Sebastián Giménez y Nicolás Azzolini (coords.), Identidades
políticas y democracia en la Argentina del siglo XX. Buenos Aires: Teseo,
2019, 280 pp.
Por Francisco Reyes
Instituto de Humanidades y Ciencias
Sociales (IHUCSO) del Litoral, Universidad Nacional del Litoral/Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas,
Santa Fé, Argentina.
.
ISSN 1853-7723
Las principales
vertientes de la renovada historia política no le han asignado aún un lugar
significativo a la gestación y devenir de las distintas formas de pertenencia y
solidaridades políticas, salvo que se deriven de organizaciones partidarias
(algo señalado en el nº 9 de esta revista con saludable espíritu polémico por
Eduardo Míguez para el cambio del siglo XIX al XX). Identidades políticas y
democracia en la Argentina del siglo XX constituye una estimulante
propuesta de diálogo entre aquellas disciplinas más teóricas dentro de las
Ciencias Sociales y la historia política. Desde las páginas iniciales invita a
un feed-back que se vuelve necesario, ante el estado de avance de
múltiples investigaciones que se encargaron de estos cruces, con notables antecedentes
en los análisis sobre el período posterior al derrocamiento de Perón.
En los
distintos capítulos las identidades políticas se erigen en el objeto de estudio
privilegiado, a la vez que como una perspectiva analítica “informada
teóricamente”. Los autores parten de la constatación de que las identidades no
son algo dado, naturalizables históricamente. Esta perspectiva no tiene un afán
“revisionista”, sino consolidar aportes madurados en múltiples intercambios
académicos, ya que detrás de la obra hay un conjunto de tesis, obras
colectivas, libros individuales y artículos sobre la temática y con una
perspectiva teórica común. Las identidades políticas como objeto de estudio con
entidad propia, he aquí su principal mérito.
Otro objetivo
sostenido es demostrar la operatividad de conceptos analíticos para repensar
los procesos políticos del siglo XX y llegar así a nuevas interpretaciones. Se
advierte en este punto una segunda virtud del libro. En tanto trabajo con
pretensiones teóricas –con una avanzada coherencia colectiva–, la clave de
lectura gira en torno a conceptos como populismo, alteridad, hegemonía,
sobredeterminación, polarización, regeneracionismo, comunidad,
frontera y tradición. Los mismos pueden adquirir un carácter casi
esotérico para aquellos no familiarizados con la sociología de las identidades
políticas y los estudios de corte postestructuralista sobre populismo, aunque
obras de algunos de los autores –Las dos fronteras de la democracia
argentina (2001) de Gerardo Aboy Carlés o Las brechas del pueblo
(2013) de Aboy junto a Sebastián Barros y Julián Melo– han avanzado en su
difusión. Éste es un punto alto de la obra, pero también primera luz amarilla a
la hora de establecer un diálogo fluido con investigadores reacios a
aventurarse en tierras teóricas.
Una importante
cuestión analizada remite a las disputas entre actores políticos por la
legitimidad y la pertenencia a la comunidad política. Esto se vislumbra en los
estudios que hacen foco en la dinámica de un régimen político específico: el de
Giménez que profundiza en el período posterior al golpe de Estado de 1930 y las
sucesivas reformulaciones del lugar del radicalismo; el de Adrián Velázquez
Ramírez sobre la transición a la democracia de 1983 y el cambio conceptual del
alfonsinismo y la renovación peronista; y, con otro énfasis, el de Aboy Carlés
sobre los populismos latinoamericanos y la polarización política. Pero también
en aquellos que dan cuenta de la inscripción de esas identidades en
determinadas tradiciones y su capacidad para reinterpretarlas: la reflexión de
Daniela Slipak sobre la reinvención setentista del peronismo por Montoneros; la
particular apropiación de un legado nacional-popular operada por el radicalismo
de la Junta Renovadora en la “génesis peronista” estudiada por Florencia Campo
y Julián Melo; el análisis del discurso de Frondizi y su imposibilidad para
trascender la polarización peronismo/antiperonismo ensayado por Azzolini.
Dicho esto,
cabe notar algunas cuestiones sobre la propia agenda de investigación y las
perspectivas analíticas declaradas en el libro. En primer lugar, en la
generalidad del fenómeno de las identidades políticas se exhibe una
sobrerrepresentación de los grandes movimientos nacional-populares
(radicalismos y peronismos varios), en detrimento de las más minoritarias y
enmarañadas expresiones de las izquierdas y las derechas, circunstancia salvada
en parte por el trabajo de Ricardo Martínez Mazzola sobre las mutaciones del
“espíritu de escisión” del socialismo.
Por otro lado,
salvo el aporte de Barros sobre las tramitaciones espaciales de los lugares
sociales en las identidades excluidas en la Convención Constituyente de Chubut
en 1957, prácticamente se pasa por alto uno de los avances más significativos
de la nueva historia política que tiene que ver con las escalas provinciales,
regionales y locales como instancias de producción de lo político y donde se
modulan las identidades políticas de alcance nacional. Finalmente, se afirma en
la introducción teórica –texto de valor en sí mismo– que los símbolos juegan un
papel fundamental en las disputas semánticas operadas en todo proceso
identitario. Pero tal vez porque se adopta como objeto fundamental de análisis
los discursos en sí, hubiera sido deseable encontrar un abordaje de lo
simbólico que remita a la iconografía o a las consignas como elementos de
interpelación y apropiación. Existen desarrollos provenientes de la
antropología, la historia del arte e incluso de la historia de las emociones
que han hecho importantes aportes para pensar las identidades políticas.
Lo
expresado no hace más que demostrar el grado de avance de una línea de
investigación que ha definido con precisión un tema relevante de indagación y
sofisticado las herramientas teóricas para su tratamiento. La invitación de Identidades
políticas y democracia merece recibirse para profundizar un diálogo crítico
en el cual las variantes de la historia política todavía tienen mucho por
avanzar. El libro ha pavimentado un camino casi virgen.