LOS PARTIDOS POLÍTICOS EN VÍSPERAS DE LA RECUPERACIÓN DEMOCRÁTICA. CONTEXTO Y RECURSOS (1982-1983)
Marcela ferrari
Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales,
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas.
Mar del Plata, Argentina
PolHis, Revista Bibliográfica Del Programa Interuniversitario De Historia Política,
Año 16, N° 32, pp. 9-42
Julio- Diciembre de 2023
ISSN 1853-7723
Fecha de recepción: 13/07/2023 - Fecha de aceptación: 26/11/2023
Resumen
En agosto de 1982, la dictadura militar abrió paso oficialmente a la reorganización de los partidos políticos que fueron protagonistas privilegiados de la reconstrucción democrática. Este artículo, que hace foco en un momento clave de la coyuntura transicional, contribuye al debate que explica en qué contexto y con qué recursos los partidos enfrentaron el proceso que derivó en los comicios de octubre de 1983. Se intenta demostrar que ocuparon un lugar central en la recuperación institucional, porque entre ellos se dirimía la competencia electoral, y que para las Fuerzas Armadas, en un contexto de fuerte ebullición social y repudio a la dictadura, eran la canalización y el freno de la voluntad popular. Luego, se indaga en cuánto de viejo y de nuevo pusieron en juego los partidos, en especial los mayoritarios, en materia de organización, elencos, liderazgos, prácticas y discursos. Al cruzar ambos registros, el contexto de movilización y los partidos en campaña, se reconoce que los partidos políticos gozaron de un entorno excepcional ya que las posibles regresiones autoritarias de las debilitadas FFAA, en retirada, pero vigilantes de ese momento político, tuvieron como límite y custodio al pueblo movilizado.
Palabras Clave
Partidos políticos – Reconstrucción democrática – Acción colectiva – Dictadura – Reorganización partidaria
POLITICAL PARTIES ON THE EVE OF DEMOCRATIC RECOVERY. CONTEXT AND RESOURCES (1982-1983)
Abstract
In August 1982, the military dictatorship officially opened the way for the reorganization of political parties, the privileged protagonists of democratic reconstruction. This article focuses on a key moment in the transition and contributes to the debate that explains in what context and with what resources the parties faced up the process that led to the October 1983 elections. It attempts to demonstrate that they not only occupied a central place in the institutional recovery since the electoral competition was settled between them but also because, in a context of strong social unrest and repudiation of the dictatorship, for the Armed Forces, the parties were the channel and the brake of the popular will. Then, focusing on the majority forces, this article investigates how much of old and new the parties brought into play, in terms of organization, casts, leadership, practices and speeches. By crossing both registers, the context of mobilization and the parties' campaign, it is recognized that the political parties had enjoyed an exceptional environment since the possible authoritarian regressions of the Armed Forces, weakened, in retreat but vigilant of that political moment, had as a brake and custodian to the mobilized people.
Keywords
Political Parties – Democratic Reconstruction – Collective Action – Dictatorship – Party reorganization.
LOS PARTIDOS POLÍTICOS EN VÍSPERAS DE LA RECUPERACIÓN DEMOCRÁTICA. CONTEXTO Y RECURSOS (1982-1983)
El 26 de agosto de 1982, Reynaldo Bignone, último presidente de facto, firmó el estatuto de los partidos políticos ante las cámaras de televisión.[1] Al hacerlo, afirmaba que se abrían los cauces políticos para el libre juego de las instituciones y ratificaba que la misión de institucionalizar al país era decisión de las tres Fuerzas Armadas (FF.AA.). Esa exhibición pública simbolizaba la voluntad de reinaugurar la vida política, dando cuenta de la centralidad que el régimen atribuía a los partidos para la institucionalización de la República, permitiendo que avanzaran en su reorganización. Al mismo tiempo, al no acompañar esa decisión con el cronograma o la ley electoral -que recién se dictarían al año siguiente-[2] las FF.AA. no se comprometían a abandonar el poder en un plazo determinado. Es decir, aun durante el derrumbe del régimen (Quiroga, 2004), pautaban los ritmos y los tiempos de su alejamiento del gobierno.
El protagonismo de los partidos políticos en la recuperación democrática de Argentina, no se pone en cuestión (Tcach, 1996). Como se observó también para otros países, estos instrumentos necesarios para la formulación y realización de la política nacional son indispensables en los sistemas representativos y cobran especial importancia durante las transiciones, para producir un ordenamiento institucional válido (Linz, 1990; O’Donnell y Schmitter, 2010). Para la coyuntura seleccionada, se destacó el modo en que los partidos se posicionaban ante el régimen militar y la democracia por venir (Fontana, 1984; Ferrari, 2017; Yannuzzi, 1996; Quiroga, 2004), la que era pensada como un punto de llegada y, a la vez, de partida para alcanzar posteriormente la estabilidad del sistema político-institucional o, dicho en términos de la época, para consolidar la democracia (Nun y Portantiero, 1987). Investigaciones sucesivas permitieron analizar cómo el alfonsinismo -y, en un período posterior, la Renovación peronista- necesitó marcar una frontera para diferenciarse del pasado autoritario (Aboy Carlés, 2001), cómo se organizaban los partidos, cuál era su dinámica interna, quiénes eran sus dirigentes, mediante qué prácticas establecían vínculos con el electorado y a través de qué discursos lo interpelaban, a escala nacional y subnacional (Calvo, 2013; Ferrari y Mellado, 2016; Maronese, Cafiero de Nazar y Waisman, 1985; Ollier, 2010; Persello, 2007; Suárez, 2023; Zelasnick, 2013; entre otros). En las obras generales que reconstruyeron el período, tanto desde el campo académico como del que alterna con el periodismo, las referencias a los partidos fueron de mención insoslayable (Águila, 2023; Ferrari, 2013; Franco, 2023; Franco y Feld, 2015; Novaro, 2006; Suriano y Álvarez, 2013). Pero aún existen ausencias relativas en cuanto a la indagación de la acción concreta de los partidos, sus dirigentes y el modo en que actuaron en el momento clave de la coyuntura transicional transcurrido entre la derrota en la Guerra de Malvinas y la elección que llevaría a la presidencia a Raúl Alfonsín.
Es por eso que, a cuarenta años de la recuperación democrática y con nuevas preocupaciones, este trabajo procura revisitar el posicionamiento de los partidos políticos -en especial, de los mayoritarios- en aquella compleja configuración en la que estaba en juego el traspaso del poder. Busca interpretar el trabajo político partidario y el de sus principales líderes, analizando el modo en que interpelaban a la sociedad a través de sus discursos y sus prácticas. Dado que el poder es relacional (Crozier y Friedberg, 1990) resulta imprescindible reconocer la interacción de los partidos en sociedad y con otros actores.[3] Por un lado, con las FF.AA., que marcaban los ritmos, establecían las normas y condicionaban fuertemente el modo y el plazo de entrega del gobierno a la civilidad. Por otro, con actores sociales que se manifestaban a través de la movilización y la protesta contra el régimen, que actuaban con un sentido deliberado -entre otros, sindicatos, organismos de derechos humanos, agrupaciones vecinales- y generaban la adhesión espontánea de un gran número personas, en un escenario donde se proponía acabar con la dictadura, se reclamaba por la democracia y se demandaba satisfacer necesidades postergadas.
A poco de andar el primer gobierno democrático, Andrés Fontana afirmaba que la distancia mantenida por los partidos frente al gobierno militar les había permitido alumbrar una transición sin condicionamientos y que la posición moderada que sostuvieron había impedido cualquier regresión autoritaria (1984, p. 35). Esa aguda conclusión pionera, situada prácticamente en la misma escala temporal de este texto, puede ser reformulada con otras lentes. Sostengo que los partidos y sus líderes habrían podido mantener distancia frente al gobierno militar en retirada, que procuró controlar y ralentizar la transición, gracias a la movilización social en la que estuvieron inmersos y que, a la vez, los reafirmó en su accionar. Parto de considerar que, en aquel entorno social en ebullición, las FF.AA. habrían comenzado por impulsar la reorganización de los partidos políticos porque en ellos encontraban una canalización y un freno para la acción colectiva que expresaban otros actores político-sociales que, en abierta protesta, hubieran podido tomar rumbos menos previsibles.
Para analizar el problema, el abordaje se despliega en dos partes. La primera enfatiza en la reconstrucción de la coyuntura, situándola, principalmente, en la ciudad de Buenos Aires. El recorte temporal permite analizar en profundidad esos meses de la coyuntura transicional y dar cuenta de la intensidad del momento. Se recurre a elementos propios de la teoría de la acción colectiva (Tilly, 1978; Gordillo et al., 2015) y al uso de la descripción densa (Geertz, 2003) para agregar trama a la excepcionalidad de esos meses, explicitando el modo en que los distintos actores ponían en escena los sentidos que atribuían a la recuperación democrática, a través de la protesta. La segunda parte identifica la dinámica partidaria y, sintéticamente, refiere a la manera en que los partidos políticos mayoritarios hicieron frente a la reconstrucción democrática, los liderazgos a partir de los cuales se reorganizaron, los recursos y las experiencias con que contaban. Es decir, permite ver con cuánto de viejo y de nuevo buscaron la adhesión del “pueblo”, por utilizar la categoría de la práctica (Bourdieu, 1994) que emplearon preferentemente los candidatos. Por último, en las conclusiones se recuperan las respuestas a los objetivos planteados y se realiza un balance en función de la hipótesis formulada.
El contexto partidario en vísperas de la recuperación democrática
Cuando a fines de agosto de 1982 fue firmado el estatuto de partidos políticos, la protesta social interrumpida el 2 de abril con motivo del desembarco en Malvinas había recobrado vigor. Se generalizó la percepción de injusticia y de rechazo a una dictadura cuyos crímenes comenzaban a conocerse públicamente. El denominado “Proceso de Reorganización Nacional”, que había sumido al país en una fuerte crisis económica, postergado las demandas sociales de la población, coartado sus posibilidades de movilización y expresión y cercenado la opinión pública, se derrumbaba. Con la derrota, se precipitaron las condiciones de oportunidad para que actores dotados de una organización previa se manifestaran en acciones disruptivas contra la dictadura, con sentido deliberado, reflexivo. A ellos se sumaron personas alejadas de los espacios o estructuras donde se tomaban decisiones de poder, de manera más o menos espontánea. Solían establecerse relaciones de cooperación mutua, duraderas o aun efímeras, en las marchas, en los actos.
Para el último gobierno de la dictadura militar, abrir el juego a la reorganización partidaria habría servido para asumir una apertura de otro modo incontenible y para mostrar cierto control en una sociedad en ebullición, cuya presión fue incrementándose. Las acciones de protesta del segundo semestre de 1982 siguieron una tendencia creciente en número y diversidad (Aguila, 2023). Desde septiembre el movimiento obrero organizó huelgas y planes de lucha, ya fuera por sector, como los metalúrgicos, o convocados por las centrales obreras. Los organismos de derechos humanos llevaron a cabo la Marcha por la Vida, en octubre de ese año. Pero de la movilización y la protesta participaron también trabajadores de prensa, actores y directores de cine, estudiantes de distintas universidades nacionales –La Plata, Rosario, Córdoba, Buenos Aires, Río Cuarto, Litoral-, organizaciones de jubilados y pensionados, vecinos del conurbano que se agolpaban frente a las intendencias, familiares y amigos de ex combatientes de Malvinas.[4] Todas esas acciones fueron acompañadas por miles de personas. En diciembre hubo tres remarcables. El día 6 se realizó el primer paro general nacional de 24 horas desde que había asumido el régimen militar, que con un acatamiento superior al 90% permitió a los organizadores de la CGT advertir al gobierno que “el retorno al estado de derecho no se negociaría”.[5] Los días 9 y 10 se desarrolló la Marcha de la Resistencia, convocada por las Madres de Plaza de Mayo, los Familiares de Detenidos Desaparecidos por Razones Políticas y las Abuelas de Plaza de Mayo, en reclamo por la vida, la libertad y la justicia. Los motivos de la concentración eran exigir el inmediato restablecimiento de la Constitución Nacional, el levantamiento del estado de sitio y la vigencia del estado de derecho, la respuesta sobre el paradero y la situación de los detenidos desaparecidos, los niños secuestrados con sus padres y los nacidos en cautiverio, la supresión definitiva de la tortura, de todo apremio ilegal en el país y del secuestro como método de detención; la liberación de los detenidos por razones políticas y gremiales y la revisión de lo actuado por los tribunales militares y ordinarios en los juicios a detenidos políticos y gremiales. Se inició con la ronda de los jueves convocada por las Madres, que en la ocasión se realizó fuera de la Plaza de Mayo por no haber conseguido autorización previa, continuó con una noche de vigilia y, en la tarde siguiente, con la marcha de unas cien mil personas hasta el Congreso, jóvenes en su mayoría, cuyos cánticos desafiaban a la dictadura. Finalizada la marcha, un grupo de activistas que continuó manifestando alarmó a la gran prensa, que no dudó en calificarlo como la reaparición del peronismo radicalizado.[6]
Por último, el 16 de diciembre tuvo lugar la Marcha por la Democracia y la Reconstrucción Nacional, convocada por la Multipartidaria. Esta iniciativa de carácter coalicional integrada por la Unión Cívica Radical (UCR), el Partido Justicialista (PJ), el Partido Intransigente (PI), el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID) y la Democracia Cristiana (DC), se había dado a conocer en julio de 1981, al percibir cierta distensión política durante el gobierno del general Roberto Viola. Por iniciativa de la UCR, esa coalición moderada, no dudó en convocar a otros partidos y aun a asociaciones y organizaciones diversas. En tal sentido, gravitó políticamente y actuó como un espacio de convivencia y diálogo -en especial entre los partidos mayoritarios- desde donde fue posible expresar y plantear una agenda de demandas a las FF.AA. Pero nunca se presentó como coalición electoral. Desde su formación reconocía a los partidos como “transmisores, orientadores y ejecutores de la opinión pública”,[7] lo cual en 1982 la colocaba en perfecta consonancia con los propósitos de la apertura democrática. De manera que, una vez que la cooperación entre partidos alcanzó el objetivo de desplazar a la dictadura, la misión de la Multipartidaria iba a tocar a su fin pese a su incidencia para generar el denominado “consenso del 83”.
Aquel 16 de diciembre los partidos hicieron de las calles de Buenos Aires -y de otras ciudades del país- su territorio para reclamar por el retorno democrático. Las juventudes políticas fueron las activas organizadoras. Los partidos y las fracciones lucieron sus pancartas identificatorias pese a una solicitud en contrario. Se sumaron actores colectivos nuevos, insoslayables en el contexto y autogestados en dictadura, como los organismos de Derechos Humanos (DD.HH.), entre ellos, las Madres de Plaza de Mayo, luego de su tradicional ronda de los jueves.[8] Marcharon más de cien mil personas, muchas de las cualesno pertenecían a ninguna agrupación y se sumaron espontáneamente, en demanda de la plena vigencia de la Constitución Nacional y la entrega del poder el 12 de octubre de 1983. Reclamaron por la vida, la libertad y la recuperación de derechos. Se desplegaron emociones de júbilo y felicidad junto con exteriorizaciones de repudio contra el régimen. La movilización tuvo un tono festivo que se manifestó en abrazos, lágrimas, muestras del reencuentro que se dio “en unión y libertad”.[9] Interesa destacar la dimensión festiva, afectiva, que se expresó en ese reencuentro. Pese a ello, al finalizar la marcha, el enfrentamiento entre algunos militantes y la Policía Federal, que derivó en el asesinato de Dalmiro Flores, empañó dramáticamente la fiesta. Los trágicos incidentes fueron repudiados por toda la dirigencia política y sindical, mientras Bignone felicitó al jefe de Policía. El final no impidió aquello que Miguel Monserrat, dirigente del PI, sintetizó: el pueblo había superado la represión y ganado las calles en reclamo de sus derechos.[10]
Las protestas continuaron a lo largo de 1983. Se intensificó la conflictividad laboral y a fines de marzo se organizó un nuevo paro general que logró un acatamiento del 90% de los trabajadores (Águila, 2023, p. 208). También se desplegaron otras acciones tales como la Marcha por las instituciones que luchaban por la vigencia de los derechos humanos de febrero de 1983, la de repudio al secuestro y asesinato de Osvaldo Cambiasso y Eduardo Pereyra Rossi en abril, seguidas por el ayuno encabezado por Adolfo Pérez Esquivel y militantes del SERPAJ entre el 10 al 24 de mayo de 1983 bajo la consigna
“No matarás ni con hambre ni con balas”, y las convocadas en agosto de 1983 para rechazar el “Documento final sobre la lucha contra la subversión y el terrorismo” la llamada ley de autoamnistía.[11] Pero aquella marcha del 16 de diciembre de 1982 constituyó un hito en la lucha emprendida por los partidos para alcanzar la democracia.
En ese contexto contencioso, de aceleración de las demandas sociales y políticas, aunque el régimen militar estuviera deslegitimado y en crisis, los altos mandos de las tres fuerzas, se mantenían en alerta y desplegaban su capacidad de vigilancia. Cristino Nicolaides (Comandante en Jefe del Ejército), Augusto Hughes (Brigadier General de la Fuerza Aérea) y Rubén Franco (Almirante de Guerra, Jefe de la Armada), realizaron sendas reuniones con ministros del gabinete de gobierno para analizar la situación.[12] El último, en un agasajo a la prensa, procurando salvar el prestigio de las FF.AA. expresó el “decidido apoyo de la Armada al proceso de institucionalización” y, delegando responsabilidades en la civilidad, agregó que “la lección histórica ha sido aprendida: deberá ser el mismo pueblo votante quien revoque sus errores, si los hubiere, por el camino de las urnas”, a la vez que afirmaba que el gobierno sería entregado por las FF.AA. “con honor y en orden”.[13]
En suma, tanto los partidos, los actores político-sociales como los militares en retirada mantuvieron una situación de alerta ante la apertura institucional que, lejos de ser transitada de manera lineal, estuvo plagada de tensiones. Tanto más, cuando algunas exhibiciones represivas -como los asesinatos de Flores, Cambiasso, Pereyra Rossi, a los que se sumaron numerosas amenazas e intimidaciones- añadían vértigo e incertidumbre a la expectativa de recuperación democrática.[14]
2- Los partidos
La coyuntura transicional introdujo algunas transformaciones en la dinámica partidaria de la que, antes de introducirnos en las especificidades de los partidos mayoritarios, destacaremos tres.
1- Hasta 1983 se ha sostenido lo paradójico de un sistema político inestable y un sistema de partidos dotado de estabilidad (Cavarozzi, 1989). Esto cambiaría a partir de entonces, aunque en ese momento no pudiera predecirse. En vísperas de las elecciones inaugurales de ese año, los líderes de los partidos integrantes de la Multipartidaria y un sinnúmero de dirigentes, afiliados y simpatizantes firmaron la Carta Democrática, un documento por el cual se comprometieron en la defensa del sistema institucional y la forma de vida en democracia.[15] Que los principales partidos políticos de la Argentina asumieran que el juego democrático era el único posible de ser jugado, pudo haber sido interpretado en su momento una expresión de deseo. Pero que lo sostuvieran en el largo plazo iba a introducir una gran modificación. Los opositores dejarían de recurrir a las FF.AA. como actores con capacidad de veto para dirimir conflictos y todos, al apostar de lleno por la institucionalidad, abandonaron el doble juego sostenido frente a los gobiernos de facto, consistente en aceptar la suspensión de la actividad política establecida por la Constitución y realizar demandas prudentes de apertura democrática. A la postre, el mantenimiento de este compromiso derivaría en 40 años de vida democrática sostenida que, pese a las dificultades existentes, permitió dar continuidad a la estabilidad política, con conflictos resueltos dentro del orden constitucional.
2- En 1982-1983 predominó la competencia entre partidos con trayectoria previa. En esas primeras elecciones se acentuó la polarización del sufragio, de lo que es posible identificar, en términos de resultados, un bipartidismo de hecho, ejercido por la UCR y el PJ, que pronto fue abriendo paso a un sistema multipartidista (Malamud, 2004; Mustapic, 2013). En efecto, la estabilidad institucional y la competencia inter e intrapartidaria acentuaron la fragmentación, la aparición de nuevos partidos y, paulatinamente, la tendencia a la formación de coaliciones políticas desde mediados de los años ochenta, acentuada y sin retorno desde la década siguiente. Pero ya en la primera elección de este ciclo democrático se hicieron evidentes las limitaciones de los partidos minoritarios para alcanzar posiciones de gobierno, a los que se dedica este parágrafo. La mayor de ellas era que al no contar con incentivos selectivos suficientes (la posibilidad de acceder a puestos de gobierno), no lograrían fidelizar adhesiones. Pero produjeron efectos consistentes en el espacio político. Uno de ellos es, en el caso de los partidos provinciales, que recogieron demandas ancladas en territorios específicos y gravitaron en cuestiones trascendentes a la propia región. Recuérdese, por ejemplo, el Movimiento Popular Neuquino y su incidencia en el proyecto de reordenamiento sindical y en la política de derechos humanos. Otro, refiere al ejercicio de una especie de doble representación en la que se cruzaron la del partido desde el cual lanzaban su candidatura con la de agrupaciones extrapartidarias representativas de un sector potente de la opinión pública. Tal el caso de la candidatura a diputado nacional de Augusto Conte Mac Donell, de la línea Humanismo y Liberación de la Democracia Cristiana, que presentándose como el candidato de los Derechos Humanos, en Capital Federal obtuvo más votos que el candidato presidencial de su partido en todo el país (Fabris-Ferrari, 2019). Por último, hubo partidos que contuvieron las expectativas del voto joven que, más adelante, se canalizaría hacia otras opciones. Tal es el caso del Partido Intransigente, que bajo el liderazgo de un líder anciano, Oscar Alende, contaba con una extendida base de jóvenes. Entre estos últimos había adherentes a una izquierda democrática, ex presos y exiliados del PRT-ERP y Montoneros, jóvenes que habían hecho sus primeras experiencias en la militancia setentista, hijos de exiliados retornados, adolescentes que se incorporaban a la militancia desde centros de estudiantes de colegios secundarios, todos atraídos por una propuesta revolucionaria y latinoamericanista redactada a mediados de los años setenta.[16] Las perspectivas radicalizadas de los jóvenes intransigentes se veían frustradas cuando los cargos partidarios se distribuían entre experimentados dirigentes del Viejo Tronco Radical (VTR) y, a lo sumo, les ofrecían el primer cargo a no salir.[17] Aunque no “estaban por eso”, por acceder a cargos, las bases del PI se fueron desgranando a partir de 1985. En conjunto, los dirigentes de los partidos minoritarios ya en 1985 comenzarían a sentirse atraídos por la idea de integrar coaliciones o a ser seducidos por otros partidos a tal fin, ante las pocas oportunidades de alcanzar espacios de poder. Algunos lo hicieron, pero difícilmente en bloque, lo que generó nuevas fracturas internas. Siempre impactaron, en grados variables, en las prácticas, los cálculos y las negociaciones de los grandes partidos.
3- Por último, e introduciendo el recorrido realizado por los partidos mayoritarios, aunque numerosos cuadros partidarios hubieran participado en asociaciones o en diferentes arenas gubernamentales durante la dictadura, recomponer la estructura orgánica representó un desafío de fuste. Es conocido que fueron numerosos los líderes y dirigentes que se reunieron con los militares en el gobierno, dotaron de cuadros al gobierno dictatorial (intendentes y funcionarios de Línea Nacional de la UCR, del VTR del PI, sectores de derecha de la DC, del MID, de partidos vecinalistas, del Partido Demócrata Progresista –PDP-, entre otros) (Catoira, 2018; Gauto, 2018; Lvovich, 2010). También, a distancia del gobierno, que desde 1978 se realizaron encuentros de políticos, en calidad de ciudadanos, a fin de formular “coincidencias programáticas para ponerlas al servicio de la República” (ex Grupo de Trabajo del Frente Justicialista de Liberación –FREJULI-).[18] Y las redes entre dirigentes y afiliados permanecían de manera informal. Pero la reorganización fue pautada en el marco del Estatuto de reciente formulación y el modo de transitarla dependió de las regulaciones propias de cada organización y de las prácticas -formales o informales- que pesaban sobre ellos, tanto como de la circulación de los líderes y los elencos partidarios.
El Partido Justicialista
Hasta 1983 la experiencia indicaba que, en elecciones libres de proscripción, el peronismo triunfaba, sostenido en su gran base social de trabajadores y control del movimiento sindical. Probablemente por eso el PJ no terminó de percibir el cambio de época al que debía adaptarse. El justicialismo arrastraba la muerte del líder quien, en última instancia, dirimía los conflictos internos. También el desprestigio del último gobierno, en el que habían confluido el control de la ultraderecha, las presiones sindicales, la lucha armada -en buena medida protagonizada por las facciones internas del movimiento- y el comienzo de la represión. Fue la fuerza político-social más castigada por el terrorismo de Estado, especialmente entre los sectores jóvenes de izquierda, obreros y estudiantiles, vinculados a la Tendencia Revolucionaria y, en menor medida, a Montoneros (Ferrari, 2009).
Haciendo un esfuerzo de síntesis para el orden nacional, hacia 1983 es posible identificar en la rama partidaria del movimiento al menos cuatro grandes tendencias: la derecha antiverticalista, la derecha verticalista, el centro y la izquierda (Maronese, Cafiero de Nazar y Waisman, 1985, pp. 247-250). La derecha antiverticalista, nucleada en torno a Ángel Federico Robledo, Raúl Matera y Jorge Triaca, sostenía la oposición a Isabel Perón, la jerarquización del partido sobre el movimiento -ya que pedían la modificación de la Carta orgánica y el voto directo del afiliado para formar listas de cargos partidarios y electivos-, la promoción de la democracia interna, negociar con la dictadura en temas tales como desaparecidos e ilícitos. Esto la convertía en la fracción más dialoguista, en especial en su rama sindical. La derecha verticalista, formada por una constelación de grupos semiindependientes (Comando de Organización, Guardia de Hierro y agrupaciones en torno a caudillos provinciales como Martiarena en Jujuy y Romero en Corrientes), cuyo factor de unión fundamental era la subordinación a Isabel. El centro era una amplísima corriente. Falto de una comunidad de ideas, rescataba la condición movimientista del peronismo, al tiempo que daba importancia a la organización partidaria. Sin hacer del verticalismo un dogma, admitía la jefatura de Isabel, a la vez que reconocía el papel de los “cuerpos orgánicos” del justicialismo: el congreso y el consejo nacional y los provinciales. Carecía de una conducción centralizada, pero sí contaba con referencias en Italo Luder, Antonio Cafiero y Deolindo Bittel, vicepresidente segundo del PJ. Sus apoyos sindicales se encontraban en la Comisión de los 25 -nucleamiento de sindicatos “chicos” que enfrentó a la dictadura- y la CGT Brasil, no dialoguista, liderada por Saúl Ubaldini, y las 62 Organizaciones conducidas por Lorenzo Miguel. Bittel y Cafiero organizaron el Movimiento de Unidad, Solidaridad y Organización (MUSO) -uno de los gérmenes de la futura Renovación Peronista que se conformaría en 1985-, con apoyo de la Comisión de los 25. Por último, la izquierda, conducida por Vicente L. Saadi y nucleada en torno a Intransigencia y Movilización Peronista (IMP), aunaba a un espectro político que planteaba básicamente la oposición frontal a la dictadura y a la conducción de Isabel. Detrás de ella se vislumbraba a Montoneros y tenía representación en algunas estructuras sindicales aisladas (Roland, 2023). Su fuerte de movilización fundamental continuaba siendo la juventud, nunca tan vigorosa como la de los tempranos años setenta.
Por cierto, las corrientes internas no eran líneas completamente definidas ni compartimentos cerrados. Los referentes y demás integrantes de la pirámide partidaria en su mayoría tenían trayectoria dentro del movimiento. Pero esta fragmentación y la denegación mutua de legitimidad para ocupar el liderazgo vacante, derivó en un sinnúmero de enfrentamientos para la definición de las candidaturas, que dejó sólo 45 días para realizar campaña externa. Los actos proselitistas fueron más espacios para dirimir conflictos e imponer candidaturas que para presentar programas. La celebración del Día de la Lealtad en el estadio de Atlanta en 1982 fue un encuentro multitudinario convocado por Bittel, Robledo, la CGT Brasil y las 62 Organizaciones Peronistas, conducidas por Lorenzo Miguel (Suriano-Álvarez, 2013, p. 157). Los enfrentamientos cruzados entre los representantes de la rama sindical, de IMP y las intervenciones de Luder al intentar zanjar la discusión, profundizaron las desavenencias a partir de acusaciones de connivencia entre sindicalistas y militares que dieron pie a las denuncias nunca comprobadas sobre el pacto sindical-militar, utilizadas en campaña por Raúl Alfonsín.
La disputa por la ocupación de cargos en las listas fue durísima, algo que Antonio Cafiero denominaría más tarde “la riña por los espacios”.[19] Durante la reorganización se llevaron a cabo elecciones indirectas, tal como lo señalaban las cartas orgánicas provinciales y nacional. Los congresos provinciales, que elegían las listas de candidatos y los cargos partidarios, se componían en proporción al número de afiliados. En otros términos, las agrupaciones que contaran con mayor cantidad de afiliados, controlaban los congresos distritales. De manera que la disputa se dio a nivel de control de fichas de afiliación, lo que en algunos casos, como la provincia de Buenos Aires, generó graves irregularidades y denuncias (Ferrari, 2009). Esa provincia fue el principal foco de conflictos en el proceso reorganizativo partidario. Allí, la rama sindical encabezada por Herminio Iglesias, quien en carácter de secretario del partido condujo el proceso de reorganización, enfrentó con dureza a la rama política y recurrió a prácticas espurias, tales como el ocultamiento de fichas de afiliación y la manipulación de la justicia electoral (Ferrari, 2009). Pero la experiencia bonaerense no puede extenderse al resto de las provincias. Contrastó con la del muy procedimental peronismo sanjuanino. También con la competencia interna con reconocimiento de la legitimidad del adversario que se dio en Córdoba y con la distribución de cargos nacionales, gobernación e intendencia entre corrientes internas de Santa Cruz, que se resolvieron con rapidez.[20] En aquellas provincias donde los centros industriales y los sindicatos no tenían un gran desarrollo, los liderazgos territoriales predominaron sobre los anteriores, especialmente donde existían caudillos potentes, tales como Jujuy, Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja. En todos los distritos se destaca la incorporación de jóvenes que ingresaron a la militancia en los años setenta, en buena medida como resultado de la peronización de las clases medias; sin embargo, la juventud no se incorporó en posiciones de predominio o lo hicieron sólo excepcionalmente -caso de Capital Federal o bajo el amparo de un viejo líder en Mendoza. Es decir, el PJ compitió en 1983 con los elencos que tenían experiencia previa. En los distritos más industrializados predominaron los que provenían de una matriz sindical y en los menos industrializados, los de la rama política, arraigados en redes territoriales.[21]
Ahora bien, una vez definidas las últimas elecciones internas correspondientes a la provincia de Buenos Aires el 14 de agosto de, 1983 recién pudo convocarse el congreso nacional para elegir autoridades partidarias nacionales, listas de diputados nacionales y la fórmula presidencial (Ferrari, 2009). El congreso se constituía a partir de una representación proporcional por provincias. Buenos Aires aportaba un tercio de congresales, a los que se sumaron los de otra provincia con potentes centros industriales como Santa Fe. Predominaron los elencos de origen sindical, compuestos por dirigentes gremiales o abogados de gremios. Con todo, la fórmula presidencial Italo Luder – Deolindo Bittel y las listas de candidatos a diputados nacionales, fueron “hechas elegir” -falacias de la democracia (Donegani-Sadoun, 1994)- después de un sinnúmero de negociaciones que iban por fuera de los organismos partidarios en las que pesaba con fuerza la opinión de las 62 Organizaciones peronistas y de su secretario general Lorenzo Miguel, vicepresidente 2° del Movimiento Nacional Justicialista (MNJ).
Luder no era un dirigente que tuviera una estructura partidaria detrás de su poco carismática figura. Ex senador nacional y presidente provisional del Senado, era recordado por haber reemplazado a Isabel Perón en el ejercicio de su cargo como presidenta de la Nación, un período corto durante el cual se sancionaron decretos para establecer las instancias institucionales para conducir la lucha contra la subversión.
Los peronistas confiaron en el voto de las mayorías que, en elecciones libres, votaban al peronismo. Un buen augurio era el caudal de afiliados alcanzado al 30 de marzo: basado en la enorme estructura sindical que respondía al MNJ y en el esfuerzo que las agrupaciones internas debían hacer para tener representación en los órganos intermedios, el empadronamiento del PJ pasó de 562.456 afiliados en 1973 a 3.005.355 en 1983.[22] Esa confianza empañó el poco tiempo existente entre la definición de las candidaturas y los comicios para hacer campaña. Ésta fue conducida por el publicista José Albistur. Se apostó a la simbología partidaria, a cohesionar al movimiento, a captar el voto de pertenencia y, pese a las fuertes tensiones y conflictos, no se dejó de apelar a la unidad del peronismo. Se orientó hacia el colectivo de identificación: el movimiento, el pueblo trabajador, e invocando la revolución en paz que reflotaba la consigna de 1973.[23]A último momento, algunas exteriorizaciones, como la quema de un pequeño féretro con las siglas UCR y el nombre del candidato radical por parte del candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, fueron errores muy caros a la hora de generar rechazo en el electorado independiente.
Por otra parte, el discurso de Luder asumió un tono defensivo más que propositivo (Luder, 1984). En el acto de cierre de campaña, afirmaba que su adversario radical reflotaba viejos prejuicios contra el justicialismo con fines electoralistas, instrumentados con un tremendismo verbal que torcía la historia porque la democracia estaba del lado del peronismo en lo referido a construcción de mayorías populares, participación plena (política, económica, cultural y social), derechos de la mujer, inserción protagónica del empresariado nacional.[24] Hacía un llamado a no olvidar el rol histórico del peronismo y a no dejarse seducir por argucias clasistas. Pero dejaba muy poco margen para un “nosotros” inclusivo cuando invocaba a las “compañeras”, los “compañeros”. Su propuesta, su compromiso con vistas al futuro era escueto: ofrecía orden y justicia para todos los argentinos y asumir la responsabilidad de conducir el proceso de reconstrucción nacional sin interferencias ni condicionamientos. Ese discurso era más destinado para reafirmar a los propios que para persuadir a los ajenos.
La Unión Cívica Radical
Frente a ese peronismo confiado hasta último momento en su triunfo, el radicalismo realizó grandes esfuerzos, dispuesto a ocupar el centro de la escena en estas elecciones. La UCR contaba con una larga tradición institucional de competencia entre líneas internas, de las cuales en 1982-1983 sobresalía el Movimiento de Renovación y Cambio (MRyC). Desde su fundación en 1972, tuvo un amplio alcance territorial, aunque ocupara la minoría en los órganos de gobierno a partir de entonces, posición que mantuvo en los comités de emergencia durante la dictadura. Durante la apertura democrática, se había producido un recambio biológico dentro de las élites del partido a la vez que un reemplazo de liderazgo nacional, que necesitaba ser confirmado en la organización (Persello, 2006). Tras la muerte de Ricardo Balbín en septiembre de1981, Alfonsín, oriundo de Chascomús, emergía como el dirigente que lideraba la línea más vigorosade ese partido cuasi centenario: el MRyC. Esa línea estaba integrada por los históricos (entre muchos otros, Edison Otero, Raúl Borrás, Alejandro Armendáriz, Leopoldo Moreau, Juan Manuel Casella) y por los jóvenes –y no tan jóvenes– que seguían siendo identificados como integrantes de la Junta Coordinadora Nacional (JCN) (Altamirano, 1987; Muiño, 2011), y grosso modo se encontraban divididos en tres grandes grupos: la línea “pragmática” de Capital Federal -Enrique Nosiglia; la línea santafesina -Changui Cáceres; la línea “programática” de La Plata y provincia de Buenos Aires -Federico Storani. Junto al MRyC existían hacia 1982 Línea Nacional (cuyos principales dirigentes eran Antonio Troccoli, Juan Carlos Pugliese, Fernando De la Rúa y, más a la derecha, César García Puente), Línea Córdoba (Víctor Martínez, Eduardo Angeloz, Arturo U. Illia, fallecido en 1983) y el Movimiento de Afirmación Yrigoyenista, conducido por Luis León (Persello, 2007). El proceso de reorganización de este partido burocratizado, habituado a celebrar elecciones internas a la par que acuerdos informales, iba a realizarse sin disturbios; presentó en tiempo y forma sus listas de candidatos en las provincias y en la nación. Pero siempre, el MRyC se adelantó y se impuso al resto de las líneas internas.
El entorno alfonsinista inicial comenzó a construirse en la segunda mitad de la década de 1960.[25] A comienzos de los ochenta estaba conformado por figuras de primera y segunda línea que nutrían su círculo de confianza, entre muchos otros, armadores políticos como Raúl Borrás, ideólogos como Carlos Nino, especialistas en políticas públicas como Jorge Roulet, quienes contribuyeron desde distintos ángulos, a construir una coalición dominante duradera, a la que se sumarían integrantes de las diferentes líneas internas, que pese a muchas dificultades, acompañaron al alfonsinismo durante su gobierno.[26]
Alfonsín y el MRyC, línea en la cual sustentaba su liderazgo, fueron veloces para atraer a una buena franja de jóvenes y recién llegados a la política. En tal sentido, se recuerda el acto del 16 de julio de 1982 cuando en pleno estado de sitio, un centenar de miembros de la Juventud Radical, la JCN y el ala universitaria del radicalismo, Franja Morada, organizaron el primer acto partidario realizado en dictadura en la Federación de Box de Capital Federal. Bajo el lema “Que nos devuelvan el país”, convocaban a conquistar el futuro. Al público predominantemente juvenil sumaban presencias como las de Madres de Plaza de Mayo. Los cálculos periodísticos estimaron que la asistencia oscilaba entre cinco y diez mil personas. El discurso de Alfonsín construyó destinatarios amplios. Refirió a que los militares dejaran de ser víctimas de una minoría que los usaba como brazo armado en defensa de sus intereses; a que las madres dejaran de sufrir viendo a sus hijos reclutados por la guerrilla, castigados por la represión o conducidos a la guerra con la humillación de la derrota; a que ser joven dejara de ser un delito en la Argentina decadente y, por el contrario, que fueran los protagonistas de la epopeya de la reconstrucción del país, los grandes renovadores de ideas (Gerchunoff, 2022).[27] Es decir, invitaba -especialmente a los jóvenes- a una promesa de futuro, situándolos en un poder hacer. Al igual que Yrigoyen, repetía “Mi programa es la Constitución”, lo que puede interpretarse como un retorno a la legalidad, una inscripción en la tradición liberal-democrática y un destinatario sin distinción de clases ni credos, sólo limitado por el respeto a las reglas institucionales. La interpelación resultó eficaz para atraer a quienes valoraron su defensa de la democracia representativa, su participación en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, el haberse rehusado a asistir a la asunción del General Menéndez en Malvinas -actitud que cobraba especial significado una vez que la guerra se había perdido. Todos ellos eran recursos nada desdeñables para nutrir el capital político de un dirigente dotado de un discurso democrático performativo y optimista a la salida de una dictadura luctuosa.
El alfonsinismo como núcleo conductor del MRyC, también fue veloz en sus acciones intrapartidarias, adelantándose a sus eventuales competidores internos al sellar alianzas y proclamar precandidaturas. El 8 de diciembre de 1982 se realizó un acto multitudinario en el Luna Park donde se proclamó la fórmula de precandidatos presidenciales de la UCR, Raúl Alfonsín – Víctor Martínez, y luego se marchó hasta la Plaza de la República para cantar el Himno al pie del Obelisco. Se calculó que asistieron 14 mil personas y 3 mil quedaron en la puerta.[28] El discurso de Alfonsín a sus partidarios -colectivo de identificación (Verón, 1987)- fue incluso severo, al punto de incluir enfervorizados pasajes que recuerdan el lenguaje de los años setenta. En esa línea, afirmó que “por la paz o por la violencia cambiarán las cosas en nuestro país”. También prometió transformaciones que terminarían con todos los privilegios en la Argentina y expresó su voluntad de transformar al radicalismo en un movimiento popular. Martínez lo secundó aludiendo a los muertos, los torturados y los desaparecidos durante la represión y afirmando que el radicalismo quería una juventud rebelde, ante una audiencia que, además de las boinas blancas, incorporó bombos a la simbología de campaña (Muiño, 2011). Desde Línea Nacional, De la Rúa se lamentó de ese hecho argumentando que buena parte del radicalismo hubiera preferido una fórmula que lo incluyera como vicepresidente y anunció que habría confrontación interna.[29]Pero el crecimiento de la candidatura de Alfonsín desbarató esas expectativas y la interna presidencial nunca se llevó a cabo.
Con posterioridad, la UCR transitó aceitadamente su reorganización siguiendo las pautas de su carta orgánica nacional y las provinciales, que pautaban las elecciones internas de cargos partidarios y electivos por voto directo y secreto de los afiliados, además de fijar los mecanismos para el armado de las listas de acuerdo a un orden de prelación según a la cantidad de sufragios obtenidos.[30]Aun así, esas pautas rutinizadas se combinaban con una selección informal por parte de los líderes partidarios. La candidatura a gobernador de la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, fue disputada por la “fórmula joven”, Juan Manuel Casella-Leopoldo Moreau, pero quedó desbaratada antes de someterla a votación interna en plena convención provincial, ya que Alejandro Armendáriz contaba, previamente, con el apoyo de cuatro secciones electorales y aun del propio Alfonsín (Portesi, 2013, p. 33-34), quien también seleccionó y propuso como vicegobernadora a Elva Barreiro de Roulet.[31] Apenas después de mediados de julio, las candidaturas provinciales habían sido definidas y a ello sucedieron las nacionales. La reorganización partidaria del radicalismo se hizo en tiempo y forma, combinando prácticas formales e informales.
El proceso de afiliación también fue desarrollado a término. Al 30 de marzo la UCR contaba con 1.410.123 afiliados, poco menos que la mitad de su principal adversario.[32] Luego, las afiliaciones continuaron. Se han destacado numerosos aspectos de la campaña electoral, haciendo hincapié en la importancia de los actos, el componente sociológico de asistentes, la invención de nuevas tradiciones y las novedades que iban desde la aplicación de sondeos a debates televisivos (Vommaro, 2017). A ello, el radicalismo sumó una persistente actividad docente a través de la prensa escrita nacional, explicando la importancia de afiliarse y cómo hacerlo. En extensas solicitadas, se indicaba la ubicación de los comités de afiliación y el horario de funcionamiento. Se enseñaba a llenar las fichas de afiliación, para lo cual era necesario acudir presencialmente, portando el documento de identidad. Se informaban las posibilidades del afiliado en cuanto a proponer, avalar y aun determinar las decisiones a adoptar. Se tentaba al potencial afiliado con poder elegir y ser elegido en ese momento fundamental de la historia argentina. Se recomendaba retener una copia del carnet de afiliación para poder votar a las autoridades partidarias. Se alentaba a atraer familiares y amigos.[33]
Ese aspecto docente formó parte de la campaña electoral, encargada a un equipo de creativos dirigido por el publicista David Ratto, que revolucionó el estilo de campaña. Los esfuerzos fueron emprendidos durante un tiempo prolongado, dado que la UCR había concluido a tiempo su organización. La campaña innovó en muchos aspectos y no perdió de vista ningún medio de comunicación. La UCR recurrió con énfasis al uso de la propaganda televisiva, con fuertes tintes publicitarios. El equipo de campaña encontró un saludo para el candidato: el característico de las manos entrelazadas orientadas hacia la izquierda. Y utilizó las iniciales del candidato que coincidían con las de la República Argentina enmarcadas en un óvalo, repitiendo slogans como “Ahora Alfonsín” o “Alfonsín, el hombre que hace falta”.[34]
Los actos de campaña en las calles se destacaron por el énfasis en los discursos que interpelaban a un actor privilegiado, al que Alfonsín no denominaba preferentemente correligionarios, ni ciudadanos, sino pueblo, pueblo argentino. La promesa democrática y la de ejercicio de un liderazgo republicano fueron proyectadas en sus discursos que, con acierto, finalizaban con el rezo laico del preámbulo. En esas ocasiones, además, solía diferenciarse de un pasado catastrófico asociado a la dictadura y a la violencia política predictatorial -que Gerardo Aboy Carlés categorizó como frontera política (2001), con lo cual denostaba al adversario peronista al que le sumaba la carga de un nunca comprobado pacto militar-sindical. Auguraba una visión de futuro inmediato democrático con el que “se come, se cura y se educa”, e interpelaba a una sociedad en busca de paz e institucionalidad.
Conclusión
Mediante la firma del estatuto de partidos políticos, la dictadura dejaba en claro la intención de traspasar el gobierno a la sociedad civil a fines de agosto de 1982. De esa manera, además, los militares buscaban encauzar la interlocución política en un contexto de extendido repudio hacia la dictadura a través de los protagonistas de la competencia electoral.
A partir de ese momento los partidos preexistentes iniciaron su reorganización en el marco del Estatuto formulado, para luego dar paso a la campaña y la competencia electoral. Los integrantes de la Multipartidaria continuaron realizando acciones conjuntas hasta la apertura del calendario electoral. Por su convocatoria y sus repercusiones públicas, la más recordada del período analizado fue la Marcha por la Democracia y la Reconstrucción Nacional del 16 de diciembre de 1982, que se llevó a cabo en la Capital Federal y se replicó en las principales ciudades del país. Menos conocido fue el compromiso de sostener la democracia firmado en vísperas de la elección del 30 de octubre de 1983, porque preanunció la aceptación de que ese era el único sistema de gobierno posible. Pero una vez en campaña la Multipartidaria fue perdiendo la gravitación que había tenido.
Las elecciones presidenciales y en la mayoría de las gobernaciones se dirimieron entre los dos partidos mayoritarios. No obstante, algunas fuerzas las minoritarias produjeron efectos consistentes en sus distritos en el caso de partidos provinciales, o cuando ciertos candidatos sumaban a su representación partidaria alguna causa particularmente significativa en la coyuntura, tal como la de defensa de los derechos humanos.
Los partidos se reorganizaron con las dificultades propias de haber transitado seis años de inactividad política formal. El PJ emergió fragmentado de la dictadura, con enconados enfrentamientos internos que en parte retomaban, sin violencia, los del período 1973-1975 y serios impedimentos para definir un liderazgo. Esto retrasó la reorganización interna, en especial en la provincia de Buenos Aires, y demoró el comienzo del período de campaña. El partido, controlado por la rama sindical y confiado en el gran número de afiliados con que contaba, escogió a Italo Luder como candidato a presidente de la Nación, quien estaba lejos de ser un líder carismático y tener estructura propia. La campaña apostó al voto de pertenencia y al colectivo de identificación y se optó por un discurso defensivo, que insistía en las consignas setentistas de revolución en paz y en reivindicar el rol histórico del peronismo.
El radicalismo, en cambio, no escatimó en esfuerzos, considerando que había llegado su momento. Bajo el liderazgo indiscutido de Raúl Alfonsín, el MRyC y el partido después realizaron actos que apuntaron a consolidar fuerzas y atraer a la juventud. Concluida su reorganización a fines del mes de julio ¿de 1982?, se pasó a una campaña que enfatizó en la paz social, en la cual no faltaron la simbología tradicional, la incorporación de otra nueva, las novedades publicitarias ni la búsqueda de proximidad a la ciudadanía, a través de un fuerte componente de docencia política dirigido al potencial afiliado. El discurso de Alfonsín se convirtió en promesa de ruptura con el autoritarismo y la violencia política, a cambio de lo cual proponía la vigencia de la Constitución al pueblo argentino, destinatario de ese discurso, incluido en un nosotros llamado a reconstruir la democracia como sistema de gobierno y forma de vida.
Pero hasta la concreción de las elecciones, aunque no hubiera retrocesos, hubo fuertes tensiones e incertidumbre. Los partidos actuaban en un escenario vigilado por las FF.AA., a la vez que custodiado por la sociedad movilizada. Para repudiar al régimen en retirada y expresarse a favor de la recuperación democrática, la protesta callejera fue la principal opción deliberada de un conjunto de actores colectivos organizados que recibió el apoyo espontáneo de quienes individual y hasta festivamente se sumaban a expresar sus demandas contenidas. La acción colectiva puso en alerta a las FF.AA. que se autoconvocaron para analizar la situación, buscaron impedir ciertas movilizaciones, las vigilaron y hasta las reprimieron. La intensidad alcanzada por la protesta a mediados de diciembre de 1982 disminuyó, coincidiendo con las fiestas de fin de año y el receso estival. Pero en febrero del año siguiente, al retomarse las discusiones sobre el cronograma y el sistema electoral que se sancionaría en el mes de junio, la protesta recomenzó, algo disminuida pero persistente. Se registraron otros picos de fuerte visibilidad ante el retorno a prácticas terroristas -como el doble secuestro seguido de muerte de dos militantes montoneros en Rosario- y la pretendida sanción de la llamada ley de autoamnistía. Pero el proceso de movilización social continuó hasta las elecciones y la asunción del flamante gobierno democrático. Es decir, así se custodió el retorno de la democracia.
Las argentinas y los argentinos, organizados y movilizados, fueron las madres y los padres de la democracia que, desafiando al régimen, permitieron a los partidos mantener una posición moderada, sin enfrentar a las FF.AA. que, en función de esa moderación, habilitaron el proceso electoral. En otros términos, la acción colectiva sostenida habría sido el humus que permitió a los partidos mantener una posición distante, porque aceleró los tiempos de la recuperación democrática. En un escenario plagado de tensiones, favoreció el despliegue de la competencia electoral y enfrentó regresiones autoritarias, hasta el acceso a la presidencia de la Nación de quien supo condensar mejor los anhelos de la sociedad a la que interpelaba mediante sus prácticas y sus discursos, Raúl Alfonsín.
Bibliografía
Aboy Carlés, G. (2001). Las dos fronteras de la democracia argentina. La redefinición de las identidades políticas de Alfonsín a Menem. Rosario: Homo Sapiens.
Águila, G. (2023). Historia de la última dictadura militar. Argentina, 1976-1983. Buenos Aires: Siglo XXI.
Altamirano, C. (1987). La Coordinadora. Elementos para una interpretación. En J. Nun y J. C. Portantiero (comps.) Ensayos sobre la transición democrática en la Argentina. Buenos Aires: Puntosur.
Bourdieu, P. (1994). Raisons pratiques. Sur la théorie de l’action. Paris: Seuil.
Calvo, E. (2013). El peronismo y la sucesión permanente: mismos votos, distintas élites. Revista SAAP, 7 (2) – Número especial, Noviembre. Recuperado de https://revista.saap.org.ar/articulos/revista-saap-volumen-7-2.html.
Catoira, M. (2018). Funcionarios y autoridades locales de General Sarmiento durante la última dictadura (1976-1983). En D. Lvovich, Historias de/en General Sarmiento (pp. 195-222). Los Polvorines: UNGS.
Cavarozzi, M. (1989). El esquema partidario argentino: partidos viejos, sistema débil. En M. Cavarozzi y M. Garretón (coord.), Muerte y resurrección. Los partidos políticos en el autoritarismo y las transiciones del Cono Sur (297-334). Santiago de Chile: FLACSO.
Crozier, M y Friedberg, E. (1990 [1977]). El actor y el sistema. Las restricciones de la acción colectiva. México: Alianza Editorial Mexicana.
Donegani, J. M. – Sadoun, M. (1994). La Démocratie imparfaite: Essai sur le parti politique. Paris: Folio.
Elias, N. (1970). Qu’est-ce que la sociologie? Paris: Plon.
Fabris, M y Ferrari, M. (2019). Augusto Conte diputado. Entre la Democracia Cristiana y el Movimiento de Derechos Humanos. JahrbuchfürGeschichteLateinamerikas / Anuario de Historia de América Latina. 56. Recuperado de https:// journals .sub.uni-hamburg.de/ojs3/jbla/article/view/153. https://doi.org/10.15460/jbla.56.153
Ferrari, G (2013). 1983. El año de la democracia. Buenos Aires: Planeta.
Ferrari, M. (2009). Entre la reorganización y la derrota. El Partido Justicialista de la provincia de Buenos Aires, 1982-1983. Estudios Sociales. 37, 97-125.
Ferrari, M. (2017) La Democracia Cristiana argentina durante la dictadura cívico-militar y la transición temprana (1976-1985). Historia, 50(I), 49-77. Recuperado de http://revistahistoria.uc.cl/index.php/rhis/article/view/124/119.
Ferrari, M. (2023). Argentinas y argentinos. Madres y padres de la democracia. En M. Ferrari y M. Fabris (coords.), El año que recuperamos la democracia. 1983: una coyuntura de disputas (pp. 25-48). Mar del Plata: EUDEM.
Ferrari M. y Mellado V. (eds.) (2016). La Renovación peronista. Organización partidaria, liderazgos y dirigentes, 1983-1991. Sáenz Peña: EDUNTREF.
Fontana, A. (1984). Fuerzas Armadas, partidos políticos y transición a la democracia en Argentina. Buenos Aires: Estudios CEDES.
Franco, M. (2023). 1983. Transición, democracia, incertidumbre. Los Polvorines: UNGS.
Franco, M. y Feld, C. (comps.) (2015), Democracia hora cero. Actores, políticas y debates en los inicios de la posdictadura. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Gauto, B. (2018), La militancia política en el Gran Buenos Aires durante la dictadura (1976-1983). El caso de la Unión Cívica Radical en el expartido de General Sarmiento. En D. Lvovich, Historias de/en General Sarmiento (pp. 223-246). Los Polvorines: UNGS.
Geertz, C. (2003). La interpretación de las culturas. Barcelona: Gedisa.
Gerchunoff, P. (2022). Raúl Alfonsín. El planisferio invertido. Buenos Aires: Edhasa.
Gordillo, M. (2006). Acción colectiva y construcción de nuevas agendas en el marco de los ajustes provinciales: Córdoba, 1995-1997. Anuario de la Escuela de Historia de la Facultad de Humanidades y Artes. UNR, 21, 123-155.
Guerra, F. X. (1990). Hacia una nueva historia política: actores sociales y actores políticos”. Anuario IEHS, 4, 243-264.
Linz, J. J. (1990). “Transiciones a la democracia”. Reis. 50/90, 7-33.
Luder, I. (1984). El justicialismo en la oposición. Buenos Aires: Corregidor.
Lvovich, D. (2010). “Burócratas, amigos, ideólogos y vecinalistas: el reclutamiento de funcionarios municipales de Morón durante la dictadura militar”. En E. Bohoslavsky y G. Soprano, G. (eds.), Un Estado con rostro humano. Funcionarios e instituciones estatales en Argentina (de 1880 a la actualidad). Buenos Aires: Prometeo-UNGS.
Malamud, A. (2004). El bipartidismo argentino: Evidencias y razones de una persistencia (1983-2003). Colección, X (15), 13-43.
Maronese, L., Cafiero de Nazar, A. y Waisman, V. (1985) El voto peronista ’83. Perfil electoral y causas de la derrota. Buenos Aires: El Cid Editor.
Muiño, O. (2011). Los días de la Coordinadora. Políticas, ideas, medios y sociedad (1968-1983). Buenos Aires: Corregidor-IML.
Mustapic, A. M. (2013). Los partidos políticos en la Argentina: condiciones y oportunidades de su fragmentación. En C. Acuña (comp.) ¿Cuánto importan las instituciones? Gobierno, Estado y actores en la política argentina (pp. 249-290). Buenos Aires: Siglo XXI.
Novaro, M. (2006). Historia de la Argentina contemporánea. De Perón a Kirchner. Buenos Aires: Edhasa.
Nun, J. y Portantiero, J. C. (comps.) (1987). Ensayos sobre la transición democrática en la Argentina. Buenos Aires: Puntosur.
O’Donnell, G y Schmitter P. (2010). Transiciones desde un gobierno autoritario. Buenos Aires: Prometeo.
Ollier, M. M. (2010). Atrapada sin salida. La provincia de Buenos Aires en la política argentina. San Martín: UNSAM Edita.
Panebianco, A. (2009), Modelos de partidos. Organización y poder en los partidos políticos. Madrid: Alianza.
Parera, R. (1986). Los demócrata cristianos argentinos: Testimonios de una experiencia política, T. I. Buenos Aires: Leonardo Buschi.
Persello, A. V. (2007). Historia del radicalismo. Buenos Aires: Edhasa.
Portesi, J. A. (2013). Ruido de rotas cadenas. Memorias sobre la recuperación Democrática Argentina. Buenos Aires: De los Cuatro Vientos.
Quiroga, H. (2004), El tiempo del Proceso. Conflictos y coincidencias entre políticos y militares, 1973-1983. Rosario: Homo Sapiens.
Quiroga, H.- Tcach, C. (comps.) (2006). Argentina 1976-2006. Entre la sombra de la dictadura y el futuro de la democracia. Rosario: Homo Sapiens.
Roland, E. (2023). El peronismo revolucionario durante el primer tramo de la reconstrucción democrática. Una mirada desde Córdoba. Córdoba, Brujas-CEA-UNC.
Suárez, F. (2023). Asincronías democráticas: los partidos entre la dictadura y la democracia. En M. Ferrari y M. Fabris (coords.). El año que recuperamos la democracia. 1983: una coyuntura de disputas (pp. 179-202). Mar del Plata: EUDEM.
Suriano, J. y Álvarez E. (2013). 505 días. La primera transición a la democracia. De la rendición de Malvinas al triunfo de Alfonsín. Buenos Aires: Sudamericana.
Tcach, C. (1996). Partidos políticos y dictadura militar en Argentina. 1976-1983. En S. Dutrénit (coord.) Diversidad partidaria y dictaduras. Argentina, Brasil y Uruguay. México: Instituto Mora.
Tilly, Ch. (1978). “Collective action”, in Encyclopedia of European Social History. New York, Columbia University. [Traducido al español].
Verón, E. (1987). La palabra adversativa. En E. Verón et al. El discurso político. Lenguajes y acontecimientos (pp. 11-26). Buenos Aires: Hachette.
Vommaro, G. (2006). Cuando el pasado es superado por el presente: las elecciones presidenciales de 1983 y la construcción de un nuevo tiempo político en Argentina. En A. Pucciarelli (coord.), Los años de Alfonsín. ¿El poder de la democracia o la democracia del poder?
Yanuzzi, M. A (1996). Política y dictadura: los partidos políticos y el “proceso de reorganización nacional” 1976-1982. Rosario: Fundación Ross.
Zelaznik, J. (2013). Unión Cívica Radical: entre el tercer movimiento histórico y la lucha por la subsistencia. Revista SAAP, 7 (2). Recuperado de https://revista.saap.org.ar/articulos/revista-saap-volumen-7-2.html
[1]“Espero ser el último presidente de facto”, Clarín, 27 de agosto de 1982. Anales de Legislación Argentina (ALA) “Nueva Ley Orgánica de los partidos políticos”, N° 22.627, 26 de agosto de 1982, t. XLII-C, Buenos Aires, La Ley, pp. 2440-2452.
[2]ALA, “Sistema electoral nacional”, N° 22.838, 23 de junio de 1983, t. XLIII-C, Buenos Aires, La Ley, pp. 2502-2504.
[3]Entiendo como actores a sujetos individuales o colectivos que, fundamentalmente, se definen a partir de sus prácticas y se encuentran en permanente relación de conflicto o de colaboración para ocupar posiciones, tomar decisiones influyentes o expresar demandas en un espacio político-social que los condiciona a la vez que es permanentemente reactualizado por ellos. Elaboré esta definición a partir de enfoques clásicos (Guerra, 1990; Elias, 1970) y de la propia experiencia de análisis.
[4]Acciones de protesta promovidas por: a) Sindicatos metalúrgicos y de transporte: “Cumplieron el paro de 15 horas los metalúrgicos”, La Nación (LN), 15 de noviembre de 1982; “El lunes paran el autotransporte de pasajeros y los FFCC”, El Día (ED), 3 de diciembre de 1982; “Paro de los metalúrgicos y de los ferroviarios”, LN, 14 de diciembre de 1982. b) sindicatos de prensa y cultura: “AEDBA condenó las clausuras”, LN, 5 de noviembre de 1982; “Pidióse la reactivación del cine en una marcha de protesta”, LN, 14 de diciembre de 1982. c) Estudiantes universitarios: “Concentraciones, cupos de ingreso, concursos y comicios”, LN, 6 de noviembre de 1982. d) Jubilados y pensionados: “Convocatoria para mañana a una manifestación”, LN, 15 de noviembre de 1982. e) Asociaciones de vecinos: “Manifestaciones de protesta por las tasas en Avellaneda y Caseros”, LN, 19 de noviembre de 1982. f) Familiares de ex combatientes: “Realizóse el homenaje a ex combatientes de las Malvinas”, ED, 5 de diciembre de 1982.
[5]“El país virtualmente detenido”, ED, 7 de diciembre de 1982. La expresión entre comillas es de Florencio Carranza, del sindicato de Empleados de Comercio.
[6]“Se inició ayer la ‘marcha de la resistencia’”, LN, 10 de diciembre de 1982. “Comenzó ayer la marcha de la resistencia”, ED, 10 de diciembre. “La ‘marcha de la resistencia’”, LN, 11 de diciembre de 1982.
[7]“Llamado de la Multipartidaria a la ciudadanía”, ED, 15 de julio de 1981. “Documento de la Multipartidaria”, LN, 17 de diciembre de 1982.
[8] Entre otros, estaban presentes “la Acción Conjunta de Agrupaciones Básicas Justicialistas, la Confederación Socialista, el Partido Socialista Popular y el Partido Demócrata Progresista, el Partido Socialista Unificado, el Movimiento de Integración y Desarrollo, Política Obrera, la Unión de Juventudes por el Socialismo y el Movimiento Progresista. De los organismos de derechos humanos, APDH, SERPAJ, Familiares de Desaparecidos y Liga Argentina de los DD.HH.; Trabajadores de Cine, FOETRA, SADAIC, UOCRA, Movimiento Bancario, Mesa Coordinadora Nacional de Pensionados y Jubilados, Asociación de Abogados y Trabajadores del Libro. La UCR marchó con pancartas con los retratos de Balbín y Alfonsín, se identificó una Línea Nacional Balbinista y una columna del MRyC. La Juventud Radical y la Juventud Peronista marcharon juntas, con carteles que alternaban los retratos de Perón, Balbín y Alfonsín”. “La mayor concentración cívica de oposición al gobierno”, ED, 17 de diciembre de 1982.
[9]García Lerena, R., “La intemperancia empañó una fiesta popular”, ED, 17 de diciembre de 1982.
[10]“Documento de la Multipartidaria”, LN, 17 de diciembre de 1982. “Políticos y sindicalistas repudiaron enérgicamente la represión policial”, ED, 18 de diciembre de 1982. “Trágicos incidentes tras la multitudinaria manifestación”, ED, 17 de diciembre de 1982. Casasbellas, R. de., “La palabra es del gobierno”, ED, 18 de diciembre de 1982.
[11]Un compendio audiovisual en Archivo Hasenberg-Quaretti. Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=29Oyh8zqgBQ&t=8s&ab_channel=M%C3%B3nicaHasenberg
[12]“Analizan los mandos militares la situación general del país”, LN, 14 de diciembre de 1982.
[13]“La marcha de la Multipartidaria”, LN, 16 de diciembre de 1982. El resaltado es mío.
[14]Sobre las intimidaciones y amenazas, véase la entrevista a Magdalena Ruiz Guiñazú citada en Suriano y Álvarez (2013). Acerca de su continuidad en tiempos democráticos, ver el artículo de Crenzel, E. en este mismo dossier.
[15]Carta Democrática, Capital Federal27 de octubre de 1983. Firmaron Raúl Alfonsín, Ítalo Luder, Oscar Alende, Francisco Cerro y Rogelio Frigerio y un gran número de adherentes. En: Archivo del Partido Demócrata Cristiano, sin clasificar.
[16]PI [1975] (1984) Aportes para el proyecto nacional, Buenos Aires, s/e.
[17]Entrevista a Gabriel Puricelli, realizada por la autora en Buenos Aires, 23 de agosto de 1982.
[18]Por dar un ejemplo, en 1978 ex legisladores nacionales del FREJULI, que en 1975 habían constituido el Grupo de Trabajo, se reunieron como ciudadanos para conformar un núcleo destinado a formular una serie de “coincidencias programáticas al servicio de la República”. Analizaron informes referidos a la actividad política y socioeconómica del país y elaboraron dictámenes sobre: 1) Reafirmación del imperio de la democracia como forma de vida y estilo de gobierno. 2) Afirmación y fundamentación de que no habrá solución política sin consenso popular. 3) Declaración respecto de que no habrá solución económica sin justicia social y defensa del patrimonio nacional. 4) Rechazo de la violencia y el terrorismo en todas sus manifestaciones; 5) Promoción y vigencia del movimiento nacional como instrumento de liberación, progreso y unión de los argentinos. Fueron designados como miembros convocantes para futuros encuentros los ex legisladores: Enrique Osella Muñoz, Carlos Auyero, Luis Rubeo, Carlos Imbaud, Jorge Gualco, Nicolás Giménez, Julio Bárbaro, Osvaldo Patalagoitía, Gilberto Hugues y Julio Migliozzi. “Cónclave de ex legisladores”, Clarín, 16 de abril de 1978.
[19]Cafiero, A. “En qué nos equivocamos”, Clarín, 14 de Abril de 1984 (Cafiero, 2007, p. 89-94).
[20]Sobre las modulaciones de la reorganización del PJ en las provincias mencionadas, ver los capítulos de Rodrigo, Closa, Bona y Vilaboa, en Ferrari y Mellado (2016).
[21]En igual sentido, véase los capítulos de Kindgard, Mellado, Luoni y Maina, en Ferrari y Mellado (2016).
[22] Parera, (1986, p. 295). Clarín, 31 de marzo de 1983, pp. 12-15.
[23]Spot de campaña Luder-Bittel. Recuperado de https://www.educ.ar/recursos/119104/aviso-de-la-campana-de-italo-luder-de-1983.
[24]“La campaña electoral” (Luder, 1984, pp. 8-12).
[25]Entrevista a Elva Barreiro de Roulet, realizada por la autora en Buenos Aires, 20 de marzo de 1983.
[26]Formaron parte de esa coalición, entre otros, por el MRyC, Juan Manuel Casella, Leopoldo Moreau, Mario Negri, Carlos Becerra; por Línea Córdoba, Víctor Martínez; por el Balbinismo Auténtico, luego Movimiento de Integración Nacional, Juan Carlos Pugliese, Antonio Troccoli; por la fracción pragmática de la JCN, Enrique Nosiglia, Jesús Rodríguez, Marcelo Stubrin. Base de datos de la autora.
[27]Recuperado de: https://www.clarin.com/politica/40-anos-acto-raul-alfonsin-federacion-box-relato-intimo-noche-vistio-presidente_0_nTKgPmswSf.html
[28]“El binomio Alfonsín-Martínez realizó un acto en el Luna Park”, LN, 8 de diciembre de 1982.
[29]“Una prueba del espacio político ganado”, LN, 8 de diciembre de 1982.
[30]A modo de ejemplo, ver la Carta orgánica de la Unión Cívica Radical de la Provincia de Buenos Aires (1966) s/l, s/e, art. 35 y 42, pp. 22 y 23.
[31]Entrevista a Elva Barreiro de Roulet, realizada por la autora en Buenos Aires, 20 de marzo de 2014.
[32]Clarín, 31 de marzo de 1983, pp. 12-15.
[33]“UCR. Afíliese a la esperanza”, LN, 12 de diciembre de 1982.
[34]“Alfonsín y la publicidad”, La Voz del Pueblo, Tres Arroyos, 8 de marzo de 2020. https://lavozdelpueblo.com.ar/noticia/92389-Alfons%C3%ADn-y-la-publicidad.