HISTORIA DE LA HISTORIOGRAFÍA FILOSÓFICA ARGENTINA O CÓMO HACERSE FILÓSOFO CON HISTORIAS

 

Por LUCAS DOMÍNGUEZ RUBIO

Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas -

Universidad Nacional de San Martín (CeDInCi-UNSAM)

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)

Buenos Aires, Argentina.

 

 

PolHis, Revista Bibliográfica Del Programa Interuniversitario De Historia Política,

Año 13, N° 25, pp. 297-330

Enero- Junio de 2020

ISSN 1853-7723

 

Fecha de recepción: 25/09/2019 - Fecha de aceptación: 4/1/2020

 

Resumen

El presente artículo historiza y periodiza cuáles han sido las perspectivas históricas de los estudios sobre el desarrollo del ámbito filosófico local. En primer lugar, lo que en retrospectiva serían las primeras historias de las ideas argentinas en búsqueda de un relato profesionalizador. En contraposición, como parte de un segundo momento, los ensayos ontológicos sobre el ser nacional en buena medida opuestos a la autonomización filosófica que surgieron bajo la agenda temática del revisionismo histórico a partir de 1930. En tercer lugar, las autodenominadas “historias de las filosofía argentina” dedicadas a análisis internalistas de los textos de autores locales. Desde esta misma perspectiva, la historiografía filosófica-católica argentina. Y, en quinto lugar, los trabajos recientes sobre pensamiento argentino realizados desde la historia intelectual, en los que se incluyen los estudios sobre recepción de ideas, los estudios de publicaciones periódicas y los desarrollos teóricos-metodológicos alrededor de esta área de estudios.

 

Palabras clave: Historiografía filosófica argentina, Filosofía en Argentina, Historiografía, Historia de las ideas, Historia intelectual

 

History of Argentine philosophical historiography or how to become a philosopher with stories

Abstract

This article historizes and analyzes the historical perspectives of the studies on the development of the local philosophical environment. First, what in retrospect would be the first stories of Argentine ideas in search of a professional narrative. In contrast, secondly, the ontological essays on the national being opposed to the philosophical automatization that arose under the thematic agenda of historical revisionism from 1930. In third place, the self-described works as "stories of Argentine philosophy" dedicated to internalist analysis of the texts of local authors. From this same perspective, the Argentine philosophical-catholic historiography. And in fifth place, the recent works on Argentine thought carried out from the intellectual history, in which are included the studies on reception of ideas, the studies of periodic publications and the theoretical-methodological developments around this area of studies.

 

Keywords Argentine Philosophical Historiography, Philosophy in Argentina, Historiography, History of ideas, Intellectual history

 

Historia de la historiografía filosófica argentina o cómo hacerse filósofo con historias

En las últimas décadas han proliferado trabajos relativos al desarrollo universitario de distintas disciplinas en Argentina y sus respectivas discusiones historiográficas. En esta dirección, por ejemplo, contamos con estudios sobre el proceso de profesionalización de las ciencias sociales a través de distintos trabajos de Carlos Altamirano (2004) y Alejandro Blanco (2006), la historia por Alejandro Cattaruzza (2003, 2007), Fernando Devoto y Nora Pagano (2009) y los estudios literarios a cargo de Altamirano y Sarlo (1983) o más recientemente por Verónica Delgado (2006). Sin embargo, aún no hay trabajos específicos sobre las discusiones que conformaron al desarrollo académico de la filosofía en Argentina. A esto se suma que las historias de la historiografía argentina (Devoto y Buchbinder, 1993; Cattaruzza, 2003, 2007; Devoto y Pagano, 2009; Acha, 2009) no han considerado en detalle la historiografía específica dedicada al ámbito de “las ideas”, “las influencias filosóficas” y “la filosofía” misma que han pretendido conformar un espacio de discusiones propias aún no relevado.

En cambio, sí contamos con una importante serie de trabajos que han intentado acercarse desde diferentes enfoques teóricos y metodológicos a esta área de estudios. En general fueron los principales profesores universitarios de filosofía quienes han buscado escribir la propia historia de la disciplina. Desde ya, en todos los casos con el objetivo de trazar una mirada del pasado capaz de justificar sus propios intereses teóricos y políticos, y entonces también su propio lugar como filósofos dentro del proceso de profesionalización disciplinaria. 

El presente artículo sistematiza cuáles han sido los intereses que han motivado historizar el ámbito filosófico local y sus diferentes perspectivas, de modo que propone una periodización general de la historia de la historiografía filosófica local argentina, sin dedicarse mayormente a trabajos puntuales de indagación aislados. Para esto, aborda: (i) en primer lugar, lo que en retrospectiva serían las primeras historias de las ideas argentinas en búsqueda de un relato profesionalizador; (ii) en contraposición, los ensayos ontológicos sobre el “ser nacional” que surgieron bajo la agenda temática del revisionismo histórico a partir de 1930; (iii) en tercer lugar, las autodenominadas “historias de las filosofía argentina” dedicadas a análisis internalistas de los textos de autores locales; (iv) desde esta misma perspectiva, la historiografía filosófica-católica argentina; y, por último, (v) en quinto lugar, haremos mención a los trabajos recientes sobre pensamiento argentino realizados desde la amplitud metodológica de la historia intelectual, en los que se incluyen los estudios sobre recepción de ideas, los estudios de publicaciones periódicas y los desarrollos teóricos-metodológicos alrededor de esta área de estudios, aunque no hayan considerado directamente el desarrollo de la filosofía académica.

A excepción de este último y más reciente núcleo de estudios, el recorrido propuesto pretende demostrar la hipótesis sugerida por el título del artículo: (a) fueron los propios profesores de las carreras de filosofía quienes buscaron historizar el desarrollo de la disciplina en el país a través de discusiones historiográficas propias aún no relevadas y (b), si bien quizás sus obras no fueron parte de sus intereses específicos, en todos los casos, constituyeron un modo de autoposicionamiento respecto al pasado intelectual del país y sus propios presentes académico-culturales. Con el objetivo de sintetizar diversos intereses y opciones metodológicas para lograr un marco amplio que permita observar modificaciones relevantes, el presente artículo asume los riesgos de abordar un período notablemente extenso, frente lo cual me permito referir a las investigaciones propias más puntuales en las que me apoyo (Domínguez Rubio, 2017, 2018a, 2018b, 2019a, 2019b).

Desde ya, la contracara de este problema fue mucho más transcurrida. Me refiero a la transitada pregunta sobre la existencia de una “filosofía argentina” o una “filosofía latinoamericana” que aquí planteó por primera vez Alejandro Korn y que el peruano Augusto Salazar Bondy luego hizo conocida a nivel regional en su disputa con Leopoldo Zea.[1] Esta pregunta tiene, claro, un primer momento evaluativo de la producción local que involucra al menos dos variables determinantes dadas por su calidad y por su autonomía respecto a otras esferas sociales. Sin embargo, primó otra variable siempre presente en este transcurrido tema sobre su “originalidad”, que implica al mismo tiempo una comparación con los textos europeos clásicos de la materia que fueron también los que trazaron la agenda del área de estudios. Pero además, esta pregunta sobre la autonomía disciplinaria involucra un segundo momento, metodológico, sobre cómo abordar la producción filosófica local.

Como veremos, José Ingenieros decidió hablar tanto de “contenidos filosóficos” como de “cultura filosófica”, y tituló su propio trabajo como evolución de las ideas. Por su parte, Alejandro Korn optó por “influencias filosóficas”. En este punto, Coriolano Alberini y Francisco Romero propusieron lecturas similares. Mientras, en cambio, con posterioridad, a partir de la década del cincuenta, filósofos de formación como Luis Farré, Manuel Gonzalo Casas, Diego F. Pro, Alberto Caturelli y Juan Carlos Torchia Estrada hablaron casi siempre de “filosofía argentina” para indicar el tipo de lectura interna que realizaban. La particularidad de estas obras de “historia de la filosofía argentina” consistió en recorrer solamente los principales libros producidos aquí sin hacer discutir entre sí a los autores analizados. Su objetivo fue aplicar el modo de análisis habitual de la filosofía, que suele concentrarse en el hecho de que hay textos que resisten el tiempo más allá de las intervenciones coyunturales que colaboraron en pensar y construir. De modo que las discusiones dentro del conjunto de estos textos que mantienen el interés y soportan el tiempo conforman el núcleo básico de la actividad filosófica. En el mejor de los casos, se trata entonces de un recorrido textual exclusivamente interno destinado a evaluar argumentos. El enfoque funciona también como una definición de la filosofía misma y la autonomía que busca como disciplina debe entonces también ser respetada en el momento de historizarla.[2]

Claro que esto no es algo exclusivo de la historia de la filosofía. Por el contrario, es el enfoque habitual adoptado para la historiografía propia de toda disciplina. Desde esta perspectiva, la historia ‘interna’ queda escindida de la historia ‘externa’ de las ciencias. Por un lado, historia de la técnica o del desarrollo de las ideas y del conocimiento puro. Por otro lado, su relación con los otros “factores” políticos sociales, quién y cómo la financia, cuáles son sus usos y sus consecuencias éticas y sociales. De modo que esta perspectiva contribuye entonces a dividir y compartimentalizar a las mismas disciplinas además de a su propia historia. Desde ya que, en comparación con otras áreas de estudio, por lo ya dicho, puede pensarse que la filosofía como disciplina es ella misma historia de la filosofía. Por lo que parece diferenciarse al menos en alguna medida de otras disciplinas. Pero lo discutido en estas tierras es que por el contrario la historia de las ideas o la historia del pensamiento local no fue considerado filosofía y sin embargo fue parte constitutiva de la tarea llevada a cabo por los protagonistas del ámbito local.

Si bien recién nombramos las excepciones, de manera general este enfoque exclusivamente internalista ha quedado fuera de uso para abordar filósofos con una producción menos densa conceptualmente o carente de discusiones suficientes para ser analizadas. Así llegamos a un claro problema: ¿por qué leer a estos autores o, si lo hacemos, por qué puede ser interesante hacerlo? Si nos interesa la lógica, ¿por qué estudiar la lógica de Luis José Chorroarín? Si nos interesa la ética tomista, ¿qué sentido o utilidad tiene leer a Mariano Velasco? No se trata de una pregunta de relevancia únicamente local, sino por el contrario común a buena parte de los países que no son Francia, Alemania, Italia, Inglaterra o Estados Unidos.

Se trata de obras que resultaron de escaso interés para los egresados en filosofía. Tampoco han obtenido lecturas por parte de los historiadores.  ¿Por qué puede importar la lectura interna de un texto en varios sentidos marginal y de escasa repercusión? ¿Qué sentido tiene intentar recomponer las trayectorias de autores desconocidos? ¿Por qué no quedarse con los sobrevivientes conceptualmente más densos de la filosofía?

Según la respuesta habitual a este problema, no es desde lo que se considera filosofía desde donde pueden tomar interés estos autores sino desde la historia. Así tanto Chorroarín como Velasco podrían interesarnos si queremos estudiar la historia del pensamiento local. Desde muy temprano, esto llevó a discutir si entonces se podía sostener la existencia de una “filosofía argentina” o debía hablarse de “filosofía en Argentina” o en última instancia de “pensamiento argentino”. Este debate no presupone necesariamente una valoración negativa de la producción filosófica aquí realizada, sino que hablar de “pensamiento” involucraría tanto la elección de un enfoque histórico como la elección de un objeto de estudio centrado principalmente en el ensayismo latinoamericano.[3]

De este modo, ya se ha convertido en un lugar común aludir a la pluralidad metodológica de la práctica historiográfica en general y de la historia de las ideas en particular. En parte, el carácter difuso de la historia de las ideas en relación a sus contornos interdisciplinarios es producto del objeto de estudio de la historia de las ideas argentinas que, como sostiene Altamirano, estudia textos “ya ellos mismos objetos de frontera, es decir, textos que están en el linde de varios intereses y de varias disciplinas; la historia política, la historia de las ideas, la historia de las elites y la historia de la literatura” (2005, p.16). La consecuente variedad de enfoques e interpretaciones posibles han dado lugar tanto a una caracterización positiva de las posibilidades hermenéuticas de la disciplina por ejemplo por parte de Jorge Dotti (2011) como a una denostación del papel de, al menos algunos, historiadores de las ideas argentinas, como fue el caso de Osvaldo Guariglia (1998).

 

Hacerse filósofo con historias: primeras historias de las “influencias filosóficas”

Poco después del Centenario, Alejandro Korn y José Ingenieros, quienes a partir de 1912 y 1915 se desempeñaron como los profesores de filosofía con mayor renombre, dieron un giro en sus respectivas carreras como médicos y publicaron una serie de artículos sobre la historia del pensamiento argentino en revistas vinculadas al ambiente universitario. A través de publicaciones como la Revista de la Universidad de Buenos Aires (primera época: 1902-1923), la Revista de Filosofía (1915-1929), Atenea (1918-1919) y Valoraciones (1923-1928), ambos autores discutieron con los artículos que iban conociendo del otro.[4]

Consideramos entonces éste el inicio de la historización propia de la “evolución de las ideas argentinas” como parte de una búsqueda de “antecedentes” de la práctica filosófica dentro de la universidad. De hecho, estos artículos propusieron distintas evaluaciones de los procesos culturales del país y discutieron sobre la forma misma de encarar la tarea historiográfica y filosófica. En primer lugar se inscribían en un ya largo debate sobre la identidad nacional que había alcanzado sus momentos culmines alrededor del Centenario, la llegada de noticias sobre la Revolución rusa y la Reforma universitaria (Quatrocchi-Woisson, 1995; Prislei, 1999; Terán, 2008). Con la diferencia específica de que ahora estas intervenciones surgían desde la universidad, desde revistas relativamente especializadas, destinadas a un público reducido y no a realizar una intervención simbólica. Por esto, cada uno de estos autores especificaba cuáles eran los elementos distintivos que destacaban la erudición de su intervención. Pero en todos los casos se autoposicionaban como poseedores de un capital diferencial que radicaba en su conocimiento de la filosofía contemporánea y en la capacidad de poder dar lugar a una obra sofisticada metodológicamente. En segundo lugar, con estos textos, desde diferentes cargos en la carrera de filosofía, Alejandro Korn, José Ingenieros y poco después también Coriolano Alberini se autoposicionaban al comienzo de un proceso de profesionalización disciplinaria. Se trataba de una operación homóloga a la que en ese momento estaban realizando los miembros de la llamada Nueva Escuela Histórica y Ricardo Rojas (1918-1922) en relación a la historia y la literatura desde la misma Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Metodológicamente, tanto Alejandro Korn como José Ingenieros buscaban romper los esquemas historiográficos que consideraban imperantes. Para esto, necesitaban un enfoque capaz de señalar la importancia de una historia de los “contenidos filosóficos” en la Argentina. Esta pregunta fue más relevante de lo que suele considerarse. Los textos habitualmente enmarcados dentro de la llamada reacción antipositivista y la Reforma universitaria no sólo se preguntaron acerca de cómo romper el determinismo ético, teórico y político, sino además también los enfoques historiográficos deterministas que presentaban una historia cerrada a la acción humana y al debate de ideas. Se trataba, claro, también de una operación de autoposicionamiento y de justificación tanto de su propia disciplina como de su tarea intelectual. Al menos inicialmente, ésta fue una pregunta que en Argentina buscaron responder textos producidos desde las carreras de filosofía de Buenos Aires y La Plata, mientras que, por su parte, como señalaron las historias de la historiografía, los miembros de la llamada Nueva Escuela Histórica tuvieron otros intereses por lo general más dirigidos a la historia institucional.

Además de la discusión metodológica, el punto de discusión principal radicaba en la evaluación del pasado cultural argentino. Alejandro Korn trazaba una genealogía que él mismo reconocía como romántica, capaz de quebrar el determinismo teórico y el legado de Alberdi que él consideraba “materialista”, y que recuperaba entonces la posibilidad de una filosofía abierta, conectada axiológicamente a los valores sociales, artísticos y religiosos. Por su parte, desde su recuperación iluminista de Alberdi, José Ingenieros planteaba una continuidad tal que pugnaba por una filosofía siempre vinculada de algún modo al conocimiento científico.

Estas obras historiográficas de Korn e Ingenieros fueron fuertemente criticadas por la historiografía en general durante los años posteriores, de modo que trazaron el marco de discusiones de quienes se dedicaron a estos temas en la década siguiente. Entre ellos, Coriolano Alberini (1927, 1930, 1966) ostentaba sus credenciales como el primer filósofo local recibido como tal frente a sus denostados antecesores médicos, y escribió lo que sería la versión estándar de la historia de la filosofía en Argentina dentro de la facultad. La versión de Korn le pareció sumamente imprecisa. Mientras que, además de las múltiples críticas ideológicas a la obra de Ingenieros, metodológicamente señaló que su contextualización excesiva caía fuera de las preocupaciones de la filosofía o de lo que se espera de una historia de la filosofía. Sin embargo, a pesar de discutirlas, prosiguió con varias de las líneas de análisis propuestas por ellos.

Alberini continuó la periodización propuesta por Korn, que a su vez retomaron por ejemplo asistemáticamente tanto Carlos Cossio (1922, 1927, 1931) y Luis Juan Guerrero (1945) como, más tarde, Luis Farré (1958) y en un texto marginal también Carlos Astrada (1952). En consonancia, Alberini (1927) decidió partir entonces de una caracterización de la producción historiográfica de Korn, a la que categorizó como parte de una “axiología empírica”: “cuyo objeto ha sido explorar los valores tal como han sido y son” (1927, p. 15). Sin embargo, su operación metodológica involucró una autonomización aún mayor de las “ideas”, los “valores” y “la filosofía. Y de este modo también una mayor despolitización de la historia de las ideas propuesta. A diferencia de la “sociología idealista” que proponía Carlos Cossio (1927, 1931), la “axiología empírica” de Alberini parecía querer mantener un único guiño metodológico a la obra de Benedetto Croce (1917), pero sin resabios, ni siquiera retóricos, del materialismo más bien abstracto de Jaurès (1911) que parecía conformar las opciones metodológicas tanto de Korn como de Cossio (1933).

 

Hacerse filósofo sin historias: los ensayos filosóficos de interpretación nacional

La generación de filósofos argentinos que siguió a la de Korn e Ingenieros dejó de lado la voluntad de ser ellos mismos quienes historicen el pensamiento argentino. Sin embargo, estos filósofos no renunciaron a brindar sus visiones del derrotero nacional, al menos de dos modos. El primer modo, llevado a cabo por Homero Guglielmini (1930), Saúl Taborda (1934) y Carlos Astrada (1948), consistió en culpar de todos los problemas políticos y sociales a la incapacidad de generar conceptos propios basados en la la esencia argentina. La solución propuesta consistió en descubrir el “ser nacional” mediante ensayos no-históricos. El segundo modo proponía un giro opuesto. Desde este segundo punto de vista, llevado a cabo por Francisco Romero (1947, 1949, 1951) la cultura universal debía ser considerada como una y la función del intelectual consistiría en estudiarla, mantenerse actualizado y difundirla. Tampoco, desde este segundo gesto la indagación histórica resultaba necesaria. Por su parte, aunque no renunció a brindar una historización del pasado cultural, también la propuesta fuertemente autonomizadora de la filosofía propuesta por Alberini derivó en esta última apuesta y en la historia internalista desarrollada por Diego Pro (1973) a la que nos referiremos en el próximo apartado.

Con anterioridad a la fundación del Instituto de investigaciones Juan Manuel de Rosas a partir de 1934, autores vinculados a los estudios filosóficos como Homero Guglielmini (1930), Saúl Taborda (1934) y un poco más tarde Carlos Astrada (por ejemplo: 1948) dieron lugar a un ensayismo de interpretación nacional con el que se diferenciaban radicalmente de sus antecesores trabajos “evolucionistas”, como los de Korn, Ingenieros y Alberini. En relación a las obras que habían publicado en esos mismos años de Pedro Henríquez Ureña (1928), José Ortega y Gasset (1932), Hermann Keyserling (1933) y Ezequiel Martínez Estrada (1933), estos autores propusieron lecturas que más tarde se reconocerían como ensayos ontológicos destinados a diferenciarse como filósofos de los lineamientos de la historiografía argentina que consideraban permanentes. Esquemáticamente se trata entonces de dos concepciones de la construcción del pasado. Una evolucionista histórica ya sea de corte spenceriano, marxista, jaureseano o croceano. Frente a otra identitaria y ensayística ya sea al modo soreliano, nietzscheano o heideggeriano. Estos nuevos ensayos identitarios, entre otros a cargo de Taborda, Guglielmini y Astrada, partían de un diagnóstico común de crisis cultural y política, ineludible tanto a partir del colapso económico como a partir del golpe de Estado de 1930. Pero para ellos se trataba también de la crisis del relato liberal, tanto a nivel histórico como filosófico y cultural. Esta ruptura se debía no sólo a razones metodológicas, sino además directamente a sus puntos de partida políticos, para ellos cargados de ciertos prejuicios liberales. Por eso, su modo de indagación resulta necesariamente colectivo: el individuo sólo se descubre a posteriori e intuye su participación de un acontecer orgánico.

En primer lugar, apuntaban a establecer su propia visión del pasado nacional, sin dedicarse específicamente a la investigación histórica ni al estudio concreto de discusiones ideológicas. De este modo, en segundo lugar, filiaron localmente sus ensayos al Facundo de Sarmiento y a ciertos textos de Leopoldo Lugones. En tercer lugar, no ubicaban, como el resto de la historiografía, la estirpe cultural del país en la tradición de Mayo y la llamada Generación del ‘37. Con esto, en buena medida compartían entonces cierta agenda temática con lo que se reconoce como revisionismo histórico, pero desde temas filosóficos con ciertas características y problemas propios. A diferencia de los historiadores reconocidos como revisionistas, en estos ensayos filosóficos, no encontramos construcciones a favor de la oligarquía terrateniente como sujeto histórico basado en la figura de Rosas, sino por el contrario hallamos reivindicaciones del pueblo como actor colectivo alrededor de la figura del gaucho y algunos caudillos. A lo que también se sumaba otro de los elementos propios del nacionalismo argentino vinculado a cierta reivindicaciones hispanistas, con la particularidad de que todos estos filósofos lo hicieron desde posiciones laicas.

Pero fue principalmente a partir de El mito gaucho de Carlos Astrada (1948) y el Congreso Nacional de Filosofía de 1949 cuando éste se convirtió en el modo de indagación ensayístico y ontológico que se instaló como “propiamente latinoamericano” tras la llegada de las nuevas obras del mexicano Leopoldo Zea (especialmente, 1945). A partir de este momento, el ensayismo filosófico cobró un éxito notable que sin duda tendría su apogeo durante los años del gobierno de Juan Domingo Perón, cuando, según Devoto y Pagano (2009), los debates historiográficos con el revisionismo alcanzaron una “intensidad y virulencia que no tuvo parangón en ningún otro país de Iberoamérica” (p. 65). Si bien a partir de ese momento también las críticas a este ensayismo filosófico “irracionalista” ya eran conocidas (por ejemplo: Frondizi, 1944; Romero, 1949), a partir de ellos se estableció una verdadera tradición de la “descripción de la conciencia Americana”, fundamentalmente por parte de Astrada (1948), Rodolfo Kusch (1952, 1953, 1954) y Nimio de Anquín (1956), a quienes de a poco se sumarían también desde diferentes posiciones políticas Héctor Murena (1954), Enrique Dussel (1977) y Arturo Roig (1981). De hecho, este ensayo filosófico logró una amplia difusión y distintas inscripciones políticas, que fueron desde el nacionalismo y el peronismo de derecha hasta el ensayismo liberal y, más tarde, los desarrollos de una teología descolonizadora. Muchos incluso sostuvieron que se trató del género propio de la filosofía latinoamericana, especialmente a partir del Segundo Congreso Nacional de Filosofía de 1972. Y, en casi todos los casos, los mencionados textos de Taborda y Astrada, respectivamente La crisis espiritual y El mito gaucho, resultaron una referencia obligada al momento de reconocer a los iniciadores de este género. Mientras, en cambio, seguramente por sus vínculos a distintos gobiernos militares, la figura de Guglielmini no ha sido recuperada como tal.

 

Micro-no-historias de la “filosofía argentina”: ¿Menocchios de la Razón Pura?

Para evitar la fuerte polarización universitaria que había quebrado también el ambiente filosófico, al terminar la primera experiencia peronista, los filósofos locales buscaron asentarse en lo que llamaron “historias de la filosofía”. Entre algunos autores más, nos referimos especialmente a la producción de Luis Farré (1958), Juan Carlos Torchia Estrada (1961), Diego Pro (1973) y Alberto Caturelli (que finalmente compiló su obra en 2001), quienes dieron lugar a una notable cantidad de libros y artículos entre 1958 y 1973.

La exacerbación por parte de sus discípulos de las hipótesis metodológicas autonomizadoras de la filosofía que había propuesto Alberini llevaron al fin de la ‘historia de las ideas’ en términos de “influencias” y traducciones. En esta dirección, Luis Farré, Juan Carlos Torchia Estrada, Alberto Caturelli y Diego Pro desarrollaron no ya ‘historias de las ideas argentinas’ sino ‘historias de la filosofía argentina’, que consistían únicamente en un análisis interno de los textos.

Diferenciándose explícitamente de lo que reconocían como historia de las ideas, sus decisiones metodológicas argumentaron a favor de la necesidad de un análisis interno de los textos producidos localmente. Para estos autores, éste debía constituirse tanto el método propio tanto del filósofo como del historiador de la filosofía para dar lugar a una profesionalización disciplinaria definitiva.

En un primer momento, Luis Farré (1958) y Juan Carlos Torchia Estrada (1961) brindaron sus propias versiones, el primero vinculado a una reinvindicación de la figura de Coriolano Alberini, y el segundo en la línea de Aljeandro Korn y Francisco Romero. Sin embargo, fuera de estas dos obras concretas, quienes más sistemáticamente llevaron a cabo un desarrollo historiográfico de la disciplina bajo dos proyectos de largo aliento fueron Diego F. Pro y Alberto Caturelli.

En buena medida, fueron estos dos últimos autores quienes hegemonizaron esta área de estudios en las décadas siguientes. Desde la Universidad Nacional de Cuyo, Diego F. Pro fundó en 1964 la primera revista especializada en el tema que sigue saliendo hoy en día, titulada Cuyo: anuario de filosofía argentina. Como justificación de este proyecto, unos años más tarde Diego Pro publicó en 1973 una obra en donde sistematizaría parcialmente sus pautas para historizar el “pensamiento filosófico”, a partir de una periodización por generaciones que tomaba como objeto de estudio tres elementos: los textos teóricos, las cosmovisiones de sus autores y sus sistemas de enseñanza.

Por su parte, Alberto Caturelli continuó con este mismo modo de análisis interno propio de lo que reconocía como “historia de la filosofía argentina”. En gran medida prosiguió muchas de las tesis historiográficas que había propuesto Guillermo Furlong (por ejemplo: 1952). Sobre todo, le interesó enfatizar la diversidad de la enorme variedad de autores locales que produjeron textos durante el período colonial y que la historiografía insistía en homogeneizar. Reafirmó las tesis que buscaban mostrar la importancia de la tradición política española alrededor de la Revolución de mayo y brindó importancia y análisis internos a autores tomistas totalmente desconocidos. En retrospectiva, su obra entabló diálogos casi nulos con otras líneas de producción historiográfica. De este modo, su inagotable cantidad de artículos y ensayos que compilaría más tarde recuperó una enorme cantidad de autores locales que hasta ese momento habían quedado fuera de toda revisión.

Se trataba de aproximaciones no-históricas que sin embargo tampoco justificaban la importancia de una lectura interna “puramente filosófica”. Sin dudarlo éste ha sido el principal intento de considerar propiamente “filósofos” a los protagonistas del ámbito local, analizar los desarrollos conceptuales de sus obras y generar entonces artículos con títulos tales como “La metafísica del ente de Juan Sepich” o “El concepto de persona en Francisco Romero”.

 

Historiografía católico-filosófica argentina

En relación con algunos textos que surgieron alrededor del Centenario, ya en 1912, Alejandro Korn, realizó cierta reivindicación de la tradición católica argentina con la cual buscó oponerse a la historiografía positivista y laica que él consideraba hegemónica. Este artículo inicial de Korn de 1912 coincidió con el momento en que comenzó la revisión histórica “apologética” del catolicismo argentino que surgió después del Centenario y fue rastreada por Roberto Di Stefano (2003). De hecho, con posterioridad a las lecturas propuestas por Korn, es claro que la producción historiográfica filosófico-católica que continúa hasta hoy en día se mostró cuantitativamente mayoritaria. De distintas maneras estas obras buscaron sostener diferentes tesis referidas, a la originalidad y heterogeneidad de pensadores religiosos durante el período colonial, a la importancia del papel de la Iglesia en la conformación del Estado nacional, a su “resistencia” durante la hegemonía cultural positivista y entonces también así a presentarse como un antecedente de la “reacción espiritualista” con la que se profesionaliza la filosofía a finales de la década de mil novecientos diez. Dentro de la gran cantidad de artículos al respecto, destacamos como referencia especialmente los de Guillermo Furlong (1952), a los que se sumaron luego los de Luis Farré (1958), Francisco Leocata (1993) y los numerosos textos de Alberto Caturelli compilados finalmente en 2001.

En su mayoría se trata de una importante cantidad de obras que se desarrollaron en paralelo a la producción de los profesores de la Universidad de Buenos Aires y la Universidad de La Plata. Si bien encontramos críticas a estos autores y sus lecturas historiográficas, éstas nunca obtuvieron respuesta, de manera que no se establecieron discusiones sino más bien sólo algunas críticas unidireccionales. Solamente durante el peronismo esta tradición tuvo cierta inserción en la uba, gracias a Tomás Casares (1895-1976), Juan Sepich (1906-1979), Farré y el apoyo de Coriolano Alberini; y en la Universidad Nacional de Córdoba, mediante Nimio de Anquín (1896-1979) y Alberto Caturelli. De manera que esta profusa bibliografía sobre el pensamiento argentino se consolidó en buena medida encapsulada en los espacios y revistas donde se editaban, es decir, en revistas como Estudios (1920-1970), Arx (1933-1934), Stromata (1938-), Ciencia y Fe (1944-1964), Arqué (1952-1982), Diálogo (1954-1955), Xenium (1957-1959) y Estudios teológicos y filosóficos (1959-1961), luego ligados a los medios de la Universidad Católica Argentina y la Universidad del Salvador.

En las páginas de estas revistas aparecieron numerosos artículos relativos a distintos momentos del pensamiento nacional, también se reseñaron obras históricas y más asistemáticamente se insinuaron o criticaron algunos desarrollos. Por ejemplo, pueden encontrarse algunas notas referidas a la historia argentina desde la filosofía en las revistas realizadas por Nimio de Anquín, como Arx (1933-1934) vinculada a la Unión Fascista Argentina y Arqué (1952-1982), que desde la Universidad de Córdoba publicó algunos de los artículos de Caturelli sobre el tema. O también en la revista Diálogo (1954-1955) de Julio Meinvielle, quien en la década siguiente se desempeñaría como líder espiritual del grupo nacionalista Tacuara. Aunque esta masa de artículos historiográfico-confesionales se multiplicó durante el peronismo, fueron pocos los autores que condensaron luego su producción en una intervención historiográfica sistemática de largo aliento.

Entre ellos, Guillermo Furlong fue un sacerdote jesuita que estudió tanto humanidades como ciencias naturales y se especializó en el período colonial. En Argentina, participó de la Acción Católica Argentina (aca), centró su actividad en la Universidad del Salvador y fue miembro de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina. Su obra principal sobre el tema que nos ocupa fue Nacimiento y desarrollo de la filosofía en el Río de la Plata publicada en 1952, donde se esforzó por documentar la prolífica producción católica durante la colonia, tarea antes escasamente realizada hasta ese momento (Probst, 1924, 1940)  y que después fue ampliada por Caturelli (2001). En consonancia con las hipótesis que Manuel Giménez Fernández (1946) había propuesto para el caso español, el aporte de Furlong a la historiografía argentina consistió en querer destacar la importancia de la tradición política española especialmente de la obra de Francisco Suárez en la ideología independentista de Mayo. Esta tesis, combatida poco después por Tulio Halperin Donghi (1969), formó parte de un movimiento historiográfico más amplio que, como señalan Di Stefano y Zanca (2015), sigue reivindicándose dentro de la bibliografía católica hasta hoy en día.

También desde mediados de la década del cincuenta y a la par del desarrollo de los estudios de la Universidad de Cuyo que señalamos en el apartado anterior, Alberto Caturelli, desde la Universidad de Córdoba dio comienzo a toda una carrera en gran parte dedicada a la revisión exhaustiva del pensamiento filosófico argentino. Su larga tarea de exhumación documental y revisión bibliográfica fue sintetizada finalmente en su obra Historia de la filosofía argentina (1600-2000) editada en el 2001, donde el autor compiló sus artículos de años de investigación. Con pretensiones de totalidad, siguiendo los pasos de Furlong esta obra amplía enormemente el arco temporal y el catálogo de autores, por lo que tenemos aquí una importante novedad que recupera textos e intervenciones desconocidas, y así un nuevo conjunto de referencias.

Con todo, los trabajos de Caturelli dieron lugar a una nueva discusión historiográfica sobre el pensamiento argentino. Por un lado, sus artículos y libros fueron reseñados y discutidos por Diego F. Pro, quien también escogió dedicarse a este campo desde los últimos años de la década del cuarenta y propuso explicitar algunos debates metodológicos. Por otro lado, dentro de la historiografía católica, el padre Francisco Leocata, también profesor de la Universidad del Salvador y la Universidad Católica Argentina, criticó aquellos trabajos “apologéticos” que pretenden defender la tradición en la que su ubican. De esta manera Leocata buscó posicionarse por fuera de una tarea reivindicativa que consideraba presente tanto en Farré como en Caturelli, a quien precisamente criticó por poner en el mismo nivel de análisis a autores católicos que no tuvieron ninguna trascendencia. Pero, al igual que la tarea de Caturelli, uno de los puntos notables de esta obra es su insistencia en ciertas categorías que parecen producto del desconocimiento o de la negativa, o dificultad, de dialogar con las investigaciones recientes. De manera que, por ejemplo, repite caracterizaciones ampliamente discutidas en la producción académica reciente sin plantear matices. Metodológicamente, luego de adoptar la periodización “generacional” de Pro y la “socio-política” de Ingenieros en la que también, de manera errónea, involucra a Korn, él mismo declara que su método de aproximación y periodización será desde las “configuraciones político-sociales”, aunque luego el recorrido de la obra abandone esta intención inicial y se centre únicamente en algunos textos.

 

Consideraciones finales: historias de la filosofía, historia de las ideas e historia intelectual

También desde la academia, a partir de la década del cincuenta, y a nivel regional, un proyecto de pretensiones latinoamericanistas intentó conjugar la filosofía académica con una tradición ensayística que buscaba comprender la historia política del culturalismo latinoamericano. En esta dirección, los trabajos del mexicano Leopoldo Zea, el uruguayo Arturo Ardao (1963, 1978) y el mendocino Arturo Roig (1969, 1972, 1989) comenzaron a pensar, enfocándose cada uno en sus respectivos países, en términos de una historia de las ideas regional con diferentes inscripciones políticas. Los diálogos de este proyecto cultural pretendieron lograr cierto nucleamiento común a través de los dos números de la revista Historia de las ideas editada en Quito y algunas iniciativas editoriales. Para estos pensadores, los autores argentinos, Ingenieros, Korn, Romero, se vuelven interesantes para la filosofía por ser los primeros exponentes regionales de una producción teórica fuerte e inauguradores de la perspectiva historiográfica como una búsqueda y afirmación de cierta “identidad”.

En la Argentina, fue Arturo Roig quien publicó sus primeros artículos dentro de la revista Cuyo e inicialmente sistematizó una indagación latinoamericanista de la historia de las ideas. Si bien Enrique Dussel también había publicado sus primeros textos junto a Diego Pro en Cuyo, con posterioridad, estos autores, a contramano de las inclinaciones políticas de su mentor, desarrollaron distintos proyectos intelectuales orientados a una filosofía latinoamericana con posicionamientos levinasianos y descolonizadores. Si bien muchas veces resulta difícil encontrar rasgos metodológicos comunes a la gran cantidad de textos producidos desde esta perspectiva (fundamental ver: Kozel, 2015), todos ellos coinciden en buscar una lectura de los textos relacionada con su ámbito político-social de producción sin que este resulte determinante para ponderar su relevancia. Se trató entonces de una serie de reflexiones que todavía continúa y enfatiza la importancia de la lectura de la producción local en busca de su propia idiosincrasia. Incluso hoy en día, hay autores que en esta línea historiográfica insisten en mantener cierta lectura autónoma de las ideas latinoamericanas como objeto de estudio frente a la llamada historia intelectual que consideran bajo perspectivas metodológicas más contextualizantes.

De este modo, por un lado, sin dudas, el enfoque en gran medida internalista propagado tanto por la historiografía filosófico-católica como por la escuela de Cuyo, que también tuvo un origen confesional, se mostró como uno de los modos de lectura hegemónicos sobre el campo filosófico argentino a partir de 1955. Por otro lado, el segundo enfoque hegemónico que tampoco dialogó con la investigación histórica fue el ensayismo en búsqueda de la “identidad” latinoamericana, vinculado a lo que suele conocerse como historia de las ideas y propagado desde los dos primeros congresos Nacionales de Filosofía, las mencionadas derivas de Dussel y Roig y finalmente la Revista de Filosofía Latinoamericana (1975-1979; 1985-2000).

Contra estos enfoques metodológicos, al menos desde mediados del ochenta, algunos investigadores buscaron ensayar modos de acercamiento con otro conjunto de preguntas alejadas tanto de la pretensión de escribir una historia de la filosofía argentina como de los posicionamientos ideológicos presentes en la historia de las ideas identitarias (ver: Terán, 2006; Palti, 2005, 2015). Enfocándose en diferentes objetos de estudio y adoptando distintos enfoques metodológico-disciplinarios, desde la década del ochenta, la historia de los intelectuales locales fue abordada por investigadores provenientes de distintas disciplinas: los estudios literarios como Sarlo y Altamirano, la historia como Gallo y Burucúa, la filosofía Roig, Terán, Biagini y Dotti, la psicología como Vezetti o la ciencia política como Botana.[5] Por lo que contamos con algunos análisis que, si no se refieren directamente al ámbito filosófico, ampliaron la mirada a todo un marco de proyectos políticos y culturales alrededor de la universidad, los intelectuales y sus revistas. En esta línea, los trabajos iniciales de Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo (1983) buscaron observar las transformaciones culturales porteñas a partir de las herramientas interpretativas de Raymond Williams y Pierre Bourdieu. Mientras, por su parte, desde su regreso del exilio mexicano, Oscar Terán (1979, 1986, 1987) comenzó toda una nueva serie de interpretaciones sobre los textos de Cané, Quesada, Bunge, Ramos Mejía e Ingenieros y sus significados históricos, respecto a lo cual remarcó la importancia de la lectura de Foucault para el marco teórico que buscaba en sus investigaciones. También cercano al grupo editor de la revista Punto de vista (1978-2008) y desde principios de la década del noventa parte del Club de Cultura Socialista, Jorge Dotti (1990, 1992) realizó estudios fundamentales de una nueva historia intelectual “de perspectiva filosófica” sobre Alberdi y Justo, para poco después investigar sobre los derroteros de Kant y Schmitt en la Argentina. Si bien el problema de la recepción estuvo siempre presente de manera tácita o explicita en las historias de las ideas, como reconoce Jorge Dotti, la investigación de Roig Los krausistas argentinos (1969) ha sido uno de los primeros trabajos a tener en cuenta como un importante antecedente de este enfoque metodológico en el ámbito local, en tanto allí Roig se propuso sistemáticamente rastrear ediciones, traducciones e interpretaciones de un corpus de texto determinado que iluminan una serie de ámbitos poco trabajados que van desde la academia hasta la política. Con esta línea, a continuación los trabajos de Dotti sobre la recepción argentina de Kant y de Schmitt consolidaron una nueva forma de historizar el proceso intelectual argentino. A partir de allí, esta fue una de las preguntas fundamentales para observar distintos recorridos a partir de historizar, entre otras, las lecturas de Marx (Tarcus, 20007), la escuela de Frankfurt (García, 2015), Eugenio D’Ors (Bustelo, 2014), Ortega y Gasset (Galfione, 2018; Sosa, 2018), Foucault (Canavese, 2015), Heidegger o la filosofía alemana en general (Ruvituso, 2016).

En la misma dirección, en los últimos años, contamos con varios trabajos que han tomado a las revistas filosóficas como objeto de estudio. Estas investigaciones también se vuelven fundamentales en tanto reconstruyen los debates, redes y grupos que tomaron estas revistas como plataformas. La Revista de Filosofía de Ingenieros posee un índice realizado por Hugo Biagini (1979, 1984) y estudios realizados por Luis Rossi (1999) y Carla Galfione. A estos se sumaron los trabajos sobre los Cuadernos del Colegio Novecentista (1917-1921) por Alejandro Eujanian (2001), las investigaciones de Karina Vasquez (2000, 2003, 2005)  y Fernando Rodríguez (2001, 2004)  sobre las revistas estudiantiles y reformistas de La Plata, y los trabajos sobre las revistas estudiantiles y reformistas de Buenos Aires de Bustelo (2016) .

Si bien es claro que este núcleo de enfoques vinculados a la historia intelectual se muestra como mayoritario, en contraposición, varios autores del campo de la filosofía han esbozado una defensa, reivindicación y actualización de la historia de las ideas como disciplina, entre los que cuentan por ejemplo Devés-Valdés (2010), Horacio Cerutti Guldberg (1983, 1986) y Hugo Biagini (entre otros: 1979, 1984, 1985, 1989, 2009). En algunos casos, incluso de manera crítica a la pérdida de importancia del debate argumental histórico involucrado en la reconstrucción de argumentos (Ver Kozel, 2015). De manera general, pueden notarse entonces tanto algunos acercamientos de la historia de las ideas filosóficas a la historia intelectual (por ejemplo, Devés-Valdés, 2010) así como discusiones directas (Biagini, 2015).

Respecto a la reciente producción en historia intelectual, José Fernández Vega (2011) señaló en relación a los trabajos de Terán (2008) la quizás paradójica ausencia de estudios sobre filósofos locales. Vemos que la dificultad de encontrar un interés político en la obra de los filósofos académicos aumenta a medida que pasan los años y avanza el proceso de especialización académica. Por un lado, en tanto la producción teórica de estos autores quedó confinada a unas pocas lecturas y carecieron de trascendencia por fuera de un espacio limitado sin tampoco generar mayores disputas con interlocutores de relieve, la lectura interna de obras poco densas conceptualmente carece de interés para los investigadores. Por otro lado, en tanto académicos de leve participación político-cultural, tampoco resultan relevantes como actores sociales o promotores-culturales a tener en cuenta. En este panorama, los estudios recién citados eligieron explorar estos textos preguntándose por la recepción que hicieron de algunos autores extranjeros, sus revistas y los otros enfoques ya marcados; es decir, intentando plantear relaciones socio-culturales de su papel como académicos e intelectuales desde un enfoque interdisciplinario.

En este sentido, si bien como sostiene Fernández Vega (2011), Oscar Terán no se ha preguntado específicamente por el ámbito filosófico local, en cambio, Hugo Biagini (entre otros: 1979, 1984, 1985, 1989, 2009) sí ha buscado reponer publicaciones periódicas, congresos y discusiones.  En referencia directa al campo filosófico, Biagini trazó un mapa de las revistas y de otros indicadores académicos de la actividad en Argentina, como ser congresos, traducciones, exportación de profesores. Dante Ramaglia (2010) propuso también ciertas hipótesis al respecto para pensar los cambios en la disciplina hacia 1918. Específicamente sobre las revistas de filosofía y su profesionalización contamos con los artículos de Cassini publicado en 1998 y el trabajo más general de Romanos de Tiratel de 2008. Además de los artículos más bien internalistas publicados en los medios mencionados, otro foco de análisis se ha puesto en el estudio de algunas figuras puntuales, como Carlos Astrada (David, 2005, 2010) y Luis Juan Guerrero (Ibarlucía, 2009), sin contextualizarlos en su propio ámbitos de debates. 

Sin embargo, pese a la diversidad de enfoques ensayados, la producción teórica de los filósofos locales sigue en un lugar ensombrecido. Primero, efectivamente, contamos con unas pocas lecturas ‘internalistas’ que se centraron en sus textos publicados como libros. No sólo no propusieron recorridos problemáticos, sino que a partir de estos estudios tampoco sabemos cuál fue su repercusión ni su proyección. En segundo lugar, en tanto muchos de ellos fueron académicos de leve participación político-cultural, tampoco resultan relevantes como actores sociales o promotores culturales a tener en cuenta. A pesar de esto, recientemente aparecieron algunas investigaciones que con un enfoque interdisciplinario intentaron observar la intervención socio-cultural llevada a cabo por estos académicos e intelectuales. Pero, por lo general, mientras los llamados estudios latinoamericanos han promovido principalmente investigaciones sobre la producción literaria,  artística y ensayística, también, incluso desde los nuevos trabajos sobre historia intelectual en búsqueda de polémicas políticas de relevancia, los filósofos académicos argentinos han sido dejados de lado como objeto de estudio.

En resumen, durante este recorrido, el objeto de estudio de las propias obras se redifinió de varias maneras. En primer lugar, como “evolución de las ideas argentinas” o las “influencias filosóficas”, cuyo objeto de estudio resultaba amplio y podía abarcar tanto una historia de la cultura como de ciertas discusiones políticas. Poco después, en segundo lugar, los ensayos de interpretación nacional, que buscaron establecer una imagen del pasado “ontológica” que se rehusaba a estudios históricos específicos. En tercer lugar, a partir de la segunda mitad de la década del cincuenta, la “historia de la filosofía argentina” dedicada a análisis internalistas que fue desarrollada por una importante cantidad de autores. Más tarde, fue sólo a partir de la década del setenta que se conocieron varios textos establecidos dentro de lo que se reconocerían como “historia de las ideas”, tanto desde la escuela de Mendoza como desde Buenos Aires. En líneas generales, mientras el núcleo de estudios mendocinos encabezado por Roig buscó un modo de análisis permanente más centrado en “las ideas”, en Buenos Aires, Oscar Terán estableció grupos de investigación alrededor de la “historia intelectual” y un objeto redefinido como “pensamiento argentino”.

 

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[1] Véase Fernández Nadal, 2009.

[2] Una vez más, no se trata del método de la historia de la filosofía sino de la filosofía misma como disciplina la que propone este tipo lecturas. Por ejemplo, Ezequiel de Olaso (1996) lo sintetizó de esta manera: “Un campo interesante y accesible es el de la metodología de la historia de la filosofía. Últimamente he alentado un debate sobre el principio de caridad en la interpretación. Puesto que siempre encontramos tensiones fuertes e incoherencias en la obra de un filósofo, hay que tratar de ofrecer la mejor versión de sus ideas”. Desde este punto de vista, la historia de la filosofía queda regida así por el principio de “misericordia hermenéutica”, mientras, por el contrario, también de Olaso sostuvo que para observar a los pensadores locales prefería los enfoques históricos: “En la Argentina los historiadores de las ideas que más me interesan no pertenecen al campo filosófico: Natalio Botana y Tulio Halperin Donghi” (1996, pp. 113-114).

[3] En palabras de Terán: “Es aquí donde para otorgar sentido a estas experiencias culturales es preciso pasar de la filosofía de la historia a la historia de la filosofía y de la historia de la filosofía a la historia de las ideas, que es un modo de articular a la filosofía con lo que no es filosofía, con lo otro de la filosofía que es su contexto histórico social” (1994, p. 51).

[4] Sólo más tarde compilaron estos artículos en lo que en retrospectiva serían las primeras historias de las ideas argentinas: Influencias filosóficas en la evolución nacional publicada de manera conjunta mucho después de la aparición de los artículos en las revistas mencionadas, recién en 1936 y La evolución de las ideas argentinas cuyo primer tomo apareció en 1918, luego un segundo tomo en 1920 y, finalmente, de manera completa en tres tomos, con borradores póstumos, en 1937.

[5] Un buen panorama sobre este campo de estudios en la década del noventa puede trazarse a partir de Herrero y Herrero, 1996.