“Una aproximación histórica al
anarquismo en el interior de Santa Fe durante el periodo de entreguerras”
Tesis de Maestría en
Historia Social Latinoamericana. Universidad Nacional de Rosario, Facultad de
Humanidades y Artes, 2020. Director: Oscar Videla.
Por Florencia Mangold
Universidad
Nacional de Rosario
Investigaciones
Socio-Históricas Regionales
Rosario, Argentina
PolHis, Revista Bibliográfica Del
Programa Interuniversitario De Historia Política,
Año 13, N° 26, pp. 404-409
Junio-Diciembre de 2020
ISSN 1853-7723
El movimiento anarquista puede ser apreciado
como un tema de considerable interés para la historiografía argentina reciente,
ya que podemos encontrar una vasta cantidad de investigaciones al respecto.
Pero los pueblos del interior de Santa Fe aún no cuentan dentro de la historia
del movimiento anarquista con una cantidad de estudios lo suficientemente
significativa como para brindar una imagen global.
La idea
de nuestra Tesis fue contribuir a revertir esta tendencia, ya que sabemos que
los militantes ácratas desarrollaron una intensa actividad en el interior de la
provincia, no solo en los años de inicio y desarrollo más intenso del
movimiento (fines del siglo XIX y primera década del siguiente) sino que su
dinamismo se extendió más allá de la coyuntura del Centenario hasta el periodo
denominado como “Década Infame”.
La
escala que tomamos para nuestro análisis fue de carácter regional y local. Se
circunscribió a dos pueblos agrícolas del sur oeste de la Provincia de Santa
Fe, Las Rosas y Armstrong, que fueron y son actualmente pequeñas localidades
ligadas íntimamente a la economía agroexportadora y, en el momento en que son
analizadas, también al ferrocarril.
Nuestro
objetivo principal fue comprender el devenir del movimiento anarquista, sus
prácticas políticas y culturales, las redes y relaciones tejidas por ellos, en
esas localidades del sur-oeste de la provincia de Santa Fe. La elección de los
espacios se debió al conocimiento de la existencia en esta región de un núcleo
de libertarios -en general pequeño, aunque no por ello menos interesante y
significativo- que desarrolló una intensa actividad durante esos años, el cual
no había sido estudiado aún, a excepción de ciertas menciones breves.
Rastreamos
la composición y derrotero de los grupos locales, cuáles fueron las estrategias
que se propusieron para presentarse ante una masa de potenciales adherentes y/o
activistas (todos ellos en constante transformación durante esos años), a
través de qué prácticas e instituciones culturales y espacios de sociabilidad
los organizaron e intentaron convocar. Definimos, además, cuáles fueron sus
relaciones con distintas instancias del poder local y, muy particularmente,
cuál fue su rol en el proceso de conflictividad laboral del período.
Entre
las fuentes más utilizadas para nuestra investigación se encontraron las
memorias de Miguel Gonzales, un referente del anarquismo en la zona. Gonzales
retrata en sus escritos a aquellos hombres y mujeres a los que se suele llamar
“ilustres desconocidos”. Se trataba en su mayoría de trabajadores o personas
humildes, cuyo rastro se hubiera perdido de no haber sido por esta
recopilación. Estos libros fueron muy valiosos para nuestra investigación, ya
que en ellos se puede ver la forma de pensar de un anarquista que militó
activamente durante los años 20 y 30 en un pequeño pueblo. Asimismo, obtuvimos
de su breve autobiografía ciertas anécdotas interesantes; principalmente las
relacionadas las producciones culturales motorizadas por estos grupos y la
persecución que sufrió el anarquismo local.
Utilizamos
además prensa periódica comercial, que nos permitió rearmar el contexto social,
político y económico del periodo, vislumbrar hechos importantes o fechas
significativas. Pero uno de nuestros principales insumos, fundamentalmente para
la reconstrucción de los conflictos sindicales y de la organización de campañas
de agitación fueron los periódicos militantes La Protesta y La
Antorcha. También los prontuarios policiales localizados en la sección de
Orden Social de la División de Investigaciones de la Policía de Rosario
aportaron información significativa sobre los anarquistas de esta región.
Complementamos el análisis con la estrategia de la historia oral, relevando
testimonios de descendientes de los anarquistas de la región. Ambas localidades
son una muestra de procesos generales pero también de particularidades que
tienen que ver con el contexto y la experiencia pueblerinas -con la vecindad
propia de los pequeños lugares- y con las singularidades de algunos de sus miembros.
Nuestra investigación permitió rastrear que los primeros vestigios del
anarquismo en estos pueblos se registraron alrededor de la primera mitad de la
década de 1910. Es decir que sostenemos que cuando en las grandes urbes el
movimiento parecía mermar la magnitud e intensidad que había tenido en años
anteriores y desarticularse, en Armstrong y Las Rosas recién comenzaba
tímidamente a surgir. En general, la llegada de los primeros militantes a estas
localidades tuvo que ver con cuestiones laborales y con redes derivadas de esta
cuestión, solo de forma extraordinaria notamos la llegada de un militante,
Miguel Gonzales, aparentemente ligada a la persecución policial que se estaba
viviendo en Rosario en la primera mitad de la década del veinte. Los grupos de
anarquistas en ambos pueblos estaban compuestos de manera muy heterogénea y con
vidas también disímiles.
Este
anarquismo pueblerino, al igual que su par de las grandes urbes, creó
instituciones educativas y culturales mediante las cuales intentó granjearse la
simpatía y adhesión de los obreros. Las estrategias para presentarse ante sus
posibles adherentes tuvieron que ver con la organización de veladas y
conferencias, de las cuáles eran interlocutores privilegiados, así como también
con la provisión de educación -más allá de los canales oficiales- a aquellos
grupos a los cuales aún el Estado no había logrado insertar en el sistema
educativo; por ejemplo, en esta región, los peones rurales.
Tanto
el Centro Luz y Esperanza como la Biblioteca Alberdi fueron experiencias que
duraron varios años, a pesar de los contratiempos y las dificultades con las
que debieron lidiar, propias del contexto social y político en el que se
desarrollaron. Podemos mencionar, en este sentido, los incendios y atentados
que ambas sufrieron. Finalmente se reconvirtieron bajo nuevas lógicas de
organización, entrados los años treinta, como Bibliotecas Populares, alejadas
de su vocación libertaria y propagandística. A pesar de que algunos de los
miembros de sus comisiones directivas habían sido en su momento anarquistas, la
labor de estas instituciones perdió su arista política.
Si
pensamos el éxito en función del sostenimiento de un espacio, de la concreción
de eventos, del acercamiento a la población, sin enfocarnos pura y exclusivamente
en la cantidad de personas que conformaron los círculos, podemos afirmar que
fueron en cierto sentido exitosos. Y que, además de ello, sentaron las bases
para instituciones que aún hoy existen en ambas localidades, a pesar de que el
grueso de la población no relacione la biblioteca con el anarquismo o no sepa
que en su ciudad hubo círculos ácratas y se sorprenda al escucharlo.
La
actividad cultural, por lo tanto, fue un pilar muy importante para ambos
círculos anarquistas. Por momentos, el espacio cultural y el espacio de
agitación sindical se mezclaron hasta mimetizarse por completo, sobre todo
cuando las prohibiciones llegaron a los gremios. Los ámbitos culturales
lograron resistir las clausuras que no pudieron soportar las organizaciones obreras
y se volvieron el sostén de las luchas, abriendo sus locales a los obreros y
poniéndose al frente de movimientos de magnitud considerable para los pequeños
pueblos.
Por
otra parte, logramos reconstruir algunos conflictos en los cuales se puede
rastrear la relación existente entre anarquistas y obreros, que lejos de ser
permanente, tuvo vaivenes y discontinuidades. Es decir, no fue una relación
permanentemente homogénea, lo que pudo tener que ver con las características de
la mano de obra de estos lugares compuesta en gran número por trabajadores
estacionales y también por la competencia en el territorio de otras fuerzas
políticas, como el radicalismo, que en tiempos electorales intentaba atraer la
simpatía de los obreros. El rol en los procesos de conflictividad laboral de
los grupos anarquistas de estas localidades tuvo que ver entonces con intentos
de organización sindical, algunos más duraderos que otros, con la articulación
de campañas de agitación y reivindicación de derechos laborales y con el acompañamiento
a los trabajadores en sus reclamos, ya sea como adherentes o como orientadores.
También
notamos que las organizaciones (en particular las gremiales), como en otros
contextos, fueron en muchos casos volátiles e inconstantes. En este caso pudo haber
tenido que ver con la misma condición de la clase obrera rural, que era
sumamente cambiante. Es así como podemos percibir que algunos centros movilizan
acciones en un determinado momento, pero luego de un tiempo -no tan prolongado-
tendían a desaparecer o a mermar su actividad. Por contraste, lo que le daba
continuidad a determinadas experiencias eran los militantes que se involucraban
en ellas, ya sea por su persistencia y perseverancia, por sus vínculos con
otros militantes o fracciones del movimiento por fuera del pueblo -por ejemplo
el antorchismo en el caso de las agitaciones de los años veinte- y también y no
menos importante, por sus condiciones socio-económicas que les permitían cierta
autonomía y estabilidad.
Estudiamos también la reacción estatal ante los conflictos, que en su mayor parte estuvo relacionada con el control, la persecución y la represión del movimiento. Por momentos la relación con las instancias de poder locales se volvió muy tensa, en especial cuando los afectados por los conflictos eran grandes casas cerealeras o sectores patronales poderosos. Pero, en el nivel local, se incorporó en los años 30 y debido a la gran adhesión suscitada por los anarquistas en la localidad de Las Rosas -y el poder de orientar un movimiento que esto les había brindado-, un componente de negociación que no se presentaba siempre dentro de las filas del anarquismo. Otra particularidad de esta experiencia fue la negativa al uso de la violencia por parte de los trabajadores y la insistencia en la “resistencia pacífica” ante las autoridades policiales en una coyuntura de alta movilización como la de 1932.