llegamos a elaborar una noción de “problemas económicos” en donde se destacara la intervención de (y la pugna entre) actores políticos como trabajadores organizados, empresarios, tecnócratas, partidos, movimientos campesinos y sociales. Nunca tuvimos dudas al respecto, gracias a que los editores como Andrés Estefane y Claudio Robles pertenecen a una generación de historiadores abiertos a considerar la dimensión económica en la historia política de Chile. El capítulo sobre la minería, por ejemplo, tiene datos, pero enfatiza sobre todo los conflictos laborales y las vulnerabilidades cíclicas internacionales.

 

EZ: Además del rigor académico con el que la obra fue producida, la colección, -como toda historia política-, tiene también la posibilidad de ser leída como una intervención en el debate público general. ¿Hubo discusiones sobre esto a lo largo del proceso de elaboración de los volúmenes?

 

IJ: Sí, por supuesto, sobre todo para enfatizar que los problemas políticos actuales deben abordarse desde una perspectiva histórica. Por ejemplo, el actual cuestionamiento de la política ¿es nuevo, o es parte de un cuestionamiento de las instituciones a lo largo de la historia? ¿Es Chile excepcional o parte de un contexto latinoamericano e internacional? ¿El siglo XIX es parte de la prehistoria o está presente en los problemas que seguimos enfrentando? Sí, queríamos influir en el espacio público y creo que lo estamos logrando porque nos acercamos a ámbitos más allá de lo académico. Fue simbólico el que el lanzamiento de la colección se realizara en el antiguo edificio del Congreso Nacional y que uno de los presentadores fuera el actual (2019) Ministro Secretario General de la Presidencia. También hemos participado en foros a lo largo del país, y lo seguimos haciendo.

 

EZ: Otro rasgo distintivo de la obra fue lo que podríamos llamar su proceso de producción. La invitación a comentaristas externos para trabajar en talleres junto a los autores discutiendo sus textos fue para mí, al menos, una experiencia muy interesante. ¿Cómo resultó desde el punto de vista de los editores?

 

IJ: Esa fue una decisión muy importante y absolutamente necesaria. Cuando nos reunimos con los autores de cada tomo (dos talleres por tomo) enfatizamos el proceso de producción. Primero debían elaborar una propuesta para recibir comentarios (primer taller), y luego preparar una primera versión para recibir también comentarios (segundo taller). La versión final, supervisada por cada editor de los tomos, debía ser coherente con el propósito de la colección en general e incluir los aportes críticos de los colegas. En este proceso resultó indispensable la perspectiva de los comentaristas externos, que te incluía a ti en el tomo de Estado y sociedad editado por Francisca Rengifo; Hilda Sabato en el tomo de prácticas políticas editado por Juan Luis Ossa, Rory Miller en el de problemas económicos con los editores ya mencionados, y Carlos Altamirano en el de intelectuales y pensamiento político editado por Susana Gazmuri. Esto permitió dos cosas: una mirada externa y de conjunto, y que los editores pudieran apoyarse en los informes de cada comentarista externo para sugerir cambios o puntos de diálogo con los otros tomos de la colección. Además, los comentaristas aportaron un elemento comparativo que nos ayudó a superar el cliché del excepcionalismo chileno.

 

EZ: ¿Cuál es tu balance respecto a toda la experiencia? Viendo el resultado, ¿hubieras hecho cosas de otra manera? ¿Te parece que quedaron cosas fuera del proyecto que debieron ser incluidas? Y ¿cómo ha sido hasta ahora la recepción de la obra en el campo académico y por parte del público en general?

 

IJ: Es posible que se nos haya quedado algo fuera o que no haya sido cubierto con toda la extensión necesaria. Pero rescato el afán de acertar, de decidir colectivamente qué era indispensable cubrir. Y creo que lo logramos. La crítica académica ha sido generosa. Esto no quiere decir que no nos hayan criticado (por no representar suficientemente a los historiadores de algún sector político, por ejemplo). Como sabes, la aparición de reseñas en revistas especializadas toma su tiempo. Ya veremos. Pero por ahora lo que más me sorprende es la circulación. Es prácticamente inédito que en nuestro medio se vendan más de 2 mil ejemplares de un texto de esta naturaleza, como es el caso de nuestra colección. Pero en último término, lo más importante es que hemos no solo instalado una temática, sino que demostrado la importancia de una producción colectiva. Es una colección que simplemente no se puede soslayar. Pienso que sería muy útil para la historiografía latinoamericana que cada país tuviera una síntesis semejante. Haría mucho más atinadas las comparaciones y las visiones de conjunto.

 

IVÁN JAKSIC Y JUAN LUIS OSSA, HISTORIA POLÍTICA DE CHILE, 1810-2010. TOMO I. PRÁCTICAS POLÍTICAS. SANTIAGO DE CHILE: FONDO DE CULTURA ECONÓMICA, UNIVERSIDAD ADOLFO IBÁÑEZ, 2018, 506 PP.

Por MARÍA JOSÉ NAVAJAS

Instituto Ravignani

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina

 

PolHis, Revista Bibliográfica Del Programa Interuniversitario De Historia Política,

Año 12, N° 24, pp. 139-142

Julio- Diciembre de 2019

 ISSN 1853-7723

 

Esta obra integra una colección de cuatro tomos que estudia los dos siglos de la historia política de Chile desde la mirada de diversos especialistas. El tomo sobre prácticas políticas examina un repertorio de actores, dinámicas y coyunturas, entre la crisis imperial de 1808 hasta los días del bicentenario. Cada capítulo recoge y confronta las versiones más divulgadas de la historia política nacional y en conjunto plantean una sugerente interpelación a la idea del llamado “excepcionalismo chileno”.

El capítulo de Juan Luis Ossa analiza las vicisitudes que marcaron la construcción de la república chilena hasta mediados del siglo XIX. Examina hechos y coyunturas decisivas como la guerra civil revolucionaria, las controversias acerca de la soberanía, las disputas por la legitimidad y las tensiones entre orden y libertad. El apartado escrito por Joaquín Fernández también aborda el tema de la guerra, pero con una cronología que abarca todo el siglo XIX. Observa la gravitación de la guerra en la política decimonónica como una herramienta legitimada por los actores para la tramitación y resolución de las disputas políticas y, a su vez, analiza las diferentes cuestiones que configuraron la conflictividad decimonónica. El capítulo de Loveman y Lira incorpora el problema de la guerra en el marco más general de la violencia política y demuestra el peso fundamental que tuvo en el derrotero político e institucional del Estado chileno. El ejercicio de la violencia no sólo es analizado desde la perspectiva de las autoridades gubernamentales, sino también como un mecanismo de resistencia y confrontación de la sociedad civil. Por su parte, el capítulo escrito por Augusto Varas ofrece un estudio pormenorizado sobre la formación de las fuerzas armadas y el papel político de los militares entre 1810 y 2015.

Temas fundamentales de la historia política latinoamericana son las elecciones y los partidos políticos, desarrollados en dos capítulos. Eduardo Posada Carbó estudia las prácticas electorales entre 1809 y 1970 y subraya la intensidad del calendario electoral y la importante movilización que concitaba la elección de las distintas autoridades desde los primeros comicios. Asimismo, señala la importancia creciente de los partidos políticos, asunto que analiza Elisa Fernández desde los enfrentamientos entre pipiolos y pelucones hasta el restablecimiento de la democracia a finales del siglo XX. La organización y funcionamiento de los partidos se relaciona con la práctica del asociacionismo político, cuestión que examina el capítulo de Andrés Baeza Ruiz, desde una perspectiva que incluye un amplio repertorio de asociaciones entre 1808 y 1980 y muestra la relación cambiante de esos actores con el Estado. Un actor clave dentro de ese repertorio es la prensa, estudiada específicamente por Carla Rivera para explicar el papel que desempeñaron los periódicos desde los inicios del proceso independentista, las tensiones que provocó su actuación pública y los cambios producidos desde la segunda mitad del siglo XIX y a lo largo del XX.

El análisis de la participación de los distintos colectivos sociales aparece desagregado en varios capítulos que ofrecen un abordaje específico y con una periodización variable. La intervención política de las mujeres es estudiada por Maria Rosaria Stabili, quien demuestra la diversidad de motivos que las movilizaron a lo largo de dos siglos y el proceso accidentado, con avances y retrocesos, del feminismo en Chile. Por su parte, Elizabeth Quay Hutchison y María Soledad Zárate analizan las clases medias entre 1920 y 1970. Partiendo de una caracterización plural de ese grupo social, que subraya su complejidad y heterogeneidad, examinan su vinculación con los diferentes partidos políticos y su gravitación en el periodo considerado. La participación política de los sectores populares es el tema de Luis Thielemann Hernández, que examina los espacios urbanos y la formación de la llamada “clase obrera”, y el de Claudio Robles Ortiz que estudia los cambiantes escenarios de la sociedad rural chilena desde mediados del siglo XIX hasta la reforma agraria de 1967-1973, así como su incidencia en la confrontación que antecedió al golpe de Estado de 1973. Ambos dan cuenta de los diferentes momentos que atravesó la actuación pública de los grupos de trabajadores urbanos y rurales y abordan coyunturas de intensa conflictividad, desde finales del siglo XIX hasta el gobierno de Allende.

El capítulo de Patrick Barr-Melej ofrece un análisis muy sugerente de la dimensión cultural de las prácticas políticas a partir de los usos y sentidos de la música folklórica y de la figura del huaso, su posterior articulación con el surgimiento y desarrollo de la Nueva Canción chilena y, finalmente, su reformulación durante la dictadura de Pinochet.

El apartado escrito por Marcelo Casals argumenta sobre la importante gravitación del modelo de democracia liberal en la historia chilena y los distintos sentidos que fue adoptando ese vocablo en relación, y en tensión, con el concepto de dictadura. Casals postula la democracia como un objeto en permanente disputa y una herramienta discursiva a la que apelaron los distintos sectores políticos para legitimarse.

En suma, los autores ofrecen diferentes herramientas y argumentaciones para problematizar conceptos clave de la agenda historiográfica de las últimas décadas, como revolución, guerra, violencia y democracia.