Pasado
y presente en la obra de Natalio Botana: lecturas
de un historiador de la libertad, el poder y la historia. Conversaciones con
Fernando Rocchi (Edhasa 2019).
Por BEATRIZ A. BRAGONI
Instituto de Ciencias
Humanas, Sociales y Ambientales- Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas de Argentina (INCIHUSA-CONICET)
Universidad Nacional de Cuyo
(UNCUYO)
Mendoza, Argentina.
PolHis, Revista Bibliográfica Del
Programa Interuniversitario De Historia Política,
Año 13, N° 25, pp. 359-376
Enero- Junio de 2020
ISSN 1853-7723
Fecha de
recepción: 21/2/2020 - Fecha de aceptación: 08/05/2020
Resumen
El artículo reflexiona sobre el
reciente libro de Natalio Botana en el que traza su propia biografía
intelectual en conexión con la historia política contemporánea. Escoge algunos nudos fundamentales (legitimidad – gobierno
limitado- federalismo – partido político) con el propósito de puntualizar
interrogantes, conceptos y procedimientos de investigación que gravitaron en la
renovación de la historiografía política del siglo XIX argentino y
latinoamericano.
Palabras Clave
Historia
política – historiografía – biografía intelectual.
Past and present in the work of Natalio
Botana: readings of a historian of
freedom, power and history. Conversations with Fernando Rocchi (Edhasa
2019)
Abstract
This article
reflects on Natalio Botana´s recent book in which he traces his own
intellectual biography in connection with contemporary political history. It
selects fundamental key issues (legitimacy - limited government - federalism -
political party) with the purpose of clarifying questions, concepts and
research procedures that weighed on the renewal of political historiography of
the 19th century in Argentina and Latin America.
Keywords
Political
history - historiography - intellectual biography
Pasado y presente en la obra de Natalio Botana:
lecturas de un historiador de la libertad, el poder y la historia.
Conversaciones con Fernando Rocchi (Edhasa 2019)[1]
La teoría como método precede a la
historia, y no se puede entrar a ella sin un aparato conceptual que sirva de
guía al historiador en ese terreno incierto donde aflora, como decía Max Weber,
la paradoja de las consecuencias” (NRB, p.69)
1.
Las
biografías de los intelectuales suelen ser vectores potentes para capturar los
puntos de contacto entre los interrogantes y la caja de herramientas que
guiaron sus pesquisas, y el mundo cambiante que les tocó vivir. Generalmente,
se trata de ejercicios de escritura realizados por quienes se atreven a
desacoplar claves de lectura no siempre explícitas, o en el mejor de casos
sugeridas en discretos (o robustos) sistemas de citas que fundamentan la trama
argumentativa de los textos que nutren o jalonan la trayectoria intelectual. En
ocasiones, la reconstrucción biográfica se enfrenta a obstáculos o vacíos de
información conduciendo al investigador a elaborar conjeturas con la ilusión de
establecer conexiones significativas, y resolver de manera probabilística el registro
interpretativo más adecuado de los presupuestos que estructuraron las pesquisas
o reflexiones del biografiado. Otras veces, el investigador pone en juego
fuentes de información complementarias para robustecer su propio argumento: en
el mejor de los casos, se zambulle en archivos y bibliotecas visitados por el
autor que persigue y echa mano a registros de escritura no siempre bien
conocidos pero que resultan eficaces para restituir y probar el peso de
estadios previos o aproximaciones parciales de las principales obras de
referencia que conforman el corpus bibliográfico sobre el que hará descansar el
recorte o plan de su propia investigación. Cuando la labor del intelectual es
lo suficientemente distintiva del campo de estudios que ha contribuido a consolidar,
el investigador suele recurrir a testimonios directos: es allí donde las
entrevistas, reportajes o conversaciones adquieren un valor heurístico y
hermenéutico de primer orden a raíz del cambio de registro que introduce quien
dirige el cuestionario.
En
la Argentina posterior a 1983, la práctica de la conversación en la “cofradía
de los historiadores” (como la llamó Tulio Halperin en una reseña publicada en Entrepasados,
esa revista pionera que distinguió la historiografía de la era democrática)
adquirió un lugar de relieve gracias a la proliferación de estímulos
institucionales que vigorizaron el inédito proceso de institucionalización y
profesionalización de la disciplina histórica en un país vapuleado por el ciclo
de golpes militares y salidas electorales escuálidas de legitimidad. La reinstalación de la democracia (como la
define Botana) no sólo habría de remozar las prácticas de investigación en los
principales centros académicos del país, sino que habría de contribuir a poner
en circulación formas de hacer historia que hasta la víspera habían crecido en
refugios paralelos al canon oficial con el propósito de poner en diálogo los
criterios de la vieja Clío con la batería conceptual de las ciencias sociales.
Esa doble saga, esto es, la eficaz cantera de la conversación, y la no menos
relevante decisión de escrutar el arsenal de conceptos y procedimientos que
concurren en la operación historiográfica es la que anima el libro en el que
Natalio Botana habla en primera persona para explicitar los interrogantes y
contextos que vigorizaron su influyente agenda de investigación en diálogo con
la historia política del país.
Ese
recorrido rico en matices, comentarios y recuerdos adquiere relevancia en
función del experto que guía e interviene en un ejercicio de memoria
intelectual que controla el registro testimonial, y promueve con erudición e
inteligencia, el desacople de los sucesivos montajes mediante los cuales Botana
interpeló el pasado y el presente político nacional en las coordenadas de las
disciplinas académicas que concilió a la hora de restituir e interpretar el
derrotero político e institucional argentino de los siglos XIX y XX en conexión
con procesos históricos globales. En el prólogo, Fernando Rocchi desmenuza el
origen y proceso del diálogo que dio por resultado el libro, y lo presenta como
“entrevista ampliada” de la que la antecedió, y que tuvo como norte poner en
discusión contribuciones capitales del Botana historiador del siglo XIX
argentino, y de otros ensayos sobre los que habían conversado en tertulias
frecuentes que habían configurado su propia formación. En ese repaso, Rocchi
anticipa los “géneros” que concurren en los registros analíticos y narrativos practicados
por su entrevistado: los conceptos matrices de la teoría política cosechados en
la estancia doctoral realizada en la Universidad Católica de Lovaina entre 1963
y 1967; la investigación historiográfica sobre el siglo XIX argentino acunada
en el Instituto Di Tella; los ensayos dedicados al siglo XX cuando ya era un
historiador consagrado, y el de observador o intelectual público de la
actualidad histórica. Tales vectores se ponen en juego en cuatro capítulos a
través de los cuales Botana no sólo traza su propia genealogía historiográfica,
sino la coteja una y otra vez con el propósito de sumergir al lector en el
gabinete conceptual y metodológico que mejoró la comprensión de las tradiciones
e instituciones políticas que confluyeron en la edificación y transformación de
la democracia republicana. Una mirada retrospectiva que pone de relieve la
marcha y contramarcha del poder y la libertad política, los puntos de contacto
y diferenciación entre los ensayos republicanos del subcontinente, la
legitimidad de los regímenes políticos, el federalismo, la cuestión de la
hegemonía y del gobierno limitado, entre otros temas. Pero también el lector
que recorra cada página de la larga conversación mantenida entre Botana y
Rocchi se enfrentará a una forma de practicar la historia política atenta a las
continuidades y rupturas, la especificidad o autonomía de lo político, la
relación entre determinación y accidente, y la fecunda combinación entre arte,
ciencia y narración.
2.
El
primer capítulo comprende el tiempo de la familia, la tradición letrada y
política que lo volcó al mundo de la palabra escrita y la sociabilidad
universitaria que lo condujo de Buenos Aires a Lovaina y lo devolvió a la
Argentina en 1967. Un microcosmos que tiene como referente a quien revolucionó
la prensa en la Argentina de entreguerras, y que basculó entre el apoyo al
golpe cívico-militar de 1930 y el combate contra los fascismos europeos. Ese
tramo filial lo familiarizó con la galaxia de políticos e intelectuales que
asociaron esa ola antiliberal con el golpe de los coroneles de 1943 que
trastocó los cimientos de la tradición republicana corroída ya de legitimidad.
En ese lapso, Botana abrevaría en la escolástica impartida en el Colegio el
Salvador, y de esa trinchera de resistencia antiperonista, ingresaría a la
Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires convirtiéndose en
representante electo por la minoría estudiantil enrolada en el humanismo
cristiano, a despecho del nacionalismo católico e integrista que quedó al
margen del proceso de normalización de la UBA, aunque mantendría vigencia en
universidades públicas del interior. El aprendizaje adquirido en la Liga de
Estudiantes Humanistas habría de gravitar en su trayectoria personal, política
y académica posterior en cuanto conoce a su compañera de la vida y de la
conversación; confía en la democracia cristiana como instrumento de moderación
política y se empapa del legado de Maritain, convertido en guía intelectual del
progresismo cristiano que condena el totalitarismo, el capitalismo y el
individualismo burgués en beneficio de una concepción del Estado como
instrumento de la sociedad política al servicio del bien común, y que prioriza
el carácter evolutivo y no revolucionario del cambio en las sociedades
democráticas y el bienestar ciudadano.
Ese
bagaje adquirió un nuevo impulso en Lovaina cuando extrajo de las lecturas de
Raymond Aron conceptos cruciales que habrían de fraguar su concepción sobre la
historia y de la política: el “temple de polemista” con los cultores del marxismo
europeo, el carácter indeterminado de la acción humana y muy especialmente, la
comprensión del Estado para lo cual, y en contraste con la versión estalinista,
conecta el pensamiento político de Platón, Montesquieu y Tocqueville. Con ese
arsenal se vuelca a la escritura de su tesis doctoral: La legitimité,
problème politique (1968) que tiene como telón de fondo los libros que
frecuentó y la reflexión sobre la vida política argentina dominada por la
seguidilla de golpes militares y democracias tuteladas en que la mitad del
electorado estaba ausente por la manía estéril de extirpar al peronismo del
cuerpo político. Es allí donde Botana extrae de las lecciones de Ferrero y de
Weber preguntas y categorías claves de cómo se justifica el poder y la
obediencia (que remite al problema del consentimiento), presta particular
atención a las reglas de la sucesión que arbitran la sobrevivencia del régimen
en el tiempo (que fuera también objeto de Constant), y subraya la necesaria
conciliación entre la “legitimidad racional / legal”, y la “legitimidad
carismática” para soldar el plano de las creencias con el talante institucional
de la democracia representativa.
3.
Ese
nudo problemático estaría destinado a organizar su agenda posterior una vez que
regresó a Buenos Aires, y con sus credenciales a cuestas hizo pie en la
Universidad del Salvador, la Universidad de Belgrano, la Universidad Católica,
el INTAL y el Instituto Di Tella cuando ya había visto frustrarse la pretensión
de frenar la ola de violencia política que antecedió al terrorismo de Estado
que sumergió al país en la barbarie. En ese último estadio institucional, y en
diálogo con colegas con quienes habría de construir amistades de toda la vida,
escribió El Orden Conservador (1977), el primer volumen de la colección
editada entre el Instituto Di Tella y la editorial Sudamericana. En el libro,
Natalio puso en juego sus preguntas originarias sobre la estabilidad del
régimen político y las reglas de sucesión en el único experimento disponible en
la historia del país, tomó deliberada distancia de las imágenes proveídas por
el revisionismo histórico por juzgarlas insatisfactorias, y se aprestó a
identificar “las causas explicativas en la historia de la comprensión de los
propósitos que habían guiado a los actores, de sus juicios racionales o de las
pasiones que determinaron sus acciones” (p.108). En base a esas convenciones, y
cuando ya había escrito junto a Ezequiel Gallo un artículo sobre la “inmadurez
de la visión histórica de los argentinos” (1976), diseccionó el problema en
tres secciones: deslindó la fórmula prescriptiva de la operativa de Alberdi en
torno a la república posible, reconstruyó los resortes institucionales y
prácticos de los gobiernos electores en el desempeño del régimen oligárquico, y
avanzó en la caracterización del giro reformista que operó a favor de la
competencia electoral y la alternancia en el gobierno en 1916. Pero ese
escrutinio sobre la factura o cocina del Orden Conservador (el libro tal vez
más leído y citado por sucesivas camadas de historiadores y cientistas sociales
argentinos) incluye, como ya lo había hecho en los prefacios o post scriptum
que acompañan las dos ediciones posteriores, el diálogo propio, es decir,
Botana coteja el “modelo” que había ofrecido con investigaciones posteriores.
Mediante esa conversación plural con la historiografía disponible sobre más de
un retazo del mosaico argentino, Natalio renueva su confianza popperiana y
recapitula hipótesis y hallazgos que complejizaron el proceso de “reducción a
la unidad”, la fisonomía del partido gubernamental y su impacto relativo en los
espacios locales. En torno a ello, la bisagra de 1880, generalmente admitida
como testimonio firme de la domesticación completa de la provincia de Buenos
Aires, resulta menos evidente (Gerchunoff, Rocchi y Rossi, 2008). Por otra
parte, Botana se hace eco del juego inestable de alianzas, solidaridades y
conflictos provinciales, y la no menos significativa emergencia de la rivalidad
partidaria y las coaliciones de gobierno en las provincias, que atemperó el
peso relativo del gobierno elector en el control de la sucesión (Alonso 2010).
El orden conservador, entonces, se revela menos burocrático y verticalista de
lo que Botana imaginó, lo que ayuda a reflexionar sobre la definición “régimen
oligárquico” y puntualizar los usos de ese vocablo de larga prosapia en la
teoría política y con significados cambiantes en la cultura política. En ese
contexto, la voz “oligarquía” adquirió connotaciones primordialmente políticas,
no sociales, y sus usos se hacen frecuentes con la crisis de 1890 entre quienes
impugnaban la exclusividad del partido, liga o círculo gubernamental a despecho
de minorías portadoras de capitales sociales y culturales semejantes. Algo que
ya estaba anticipado en un señero artículo de Ezequiel Gallo, pero que hoy se
conoce mejor.
El
desarrollo de la libertad en la fórmula del gobierno republicano del siglo XIX
argentino habría de convertirse en núcleo vertebrador de la producción
historiográfica posterior. Y si en el repaso de la antología que realizó junto
a Ezequiel Gallo (Ariel 1996) destaca la pertinencia de esquivar la “trampa de
los grandes textos” para documentar la variedad de voces, debates y leyes que
trazaron la marcha y contramarcha republicana en el cambio de siglo, la
revisión crítica que realiza sobre La Tradición republicana (1984), y La
libertad política y su historia (1991) pone en escena las razones que lo
condujeron a apoyarse en ellos con el fin de realizar un doble diálogo: el que
confronta a Alberdi y Sarmiento en torno al común horizonte de ideas que los
agrupó y las transformaciones que obtuvieron en el plano de la acción política,
y el que coteja las narrativas legitimantes de la república en formación a
través del diálogo entre Mitre y López. Un doble diálogo que incluye el propio
del historiador que se dispone a interrogar la historia de las ideas o del
pensamiento político atendiendo al punto de vista de los actores, y a sus
variaciones en el tiempo. En ese repaso, y a diferencia del diálogo entablado
con la más reciente historiografía argentina que remozó los estudios sobre la
revolución de independencia, Botana fundamenta objetivos y resultados de sus
prácticas de investigación.
El
cotejo entre Alberdi y Sarmiento le permitió identificar el pasaje entre las
ideas formuladas desde la tribuna o el “gabinete” (como lo llama) y la
intervención concreta en la constitución y conducción del estado de la nación
unificada. Tal ejercicio intelectual
distingue fases de apertura y contracción en la conformación del edificio republicano
en ciernes. De un lado, los rasgos autoritarios que fortalecieron el poder
ejecutivo y dotaron al poder central de instrumentos para domesticar rebeldías
territoriales y políticas en beneficio de la autoridad nacional y la
consolidación de un centro de poder autónomo de las partes o provincias en
litigio. Del otro, la pretensión de
soldar la unidad en el presente inmediato que proyecta la libertad al futuro a
través del programa civilizatorio. Un canon a simple vista común pero que
reconoce divergencias: mientras que la fórmula alberdiana preveía “libertades
civiles para todos, libertades políticas para pocos”, es decir, entendía la
ciudadanía política como empresa de largo plazo, en Sarmiento la república se
expresó en “tres columnas”: la república
de las libertades basada en los principios de legitimidad escritos en la ley
fundamental; la que refuerza el poder del gobierno federal y del poder
ejecutivo mediante las intervenciones federales y el estado de sitio; y la
república de la virtud cívica en base a un doble motor: la educación pública y
la distribución de la tierra para la agricultura (inspirado en el modelo
norteamericano), y no la ganadería porque la entendía como nido de caudillos y
obstáculo de la sociedad política.
El
recurso del diálogo (o la comparación) como instrumento de exploración organiza
también el montaje argumentativo que revisa el choque y los métodos opuestos a
través de los cuales Bartolomé Mitre y Vicente F. López fundaron las narrativas
de la república en formación. Se trata de un registro analítico y hermenéutico
que no se restringe al examen de las visiones y procedimientos que cada uno
utilizó para reconstruir el pasado nacional, sino que apunta a desentrañar los
principios de legitimación, es decir, las concepciones de república que estaban
en juego. En ese repaso, Mitre sigue la huella de Tocqueville, Guizot y
Royer-Collard, y explica el triunfo de la república en el carácter
“democrático” en la sociabilidad igualitaria que precedió a la revolución y sus
efectos en las fuerzas sociales que disparó. En su caso, el fracaso de la
monarquía temperada que promovieron Belgrano y San Martín patentiza la marcha
inexorable de la democracia y la república, la primera como producto de la
historia, y la segunda como construcción del legislador. Si no hubo posibilidad
de erigir un príncipe inca o europeo en la cumbre del sistema americano ni
tampoco fue posible federar monarquías en esta parte del subcontinente, la
explicación debe atribuirse a que las preferencias acunadas por San Martín y
Belgrano no afectaron, sino que fueron funcionales a la república democrática.
En
cambio, Vicente F. López funda su relato republicano militante en clave
“aristocrática” con el ánimo de conciliar los principios de la monarquía y la
república mediante una operación intelectual que pone en valor la “estabilidad
perdida de la era borbónica y los medios para salir de la incertidumbre
revolucionaria”. Por supuesto, el punto de partida o método difiere del
carácter erudito ensayado por su contrincante. En su lugar, la reconstrucción
del pasado recoge la narrativa de Macaulay, la memoria de los testigos (y de su
padre), y hace suyo el juicio histórico sobre la fatalidad del derrumbe
institucional de 1820 que sumergió a Buenos Aires y el país en la anarquía.
Frente a ello, López expone la contradicción entre “liberalismo de medios y
liberalismo de fines”, esto es, una disociación que proviene del régimen
colonial y de una interpretación errónea que hizo de los cabildos los
depositarios de la soberanía popular cuando, en rigor, expresaba el modo en que
la corporación se reproducía a sí misma, y que daría lugar a Botana a acuñar la
noción “representación invertida”. Y aunque Natalio se atreve a proyectar su
persistencia en la vida política argentina en distritos chicos porque controlan
el aparato de gobierno, no deja de subrayar que para Vicente Fidel era una
pieza clave para entender la traslatio imperii de un poder ejecutivo en
clave monárquica y burocrática, a otro poder ejecutivo independiente y
republicano (p. 141). Por esa razón, concluye, el historiador de la República
Argentina …. valora la constitución centralista y aristocrática de 1819
porque la entiende como artefacto capaz de fundar un régimen templado
parlamentario y representativo de sectores sociales altos con aptitud de
gestionar “el ejercicio moderado de la libertad política”, y pone en cuestión
la desobediencia de San Martín por no haber evitado la pulverización del orden
institucional.
La
ambigüedad con que los doctores del congreso (que sesionó en Tucumán y Buenos
Aires entre 1816 y 1820) tramitaron la forma de gobierno, esto es, la decisión
de no hacer expresa la adopción de la fórmula republicana en la carta
constitucional de 1819, aunque expresara los principios del gobierno
representativo, sintetiza el último capítulo de la saga historiográfica que
Botana dedicó al siglo XIX argentino. Allí reposó la lente en el momento de la
independencia con el propósito de analizar el debate entre monarquía y
república durante el desarrollo de la guerra, y no como resultado. Una
indagación que recoge su propio diálogo con Mitre y López antes comentado, y
que abonó el renovado corpus de estudios sobre el Río de la Plata
revolucionario que remozó los supuestos esencialistas y teleológicos de las
narrativas decimonónicas en los que independencia y república eran
indisociables (Sabato 2018).
El
diálogo con Rocchi lo conduce a precisar notas de una agenda en la que
abrevaban nuevos y viejos temas. Ante todo, la gran novedad de los congresos o
asambleas constituyentes que las independencias del siglo XVIII habían
introducido para fijar en la letra escrita derechos y garantías, y el debate
sobre la forma de gobierno que es inescindible de la noción y práctica de
gobierno limitado. En sintonía con ello, el concepto de soberanía que estaba en
juego en ese laboratorio de ideas y proyectos en pugna reconocía cuatro
dimensiones o términos: territorio, transferencia de poder, reducción a la
unidad (una categoría regular en su producción), la representación de los
sujetos, y su objeto preferido desde su estancia en Lovaina: las reglas de
sucesión. Un concepto de soberanía que no expresa necesariamente la tradición
de Rousseau (un motivo que estuvo presente en sus escritos de juventud), sino
que procede del antiguo régimen borbónico, y que fue tramitado como en todo el
orbe hispánico (como lo documentó Portillo Valdés entre otros), por la elite
letrada que precede a la revolución y que proviene de las aulas universitarias
impregnadas de la escolástica y del magma de la ilustración. Son los clérigos
ilustrados, y en especial, el cuarteto encabezado por Antonio Sáez y el Deán
Funes, los que llevan a cabo la traducción de ideas de antigua prosapia para
fundamentar las justas razones de romper con la monarquía española, su rey y
sus leyes, declarar la independencia y fundar las bases de los gobiernos
libres. Esa mediación que quedó expresada en la escueta Acta de la
independencia (como advirtió Marcela Ternavasio, 2016), y los Manifiestos
de 1817 y 1819, se convierten en firmes testimonios del nexo entre
continuidad y ruptura del nuevo orden imaginado para la nación. Pero será sobre todo la reflexión que ensaya sobre las
tensiones y contradicciones entre la cuestión de la territorialidad de la/s
soberanía/s y las nuevas formas de representación y de sucesión, expresadas en
el frustrado experimento constitucional de 1819, las que permitirán a Botana
poner de relieve los límites concretos de coaligar la antigua territorialidad
virreinal bajo una formula institucional unificada del estado en formación.
4.
Esa
clave de lectura conduce al interrogante que aún sigue permeando la agenda
pública y académica que no es otro que el de indagar las causas y desempeño del
federalismo argentino. Se trata de un nudo problemático que la conversación
entre Botana y Rocchi muestra más de una vez a lo largo del libro. De ese intercambio
emanan conclusiones indicativas de las etapas y las variaciones que adquirió en
el largo siglo XIX y en el curso del siglo XX como de sus manifestaciones
actuales. Un rápido repaso destaca la decisión de Botana de esquivar la voz
“autonomía” (tan cara a la tradición del derecho constitucional y público
argentino que estudió en la UBA, y reinstalada por José Carlos Chiaramonte en
su profusa obra) para caracterizar el estadio inicial del federalismo
comprendido entre 1820 y 1831, y optar por la expresión “independencia” para
caracterizar la práctica de la soberanía por parte de las provincias que se
hace eco del lenguaje de los actores y del mismo Alberdi de 1852. La segunda
etapa erige el período 1831-1852 como experiencia de una confederación que no guarda
relación con el ejemplo norteamericano porque no emanó de un congreso. La
confederación argentina, como se llamó, es vertical y delegativa y erige a
Buenos Aires (la “hermana mayor” como la había llamado Paso en 1810) como
depositaria de las relaciones exteriores, y del control de los recursos de
aduana del único puerto competitivo de aquel país. Por consiguiente, la reunión
en confederación resulta a expensas de la igualdad entre las provincias. La
tercera fase o etapa prefigura el federalismo centralizador que tracciona la
unidad y fortalece el poder ejecutivo mediante dispositivos institucionales de
largo arraigo en la cultura política argentina de los siglos XIX y XX: en
particular, el estado de sitio y las intervenciones federales. En cualquiera de
las formas que adquirió, sigue a Alberdi e interpreta el federalismo como
producto de la historia, como solución pragmática y prenda de unión entre las
partes en litigio.
No
obstante, la reflexión sobre el desempeño del sistema federal en el siglo XX y
en la actualidad, sigue la huella de la centralización y bajo la guía de
Rocchi, y el diálogo con los cientistas sociales, puntualiza los factores que
gravitaron en la “concepción metropolitana del poder central” que concentra
población, puertos y vías de comunicación, y que obtuvo en la reforma fiscal de
1934 un instrumento formidable de extracción de recursos a favor de la nación y
en detrimento de la capacidad recaudatoria de las provincias. La mirada actual
de ese proceso de largo plazo arroja un balance desalentador: “federalismo
maltrecho” lo llama, porque patentiza la desigual representación de las
provincias en el congreso, profundiza los desequilibrios regionales en materia
de ingresos, y entroniza el “decisionismo fiscal” y el “hiperpresidencialismo”,
como lo fundamentó Hugo Quiroga (La república desolada, 2010) en factótum
primordial del malogrado desempeño de la democracia republicana. Tales
resultados, sólo comparables con México y Brasil, lo conducen a reflexionar
sobre la urgencia de promover un nuevo pacto federal, pendiente desde la
reforma constitucional de 1994, con el fin de recomponer el equilibrio entre
las partes, es decir, entre “el gigante de dos cabezas”, la provincia de Buenos
Aires y su conurbano que concentra el 25% de la población y habita en menos del
10% del territorio nacional, y el resto del país.
5.
Buena
parte de las reflexiones sobre el pasado político reciente recogen las
opiniones vertidas en las columnas escritas en los principales matutinos del
país al calor de los acontecimientos políticos que gravitaron en la crisis de
2001, y de la etapa que le siguió que fueron reunidos en ensayos publicados en
2002 y 2006. Se trata de una arista del perfil de “intelectual público” que
Natalio Botana cultivó desde que integró el consejo de redacción de la revista
Criterio en 1968 cuando, según recuerda, “el país estaba prisionero del
antagonismo entre la mentalidad revoluciona y la reaccionaria”, y había escrito
junto a Carlos Floria y Rafael Braun El régimen militar, 1966-1973 (La Bastilla
1974). En ese trayecto y en el contexto de los primeros años de la década del
‘70, el partido político se erige en objeto de atención. Dahl y Duverger
acompañan la visita de Botana sobre esa institución capital que media entre
gobierno y sociedad civil, constituida en piedra de toque de los regímenes
hegemónicos para controlar la sucesión. El examen de largo plazo le permite
distinguir dos grandes familias en la tradición política argentina: los
partidos que nacen de la sociedad y los que se fundan desde el Estado o el
poder. Uno filia a la UCR, el PS, el PC y la DC, entre otras versiones
escindidas que atentan contra la estabilidad del sistema de partidos y
facilitan la fluidez de las dirigencias e identidades políticas. El otro traza
una línea oblicua entre el PAN y el partido fundado por Perón una vez
convertido en presidente y disuelto el partido que lo había encumbrado en la
cúspide del poder. Como muchas veces, la pregunta sobre el presente conduce a
Botana al pasado o a la historia. Es allí donde vuelve a Alberdi y recoge la
convicción del tucumano de promover “la fusión de partidos” como opción única
para reunir la disconformidad (que recuerda la opinión adversa de San Martín
sobre los partidos), y su correlato en la asociación entre partido-nación que
Halperín Donghi formuló en Proyecto y Construcción de una nación para el
desierto argentino (1980) y que leyó como herencia controversial del
mitrismo, el partido de Alem y la sobrevivencia del “unanimismo” en las
experiencias democráticas lideradas primero por Yrigoyen, y más tarde por Perón
y sus herederos. Se trata de una tradición en la que deposita poca o nula
confianza para radicar el “pluralismo político responsable” que juzga
indispensable del juego electoral democrático. Esa clave de lectura, que es
también convencimiento, es la que anticipa las razones que lo llevaron a
participar de la Comisión Asesora de la Reforma Institucional, convocada
a instancias del ministro Mor Roig en 1971, con el propósito de tramitar una
transacción pactada para restablecer la libertad política, e integrar al
peronismo en el cuerpo político bajo la convicción que la democracia, es decir,
la regularidad de comicios libres y competitivos, es la que permite encauzar
los conflictos sin suprimirlos. Natalio detalla el aporte que realizó sobre los
procedimientos electorales a seguir, y también destaca la contundente evidencia
que emanó de los comicios de 1973, los cuales ratificaron el desequilibrio de
las fuerzas políticas ante el apabullante triunfo de la fórmula Perón-Perón, y
lo que no es menor, “sin sucesión responsable”.
El
entusiasmo ante el éxito de Alfonsín en 1983 multiplicó el perfil de
intelectual público mediante intervenciones radiales y las regulares columnas
en La Nación y Clarín, las cuales irradiaron el optimismo ante la reinstalación
de la democracia y sus decepciones que incluye la autocrítica. Con ellas,
Botana reedita en clave personal las prácticas ensayadas por sus musas
inspiradoras: Aron, Bobbio, Sartori, Duverger, los académicos españoles que
traccionaron la transición del franquismo a la democracia y la integración
europea. Pero también señala los riesgos que dichas prácticas suponen. En
particular, Natalio Botana confiesa que la pretensión de intervenir en la
opinión pública constituye una “diagonal difícil” porque el comentario de la
actualidad no debe quedar “prisionero de la ideología y menos ser consejero del
príncipe” (p. 202). Una advertencia que bien vale conectar con la opinión
vertida sobre el ensayo histórico que, a su juicio, suele simplificar la visión
sobre el pasado y promover falsas dicotomías: Botana lo interpreta como “pereza
a la pluralidad” por parte de los “fabricantes de simplificaciones”, como los
llama.
Para
concluir, las conversaciones entre Natalio Botana y Fernando Rocchi ponen de
relieve un género múltiple que combina el registro de la memoria individual,
que es también la de un grupo, la biografía intelectual y la historia política
e institucional del país. Se trata ni más ni menos del retrato de un
intelectual que miró el mundo mediante la grilla o método de un oficio
milenario; el retrato de un historiador que entiende el pasado como retícula
explicativa de los problemas del presente, y que preserva el talante optimista
sobre los beneficios de la libertad para limitar el poder sin perder de vista
el hecho que la desigualdad social, el sobredimensionamiento de las grandes
ciudades, las nuevas formas de comunicación y la insuficiencia de los canales
de representación de la ciudadanía atentan de manera intermitente contra la
solidez y estabilidad de la democracia republicana en el país y más allá de sus
fronteras. Un libro que vale la pena leer para apreciar el modo en que Natalio
Botana hizo del arte de la conversación y del diálogo intelectual una vía de
acceso primordial para conocer los secretos de la vieja y de la nueva Clío.
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[1] Nota del redactor: Algunos argumentos vertidos en este ensayo ya fueron publicados en el diario “Los Andes” el 8 de marzo de 2020.