Adrián Velázquez Ramírez. La democracia como mandato. Radicalismo y peronismo en la transición argentina (1980-1987). Buenos Aires: Imago Mundi, 2019, 286 pp. 

Por Martina Garategaray

Centro de Historia Intelectual-Universidad Nacional de Quilmes

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Buenos Aires, Argentina

 

PolHis, Revista Bibliográfica Del Programa Interuniversitario De Historia Política,

Año 14, N° 27, pp. 273-275

Enero- Junio de 2021

ISSN 1853-7723

 

 

Adrián Velázquez Ramírez nos presenta en “La democracia como mandato” una inteligente lectura sobre el radicalismo y el peronismo en la transición argentina. El libro se estructura en dos partes que no sólo abarcan el período 1980-1987, sino que lo exceden al afirmar que en esos años se estableció un lenguaje político que aún hoy habitamos.

Si la mayoría de los trabajos tienden a marcar un corte en 1983, Velázquez no niega esa ruptura fundacional de la naciente democracia, pero la matiza con la idea del pliegue que le permite conectar el pasado con el presente. En esa conexión, el sesgo formalista-institucionalista con el que suele caracterizarse el período pierde esta centralidad y da paso a pensar cómo conviven, tanto en la tradición radical como en la peronista, una conceptualización de la democracia liberal junto a un esquema de identificación identitario movimientista. Afirma entonces que esta tradición movimientista, compartida por ambas fuerzas políticas, aparece como la condición de posibilidad de cierta liberalización. Para demostrar sus hipótesis el trabajo se centra en dos emblemáticas fuerzas políticas como fueron el peronismo y el radicalismo. Se pregunta cómo asumían y daban sentido a su práctica representativa, y analiza de qué modo se fue modificando el concepto de representación entre 1980 y 1987, ya que, afirma, a partir de los cambios en ese concepto puede captarse el nuevo lenguaje político que surge y se consolida en la transición a la democracia.

Como perspectiva de análisis, adopta la sociología de los conceptos políticos (cruce de la historia conceptual y la sociología de las identidades políticas de corte posestructuralista), la cual le permite explorar los cambios identitarios y las variaciones conceptuales como dos caras de la misma moneda. En este sentido, para Velázquez es posible establecer una relación entre el cambio político y el cambio conceptual.

En la primera parte, centrada en los años 1980-1983, explora el surgimiento de la Multipartidaria, actor sumamente importante pero poco estudiado, que sirvió como espacio de reconocimiento y acuerdo entre el peronismo y el radicalismo, como también con otros partidos, y que se convirtió en un escenario de revalorización del pluralismo político al consolidar un espacio común. Allí analiza cómo los partidos de la Multipartidaria pasaron de un estilo de negociación a la confrontación con los militares, cómo la misma evocó experiencias anteriores como La Hora del Pueblo, o cómo en su estudio puede corroborarse que en los años anteriores a Malvinas la oposición civiles-militares ya se encontraba perfilada. Aunque las condiciones del espacio político previas a las elecciones definieron los primeros años del gobierno, Velázquez nos advierte muy bien que eso no necesariamente anula el carácter rupturista que tuvo lugar con los comicios de 1983.

La segunda parte se centra en la competencia entre radicales y peronistas renovadores después de las elecciones de 1983 y hasta 1987, a partir del prisma de la representación. El autor explica cómo el radicalismo alfonsinista vinculó la democracia y la representación a través de un doble anudamiento: la representación política debía reproducir las condiciones de estabilidad de la democracia y la democracia tenía que cumplir con el mandato representativo vinculado a la idea de justicia social. La renovación, por su parte, disputó esa pretendida hegemonía desde ese mismo discurso, acusando al radicalismo de robar sus emblemáticas banderas. Esta pretensión hegemónica del radicalismo autoconcebido como movimiento nacional resulta interesante en la medida que permite, de un modo paradójico nos advierte el autor, revivir el concepto de movimiento que se buscaba dejar atrás. Su hipótesis es que el movimientismo habilitó una lógica hegemonista (en la que la parte se asumía como el todo), pero también permitió introducir una terminología en clave más pluralista de la representación. Y dado que el movimientismo era compartido por las tradiciones radical y peronista, se fue construyendo, en torno a la representación, un lenguaje político común.

Velázquez concluye el trabajo con reflexiones estimulantes y provocadoras. Sostiene que la revalorización de la democracia argentina fue posibilitada por la persistencia de una arraigada vocación hegemonista, y que esa vocación, articulada al pluralismo como forma de representación política, dio lugar a una particular la trama narrativa en los años de la transición. En suma, el libro constituye una invitación a reflexionar sobre los años de la transición a la democracia, la convivencia del pluralismo y el hegemonismo, y el nuevo lenguaje político. Por esas razones, seguramente se convertirá en una referencia indispensable para  repensar esos años que, de algún modo, son también los nuestros.