Catalina FARA. Un horizonte
vertical. Paisaje urbano de Buenos Aires (1910-1936). Ciudad
Autónoma de Buenos Aires: Ampersand, 2020. 272 pp.
Por Yanina Rolón
Universidad Nacional de General
Sarmiento
Buenos Aires, Argentina
PolHis, Revista Bibliográfica Del
Programa Interuniversitario De Historia Política,
Año 13, N° 26, pp. 454-456
Junio-Diciembre de 2020
ISSN 1853-7723
A principios
del siglo XX, la ciudad de Buenos Aires atravesó vertiginosas transformaciones.
No resulta casual que, frente a estos avatares, la historia política y cultural
le haya prestado particular atención. Estas mutaciones fueron asociadas a la
idea de progreso, marcado por un crecimiento urbano que produjo bienestar, pero
que no dejó de suscitar vaivenes. Justamente, Catalina Fara, doctora en
Historia del Arte (UBA), analiza estos procesos en su obra.
El libro
examina pinturas, fotografías, obras públicas, proyectos urbanísticos y
espacios del consumo urbano, para develar cómo estos fueron representados y
suscitaron la atención de diferentes actores, tales como artistas, escritores,
figuras políticas y la prensa en la ciudad de Buenos Aires entre 1910 y 1936.
Mientras que estos objetos distinguían el auge de la ciudad como símbolo de
prosperidad, no dejaban de advertir los contratiempos que las innovaciones
tecnológicas provocaban. “Una experiencia vertical” además de brindar un
análisis riguroso de las representaciones de la ciudad y la experiencia urbana,
tiene el mérito de explorar diversas fuentes primarias: alrededor de cincuenta
fotografías y pinturas al óleo componen esta obra y sirven para sumergirnos en
el clima de la ciudad. El libro está organizado en un prólogo de Sandra Szir,
una introducción y cinco capítulos que iluminan el modo en que la ciudad de
Buenos Aires devino en una metrópolis cosmopolita a principios del siglo XX.
En el primer
capítulo explica cómo una serie de percances transformaron el paisaje urbano de
la ciudad. Por un lado, a medida que Buenos Aires se modernizaba, el Río de la
Plata quedó circunscrito como un elemento natural más, para luego ir
desapareciendo del paisaje porteño. Por otro lado, a principios de los años
veinte, se propusieron diversas obras públicas para separar la ciudad de su
condición costera natural, poniendo énfasis en lograr un “ambiente sano”.
En el segundo
capítulo, destaca la importancia de las ruinas en la construcción y destrucción
de ciudades que nos hablan de prácticas, expectativas y memorias de lugares
cotidianos y, pese a las diferentes imágenes que circulan, contribuyeron a
definir una experiencia urbana común. Más allá del valor artístico de las
ruinas, éstas indican el fracaso de decisiones políticas y la autora coloca
como ejemplo los trabajos de la calle Corrientes, como la ruina urbana de una
metrópolis que estaba naciendo.
En el tercer
capítulo explora la aparición de los espectáculos en la ciudad -teatros, cines,
tiendas, cafeterías- y cómo éstos modificaron la visión negativa que ofrecía la
noche urbana. La luz eléctrica contribuyó a que las calles fueran más
iluminadas y dejaran de ser escenarios propicios para hechos delictivos.
Además, los cambios en la prensa y en la publicidad atrajeron a nuevos lectores
con el fin de enseñarles cómo moverse en la ciudad y ensayar nuevos comportamientos.
En el cuarto
capítulo se adentra en las representaciones de los espacios del suburbio y los
barrios en el arte y en la literatura. Las pinturas tuvieron la finalidad de
expresar el progreso que se contraponía a las casas del suburbio. De esto, se
hicieron eco las revistas de la época, pues señalaban a las representaciones
artísticas como la contracara de los cambios urbanos. Y ponían de manifiesto
dos cuestiones relevantes: en primer lugar, las desigualdades de las obras
públicas, como una acusación de lo insuficientes que eran; y en segundo lugar,
el progreso y embellecimiento urbano. La historia sindical, socialista y
anarquista del barrio de La Boca, así como su contacto con las comunidades
inmigrantes, conformaron las primeras instituciones culturales que ayudaron a
configurar una “imagen mental” del barrio. Dichas instituciones apoyaron a los
jóvenes mediante talleres de formación a través del diálogo y la colaboración,
que permanecen hasta el día de hoy.
La literatura
mostró la cruda realidad de los suburbios, especialmente los efectos negativos
del avance tecnológico. Junto a esto, discurrió una cultura obrera de
izquierda, cuyo fin consistió en educar al pueblo y poder despertar su
conciencia.
El último
capítulo aborda el consumo de arte en el Salón Nacional de Bellas Artes.
Inaugurado en 1911, las obras exhibidas influyeron en la construcción del
imaginario de la ciudad moderna. Las celebraciones cívicas, como los festejos
del Centenario de la Revolución de Mayo y del cuarto centenario de la fundación
de Buenos Aires, también formaron parte del paisaje urbano y reafirmaron la
imagen de Buenos Aires como ciudad capital asociada al progreso.
La presente
obra ofrece una nueva y fresca mirada para comprender cómo se gestó la
modernidad en la ciudad de Buenos Aires, y cómo distintos actores dieron cuenta
de ello. Sin duda, el análisis de Fara, a partir de diferentes soportes físicos
y culturales, brinda aristas novedosas que abre caminos para investigaciones
futuras.