Juan Carlos Torre. Diario de una temporada en el Quinto Piso. Buenos Aires: EDHASA, 2021, 540 pp.
Por Ánibal Jauregui
Centro de Estudios Económicos de la Empresa y el Desarrollo, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Buenos Aires,
Departamento de Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Luján,
Buenos Aires, Argentina
PolHis, Revista Bibliográfica Del Programa Interuniversitario De Historia Política,
Año 15, N° 29, pp. 160-162
Enero- Junio de 2022
ISSN 1853-7723
Si bien la narración principia en 1982, con el fin del Proceso y la recuperación democrática, el ojo está puesto en las tensiones enfrentadas por el equipo que integra. Sourrouille fue nombrado en 1983 al frente de la Secretaría de Planeamiento. Sin embargo, pasó a ocupar el Ministerio de Economía cuando los desequilibrios económicos amenazaban la normalidad institucional. Allí Torre fue designado Subsecretario de Relaciones Institucionales. La consigna malvinera de la “economía de guerra” lanzada por el presidente, que buscaba combatir la inflación sin apelar a recetas recesivas, dejó al desnudo las restricciones que operaban sobre el gobierno.
El plan, precedido por difíciles negociaciones con el Fondo y la Reserva Federal, incluía dos programas: uno ortodoxo de ajuste fiscal y otro heterodoxo de congelamiento de variables y reforma monetaria, con la expectativa de que la aceptación del primero facilitara el reconocimiento del segundo. Aunque no faltaron tentativas de “patear el tablero”, hubo un acuerdo final. El Austral, anunciado en junio, tuvo resultados que a la postre generaron una expectativa exagerada respecto de su sustentabilidad. El equipo económico debió encarar conflictos en tres frentes muy complejos: la negociación con el gobierno de Reagan y el FMI, la relación con la oposición política y especialmente sindical, y los vínculos con el partido oficialista.
La deuda fue el obstáculo más complejo de arbitrar, no sólo por su magnitud sino por la decisión del gobierno norteamericano de sostener al sistema financiero, principal tenedor de títulos. Cualquier estrategia de negociación supuso la aceptación de condicionalidades que operaban en la puesta en marcha del programa económico, algo que requería un permanente ida y vuelta para la aceptación del Fondo de las medidas adoptadas por el gobierno argentino.
En la confrontación con el peronismo, por su parte, se superponían la lucha por la distribución de los costos de la estabilización con los conflictos distributivos. Pero estas tensiones tenían como riesgo adicional confluir con el frente abierto con las Fuerzas Armadas por el juzgamiento a la violación de derechos humanos durante el Proceso.
Las dificultades con las corrientes internas de la UCR generaban problemas de diferente naturaleza. La gestión de Grinspun en el Ministerio de Economía había puesto de manifiesto un abordaje más tradicional de la política económica junto a deficiencias de experticia. Ella reflejaba cuánto había cambiado la realidad desde que el equipo radical del presidente Illia se había encargado del Palacio de Hacienda con tan buenos resultados en la década de 1960. Entonces comenzó a utilizarse el término “tecnocracia” en el vocabulario político argentino con un sentido despectivo para poner en evidencia el conflicto entre las dos racionalidades.
Fue en la UCR, insegura frente al riesgo del retorno peronista y del autoritarismo militar, donde el éxito del Plan Austral trajo fuertes demandas de abandono gradual de la disciplina fiscal. El aumento del gasto público en distintos puntos del presupuesto empujó la vuelta a la inestabilidad. Estas actitudes se entienden si recordamos que para el partido de gobierno, el equipo de Sourrouille no era “tropa propia”. La mirada de desconfianza tenía una ventaja; Sourrouille no tenía compromiso con las líneas internas de un partido que, al decir del autor, estaba “pleno de reflejos vetustos”. El conflicto no se reducía a la conocida tensión entre lo político y lo técnico; connotaba elementos generacionales y de cultura profesional.
El aflojamiento del gasto dentro de la rigidez de diseño del plan, propia de la estrategia de shock, desató presiones inflacionarias que el Palacio de Hacienda no pudo contener. El crecimiento del índice inflacionario impulsó los ingresos reales a la baja y fue pródiga en conflictos salariales y gremiales. Como correlato político, se produjo la derrota electoral de noviembre de 1987, a partir de la cual el Palacio de Hacienda se encontró en la defensiva. Aunque no faltaron momentos de ilusión en los que parecía que el Quinto Piso retomaba la iniciativa, el juego se tornó cada vez más adverso para el gobierno y para el ministro. Entonces despuntó el proceso de pérdida progresiva de gobernabilidad que tiñó el final de la presidencia alfonsinista. El gobierno se hundió, como suele suceder en momentos de gran inestabilidad macro, en el cortísimo plazo donde tallaban el dólar y el valor de salarios como indicadores primarios de las posibilidades de supervivencia.
Como en una novela de suspenso, el autor nos va anticipando el final del proyecto impulsado por el equipo económico: el triunfo de Menem en las elecciones de 1989, que precipitó la desaparición de lo poco que quedaba del plan económico ministerial. El país se zambulló en una hiperinflación descontrolada; la pesadilla que había querido evitar el equipo económico al final llegó, cerrando un tiempo de ilusión a la postre frustrada.
En síntesis, este libro que ilumina los avatares de la democracia naciente y el conflicto entre las dos racionalidades en la política económica (la estrictamente económica y la política) resulta de gran utilidad para los que nos interesamos por la historia económica, pero tal vez más para quienes quieran atisbar la complejidad de una realidad argentina que persiste agazapada en cada recodo del camino.