Fabio Wasserman (comp.). El Mundo en movimiento. El concepto de
revolución en Iberoamérica y el Atlántico norte (siglos XVII-XX). Buenos
Aires, Miño y Davila, 2019, 295 pp.
Por
Alejandra Pasino
Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras.
Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. Emilio
Ravignani", CONICET - Universidad de Buenos Aires.
Buenos Aires, Argentina
PolHis, Revista Bibliográfica Del
Programa Interuniversitario De Historia Política,
Año 14, N° 27, pp. 276-279
Enero- Junio de 2021
ISSN 1853-7723
Fabio Wasserman presenta esta obra con
un párrafo de la Gaceta de Lima de 1793 que evidencia la centralidad que
tuvo la Revolución francesa en el área atlántica. Centralidad que los
autores/as retoman como inicio de la nueva trayectoria del término revolución,
siguiendo el análisis de Reinhart Koselleck. Así, desde 1789 la palabra
revolución pasó de su sentido natural y cíclico, a un significado nuevo que
designa una ruptura, constituyéndose como uno de los conceptos clave de la
modernidad, orientado al futuro y portador de una experiencia inédita de
aceleración del tiempo histórico.
Acertadamente, y quizás orientado a
lectores/as no familiarizados con la Historia conceptual, Wasserman diferencia
la categoría revolución del concepto revolución. Tomando como referencia la
obra de Eric Hobsbawm y su variada recepción en trabajos históricos, señala que
la categoría revolución, asimilada a cambio estructural, suele presentar serias
dificultades cuando, utilizada como modelo o tipo ideal, se intenta aplicar a
estudios específicos, entre los cuales se destacan las revoluciones iberoamericanas.
Aspecto que constituye uno de los objetivos de Iberconceptos (Proyecto y
red de Investigación en Historia Conceptual Comparada del Mundo Iberoamericano)
al que pertenecen el coordinador y varios autores/as de la presente obra, con
el agregado de ampliar la base territorial del análisis del concepto. Esta
ampliación incorpora los procesos revolucionarios inglés, norteamericano,
francés y el ocurrido en las Antillas francesas, particularmente el de Santo
Domingo, porque dialogaron, en el orden simbólico y discursivo, con los
iberoamericanos.
Examinar cómo los actores procesaron
sus experiencias y, sobre todo, qué usos otorgaron al concepto resulta para
Wasserman complementario y conjunto con los estudios centrados en las
instituciones políticas y las estructuras socioeconómicas, pues aporta una
interpretación más precisa de los procesos revolucionarios y de la revolución
como fenómeno histórico.
El libro está compuesto por diez
capítulos ordenados de manera cronológica. El primero, de Nicolás Kwiatkowski,
analiza el uso del concepto en la Inglaterra del siglo XVII y sus vínculos con
el de Historia, y cuestiona algunos aspectos de la propuesta de Koselleck.
Entre otros temas, explica que los hechos de 1640-1660 se analizaron a través
de otra lente después de la Revolución francesa y, debido a ello, da cuenta del
uso anacrónico del término revolución y su reemplazo por el de “guerra civil”.
Por su parte, Marcos Reguera, nos traslada al otro lado del Atlántico para
analizar los usos y transformaciones del concepto durante el proceso de
independencia norteamericano. En sus inicios posibilitó dar cuenta de la
ruptura, pero en el transcurso de la institucionalización de la república
demostró sus límites semánticos que condujeron al uso del término experimento,
asimilado a reformas, para completar su universo referencial.
Jacques Guilhaumou, uno de los
principales referentes de la escuela francesa de análisis del discurso, aborda
el caso francés, central en la politización del concepto. Examina el despliegue
de las nociones-conceptos, integradas por los usos reflexivos de los
actores y los conceptos analíticos de los historiadores, planteando los nexos
posibles entre las perspectivas francesa, alemana y anglosajona para el
abordaje de la historia conceptual. En un lógico diálogo con el proceso
francés, Alejandro Gómez aborda la polisemia del concepto en el proceso que
culmina con la independencia de Haití, reconstruyendo el contexto colonial
donde diversos usos dialogan con la particularidad de la región: la situación
de la gente de color y los esclavos.
Los capítulos siguientes nos conducen a
la península Ibérica. Fática Sá e Melo Ferreira da cuenta de los usos positivos
y negativos del concepto en Portugal entre 1770-1870, con énfasis en el campo
semántico revolución-regeneración-restauración, mientras que Javier Fernández
Sebastián y Gonzalo Capellán de Miguel, a través de un innovador y complejo
corpus, iluminan las mutaciones que acompañaron las transformaciones políticas
e intelectuales que ampliaron su campo semántico en el conflictivo siglo XIX
español.
Por su parte, Wasserman identifica sus
usos en el discurso político rioplatense durante la primera mitad del siglo
XIX. Plantea su centralidad en el momento revolucionario, debido a su capacidad
de otorgar legitimidad y funcionar como mito de origen, pero también por los
diversos conflictos suscitados por el mismo, que asimila a una suerte de caja
de Pandora, que conduce a los intentos, fracasados, de institucionalizar la
revolución. Alexander Chaparro Silva indaga los usos del concepto en las
actuales Colombia, Venezuela y Panamá. A partir de periódicos y memorias de
época da cuenta de la coexistencia de diversos sentidos -como espacio de
enunciación antagónica y como acción legitimadora- en diálogo con la propuesta
de Wasserman de abordar el concepto revolución como mito de origen.
Los últimos capítulos avanzan en el
siglo XX. Guillermo Zermeño examina la construcción del concepto en
los procesos revolucionarios de México entre fines del siglo XVIII y mediados
del XX, especialmente la reconfiguración de la revolución de independencia en
el contexto de la Revolución mexicana de 1910. Un aspecto destacable se
encuentra en su propuesta de vincular el uso del concepto con diversos
escenarios revolucionarios, iberoamericano, francés y angloamericano, como así
también en la relación entre revolución y civilización. Finalmente, Joao Paulo
Pimenta y Rafael Fanni examinan la polisemia y capacidad polémica del concepto
en Brasil, considerando a la revolución como resultado de una historia y, al
mismo tiempo, como productor de historia.