Eduardo Míguez, Los trece ranchos. Las provincias, Buenos Aires, y la formación de la Nación Argentina (1840 – 1880). Rosario: Prohistoria, 2021, 300 pp. 

Por Juan Ignacio Quintian

Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires

Instituto de Investigaciones Históricas y Sociales

Universidad de Buenos Aires

Tandil-Buenos Aires, Argentina

 

PolHis, Revista Bibliográfica Del Programa Interuniversitario De Historia Política,

Año 15, N° 29, pp. 157-159

Enero- Junio de 2022

ISSN 1853-7723

 

 

Este libro viene a llenar un vacío en la historiografía argentina sobre un tema clásico que ha tenido un desarrollo importante en los últimos años. A diferencia de la tendencia predominante que privilegia los estudios provinciales, ofrece una síntesis de catorce historias provinciales que adquieren coherencia al integrarse en un relato sobre la formación del Estado argentino. La cronología es prometedora, ya que comienza revisando la poco estudiada década de 1840. La rigurosa reconstrucción histórica se sustenta en la lectura sagaz de un conjunto diverso de libros y autores que pueden incluirse en las historias provinciales. Es también una continuación de sus últimos libros. Pero no es una compilación como Un nuevo orden político; tampoco una biografía como su más reciente Mitre. Es un libro de historia política clásica, que combina narración y análisis sólidamente fundamentados en una gran variedad de datos. Con todo, contiene algunas continuidades más profundas.

En primer lugar, la primacía de las provincias, que se vincula con la cronología elegida. 1840 señala la formación de una unión de provincias enfrentadas al predominio porteño que representaba Rosas, cuyos efectos sobrevivieron a Caseros. El libro integra así a las historiografías provinciales en un nuevo registro: la alianza antirrosita que confluye en Caseros recupera las demandas de la Coalición del Norte y la posterior experiencia Confederal como una etapa fundamental por las alineaciones políticas que provocaron en las provincias. El peso de la explicación recae así sobre las dirigencias provinciales, que apoyaron el proyecto confederal después de Caseros y que luego de Cepeda se volcaron al programa porteño. Los últimos capítulos analizan la recuperación de las dirigencias provinciales posterior a Pavón y su creciente influencia sobre el estado federal que terminaría en la derrota porteña de 1880.

Si bien predomina el tratamiento cronológico, incorpora estudios específicos sobre distintas dimensiones del tema principal. Uno de ellos es la creciente división del federalismo durante la presidencia de Urquiza y cómo influyó en la pérdida de confianza entre los líderes provinciales sobre la viabilidad del proyecto confederal que terminaría inclinándolos hacia la dirigencia porteña. Aquí es posible identificar otra clave interpretativa: la escasa capacidad otorgada a las identidades políticas para explicar los alineamientos clave del período.

La aguda lectura de la abundante documentación consultada (especialmente, correspondencia y prensa) le permite reconstruir la formación de un bloque en las provincias proclive a un entendimiento con Buenos Aires. Ese liberalismo del interior no es una criatura extraña si recordamos la división de los federales entre netos y constitucionales. Para Míguez esta separación no se origina en las ideas, sino que tiene una profunda dimensión social. Los federales netos añoraban el otoño rosista cuando los jefes militares gobernaban sobre las elites urbanas. Aún antes de Caseros, Míguez identifica un proceso inverso, la paulatina recuperación y renovación de las dirigencias urbanas que consiguen controlar a los caudillos de frontera, pero sin subordinarlos por completo. En parte, porque los necesitan para la movilización de la población rural; en parte, porque las frecuentes disputas facciosas entre ellas les dan ocasión para intervenir; finalmente, Urquiza los emplea además para contener la influencia porteña.

Tras Cepeda se da un movimiento complementario: los porteños ganan influencia en las provincias y la intervención de Paraná en los conflictos provinciales robustece las simpatías porteñas. La etapa confederal ocupa la mitad del libro y refleja la importancia que le otorga a la herencia política de la década de 1850, poco estudiada por la historiografía. Esa tradición reaparece luego de Pavón, cuando Mitre debe negociar para llevar adelante su programa, y solo en casos excepcionales apela a la fuerza. Esto muestra no sólo la moderación, sino que la única política efectiva era acordar con las dirigencias provinciales.

El libro concluye con la sucesión de Mitre, cuando surge y triunfa la candidatura de Sarmiento. Míguez propone que allí comenzó a gestarse lo que apareció con claridad en 1880: la asociación electoral de nuevos actores (jefes del ejército y políticos provinciales jóvenes) autónomos de las identidades facciosas heredadas.

Este libro fascinante requiere una lectura paciente y atenta de las coyunturas provinciales, las cuales resultan la clave del éxito o fracaso del avance del Estado argentino en formación que, más allá del estilo personal de sus líderes, debe encauzar aquellas situaciones para consolidar la nación.