Elites, sociabilidad y “alta cultura” en Córdoba, 1870-1918

Tesis doctoral en Historia, Universidad Nacional de Córdoba. Director: Dr. Gustavo Sorá, Co-Directora: Dra. Ana Clarisa Agüero. 

Por María Victoria López

Instituto de Antropología de Córdoba

Universidad Nacional de Córdoba

Consejo Nacional de Investigaciones

 Científicas y Técnicas 

Córdoba, Argentina

 

 

PolHis, Revista Bibliográfica Del Programa Interuniversitario De Historia Política,

Año 13, N° 26, pp. 476-480

Junio-Diciembre de 2020

ISSN 1853-7723

 

 

La tesis propone un estudio de la sociabilidad y la “alta cultura” de las elites en la ciudad de Córdoba entre 1870 y 1918. Por tanto, examina aquellas prácticas y ámbitos que modulaban la interacción social y aquellas manifestaciones culturales concebidas como las más refinadas, elevadas y cultivadas por parte de ese sector de la sociedad, con el objetivo de comprender la relación de ambas variables con el ejercicio, la conservación y la reproducción del poder social y simbólico por parte de esas elites. Asimismo, aspira a comprender cómo se produjo la emergencia de una elite cultural-intelectual, a partir de un proceso de diferenciación social ligado a una honda transformación ocurrida en el periodo. Aunque comparte la perspectiva general sobre la distinción propuesta por la obra de P. Bourdieu, considera necesario conocer en qué contexto preciso era necesaria y a la vez posible: en este caso, uno marcado por profundas transformaciones sociales y económicas que hacían relativamente flexible la estructura social y posibilitaban rápidos ascensos y descensos, aunque esas posibilidades se agotaron con relativa rapidez y fueron, en este periodo, finalmente escasos los beneficiarios del ascenso. Se trata de un momento de prosperidad económica (con grandes variaciones regionales) y de complejización social inédita, ampliamente descripto por la historiografía consagrada a la época (integración al mercado mundial, inmigración masiva, urbanización, emergencia de las clases medias, entre sus principales elementos). Sólo recientemente se ha comenzado a estudiar a las elites en este proceso, más allá de su secular protagonismo en la historiografía política y económica. Los aspectos sociales de este sector social y sus transformaciones en el periodo han concitado renovada atención en los últimos años (como muestran los trabajos de Leandro Losada y Roy Hora, entre otros), así como en menor medida sus dimensiones relativas a la sociabilidad cultural e intelectual (por ejemplo, los de Pilar González Bernaldo y Paula Bruno).  Este trabajo dialoga especialmente con dos conjuntos de trabajos: en primer lugar, los referidos a las elites en Córdoba y el país, en sus dimensiones sociales, económicas y políticas; en segundo, los relativos a las características y transformaciones del mundo cultural argentino en el periodo, con especial interés por la sociabilidad y el asociacionismo.

Aquella prosperidad, en Córdoba, estuvo asociada al crecimiento de la región sudeste de la provincia, progresivamente integrada a la economía agroexportadora pampeana, en paralelo a la decadencia de la región noroeste, donde antiguamente se había concentrado la actividad ganadera y comercial; la riqueza, el prestigio y el poder político. Ese cambio en el polo económico provincial tuvo su correlato social en la fractura de la vieja elite criolla, algunos de cuyos miembros emprendieron una reconversión exitosa al nuevo modelo y otros no, quedando estos últimos con poco más que el linaje, las tradiciones y la cultura.

El recorte temporal planteado pretende captar ese proceso general de transformación social y económica y, en ese sentido, no se aleja del consenso historiográfico general, al tiempo que reconoce elementos específicos en sus determinaciones locales. Así, parte de una ampliación notable de la vida pública en Córdoba en la década del '70, acompañada de una creciente efervescencia cultural. El cierre se propone en 1918, con la Reforma Universitaria como movimiento que expresó la insatisfacción de una parte de las elites con el estado de una de las más importantes instituciones sancionadoras de la “alta cultura” local y regional, en paralelo a la emergencia de formas de sociabilidad intelectual más específicas. Especialmente, hacia el fin del periodo, la elite cultural-intelectual aparece delineada con mayor nitidez, en principio alrededor de las mismas figuras de la elite criolla, pero con una apertura nueva a inmigrantes o sus descendientes, nuevos criterios de ingreso basados en la producción y el consumo simbólicos y, en especial, ya no íntegramente superpuesta a los universitarios.

En este contexto de transformaciones, la diferenciación de una porción de la elite social se dio, en gran medida, como consecuencia de la crisis de algunos de los mecanismos tradicionales de reproducción de la dominación social entre 1870 y 1918. Entre ellos, la riqueza (y su principal fuente, las actividades económicas, transformadas por aquella reorientación pampeana que mencionáramos), el prestigio, el poder político y simbólico. Ello habilitó un proceso de reconversión, especialmente hacia la cultura, que se produjo de un modo para nada mecánico ni lineal.

Así, mientras muchas de esas prácticas de sociabilidad y “alta cultura” eran comunes a toda la elite y se ligaban a la construcción de un estilo de vida compartido (desde las asociaciones recreativas como el Club Social hasta las modas, pasando por consumos culturales como exposiciones de arte), algunas de ellas delimitaban una fracción propiamente cultural o intelectual dentro de la elite, al exigir progresivamente ciertas credenciales y no otras, específicos intereses culturales o artísticos, inclinación por las “cosas del espíritu”. Muchas de aquellas prácticas, sin embargo, eran también usos de la cultura para la distinción social. Así, el objetivo fue identificar los sentidos de las prácticas para los contemporáneos y mostrar tanto las diferencias como las similitudes; captar una zona de parcial superposición entre una lógica cultural y una social.

En líneas generales, se propone una consideración de la sociabilidad y la cultura de las elites atenta a las condiciones sociales, económicas y políticas que las estimulan, limitan o condicionan, lo que permite iluminar aspectos descuidados pero centrales de la producción y el sostenimiento de la dominación social en el plano simbólico. En última instancia, aspira a comprender las formas de la dominación social y la legitimación del poder (de diversa índole) para pensar la configuración de la sociedad como un todo.

En términos metodológicos, desagregamos el problema en tres conjuntos de objetos empíricos: en primer lugar, algunos aspectos de la sociabilidad de las elites, su estilo de vida compartido y sus consumos culturales. En segundo lugar, un conjunto de asociaciones (recreativas, culturales y profesionales) y las representaciones asociadas a ellas, así como el muy común fenómeno de la plurimembresía. Por último, una selección de formaciones culturales y revistas, que articulaban un emergente mundo cultural-intelectual. Para avanzar sobre ellos, se trabajó con una amplia variedad de fuentes, conservadas en diversos archivos: prensa diaria, documentación asociativa, guías sociales, textos memorialísticos, revistas y fuentes oficiales, entre las principales.

Los diversos capítulos muestran, en conjunto, cómo el estilo de vida funcionaba como elemento de cohesión de diferentes porciones de la elite y que la emergencia de su fracción cultural-intelectual no generó una abrupta ruptura, sino una diferenciación y un parcial desborde de los antiguos límites criollos. Las prácticas de sociabilidad y “alta cultura” (de la Universidad al club, del salón familiar a la retreta, de la conferencia a la exposición artística) son elementos centrales de ese estilo de vida compartido que, a la vez, pudo albergar modulaciones e inflexiones que fragmentaron internamente al grupo, no homogéneo ni estático, de las elites totales. Muchas de ellas pudieron tener una vertiente social, de vocación representativa, recreativa o de “pura sociabilidad”, y una cultural, “elevada”. La tendencia a la codificación de los comportamientos sociales y el énfasis en la adquisición por vía familiar de las competencias sociales y culturales que ésta exigía cada vez más, funcionaron como mecanismos de distinción no sólo respecto del resto de la sociedad sino especialmente dentro de la elite, discriminando entre porciones más antiguas y más recientes. Estas últimas corrían siempre el riesgo de la sobreactuación y de la falsedad, ante la imposibilidad de incorporar deliberadamente, en sus maneras y gustos, los más naturalizados signos de la distinción. 

El universo asociativo considerado, por su parte, sugiere que los ámbitos de reunión estamentales-clasistas conservaron su poder de convocatoria durante el periodo; es decir, respondían a una necesidad social de encuentro y autoidentificación entre pares. Entre las asociaciones consideradas, las recreativas y las profesionales pudieron sortear las dificultades habituales y mantenerse (incluso hasta la actualidad), mientras que las culturales no superaron los cinco o seis años de vida. Estas últimas trazaron un recorte en su universo potencial de socios, aún dentro de la elite, en torno a determinadas credenciales (como el título universitario o específicas competencias artísticas).

Nutriéndose de esa pequeña porción de las elites que circulaba por los salones “intelectuales”, las asociaciones culturales y las formaciones literarias y artísticas de la primera década del siglo XX, una pequeña “intelectualidad libre” se forjó por fuera de instituciones, haciendo de la vocación por la cultura y el “desinterés” material uno de sus rasgos centrales y creando nuevos criterios de ingreso, basados en la producción y el consumo simbólicos. Una vitalidad cultural “libre”, es decir, esencialmente no universitaria, alejada de la institución secularmente identificada con la cultura, que expresa un jalón del progresivo malestar de las elites con la Universidad. Al final de nuestra etapa, el mundo de la “alta cultura” no es aún el impactado por las vanguardias artísticas y literarias de las décadas de 1920 y 1930; sin embargo, el grado de diferenciación de esta fracción es notable respecto del punto de partida, en 1870, cuando una elite notabiliaria ocupaba todos los espacios del poder y de la cultura.