HISTORIA DE LA HISTORIOGRAFÍA FILOSÓFICA ARGENTINA O CÓMO HACERSE
FILÓSOFO CON HISTORIAS
Por LUCAS DOMÍNGUEZ RUBIO
Centro de Documentación e
Investigación de la Cultura de Izquierdas -
Universidad Nacional de San
Martín (CeDInCi-UNSAM)
Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
Buenos Aires, Argentina.
PolHis, Revista Bibliográfica Del
Programa Interuniversitario De Historia Política,
Año 13, N° 25, pp. 297-330
Enero- Junio de 2020
ISSN 1853-7723
Fecha de recepción:
25/09/2019 - Fecha de aceptación: 4/1/2020
Resumen
El presente artículo historiza y
periodiza cuáles han sido las perspectivas históricas de los estudios sobre el
desarrollo del ámbito filosófico local. En primer lugar, lo que en
retrospectiva serían las primeras historias de las ideas argentinas en búsqueda
de un relato profesionalizador. En contraposición, como parte de un segundo
momento, los ensayos ontológicos sobre el ser nacional en buena medida opuestos
a la autonomización filosófica que surgieron bajo la agenda temática del
revisionismo histórico a partir de 1930. En tercer lugar, las autodenominadas
“historias de las filosofía argentina” dedicadas a análisis internalistas de
los textos de autores locales. Desde esta misma perspectiva, la historiografía
filosófica-católica argentina. Y, en quinto lugar, los trabajos recientes sobre
pensamiento argentino realizados desde la historia intelectual, en los que se
incluyen los estudios sobre recepción de ideas, los estudios de publicaciones periódicas
y los desarrollos teóricos-metodológicos alrededor de esta área de estudios.
Palabras clave: Historiografía filosófica
argentina, Filosofía en Argentina, Historiografía, Historia de las ideas,
Historia intelectual
History of
Argentine philosophical historiography or how to become a philosopher with
stories
Abstract
This article
historizes and analyzes the historical perspectives of the studies on the
development of the local philosophical environment. First, what in retrospect
would be the first stories of Argentine ideas in search of a professional
narrative. In contrast, secondly, the ontological essays on the national being
opposed to the philosophical automatization that arose under the thematic
agenda of historical revisionism from 1930. In third place, the self-described
works as "stories of Argentine philosophy" dedicated to internalist
analysis of the texts of local authors. From this same perspective, the
Argentine philosophical-catholic historiography. And in fifth place, the recent
works on Argentine thought carried out from the intellectual history, in which
are included the studies on reception of ideas, the studies of periodic
publications and the theoretical-methodological developments around this area
of studies.
Keywords Argentine
Philosophical Historiography, Philosophy in Argentina, Historiography, History
of ideas, Intellectual history
Historia de la
historiografía filosófica argentina o cómo hacerse filósofo con historias
En las últimas décadas han proliferado trabajos
relativos al desarrollo universitario de distintas disciplinas en Argentina y
sus respectivas discusiones historiográficas. En esta dirección, por ejemplo,
contamos con estudios sobre el proceso de profesionalización de las ciencias
sociales ―a
través de distintos trabajos de Carlos Altamirano (2004) y Alejandro Blanco
(2006)―, la
historia ―por
Alejandro Cattaruzza (2003, 2007), Fernando Devoto y Nora Pagano (2009)― y los estudios
literarios ―a cargo
de Altamirano y Sarlo (1983) o más recientemente por Verónica Delgado (2006).
Sin embargo, aún no hay trabajos específicos sobre las discusiones que
conformaron al desarrollo académico de la filosofía en Argentina. A esto se
suma que las historias de la historiografía argentina (Devoto y Buchbinder,
1993; Cattaruzza, 2003, 2007; Devoto y Pagano, 2009; Acha, 2009) no han
considerado en detalle la historiografía específica dedicada al ámbito de “las
ideas”, “las influencias filosóficas” y “la filosofía” misma que han pretendido
conformar un espacio de discusiones propias aún no relevado.
En cambio, sí contamos con una importante serie de
trabajos que han intentado acercarse desde diferentes enfoques teóricos y
metodológicos a esta área de estudios. En general fueron los principales
profesores universitarios de filosofía quienes han buscado escribir la propia
historia de la disciplina. Desde ya, en todos los casos con el objetivo de
trazar una mirada del pasado capaz de justificar sus propios intereses teóricos
y políticos, y entonces también su propio lugar como filósofos dentro del
proceso de profesionalización disciplinaria.
El presente artículo sistematiza cuáles han sido los
intereses que han motivado historizar el ámbito filosófico local y sus
diferentes perspectivas, de modo que propone una periodización general de la
historia de la historiografía filosófica local argentina, sin dedicarse
mayormente a trabajos puntuales de indagación aislados. Para esto, aborda: (i) en primer lugar, lo que en retrospectiva
serían las primeras historias de las ideas argentinas en búsqueda de un relato
profesionalizador; (ii) en contraposición, los ensayos ontológicos sobre el
“ser nacional” que surgieron bajo la agenda temática del revisionismo histórico
a partir de 1930; (iii) en tercer lugar, las autodenominadas “historias de las
filosofía argentina” dedicadas a análisis internalistas de los textos de
autores locales; (iv) desde esta misma perspectiva, la historiografía
filosófica-católica argentina; y, por último, (v) en quinto lugar, haremos
mención a los trabajos recientes sobre pensamiento argentino realizados desde
la amplitud metodológica de la historia intelectual, en los que se incluyen los
estudios sobre recepción de ideas, los estudios de publicaciones periódicas y
los desarrollos teóricos-metodológicos alrededor de esta área de estudios,
aunque no hayan considerado directamente el desarrollo de la filosofía
académica.
A excepción de este último y más reciente núcleo de
estudios, el recorrido propuesto pretende demostrar la hipótesis sugerida por
el título del artículo: (a) fueron los propios profesores de las carreras de
filosofía quienes buscaron historizar el desarrollo de la disciplina en el país
a través de discusiones historiográficas propias aún no relevadas y (b), si
bien quizás sus obras no fueron parte de sus intereses específicos, en todos
los casos, constituyeron un modo de autoposicionamiento respecto al pasado
intelectual del país y sus propios presentes académico-culturales. Con el
objetivo de sintetizar diversos intereses y opciones metodológicas para lograr
un marco amplio que permita observar modificaciones relevantes, el presente
artículo asume los riesgos de abordar un período notablemente extenso, frente
lo cual me permito referir a las investigaciones propias más puntuales en las
que me apoyo (Domínguez Rubio, 2017, 2018a, 2018b, 2019a, 2019b).
Desde
ya, la contracara de este problema fue mucho más transcurrida. Me refiero a la
transitada pregunta sobre la existencia de una “filosofía argentina” o una “filosofía
latinoamericana” que aquí planteó por primera vez Alejandro Korn y que el
peruano Augusto Salazar Bondy luego hizo conocida a nivel regional en su
disputa con Leopoldo Zea.[1]
Esta pregunta tiene, claro, un primer momento evaluativo de la producción local
que involucra al menos dos variables determinantes dadas por su calidad y por
su autonomía respecto a otras esferas sociales. Sin embargo, primó otra
variable siempre presente en este transcurrido tema sobre su “originalidad”,
que implica al mismo tiempo una comparación con los textos europeos clásicos de
la materia que fueron también los que trazaron la agenda del área de estudios.
Pero además, esta pregunta sobre la autonomía disciplinaria involucra un
segundo momento, metodológico, sobre cómo abordar la producción filosófica
local.
Como
veremos, José Ingenieros decidió hablar tanto de “contenidos filosóficos” como
de “cultura filosófica”, y tituló su propio trabajo como evolución de las
ideas. Por su parte, Alejandro Korn optó por “influencias filosóficas”. En
este punto, Coriolano Alberini y Francisco Romero propusieron lecturas
similares. Mientras, en cambio, con posterioridad, a partir de la década del
cincuenta, filósofos de formación como Luis Farré, Manuel Gonzalo Casas, Diego
F. Pro, Alberto Caturelli y Juan Carlos
Torchia Estrada hablaron casi siempre de “filosofía
argentina” para indicar el tipo de lectura interna que realizaban. La particularidad de estas obras de “historia de la
filosofía argentina” consistió en recorrer solamente los principales libros
producidos aquí sin hacer discutir entre sí a los autores analizados. Su
objetivo fue aplicar el modo de análisis habitual de la filosofía, que suele
concentrarse en el hecho de que hay textos que resisten el tiempo más allá de
las intervenciones coyunturales que colaboraron en pensar y construir. De modo
que las discusiones dentro del conjunto de estos textos que mantienen el
interés y soportan el tiempo conforman el núcleo básico de la actividad
filosófica. En el mejor de los casos, se trata entonces de un recorrido textual
exclusivamente interno destinado a evaluar argumentos. El enfoque funciona
también como una definición de la filosofía misma y la autonomía que busca como
disciplina debe entonces también ser respetada en el momento de historizarla.[2]
Claro
que esto no es algo exclusivo de la historia de la filosofía. Por el contrario,
es el enfoque habitual adoptado para la
historiografía propia de toda disciplina. Desde esta perspectiva, la historia
‘interna’ queda escindida de la historia ‘externa’ de las ciencias. Por un
lado, historia de la técnica o del desarrollo de las ideas y del conocimiento
puro. Por otro lado, su relación con los otros “factores” políticos sociales,
quién y cómo la financia, cuáles son sus usos y sus consecuencias éticas y
sociales. De modo que esta perspectiva contribuye entonces a dividir y
compartimentalizar a las mismas disciplinas además de a su propia historia.
Desde ya que, en comparación con otras áreas de estudio, por lo ya dicho, puede
pensarse que la filosofía como disciplina es ella misma historia de la
filosofía. Por lo que parece diferenciarse al menos en alguna medida de otras
disciplinas. Pero lo discutido en estas tierras es que por el contrario la
historia de las ideas o la historia del pensamiento local no fue considerado
filosofía y sin embargo fue parte constitutiva de la tarea llevada a cabo por
los protagonistas del ámbito local.
Si bien recién nombramos las excepciones, de manera
general este enfoque exclusivamente internalista ha quedado fuera de uso para
abordar filósofos con una producción menos densa conceptualmente o carente de
discusiones suficientes para ser analizadas. Así llegamos a un claro problema:
¿por qué leer a estos autores o, si lo hacemos, por qué puede ser interesante
hacerlo? Si nos interesa la lógica, ¿por qué estudiar la lógica de Luis José
Chorroarín? Si nos interesa la ética tomista, ¿qué sentido o utilidad tiene
leer a Mariano Velasco? No se trata de una pregunta de relevancia únicamente
local, sino por el contrario común a buena parte de los países que no son
Francia, Alemania, Italia, Inglaterra o Estados Unidos.
Se trata de obras que resultaron de escaso interés
para los egresados en filosofía. Tampoco han obtenido lecturas por parte de los
historiadores. ¿Por qué puede importar
la lectura interna de un texto en varios sentidos marginal y de escasa
repercusión? ¿Qué sentido tiene intentar recomponer las trayectorias de autores
desconocidos? ¿Por qué no quedarse con los sobrevivientes conceptualmente más
densos de la filosofía?
Según la respuesta habitual a este problema, no es
desde lo que se considera filosofía desde donde pueden tomar interés estos
autores sino desde la historia. Así tanto Chorroarín como Velasco podrían
interesarnos si queremos estudiar la historia del pensamiento local.
Desde muy temprano, esto llevó a discutir si entonces se podía sostener la
existencia de una “filosofía argentina” o debía hablarse de “filosofía en
Argentina” o en última instancia de “pensamiento argentino”. Este debate no
presupone necesariamente una valoración negativa de la producción filosófica
aquí realizada, sino que hablar de “pensamiento” involucraría tanto la elección
de un enfoque histórico como la elección de un objeto de estudio centrado
principalmente en el ensayismo latinoamericano.[3]
De este modo, ya se ha convertido en un lugar
común aludir a la pluralidad metodológica de la práctica historiográfica en
general y de la historia de las ideas en particular. En parte, el carácter
difuso de la historia de las ideas en relación a sus contornos
interdisciplinarios es producto del objeto de estudio de la historia de las
ideas argentinas que, como sostiene Altamirano, estudia textos “ya ellos mismos
objetos de frontera, es decir, textos que están en el linde de varios intereses
y de varias disciplinas; la historia política, la historia de las ideas, la
historia de las elites y la historia de la literatura” (2005, p.16). La
consecuente variedad de enfoques e interpretaciones posibles han dado lugar
tanto a una caracterización positiva de las posibilidades hermenéuticas de la
disciplina ―por
ejemplo por parte de Jorge Dotti (2011)― como a una denostación del
papel de, al menos algunos, historiadores de las ideas argentinas, como fue el
caso de Osvaldo Guariglia (1998).
Hacerse filósofo
con historias: primeras historias de las “influencias filosóficas”
Poco después del Centenario, Alejandro Korn y José
Ingenieros, quienes a partir de 1912 y 1915 se desempeñaron como los profesores
de filosofía con mayor renombre, dieron un giro en sus respectivas carreras
como médicos y publicaron una serie de artículos sobre la historia del
pensamiento argentino en revistas vinculadas al ambiente universitario. A
través de publicaciones como la Revista de la Universidad de Buenos Aires (primera
época: 1902-1923), la Revista de Filosofía (1915-1929), Atenea (1918-1919)
y Valoraciones (1923-1928), ambos autores discutieron con los artículos
que iban conociendo del otro.[4]
Consideramos entonces éste el inicio de la
historización propia de la “evolución de las ideas argentinas” como parte de
una búsqueda de “antecedentes” de la práctica filosófica dentro de la
universidad. De hecho, estos artículos propusieron distintas evaluaciones de
los procesos culturales del país y discutieron sobre la forma misma de encarar
la tarea historiográfica y filosófica. En primer lugar se inscribían en un ya
largo debate sobre la identidad nacional que había alcanzado sus momentos
culmines alrededor del Centenario, la llegada de noticias sobre la Revolución
rusa y la Reforma universitaria (Quatrocchi-Woisson, 1995; Prislei, 1999;
Terán, 2008). Con la diferencia específica de que ahora estas intervenciones
surgían desde la universidad, desde revistas relativamente especializadas,
destinadas a un público reducido y no a realizar una intervención simbólica.
Por esto, cada uno de estos autores especificaba cuáles eran los elementos
distintivos que destacaban la erudición de su intervención. Pero en todos los
casos se autoposicionaban como poseedores de un capital diferencial que
radicaba en su conocimiento de la filosofía contemporánea y en la capacidad de
poder dar lugar a una obra sofisticada metodológicamente. En segundo lugar, con
estos textos, desde diferentes cargos en la carrera de filosofía, Alejandro
Korn, José Ingenieros y poco después también Coriolano Alberini se
autoposicionaban al comienzo de un proceso de profesionalización disciplinaria.
Se trataba de una operación homóloga a la que en ese momento estaban realizando
los miembros de la llamada Nueva Escuela Histórica y Ricardo Rojas (1918-1922)
en relación a la historia y la literatura desde la misma Facultad de Filosofía
y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Metodológicamente, tanto Alejandro Korn como José
Ingenieros buscaban romper los esquemas historiográficos que consideraban
imperantes. Para esto, necesitaban un enfoque capaz de señalar la importancia
de una historia de los “contenidos filosóficos” en la Argentina. Esta pregunta
fue más relevante de lo que suele considerarse. Los textos habitualmente enmarcados
dentro de la llamada reacción antipositivista y la Reforma universitaria no
sólo se preguntaron acerca de cómo romper el determinismo ético, teórico y
político, sino además también los enfoques historiográficos deterministas que
presentaban una historia cerrada a la acción humana y al debate de ideas. Se
trataba, claro, también de una operación de autoposicionamiento y de
justificación tanto de su propia disciplina como de su tarea intelectual. Al
menos inicialmente, ésta fue una pregunta que en Argentina buscaron responder
textos producidos desde las carreras de filosofía de Buenos Aires y La Plata,
mientras que, por su parte, como señalaron las historias de la historiografía,
los miembros de la llamada Nueva Escuela Histórica tuvieron otros intereses por
lo general más dirigidos a la historia institucional.
Además de la discusión metodológica, el punto de
discusión principal radicaba en la evaluación del pasado cultural argentino.
Alejandro Korn trazaba una genealogía que él mismo reconocía como romántica,
capaz de quebrar el determinismo teórico y el legado de Alberdi que él
consideraba “materialista”, y que recuperaba entonces la posibilidad de una
filosofía abierta, conectada axiológicamente a los valores sociales, artísticos
y religiosos. Por su parte, desde su recuperación iluminista de Alberdi, José
Ingenieros planteaba una continuidad tal que pugnaba por una filosofía siempre
vinculada de algún modo al conocimiento científico.
Estas obras historiográficas de Korn e Ingenieros
fueron fuertemente criticadas por la historiografía en general durante los años
posteriores, de modo que trazaron el marco de discusiones de quienes se
dedicaron a estos temas en la década siguiente. Entre ellos, Coriolano Alberini
(1927, 1930, 1966) ostentaba sus credenciales como el primer filósofo local
recibido como tal frente a sus denostados antecesores médicos, y escribió lo
que sería la versión estándar de la historia de la filosofía en Argentina
dentro de la facultad. La versión de Korn le pareció sumamente imprecisa.
Mientras que, además de las múltiples críticas ideológicas a la obra de
Ingenieros, metodológicamente señaló que su contextualización excesiva caía
fuera de las preocupaciones de la filosofía o de lo que se espera de una
historia de la filosofía. Sin embargo, a pesar de discutirlas, prosiguió con
varias de las líneas de análisis propuestas por ellos.
Alberini continuó la periodización propuesta por Korn,
que a su vez retomaron por ejemplo asistemáticamente tanto Carlos Cossio (1922,
1927, 1931) y Luis Juan Guerrero (1945) como, más tarde, Luis Farré (1958) y en
un texto marginal también Carlos Astrada (1952). En consonancia, Alberini
(1927) decidió partir entonces de una caracterización de la producción
historiográfica de Korn, a la que categorizó como parte de una “axiología
empírica”: “cuyo objeto ha sido explorar los valores tal como han sido y son”
(1927, p. 15). Sin embargo, su operación metodológica involucró una
autonomización aún mayor de las “ideas”, los “valores” y “la filosofía. Y de
este modo también una mayor despolitización de la historia de las ideas
propuesta. A diferencia de la “sociología idealista” que proponía Carlos Cossio
(1927, 1931), la “axiología empírica” de Alberini parecía querer mantener un
único guiño metodológico a la obra de Benedetto Croce (1917), pero sin
resabios, ni siquiera retóricos, del materialismo más bien abstracto de Jaurès
(1911) que parecía conformar las opciones metodológicas tanto de Korn como de
Cossio (1933).
Hacerse
filósofo sin historias: los ensayos filosóficos de interpretación nacional
La generación de filósofos argentinos que siguió a la
de Korn e Ingenieros dejó de lado la voluntad de ser ellos mismos quienes
historicen el pensamiento argentino. Sin embargo, estos filósofos no
renunciaron a brindar sus visiones del derrotero nacional, al menos de dos
modos. El primer modo, llevado a cabo por Homero Guglielmini (1930), Saúl
Taborda (1934) y Carlos Astrada (1948), consistió en culpar de todos los
problemas políticos y sociales a la incapacidad de generar conceptos propios
basados en la la esencia argentina. La solución propuesta consistió
en descubrir el “ser nacional” mediante ensayos no-históricos. El segundo modo
proponía un giro opuesto. Desde este segundo punto de vista, llevado a cabo por
Francisco Romero (1947, 1949, 1951) la cultura universal debía ser considerada
como una y la función del intelectual consistiría en estudiarla, mantenerse
actualizado y difundirla. Tampoco, desde este segundo gesto la indagación
histórica resultaba necesaria. Por su parte, aunque no renunció a brindar una
historización del pasado cultural, también la propuesta fuertemente
autonomizadora de la filosofía propuesta por Alberini derivó en esta última
apuesta y en la historia internalista desarrollada por Diego Pro (1973) a la
que nos referiremos en el próximo apartado.
Con anterioridad a la fundación del Instituto de
investigaciones Juan Manuel de Rosas a partir de 1934, autores vinculados a los
estudios filosóficos como Homero Guglielmini
(1930), Saúl Taborda (1934) y un poco más tarde Carlos Astrada (por ejemplo:
1948) dieron lugar a un ensayismo de interpretación nacional con el que se
diferenciaban radicalmente de sus antecesores trabajos “evolucionistas”, como
los de Korn, Ingenieros y Alberini. En relación a las obras que habían
publicado en esos mismos años de Pedro Henríquez Ureña (1928), José Ortega y
Gasset (1932), Hermann Keyserling (1933) y Ezequiel Martínez Estrada (1933),
estos autores propusieron lecturas que más tarde
se reconocerían como ensayos ontológicos destinados a diferenciarse como
filósofos de los lineamientos de la historiografía argentina que consideraban
permanentes. Esquemáticamente se trata entonces de dos concepciones de la
construcción del pasado. Una evolucionista histórica ―ya sea de corte
spenceriano, marxista, jaureseano o croceano. Frente a otra identitaria y
ensayística ―ya sea al modo soreliano, nietzscheano o
heideggeriano. Estos nuevos ensayos identitarios, entre otros a cargo de
Taborda, Guglielmini y Astrada, partían de un diagnóstico común de crisis
cultural y política, ineludible tanto a partir del colapso económico como a
partir del golpe de Estado de 1930. Pero para ellos se trataba también de la
crisis del relato liberal, tanto a nivel histórico como filosófico y cultural.
Esta ruptura se debía no sólo a razones metodológicas, sino además directamente
a sus puntos de partida políticos, para ellos cargados de ciertos prejuicios
liberales. Por eso, su modo de indagación resulta necesariamente colectivo: el
individuo sólo se descubre a posteriori e intuye su participación de un
acontecer orgánico.
En primer lugar, apuntaban a establecer su propia
visión del pasado nacional, sin dedicarse específicamente a la investigación
histórica ni al estudio concreto de discusiones ideológicas. De este modo, en
segundo lugar, filiaron localmente sus ensayos al Facundo de Sarmiento y
a ciertos textos de Leopoldo Lugones. En tercer lugar, no ubicaban, como el
resto de la historiografía, la estirpe cultural del país en la tradición de
Mayo y la llamada Generación del ‘37. Con esto, en buena medida compartían
entonces cierta agenda temática con lo que se reconoce como revisionismo
histórico, pero desde temas filosóficos con ciertas características y problemas
propios. A diferencia de los historiadores reconocidos como revisionistas, en
estos ensayos filosóficos, no encontramos construcciones a favor de la
oligarquía terrateniente como sujeto histórico basado en la figura de Rosas,
sino por el contrario hallamos reivindicaciones del pueblo como actor colectivo
alrededor de la figura del gaucho y algunos caudillos. A lo que también se
sumaba otro de los elementos propios del nacionalismo argentino vinculado a
cierta reivindicaciones hispanistas, con la particularidad de que todos estos
filósofos lo hicieron desde posiciones laicas.
Pero fue principalmente a partir de El
mito gaucho de Carlos Astrada (1948) y el Congreso Nacional de Filosofía de
1949 cuando éste se convirtió en el modo de indagación ensayístico y ontológico
que se instaló como “propiamente latinoamericano” tras la llegada de las nuevas
obras del mexicano Leopoldo Zea (especialmente, 1945). A partir de este
momento, el ensayismo filosófico cobró un éxito notable que sin duda tendría su
apogeo durante los años del gobierno de Juan Domingo Perón, cuando, según
Devoto y Pagano (2009), los debates historiográficos con el revisionismo
alcanzaron una “intensidad y virulencia que no tuvo parangón en ningún otro
país de Iberoamérica” (p. 65). Si bien a partir de ese momento también las
críticas a este ensayismo filosófico “irracionalista” ya eran conocidas (por
ejemplo: Frondizi, 1944; Romero, 1949), a partir de ellos se estableció una
verdadera tradición de la “descripción de la conciencia Americana”,
fundamentalmente por parte de Astrada (1948), Rodolfo Kusch (1952, 1953, 1954)
y Nimio de Anquín (1956), a quienes de a poco se sumarían también desde
diferentes posiciones políticas Héctor Murena (1954), Enrique Dussel (1977) y
Arturo Roig (1981). De hecho, este ensayo filosófico logró una amplia difusión
y distintas inscripciones políticas, que fueron desde el nacionalismo y el
peronismo de derecha hasta el ensayismo liberal y, más tarde, los desarrollos
de una teología descolonizadora. Muchos incluso sostuvieron que se trató del
género propio de la filosofía latinoamericana, especialmente a partir del
Segundo Congreso Nacional de Filosofía de 1972. Y, en casi todos los casos, los
mencionados textos de Taborda y Astrada, respectivamente La crisis
espiritual y El mito gaucho, resultaron una referencia obligada al
momento de reconocer a los iniciadores de este género. Mientras, en cambio,
seguramente por sus vínculos a distintos gobiernos militares, la figura de
Guglielmini no ha sido recuperada como tal.
Micro-no-historias de la “filosofía argentina”: ¿Menocchios
de la Razón Pura?
Para evitar la fuerte polarización universitaria que
había quebrado también el ambiente filosófico, al terminar la primera
experiencia peronista, los filósofos locales buscaron asentarse en lo que
llamaron “historias de la filosofía”. Entre algunos autores más, nos referimos
especialmente a la producción de Luis Farré (1958), Juan Carlos Torchia Estrada
(1961), Diego Pro (1973) y Alberto Caturelli (que finalmente compiló su obra en
2001), quienes dieron lugar a una notable cantidad de libros y artículos entre
1958 y 1973.
La exacerbación por parte de sus discípulos de las
hipótesis metodológicas autonomizadoras de la filosofía que había propuesto
Alberini llevaron al fin de la ‘historia de las ideas’ en términos de
“influencias” y traducciones. En esta dirección, Luis Farré, Juan Carlos
Torchia Estrada, Alberto Caturelli y Diego Pro desarrollaron no ya ‘historias
de las ideas argentinas’ sino ‘historias de la filosofía argentina’, que
consistían únicamente en un análisis interno de los textos.
Diferenciándose explícitamente de lo
que reconocían como historia de las ideas, sus decisiones metodológicas
argumentaron a favor de la necesidad de un análisis interno de los textos
producidos localmente. Para estos autores, éste debía constituirse tanto el
método propio tanto del filósofo como del historiador de la filosofía para dar
lugar a una profesionalización disciplinaria definitiva.
En un primer momento, Luis Farré
(1958) y Juan Carlos Torchia Estrada (1961) brindaron sus propias versiones, el
primero vinculado a una reinvindicación de la figura de Coriolano Alberini, y
el segundo en la línea de Aljeandro Korn y Francisco Romero. Sin embargo, fuera
de estas dos obras concretas, quienes más sistemáticamente llevaron a cabo un
desarrollo historiográfico de la disciplina bajo dos proyectos de largo aliento
fueron Diego F. Pro y Alberto Caturelli.
En buena medida, fueron estos dos últimos autores
quienes hegemonizaron esta área de estudios en las décadas siguientes. Desde la
Universidad Nacional de Cuyo, Diego F. Pro fundó en 1964 la primera revista
especializada en el tema que sigue saliendo hoy en día, titulada Cuyo:
anuario de filosofía argentina. Como justificación de este proyecto, unos
años más tarde Diego Pro publicó en 1973 una obra en donde sistematizaría
parcialmente sus pautas para historizar el “pensamiento filosófico”, a partir
de una periodización por generaciones que tomaba como objeto de estudio tres
elementos: los textos teóricos, las cosmovisiones de sus autores y sus sistemas
de enseñanza.
Por su parte, Alberto Caturelli
continuó con este mismo modo de análisis interno propio de lo que reconocía
como “historia de la filosofía argentina”. En gran medida prosiguió muchas de
las tesis historiográficas que había propuesto Guillermo Furlong (por ejemplo:
1952). Sobre todo, le interesó enfatizar la diversidad de la enorme variedad de
autores locales que produjeron textos durante el período colonial y que la
historiografía insistía en homogeneizar. Reafirmó las tesis que buscaban
mostrar la importancia de la tradición política española alrededor de la
Revolución de mayo y brindó importancia y análisis internos a autores tomistas
totalmente desconocidos. En retrospectiva, su obra entabló diálogos casi nulos
con otras líneas de producción historiográfica. De este modo, su inagotable
cantidad de artículos y ensayos que compilaría más tarde recuperó una enorme
cantidad de autores locales que hasta ese momento habían quedado fuera de toda
revisión.
Se
trataba de aproximaciones no-históricas que sin embargo tampoco justificaban la
importancia de una lectura interna “puramente filosófica”. Sin dudarlo éste ha sido el principal intento de
considerar propiamente “filósofos” a los protagonistas del ámbito local,
analizar los desarrollos conceptuales de sus obras y generar entonces artículos
con títulos tales como “La metafísica del ente de Juan Sepich” o “El concepto
de persona en Francisco Romero”.
Historiografía
católico-filosófica argentina
En relación con algunos textos que surgieron alrededor
del Centenario, ya en 1912, Alejandro Korn, realizó cierta reivindicación de la
tradición católica argentina con la cual buscó oponerse a la historiografía
positivista y laica que él consideraba hegemónica. Este artículo inicial de
Korn de 1912 coincidió con el momento en que comenzó la revisión histórica
“apologética” del catolicismo argentino que surgió después del Centenario y fue
rastreada por Roberto Di Stefano (2003). De hecho, con posterioridad a las
lecturas propuestas por Korn, es claro que la producción historiográfica
filosófico-católica que continúa hasta hoy en día se mostró cuantitativamente
mayoritaria. De distintas maneras estas obras buscaron sostener diferentes
tesis referidas, a la originalidad y heterogeneidad de pensadores religiosos
durante el período colonial, a la importancia del papel de la Iglesia en la
conformación del Estado nacional, a su “resistencia” durante la hegemonía
cultural positivista y entonces también así a presentarse como un antecedente
de la “reacción espiritualista” con la que se profesionaliza la filosofía a
finales de la década de mil novecientos diez. Dentro de la gran cantidad de
artículos al respecto, destacamos como referencia especialmente los de
Guillermo Furlong (1952), a los que se sumaron luego los de Luis Farré (1958),
Francisco Leocata (1993) y los numerosos textos de Alberto Caturelli compilados
finalmente en 2001.
En su mayoría se trata de una importante cantidad de
obras que se desarrollaron en paralelo a la producción de los profesores de la
Universidad de Buenos Aires y la Universidad de La Plata. Si bien encontramos
críticas a estos autores y sus lecturas historiográficas, éstas nunca
obtuvieron respuesta, de manera que no se establecieron discusiones sino más
bien sólo algunas críticas unidireccionales. Solamente durante el peronismo
esta tradición tuvo cierta inserción en la uba, gracias a Tomás Casares (1895-1976),
Juan Sepich (1906-1979), Farré y el apoyo de Coriolano Alberini; y en la
Universidad Nacional de Córdoba, mediante Nimio de Anquín (1896-1979) y Alberto
Caturelli. De manera que esta profusa bibliografía sobre el pensamiento
argentino se consolidó en buena medida encapsulada en los espacios y revistas
donde se editaban, es decir, en revistas como Estudios (1920-1970), Arx (1933-1934), Stromata (1938-), Ciencia y Fe (1944-1964), Arqué
(1952-1982), Diálogo (1954-1955),
Xenium (1957-1959) y Estudios teológicos y filosóficos (1959-1961), luego ligados a los medios de la
Universidad Católica Argentina y la Universidad del Salvador.
En las páginas de estas revistas aparecieron numerosos
artículos relativos a distintos momentos del pensamiento nacional, también se
reseñaron obras históricas y más asistemáticamente se insinuaron o criticaron
algunos desarrollos. Por ejemplo, pueden encontrarse algunas notas referidas a
la historia argentina desde la filosofía en las revistas realizadas por Nimio
de Anquín, como Arx (1933-1934) ―vinculada a la
Unión Fascista Argentina― y Arqué
(1952-1982), que desde la Universidad de Córdoba publicó algunos de los
artículos de Caturelli sobre el tema. O también en la revista Diálogo (1954-1955) de Julio Meinvielle,
quien en la década siguiente se desempeñaría como líder espiritual del grupo
nacionalista Tacuara. Aunque esta masa de artículos historiográfico-confesionales
se multiplicó durante el peronismo, fueron pocos los autores que condensaron
luego su producción en una intervención historiográfica sistemática de largo
aliento.
Entre ellos, Guillermo Furlong fue un sacerdote
jesuita que estudió tanto humanidades como ciencias naturales y se especializó
en el período colonial. En Argentina, participó de la Acción Católica Argentina
(aca), centró su actividad en la Universidad del Salvador y fue miembro de la
Academia Nacional de la Historia de la República Argentina. Su obra principal
sobre el tema que nos ocupa fue Nacimiento
y desarrollo de la filosofía en el Río de la Plata publicada en 1952, donde
se esforzó por documentar la prolífica producción católica durante la colonia,
tarea antes escasamente realizada hasta ese momento (Probst, 1924, 1940) y que después fue ampliada por Caturelli
(2001). En consonancia con las hipótesis que Manuel Giménez Fernández (1946)
había propuesto para el caso español, el aporte de Furlong a la historiografía
argentina consistió en querer destacar la importancia de la tradición política
española ―especialmente
de la obra de Francisco Suárez― en la ideología independentista de Mayo. Esta tesis,
combatida poco después por Tulio Halperin Donghi (1969), formó parte de un
movimiento historiográfico más amplio que, como señalan Di Stefano y Zanca
(2015), sigue reivindicándose dentro de la bibliografía católica hasta hoy en
día.
También desde mediados de la década del cincuenta ―y a la par del
desarrollo de los estudios de la Universidad de Cuyo que señalamos en el
apartado anterior―, Alberto Caturelli, desde la Universidad de Córdoba
dio comienzo a toda una carrera en gran parte dedicada a la revisión exhaustiva
del pensamiento filosófico argentino. Su larga tarea de exhumación documental y
revisión bibliográfica fue sintetizada finalmente en su obra Historia de la filosofía argentina (1600-2000) editada en el 2001, donde el
autor compiló sus artículos de años de investigación. Con pretensiones de
totalidad, siguiendo los pasos de Furlong esta obra amplía enormemente el arco
temporal y el catálogo de autores, por lo que tenemos aquí una importante
novedad que recupera textos e intervenciones desconocidas, y así un nuevo
conjunto de referencias.
Con todo, los trabajos de Caturelli dieron lugar a una
nueva discusión historiográfica sobre el pensamiento argentino. Por un lado,
sus artículos y libros fueron reseñados y discutidos por Diego F. Pro, quien
también escogió dedicarse a este campo desde los últimos años de la década del
cuarenta y propuso explicitar algunos debates metodológicos. Por otro lado,
dentro de la historiografía católica, el padre Francisco Leocata, también
profesor de la Universidad del Salvador y la Universidad Católica Argentina,
criticó aquellos trabajos “apologéticos” que pretenden defender la tradición en
la que su ubican. De esta manera Leocata buscó posicionarse por fuera de una
tarea reivindicativa que consideraba presente tanto en Farré como en Caturelli,
a quien precisamente criticó por poner en el mismo nivel de análisis a autores
católicos que no tuvieron ninguna trascendencia. Pero, al igual que la tarea de
Caturelli, uno de los puntos notables de esta obra es su insistencia en ciertas
categorías que parecen producto del desconocimiento o de la negativa, o
dificultad, de dialogar con las investigaciones recientes. De manera que, por
ejemplo, repite caracterizaciones ampliamente discutidas en la producción
académica reciente sin plantear matices. Metodológicamente, luego de adoptar la
periodización “generacional” de Pro y la “socio-política” de Ingenieros ―en la que
también, de manera errónea, involucra a Korn―, él mismo declara que su método de aproximación y
periodización será desde las “configuraciones político-sociales”, aunque luego
el recorrido de la obra abandone esta intención inicial y se centre únicamente
en algunos textos.
Consideraciones
finales: historias de la filosofía, historia de las ideas e historia
intelectual
También desde la academia, a partir de la década del
cincuenta, y a nivel regional, un proyecto de pretensiones latinoamericanistas
intentó conjugar la filosofía académica con una tradición ensayística que
buscaba comprender la historia política del culturalismo latinoamericano. En
esta dirección, los trabajos del mexicano Leopoldo Zea, el uruguayo Arturo
Ardao (1963, 1978) y el mendocino Arturo Roig (1969, 1972, 1989) comenzaron a
pensar, enfocándose cada uno en sus respectivos países, en términos de una
historia de las ideas regional con diferentes inscripciones políticas. Los diálogos
de este proyecto cultural pretendieron lograr cierto nucleamiento común a
través de los dos números de la revista Historia
de las ideas editada en Quito y algunas iniciativas editoriales. Para estos
pensadores, los autores argentinos, Ingenieros, Korn, Romero, se vuelven
interesantes para la filosofía por ser los primeros exponentes regionales de
una producción teórica fuerte e inauguradores de la perspectiva historiográfica
como una búsqueda y afirmación de cierta “identidad”.
En la Argentina, fue Arturo Roig quien publicó sus
primeros artículos dentro de la revista Cuyo
e inicialmente sistematizó una indagación latinoamericanista de la historia de
las ideas. Si bien Enrique Dussel también había publicado sus primeros textos
junto a Diego Pro en Cuyo, con
posterioridad, estos autores, a contramano de las inclinaciones políticas de su
mentor, desarrollaron distintos proyectos intelectuales orientados a una
filosofía latinoamericana con posicionamientos levinasianos y descolonizadores.
Si bien muchas veces resulta difícil encontrar rasgos metodológicos comunes a
la gran cantidad de textos producidos desde esta perspectiva (fundamental ver:
Kozel, 2015), todos ellos coinciden en buscar una lectura de los textos
relacionada con su ámbito político-social de producción sin que este resulte
determinante para ponderar su relevancia. Se trató entonces de una serie de
reflexiones que todavía continúa y enfatiza la importancia de la lectura de la
producción local en busca de su propia idiosincrasia. Incluso hoy en día, hay
autores que en esta línea historiográfica insisten en mantener cierta lectura
autónoma de las ideas latinoamericanas como objeto de estudio frente a la
llamada historia intelectual que consideran bajo perspectivas metodológicas más
contextualizantes.
De este modo, por un lado, sin dudas, el enfoque en
gran medida internalista propagado tanto por la historiografía
filosófico-católica como por la escuela de Cuyo, que también tuvo un origen
confesional, se mostró como uno de los modos de lectura hegemónicos sobre el
campo filosófico argentino a partir de 1955. Por otro lado, el segundo enfoque
hegemónico que tampoco dialogó con la investigación histórica fue el ensayismo
en búsqueda de la “identidad” latinoamericana, vinculado a lo que suele
conocerse como historia de las ideas y propagado desde los dos primeros
congresos Nacionales de Filosofía, las mencionadas derivas de Dussel y Roig y
finalmente la Revista de Filosofía Latinoamericana (1975-1979;
1985-2000).
Contra estos enfoques metodológicos, al menos desde
mediados del ochenta, algunos investigadores buscaron ensayar modos de
acercamiento con otro conjunto de preguntas alejadas tanto de la pretensión de
escribir una historia de la filosofía argentina como de los posicionamientos
ideológicos presentes en la historia de las ideas identitarias (ver: Terán,
2006; Palti, 2005, 2015). Enfocándose en diferentes objetos de estudio y
adoptando distintos enfoques metodológico-disciplinarios, desde la década del
ochenta, la historia de los intelectuales locales fue abordada por
investigadores provenientes de distintas disciplinas: los estudios literarios ―como Sarlo y
Altamirano―, la
historia ―como
Gallo y Burucúa―, la filosofía ―Roig, Terán, Biagini y Dotti―, la psicología
―como
Vezetti― o la
ciencia política ―como Botana.[5]
Por lo que contamos con algunos análisis que, si no se refieren directamente al
ámbito filosófico, ampliaron la mirada a todo un marco de proyectos políticos y
culturales alrededor de la universidad, los intelectuales y sus revistas. En
esta línea, los trabajos iniciales de Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo (1983)
buscaron observar las transformaciones culturales porteñas a partir de las
herramientas interpretativas de Raymond Williams y Pierre Bourdieu. Mientras,
por su parte, desde su regreso del exilio mexicano, Oscar Terán (1979, 1986,
1987) comenzó toda una nueva serie de interpretaciones sobre los textos de
Cané, Quesada, Bunge, Ramos Mejía e Ingenieros y sus significados históricos,
respecto a lo cual remarcó la importancia de la lectura de Foucault para el
marco teórico que buscaba en sus investigaciones. También cercano al grupo
editor de la revista Punto de vista (1978-2008)
y desde principios de la década del noventa parte del Club de Cultura
Socialista, Jorge Dotti (1990, 1992) realizó estudios fundamentales de una
nueva historia intelectual “de perspectiva filosófica” sobre Alberdi y Justo,
para poco después investigar sobre los derroteros de Kant y Schmitt en la
Argentina. Si bien el problema de la recepción estuvo siempre presente de
manera tácita o explicita en las historias de las ideas, como reconoce Jorge
Dotti, la investigación de Roig Los
krausistas argentinos (1969) ha sido uno de los primeros trabajos a tener
en cuenta como un importante antecedente de este enfoque metodológico en el
ámbito local, en tanto allí Roig se propuso sistemáticamente rastrear
ediciones, traducciones e interpretaciones de un corpus de texto determinado
que iluminan una serie de ámbitos poco trabajados que van desde la academia
hasta la política. Con esta línea, a continuación los trabajos de Dotti sobre
la recepción argentina de Kant y de Schmitt consolidaron una nueva forma de
historizar el proceso intelectual argentino. A partir de allí, esta fue una de
las preguntas fundamentales para observar distintos recorridos a partir de
historizar, entre otras, las lecturas de Marx (Tarcus, 20007), la escuela de
Frankfurt (García, 2015), Eugenio D’Ors (Bustelo, 2014), Ortega y Gasset
(Galfione, 2018; Sosa, 2018), Foucault (Canavese, 2015), Heidegger o la filosofía
alemana en general (Ruvituso, 2016).
En la misma dirección, en los últimos años, contamos
con varios trabajos que han tomado a las revistas filosóficas como objeto de
estudio. Estas investigaciones también se vuelven fundamentales en tanto
reconstruyen los debates, redes y grupos que tomaron estas revistas como
plataformas. La Revista de Filosofía de
Ingenieros posee un índice realizado por Hugo Biagini (1979, 1984) y estudios
realizados por Luis Rossi (1999) y Carla Galfione. A estos se sumaron los trabajos
sobre los Cuadernos del Colegio
Novecentista (1917-1921) por Alejandro Eujanian (2001), las investigaciones
de Karina Vasquez (2000, 2003, 2005) y
Fernando Rodríguez (2001, 2004) sobre
las revistas estudiantiles y reformistas de La Plata, y los trabajos sobre las
revistas estudiantiles y reformistas de Buenos Aires de Bustelo (2016) .
Si bien es claro que este núcleo de enfoques
vinculados a la historia intelectual se muestra como mayoritario, en
contraposición, varios autores del campo de la filosofía han esbozado una
defensa, reivindicación y actualización de la historia de las ideas como
disciplina, entre los que cuentan por ejemplo Devés-Valdés (2010), Horacio
Cerutti Guldberg (1983, 1986) y Hugo Biagini (entre otros: 1979, 1984, 1985,
1989, 2009). En algunos casos, incluso de manera crítica a la pérdida de
importancia del debate argumental histórico involucrado en la reconstrucción de
argumentos (Ver Kozel, 2015). De manera general, pueden notarse entonces tanto
algunos acercamientos de la historia de las ideas filosóficas a la historia
intelectual (por ejemplo, Devés-Valdés, 2010) así como discusiones directas
(Biagini, 2015).
Respecto a la reciente producción en historia
intelectual, José Fernández Vega (2011) señaló en relación a los trabajos de
Terán (2008) la quizás paradójica ausencia de estudios sobre filósofos locales.
Vemos que la dificultad de encontrar un interés político en la obra de los
filósofos académicos aumenta a medida que pasan los años y avanza el proceso de
especialización académica. Por un lado, en tanto la producción teórica de estos
autores quedó confinada a unas pocas lecturas y carecieron de trascendencia por
fuera de un espacio limitado sin tampoco generar mayores disputas con
interlocutores de relieve, la lectura interna de obras poco densas
conceptualmente carece de interés para los investigadores. Por otro lado, en
tanto académicos de leve participación político-cultural, tampoco resultan
relevantes como actores sociales o promotores-culturales a tener en cuenta. En este
panorama, los estudios recién citados eligieron explorar estos textos
preguntándose por la recepción que hicieron de algunos autores extranjeros, sus
revistas y los otros enfoques ya marcados; es decir, intentando plantear
relaciones socio-culturales de su papel como académicos e intelectuales desde
un enfoque interdisciplinario.
En este sentido, si bien como sostiene Fernández Vega
(2011), Oscar Terán no se ha preguntado específicamente por el ámbito
filosófico local, en cambio, Hugo Biagini (entre otros: 1979, 1984, 1985, 1989,
2009) sí ha buscado reponer publicaciones periódicas, congresos y
discusiones. En referencia directa al
campo filosófico, Biagini trazó un mapa de las revistas y de otros indicadores
académicos de la actividad en Argentina, como ser congresos, traducciones,
exportación de profesores. Dante Ramaglia (2010) propuso también ciertas
hipótesis al respecto para pensar los cambios en la disciplina hacia 1918.
Específicamente sobre las revistas de filosofía y su profesionalización contamos
con los artículos de Cassini publicado en 1998 y el trabajo más general de
Romanos de Tiratel de 2008. Además de los artículos más bien internalistas
publicados en los medios mencionados, otro foco de análisis se ha puesto en el
estudio de algunas figuras puntuales, como Carlos Astrada (David, 2005, 2010) y
Luis Juan Guerrero (Ibarlucía, 2009), sin contextualizarlos en su propio
ámbitos de debates.
Sin embargo, pese a la diversidad de enfoques
ensayados, la producción teórica de los filósofos locales sigue en un lugar
ensombrecido. Primero, efectivamente, contamos con unas pocas lecturas
‘internalistas’ que se centraron en sus textos publicados como libros. No sólo
no propusieron recorridos problemáticos, sino que a partir de estos estudios
tampoco sabemos cuál fue su repercusión ni su proyección. En segundo lugar, en
tanto muchos de ellos fueron académicos de leve participación
político-cultural, tampoco resultan relevantes como actores sociales o
promotores culturales a tener en cuenta. A pesar de esto, recientemente
aparecieron algunas investigaciones que con un enfoque interdisciplinario
intentaron observar la intervención socio-cultural llevada a cabo por estos
académicos e intelectuales. Pero, por lo general, mientras los llamados
estudios latinoamericanos han promovido principalmente investigaciones sobre la
producción literaria, artística y
ensayística, también, incluso desde los nuevos trabajos sobre historia
intelectual en búsqueda de polémicas políticas de relevancia, los filósofos
académicos argentinos han sido dejados de lado como objeto de estudio.
En resumen, durante este recorrido, el objeto de
estudio de las propias obras se redifinió de varias maneras. En primer lugar,
como “evolución de las ideas argentinas” o las “influencias filosóficas”, cuyo
objeto de estudio resultaba amplio y podía abarcar tanto una historia de la
cultura como de ciertas discusiones políticas. Poco después, en segundo lugar,
los ensayos de interpretación nacional, que buscaron establecer una imagen del
pasado “ontológica” que se rehusaba a estudios históricos específicos. En
tercer lugar, a partir de la segunda mitad de la década del cincuenta, la
“historia de la filosofía argentina” dedicada a análisis internalistas que fue
desarrollada por una importante cantidad de autores. Más tarde, fue sólo a
partir de la década del setenta que se conocieron varios textos establecidos
dentro de lo que se reconocerían como “historia de las ideas”, tanto desde la
escuela de Mendoza como desde Buenos Aires. En líneas generales, mientras el
núcleo de estudios mendocinos encabezado por Roig buscó un modo de análisis
permanente más centrado en “las ideas”, en Buenos Aires, Oscar Terán estableció
grupos de investigación alrededor de la “historia intelectual” y un objeto
redefinido como “pensamiento argentino”.
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[1] Véase Fernández Nadal, 2009.
[2] Una vez más, no se trata del método
de la historia de la filosofía sino de la filosofía misma como disciplina la
que propone este tipo lecturas. Por ejemplo, Ezequiel de Olaso (1996) lo
sintetizó de esta manera: “Un campo interesante y accesible es el de la
metodología de la historia de la filosofía. Últimamente he alentado un debate
sobre el principio de caridad en la interpretación. Puesto que siempre
encontramos tensiones fuertes e incoherencias en la obra de un filósofo, hay
que tratar de ofrecer la mejor versión de sus ideas”. Desde este punto de
vista, la historia de la filosofía queda regida así por el principio de
“misericordia hermenéutica”, mientras, por el contrario, también de Olaso
sostuvo que para observar a los pensadores locales prefería los enfoques
históricos: “En la Argentina los historiadores de las ideas que más me
interesan no pertenecen al campo filosófico: Natalio Botana y Tulio Halperin
Donghi” (1996, pp. 113-114).
[3] En palabras de Terán: “Es aquí donde
para otorgar sentido a estas experiencias culturales es preciso pasar de la
filosofía de la historia a la historia de la filosofía y de la historia de la
filosofía a la historia de las ideas, que es un modo de articular a la
filosofía con lo que no es filosofía, con lo otro de la filosofía que es su
contexto histórico social” (1994, p. 51).
[4] Sólo más tarde compilaron estos
artículos en lo que en retrospectiva serían las primeras historias de las ideas
argentinas: Influencias filosóficas en la evolución nacional ―publicada de manera conjunta mucho
después de la aparición de los artículos en las revistas mencionadas, recién en
1936― y La
evolución de las ideas argentinas ―cuyo primer tomo apareció en 1918, luego un
segundo tomo en 1920 y, finalmente, de manera completa en tres tomos, con borradores
póstumos, en 1937.
[5] Un buen panorama sobre este campo de estudios
en la década del noventa puede trazarse a partir de Herrero y Herrero, 1996.