Entre la historia, la política y las aulas:
reflexiones sobre la trayectoria de Emilio Ravignani.
Por PABLO BUCHBINDER
Instituto de Historia
Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani Universidad de Buenos Aires/ Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnica (UBA/CONICET)
Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
Buenos Aires, Argentina.
PolHis,
Revista Bibliográfica Del Programa Interuniversitario De Historia Política,
Año
13, N° 25, pp. 44-72
Enero-
Junio de 2020
ISSN
1853-7723
Fecha de
recepción: 06/4/2020 - Fecha de aceptación: 06/07/2020
Resumen
El objetivo
de este artículo es analizar la trayectoria política y universitaria de Emilio
Ravignani articulándola con su itinerario como actor universitario. Se
estudia su visión de la vida política argentina y de los cambios en la
Universidad durante la década de 1930, focalizando en su posición frente a la
abstención electoral del partido radical y ante las consecuencias de la reforma
universitaria de 1918.
Palabras Clave
Emilio Ravignani – Universidad – Política –
Trayectoria – Argentina.
Between History, Politics and classrooms:
reflections on Emilio Ravignani’ trajectory
Abstract
The aim of this
article is to analyse the political trajectory of Emilio Ravignani, in relation
to his career as a university professor. His vision of the Argentine political
life and the changes in the University during the 1930s are studied, focusing
on Ravignani's position in the face of the electoral abstention of the Radical
Party and in view of the consequences of the 1918 university reform.
Keywords
Emilio
Ravignani – University – Politics – Trajectory – Argentina.
Entre la
historia, la política y las aulas: reflexiones sobre la trayectoria de Emilio
Ravignani
Introducción
En diciembre de 1946,
Emilio Ravignani debió abandonar sus cargos como profesor universitario que
ejercía desde los años veinte en las Facultades de Ciencias Jurídicas y
Sociales de la Universidad Nacional de la Plata (UNLP) y de Filosofía y Letras
de la Universidad de Buenos Aires (UBA). De esta manera terminó su larga
trayectoria en las instituciones de enseñanza superior de la Argentina que
había incluido no sólo el ejercicio de cargos de profesor en las áreas de
Historia Constitucional Argentina y de Historia Americana –además había sido
profesor en el Instituto Nacional del Profesorado- respectivamente sino también
el desempeño de diversas responsabilidades en puestos y organismos de gobierno
universitario. Por un tiempo breve continuaría sus tareas académicas y
universitarias en el Uruguay.
Ravignani no era por
entonces una figura conocida sólo por su papel como destacado profesor
universitario. Era, además, un actor influyente en la Unión Cívica Radical
(UCR). Había sido elegido diputado nacional por este partido en 1936 -cargo
para el que había sido electo nuevamente en 1940 y 1946- y también había
presidido su Convención Nacional, organismo que fijaba la línea partidaria,
programática y que proclamaba a los candidatos a los cargos electivos, entre ellos
el aspirante a la Presidencia de la Nación. Además, Ravignani contaba con un
vasto prestigio como historiador. Su papel, en este último sentido, no se
limitaba sólo a la investigación específica que había cristalizado en una serie
amplia de escritos académicos y de divulgación sino también a su función como
organizador de esta actividad en la condición de Director del Instituto de
Investigaciones Históricas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Por
supuesto, el papel central que la historia desempeñaba en la construcción de la
conciencia e identidad nacional en la Argentina de finales del siglo XIX y
principios del XX conllevaba para los cultores de la disciplina una
responsabilidad no sólo académica sino también esencialmente política. La triple
función de político, autoridad universitaria e historiador hace del estudio de
su figura un espacio particularmente útil para comprender los vínculos entre
las tres funciones en la Argentina de la primera mitad del siglo XX.
Ravignani ha sido el
centro de varios estudios en los últimos años. Beatriz Martínez (1987: 35-65)
analizó sus ideas historiográficas y procuró mostrar la forma en que recepcionó
la obra de historiadores europeos como Benedetto Croce. Un trabajo más reciente
de Noemí Girbal (1996: 207-233) exploró particularmente su
intervención en la Academia Nacional de la Historia de la que fue conspicuo
miembro desde 1931. Nora Pagano y Miguel Galante (1993: 45-77) analizaron su labor en la dirección del Instituto a partir de una
comparación con las tareas que se llevaron a cabo simultáneamente desde la
Junta de Historia y Numismática Americana, convertida luego en la Academia
Nacional de la Historia. Hace ya más de 60 años, poco tiempo después de la
muerte de Ravignani acaecida en 1954, Ricardo Caillet Bois (1957: 238-277)
publicó un estudio bio-bibliográfico que recorrió su extensa carrera académica
y su obra historiográfica. Por otra parte, en ensayos tempranos intenté esbozar
un perfil de esta última vinculándola con su lectura de los problemas de la
política argentina. Publiqué dos trabajos que indagaron en estas cuestiones en
dos coyunturas históricas distintas, la de los años ‘20 y la del ascenso del
peronismo (Buchbinder 1993: 79-112; 2001: 139-168). En un trabajo posterior
analicé brevemente su itinerario en el Uruguay (Buchbinder, 2016: 101-110).
Este trabajo se
construye desde una perspectiva algo distinta y también menos explorada ya que
su obra historiográfica pasa a un segundo plano. El propósito del artículo
consiste en proponer algunas vías para analizar su papel en la vida política
articulándola con su trayectoria como actor universitario. Es entonces en el
cruce entre vida universitaria, acción e ideas políticas, donde se plantearán
los interrogantes que sostienen este trabajo. El propósito del artículo
consiste en profundizar en el estudio de las ideas de Ravignani en torno al
funcionamiento de la vida política argentina y la evolución de la Universidad
en particular durante la década de 1930. Tratamos aquí, además, de desentrañar
los hilos que unen su visión de la política con la del mundo de las casas de
altos estudios. Los modos en que nuestro personaje articuló su actuación en
ambas esferas constituyó uno de los ejes centrales de nuestro trabajo.
Los inicios de una carrera académica y
política
Emilio Ravignani nació
en Buenos Aires en enero de 1886. Hijo de inmigrantes italianos realizó
estudios primarios y secundarios en esa ciudad. Los últimos los llevó a cabo en
el Colegio Nacional de Buenos Aires. Luego siguió en la Facultad de Derecho y
casi simultáneamente ingresó en la de Filosofía y Letras. Si bien no tenemos
registros tempranos de su participación política en la primera de estas
instituciones sí, por el contrario, poseemos algunos relativos a su inserción
en la segunda. Ravignani figura en 1905 junto a Roberto Giusti y Alfredo
Bianchi (creadores de la revista Nosotros)
entre los fundadores del Centro de Estudiantes de la institución. Los Centros
de Estudiantes de la UBA surgieron durante la primera década del siglo y sus primeras
movilizaciones tuvieron una incidencia fundamental en el proceso de reforma de
los estatutos de esta casa de estudios de 1906. Aunque en sus primeros tiempos
los Centros se concentraron en reclamos de naturaleza gremial fueron también
ámbitos en los que figuras más tarde relevantes de la vida pública llevaron a
cabo sus primeras experiencias políticas. El aprendizaje de los modos de
argumentar, de la exposición en público, de la negociación, constituyeron
prácticas cotidianas de los dirigentes estudiantiles de la época que serían
particularmente útiles en sus carreras políticas posteriores.
Darío Cantón (1964) y
Marcela Ferrari (2008) más recientemente han subrayado el peso decisivo que las
universidades cumplieron en la preparación, selección y formación de las élites
políticas. Ferrari ha destacado que, entre el personal político, sobre todo
parlamentarios y electores entre 1916 y 1930 de la provincia de Córdoba, un 45%
tenía título universitario. Un 35% de los bonaerenses compartía esa condición. El
70% de los diputados cordobeses era universitario y en la provincia de Buenos
Aires ese porcentaje se elevaba a un 75%. Es presumible que el personal
político de la ciudad de Buenos Aires, sede de la principal casa de altos
estudios del país en términos del número de estudiantes compartiese esa
condición. Tanto Cantón como Ferrari han señalado que las facultades que mayor
incidencia tenían en la formación y socialización de las élites políticas eran
las de Derecho.
Ravignani no fue una
excepción en ese sentido. Los estudios en la Facultad de Derecho y Ciencias
Sociales donde se recibiría de abogado y Doctor en Jurisprudencia en 1909
fueron fundamentales en su trayectoria por varios motivos. Allí conoció a
Agustín Matienzo, con quien forjó una sólida amistad. Agustín era hijo de José
Nicolás Matienzo, prestigioso jurista y figura de gran influencia en el ámbito
de la UBA y de la vida política argentina. Matienzo padre sería además
designado Decano de la Facultad de Filosofía y Letras en 1906. Ravignani se incorporaría,
por recomendación de uno de sus profesores en esta institución, Clemente
Fregeiro, a las tareas de investigación a partir de la indagación y
recopilación de documentos en distintos archivos locales. En la Sección de
Investigaciones Históricas de la Facultad que había sido fundada en 1905, en el
marco de un intento de las autoridades de la institución por incentivar los
estudios en ese campo, desarrolló distintas tareas de naturaleza científica.
Participó además en las primeras publicaciones del organismo, y en 1915 fue
designado Encargado de Investigaciones.
Durante toda la década
de 1910 llevó a cabo diversas actividades académicas en Filosofía y Letras.
Paralelamente, luego de recibirse de abogado inició su actividad profesional en
un estudio compartido con Agustín Matienzo. Aparentemente tuvo alguna
participación en el movimiento reformista de 1918, aunque probablemente por
entonces ya llevaba casi una década como graduado. Fue, de todos modos, a lo
largo de su vida un defensor de la tradición reformista en el mundo
universitario aunque no con el entusiasmo de correligionarios algo más jóvenes
como Gabriel del Mazo. Pero es indudable que los aires de la Reforma en su
caso, como en el de otras figuras de su generación, facilitaron el desarrollo de
una exitosa carrera académica. En 1920 fue designado profesor titular de
Historia de América en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y en 1923 de
Historia Constitucional en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la
UNLP. En ese mismo año 1920 fue nombrado director de la Sección de
Investigaciones Históricas de Filosofía y Letras que -poco más tarde- se
transformó en el Instituto de Investigaciones Históricas. Paralelamente, como
señalamos, ejerció tareas docentes en el Instituto Nacional del Profesorado. En
cambio, su vinculación con la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA
fue episódica y marginal.
La construcción de una carrera política:
Emilio Ravignani y las estrategias de la Unión Cívica Radical
Podemos inferir que el
ingreso de Ravignani como estudiante a la UBA y en particular a la Facultad de
Derecho, lugar tradicional de reclutamiento y sociabilidad de las élites, fue
fundamental en la construcción de su propia carrera política. El vínculo con
los Matienzo parece en ese sentido haber tenido un peso decisivo en su
trayectoria. En este contexto la pregunta por la vinculación con la UCR aparece
como un problema central. Los tiempos de esta relación plantean algunos
interrogantes. Según lo que él mismo habría revelado, ese vínculo databa de la
época de estudiante secundario, pero fue luego de la Reforma Universitaria el
momento en que se fortaleció. Sin embargo no parece haber tenido durante los
primeros años ‘20 una inserción plena ni una participación política activa en
el partido. Tampoco parece haber sido identificado públicamente como radical.
En su archivo personal hay una carta del año 1921 de una agrupación denominada
“Obreros Unidos” en donde se le solicitaba que “dado el feliz caso de que Ud.
no perteneciera en la actualidad a ningún Partido Político, ni que tenga
tampoco simpatía por agrupación alguna, tendríamos mucho honor en tenerlo entre
nosotros”.[1]
De todas formas, un
año después de esta comunicación, en 1922 fue designado Secretario de Hacienda
y Gobierno de la ciudad de Buenos Aires siendo entonces Carlos Noel Intendente
y Marcelo T. de Alvear presidente de la Nación. Pero cabe recordar aquí que el
gobierno de Alvear no se caracterizó por su lazo estrecho y directo con las
organizaciones partidarias de la UCR que permanecieron mucho más cercanas a
Hipólito Yrigoyen. Alvear construyó su red de apoyos en base a figuras
prestigiosas y notables de la vida institucional argentina. Entre ellas convocó
a José Nicolás Matienzo, quien fue designado Ministro del Interior. Parece
también haber sido central la gestión de este último para la promoción de la
carrera política de Ravignani en el ámbito de la ciudad de Buenos Aires.
A finales de los años
veinte era sí ya conocida su condición de dirigente radical. Pero fue desde los
‘30 que forjó lo esencial de su carrera política. Desde entonces asumió una
militancia activa. El escenario principal en el que desarrolló su actividad
partidaria fue el Comité Capital de la UCR. Su compromiso con el partido
coincidió con el de otras figuras como Ricardo Rojas o Arturo Capdevila que por
entonces se incorporaron a la vida política en el ámbito del radicalismo. Con
el primero de ellos Ravignani compartiría el espacio académico de la Facultad
de Filosofía y Letras. Durante estos años se convirtió además en una de las
figuras más prestigiosas de la política de la ciudad. A principios de 1932 fue
elegido presidente de la Convención Nacional del partido y miembros del mismo
junto a otras agrupaciones lo proclamaron candidato a la Presidencia de la UNLP
primero y a Decano de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la misma
institución más tarde. En mayo de 1936, luego de triunfar en comicios internos
fue electo diputado nacional por la Capital y un año después designado
apoderado general del Comité Capital del partido. En la Cámara de Diputados
tuvo una activa participación. Integró las comisiones de Negocios
Constitucionales y la de Comunicaciones. Intervino activamente en los debates
sobre la ley de teléfonos y en la relativa a la coordinación de transportes
urbanos. También tuvo una activa participación, entre otros, en los debates
sobre violación de privilegios parlamentarios, de reforma de los programas de
enseñanza de la historia y en el mismo año 1936 en la discusión sobre la intervención
a la provincia de Buenos Aires. Más adelante sería uno de los protagonistas del
debate sobre las concesiones de las empresas eléctricas de la Capital Federal.[2]
Construir un argumento
que permita articular en cualquier figura pública y en particular en Ravignani
sus perspectivas como historiador con sus posicionamientos en torno a los
problemas de la política nacional y su visión de los problemas universitarios
es particularmente complejo y se presta a diversas conjeturas. En el caso de
Ravignani, su relación con un grupo de juristas, estudiosos del derecho
político y constitucional (cuyas figuras más prominentes fueron probablemente
José Nicolas Matienzo y Rodolfo Rivarola) puede situarse en el centro de esta
constelación. La mayoría de estos juristas como también Ernesto Quesada o Juan
Agustín García, activos particularmente en los debates públicos en torno al
Centenario, compartían una perspectiva crítica del orden político argentino
centrado en el cuestionamiento a la transgresión sistemática por parte de la
mayoría de los actores de las normas que regían el orden institucional y de los
valores republicanos. El cuestionamiento a las prácticas políticas cotidianas,
a la falta de vigencia de las instituciones liberales expresada, entre otros
aspectos, en el falseamiento del voto, en la ausencia de partidos orgánicos o
en la violación del sistema federal constituyeron algunos de los aspectos
básicos que orientaron sus razonamientos. Al mismo tiempo algunas de estas
figuras, entre las que es posible incluir al ya mencionado José Nicolás
Matienzo, unieron sus preocupaciones por la Reforma Política con la de la
Reforma Social, sobre todo en los primeros años del siglo XX (Zimmermann, 1994:
17-29). Fue mucho más fuerte, posiblemente también, la inserción de estas
figuras en la Universidad Nacional de La Plata o en la Facultad de Filosofía y
Letras de la UBA que en la de Derecho porteña. Esta última nucleó, por un lado,
a gran parte del sector conservador que tuvo una presencia destacada en el
elenco político de la Concordancia. Es el caso, entre otros, de quien fuera más
tarde Decano de la institución, Ramón Castillo, a cargo provisoriamente de la
Presidencia de la Nación desde 1940 y en forma definitiva a partir de 1942.
Pero, por otro lado, también esta Facultad congregó, en particular desde el
período posterior a 1918 a un grupo numeroso de juristas vinculados algunos de
ellos a sectores de izquierda del radicalismo o del socialismo, que ejercieron
una oposición sustantiva a los núcleos conservadores antes mencionados. Entre
ellos podríamos incluir a Florentino Sanguinetti, Carlos Sánchez Viamonte o
Julio V. González. Aun cuando en más de una etapa de su trayectoria política
Ravignani confluyó con ellos en algunas iniciativas, se mantuvo también
equidistante en múltiples aspectos relativos a sus posicionamientos ante la
política nacional y en el debate universitario.
La década del ‘30 tuvo
un comienzo complicado para Ravignani como también para muchos dirigentes
radicales del período. Las autoridades de facto que llegaron al gobierno con el
golpe militar del 6 de septiembre de 1930 lo despojaron, cuando intervinieron
la universidad en el mes de diciembre, de su cargo de Decano de la Facultad de
Filosofía y Letras. Además fue detenido, conducido al Departamento de Policía e
interrogado sobre su participación en supuestos movimientos “subversivos”. La
detención motivó una posterior nota de protesta elevada ante el entonces
Ministro del Interior, Matías Sánchez Sorondo. Allí Ravignani sostuvo que sólo
había intervenido en acción de propaganda pública dentro de su partido. También
intentó diferenciarse de cualquier intento de uso de la fuerza o de la
violencia para oponerse al orden vigente. En ese sentido aclaró que su
intervención no había estado orientada por otro propósito “que el de disciplina
partidaria, tratando de convencer a la opinión para que se preparase a
concurrir a las urnas, respetando las leyes y decisiones del gobierno: de esta
forma he creído que contribuía serenar los espíritus y a la pacificación
general”.[3] Ravignani fue un firme opositor a las propuestas del gobierno de
Uriburu en materia de reforma constitucional y de restricción del derecho del
sufragio. También se opuso a los primeros ensayos de reforma del gobierno de
Agustín P. Justo en esa misma dirección sosteniendo que no era posible que éste
asumiese iniciativas de esa naturaleza habiendo sido electo por un porcentaje
reducido de votantes. En este contexto denunció con fuerza la difusión por
parte del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública del Gobierno provisional
de cifras exageradas de analfabetismo. Esta difusión, sostuvo, sólo tenía como
propósito justificar los intentos de introducir el voto calificado.[4]
Sin embargo, con el
paso del tiempo los vínculos con funcionarios de este gobierno se volvieron
mucho más cordiales, aun conservando diferencias políticas que hizo públicas en
más de una oportunidad. Es posible observar, a partir de una somera revisión de
la documentación conservada en su archivo personal, los lazos estrechos que
siguieron vinculando a Ravignani en los años treinta con los funcionarios de
los gobiernos conservadores que detentaron el poder hasta el golpe de junio de
1943. Probablemente, esas relaciones tuvieran su origen en la experiencia común
con muchos de ellos en las estructuras de los gobiernos radicales de 1916 a
1930, en particular en el período en que Marcelo T. de Alvear fue presidente de
la República. Esos vínculos compartidos también con otros dirigentes de la UCR
se extendían hasta el mismo presidente de la Nación Agustín P. Justo -Ministro
de Guerra durante el gobierno de aquel- por otra parte, un conocido aficionado
a la historia. La pasión común y el interés por la disciplina constituyeron
seguramente un ámbito de confluencia de intereses para ambos. Ravignani
reconoció y agradeció en alguna de las publicaciones del Instituto que dirigió
entre 1920 y 1946 la intervención de Justo para que el organismo pudiese
reanudar sus “tareas editoriales” luego del recorte de fondos provocado por el
impacto de la crisis de 1930 en la Argentina y, en especial, en el mundo
universitario. El apoyo de Justo fue central para que Ravignani fuese integrado
a la Comisión que se creó con motivo del cuarto centenario de la Fundación de
Buenos Aires o para que el Instituto recibiese la representación del Gobierno
Nacional ante el II Congreso Internacional de Historia de América.
Probablemente ese vínculo incidió también para que recibiese la correspondencia
oficial entre San Martín y el Marqués de Torre Tagle con el propósito de
publicarla. Tal vez también incidiese Justo en formalizar su incorporación a la
Junta de Historia y Numismática Americana, convertida luego en Academia
Nacional de la Historia.
En este sentido,
también es importante destacar el respaldo que el gobierno de Justo otorgó a la
empresa editorial más importante desarrollada por el Instituto a lo largo de su
historia, como fue la publicación de la extensa compilación documental titulada
Asambleas Constituyentes Argentinas,
cuyos primeros tomos aparecieron en 1937. Se trata de una obra monumental
compuesta por casi una decena de volúmenes de varios cientos de páginas que fue
distribuida en gran parte de modo gratuito. Los tomos se editaron entre finales
de los años treinta y principios de los cuarenta. Sostenía Ravignani entonces:
“A partir del año 34, gracias a una decisión del EXCMO Señor Presidente de la
República que nos ha repuesto en buena parte, los recursos disminuidos desde
1931, pudimos dar nuevos impulsos a las tareas editoriales”.[5] En octubre de 1935 fue designado miembro de una comisión oficial
encargada de la revisión de los textos de historia y geografía. En este marco y
consecuente con posicionamientos políticos sostenidos en otros ámbitos,
Ravignani manifestó sus reservas frente a la orientación nacionalista que
algunos sectores políticos procuraban imprimir a los planes de estudio de
Historia, aparentemente también por intervención de Justo. En este sentido
llegó a señalar en carta a Enrique de Gandía que en el Instituto “no orificamos
ninguna carie, ni hacemos alegatos en pro de intereses nacionalistas
determinados”[6]. Condenó entonces sobre todo las tendencias nacionalistas y de
reivindicación cerrada de la tradición hispánica y católica que se volvieron
cada vez más corrientes durante las primeras décadas del siglo XX. Estas
perspectivas habían impregnado también el discurso de diversos grupos
nacionalistas de extrema derecha con los que nuestro personaje se enfrentó en
más de una ocasión tanto en el mundo político como en el universitario.
Contra la abstención electoral
Como señalamos
anteriormente, en los años ‘30 Ravignani desarrolló su carrera política en el
seno de los sectores alvearistas del Partido Radical. El gobierno de Uriburu
había resuelto vetar la candidatura de Marcelo T. de Alvear y Adolfo Güemes a
la presidencia y vicepresidencia de la Nación en noviembre de 1931. Esto llevó
a que los organismos de conducción de la UCR decidiesen abstenerse de
participar en las elecciones lo que provocó, especialmente en algunos distritos
como el de la Capital Federal, una notable merma en su influencia política. La
derrota de los movimientos conspirativos llevados a cabo por sectores radicales
en los primeros años de la década de 1930 provocó que el debate sobre la
estrategia electoral del partido tomase nuevo impulso. Mientras un grupo afín
al yrigoyenismo postulaba el mantenimiento de la abstención otros, de raíces
antipersonalistas, pugnaron por reintegrar al partido al ámbito de la
competencia electoral. Esta posición fue respaldada por Alvear, ya líder de la
UCR desde principios de los treinta. Uno de los ejes de la actividad de
Ravignani dentro del partido estuvo constituido, justamente, por su defensa de
las posturas concurrencistas. En carta a Carlos Noel señalaría que en todo el
país se notaba un movimiento en pos de la participación en la actividad
político-electoral. Agregaba entonces “ si no se interviene oportunamente
corremos el riesgo de provocar una crisis seria en la cohesión social del
partido”.[7] Al mismo tiempo rechazó con firmeza todo intento de apelar a las
Fuerzas Armadas para avanzar en la modificación de la situación política. Su
posición a favor del levantamiento de la abstención se fundaba en la idea de
que las masas podían caer en manos extremistas si el partido no reveía su posición
al respecto.
Seguramente los
posicionamientos políticos de Ravignani, tendientes a revisar las posturas
abstencionistas encontraban razones fundadas en convicciones profundas en torno
a los caminos que debían orientar el funcionamiento de las instituciones en la
Argentina como probablemente también en los ya mencionados vínculos personales
y relaciones de amistad con personalidades del gobierno anudadas tanto en la
vida política como universitaria y profesional que mencionamos en el pasaje
anterior. Sectores relacionados con la Concordancia intentaron incorporarlo a
sus filas justamente cuando comenzaron a constituirse impulsando la candidatura
presidencial de Agustín P. Justo. En octubre de 1931, un Comité denominado
“Unión Argentina pro-candidatura del general Agustín P. Justo” solicitó su
adhesión.[8] Ravignani rechazó la invitación pero esto no impidió que conservase,
como hemos señalado, estrechos vínculos con gran parte de los funcionarios del
gobierno que asumió a principios de 1932 tanto como con el mismo Presidente.
Las relaciones con Ministros, Secretarios y Subsecretarios como con el mismo
Justo fueron utilizadas -como sostuvimos- para obtener recursos y apoyo para
las actividades del Instituto pero también para atender las múltiples demandas
de puestos en el estado que recibía periódicamente de amigos, colegas y
correligionarios.
En este contexto
podríamos destacar, además del vínculo con Justo, la amistad que lo unió con
quien fue durante gran parte de estos años Secretario de Gobierno y Hacienda de
la Municipalidad de Buenos Aires a mediados de los años ‘30, Atilio Dell Oro
Maini y, obviamente, con quien fue durante este período Secretario General de
la Universidad de Buenos Aires, Agustín Matienzo, además, como ya señalamos, su
socio en el estudio jurídico. Los lazos de Ravignani se extendían, por otra
parte, a muchos militares en actividad. Las relaciones que conservaba con
funcionarios de distinto rango le permitían entre otros aspectos ubicar en
puestos públicos, en especial dentro de la Municipalidad de Buenos Aires, a
muchos conocidos y amigos que le solicitaban interceder con ese propósito.
También le permitieron gestionar la reincorporación a la estructura del estado
de aquellos que habían sido cesanteados o perseguidos por razones políticas
luego del golpe del 6 de septiembre de 1930.
Por otro lado
Ravignani mismo procuró conservar en términos amistosos no solo personales sino
también institucionales y políticos su relación con Justo, tal como hemos
observado en pasajes anteriores. En septiembre de 1933 el diario Noticias Gráficas le efectuó un
reportaje. Las preguntas giraron entonces en torno a su visión del momento
político y a la orientación que creía prudente aconsejar al gobierno y a los
partidos políticos. Respondió entonces rechazando todo intento de violación de
la Constitución nacional. Afirmó que Justo había hecho recientemente
declaraciones de auténtica ortodoxia constitucional y electoral aunque no podía
decirse lo mismo de algunas de las agrupaciones políticas que tenían presencia
en el gobierno y el parlamento. Estas, a su vez, se dividían desde su
perspectiva en dos grupos: las que eran respetuosas de la Constitución y las
leyes y las que no lo eran. Sostenía entonces que la postura del radicalismo
–insistía- había sido siempre muy clara “Pero los radicales nacionalistas puros
queremos que se impida cualquier ataque al régimen constitucional, venga de los
comunistas o de los fascistas”.[9]
El partido levantó la
abstención, finalmente, en enero de 1935. Los radicales ganarían la elección en
Capital en marzo del año siguiente. Las estrategias concurrencistas fueron
particularmente fuertes en el Comité de la Capital al que pertenecía el
personaje que nos ocupa. Sus integrantes se encontraban ante un electorado que
podía optar tanto por socialistas como por socialistas independientes. La
competencia con estos partidos y la posibilidad concreta de ganar las
elecciones y fortalecer su presencia en el aparato administrativo y burocrático
de la ciudad los impulsaba a defender las opciones contrarias a la abstención y
a insistir en la necesidad de incentivar su participación en la arena
electoral. En este sentido, es importante recordar que en las elecciones de
1934 para renovar autoridades partidarias, el eje de las controversias estuvo
dado por la oposición entre abstencionistas y concurrencistas. La victoria de
los primeros fortaleció el partido y posibilitó el ingreso de muchos de quienes
se habían alejado en el período anterior (Persello, 2004).
Ravignani fue un actor
relevante de la vida institucional de la UCR en estos años, lo que se expresó
en su participación activa en actos públicos y en conferencias en el seno del
partido, tareas realizadas paralelamente a su labor como diputado nacional.
Mantenía un vínculo estrecho con los principales caudillos locales y dirigentes
del radicalismo capitalino, en particular con Julián Sancerni Jiménez quien
fuera, en alguna oportunidad, su opositor en las elecciones parroquiales. Por
otro lado, es preciso señalar que a los fundamentos personales, políticos e
ideológicos para levantar la abstención, que sostuvo con firmeza y entusiasmo,
habría que agregar la importancia que, para la dinámica del radicalismo de la
Capital, conllevaba el acceso a los cargos en el sistema administrativo o
político formal. En este sentido, los documentos conservados en el archivo
personal de Ravignani revelan su papel central como intermediario entre los
funcionarios del gobierno que controlaban el acceso a los cargos públicos -en
particular en el ámbito de las escuelas normales y colegios nacionales- y de
quienes integraban o participaban de distinto modo en las estructuras del
Comité Capital del radicalismo. Pero la intervención de Ravignani no se
limitaba sólo a las gestiones para el acceso al empleo público. También fue
fundamental para la obtención de recursos que posibilitasen sostener la
estructura partidaria del radicalismo de la Capital. Los subsidios que se
distribuían y votaban en el Congreso de la Nación eran fundamentales, en ese
sentido, para el mantenimiento de Bibliotecas-que eran en realidad centros de actividad
partidaria- para la transformación de los comités en centros de estudios
políticos o para la conformación de periódicos vecinales, entre otros aspectos.
Las ideas
Era la defensa de los
principios contenidos en la Constitución Nacional el que estructuraba,
fundamentalmente, la perspectiva con que Ravignani miraba los problemas de la
política nacional. Esta visión, centrada en la exégesis de los principios
contenidos en la Carta Magna fue también la que orientó su obra como
historiador en los años ‘20. A la vez, sus investigaciones sobre el tema
estaban directamente vinculadas con su papel como Titular de la Cátedra de
Historia Constitucional en la UNLP. En este sentido, su lectura de los
problemas de la Argentina del siglo XX estaba fundada en un diagnóstico que
partía de la presunción de que los problemas del país residían en sus prácticas
políticas y en la discordancia entre éstas y lo establecido en las
instituciones formales. La preocupación de Ravignani, entre otros aspectos, por
el funcionamiento del sistema federal en los años ‘20 permite entrever una
mirada crítica incluso del desenvolvimiento de esas instituciones durante los
gobiernos yrigoyenistas (Buchbinder, 1993: 79-112). La preocupación por la
vigencia de las instituciones republicanas y liberales, el respeto a los
principios democráticos, el mantenimiento del pluralismo en el ámbito
académico, constituyeron las bases que orientaron también su visión de la
política en los años ‘30.
Como destacamos, el
respeto y la fidelidad al orden legal sancionado por la Constitución de 1853
fue, seguramente, el principio que rigió las concepciones políticas de
Ravignani durante aquellos años. Se trataba de ideas que estaban relacionadas
directamente con sus concepciones sobre el pasado argentino. Entendía, en este
sentido, que los problemas fundamentales del país se solucionarían con
profundos cambios políticos que permitirían que las “admirables” instituciones
básicas del país funcionasen de manera regular y sin limitaciones. El problema
central de la Argentina no residía en deficiencias en su sistema económico, o
en la escasa atención a las dimensiones sociales sino esencialmente en las
distorsiones que afectaban a su vida política. En carta al historiador León
Baidaff sostendría que no veía la solución a la crisis “mientras no se renueve
la vida política, perturbada aún”.[10] Así, es posible advertir, a través de un análisis de sus
declaraciones públicas, sus notas periodísticas o su correspondencia, la
preocupación central por la defensa del sistema institucional argentino, el
liberalismo político, los principios republicanos y la democracia.
Como ya señalamos, en
1930 Ravignani se opuso a una reforma de la Constitución impulsada por el
Gobierno Provisional surgido del movimiento militar del 6 de septiembre de
1930. Los problemas de la Argentina, sostenía, no residían en sus fundamentales
legales. Era necesario, en cambio, orientar “la conciencia ciudadana hacia el
respeto a la ley”. En este contexto reivindicaba el papel de los partidos
políticos que era quienes debían cumplir con esta función educativa. Insistía
en que los fines de la Constitución no podía obtenerse con una reforma. De modo
enfático, afirmaba que antes que reformar la Constitución era preciso inculcar
entre los argentinos “principios de civismo auténtico” y evitar que se corrompa
“la conciencia ciudadana, ni con demagogos repudiables, ni con pitanzas
miserables que satisfagan únicamente el estómago”.[11]
Sus preocupaciones por
el mantenimiento del orden constitucional se agudizaron a raíz del ascenso del
autoritarismo en Europa desde los años ‘30. Su inquietud por el futuro de la
democracia se acentuó notablemente a raíz del inicio de la Guerra Civil
Española. En este sentido, manifestó en más de una oportunidad su preocupación
en torno a la posibilidad de que sucesos de esta naturaleza se reprodujeran en
la Argentina. En una carta de 1936 al historiador mendocino Edmundo Correas
lamentaba que los argentinos no lograran entenderse “lealmente sobre la base de
las libertades ciudadanas”, ratificando en ese sentido también “que en este
momento grave no salvar a la democracia es una traición a la patria”.[12] En un sentido similar también le manifestaba al historiador español
Francisco Quevedo su preocupación por los sucesos que tenían lugar en España y
la necesidad de evitar que estos se trasladasen a la Argentina “no faltan
botarates que quieren imitar los desvaríos extremistas de Europa”.[13]
Es probable advertir
así cómo desde mediados de la década de 1930 la lectura de la política nacional
comenzó a estar cruzada por la de los acontecimientos internacionales. En este
contexto sus prevenciones ante los extremismos se hicieron frecuentes. Desde su
perspectiva, Argentina debía evitar caer en el tipo de conflictos y
enfrentamientos que asolaban a Europa. Sus convicciones en torno a la necesidad
de defender el liberalismo y la democracia- compartidas ya entonces con la
mayor parte del reformismo universitario -incluso con quienes habían optado por
sostener posiciones más próximas a la izquierda del arco político- lo llevaron
en 1936 a integrar un comité de ayuda antifascista que lideró el dirigente
radical José Peco y del que era secretario general el militante comunista
Ernesto Giudici.
Las cuestiones
sociales o las que afectaban al mundo del trabajo, en cambio, ocuparon un lugar
secundario y subordinado a las institucionales en el pensamiento y en el
discurso de Ravignani. Es llamativo que el tema, aunque aparece con frecuencia
en sus escritos, declaraciones o entrevistas de los años ‘30, lo haga en un lugar
secundario. En noviembre de 1933 recibió la carta de un ciudadano argentino que
vivía en Estados Unidos y que estaba vinculado al mundo académico y
universitario de ese país. En su misiva, y contradiciendo los principios que
orientaban la lectura que formulaba Ravignani de la realidad política del país
le señalaba “No es solamente con un cambio político fundamental que la cosa se
arreglará, como Vd. dice; lo que hace falta, más que todo es un cambio en la
estructura económica de nuestro país”. Más adelante, y en relación directa al
peso que la cuestión social tenía en el programa radical, este mismo personaje
le señalaba: “Creo sinceramente que mientras los dirigentes de la UCR sigan
anteponiendo el problema político al problema social argentino no puede augurársele
al partido un gran porvenir”.[14] Pero esa misma inquietud era transmitida en más de una oportunidad a
Ravignani por dirigentes radicales de la Capital. Inquietos ante la perspectiva
de que los socialistas ganasen las elecciones en el distrito, subrayaban la
necesidad de que los diputados del radicalismo hiciesen hincapié en los
aspectos que hacían a la obra social y laboral de éste. Pero las perspectivas
de Ravignani no se alteraron sustantivamente en relación con esta cuestión. La
lectura del ascenso del peronismo se estructuró en función de su consideración
en torno a la relación entre este movimiento y la transgresión a los principios
de gobierno democrático y republicano. Fue este vínculo el aspecto central que
orientó su lectura del proceso que llevó a la derrota electoral de la Unión
Democrática, organización de la que participó activamente. En un texto anterior
(Buchbinder, 2001: 139-168), hemos analizado los modos en que Ravignani
articuló desde 1945, directa y estrechamente, un análisis del pasado histórico
argentino con una lectura crítica de su presente. Este uso y articulación se
explicaba posiblemente por el hecho de que sus juicios políticos no podían
expresarse en forma pública y abierta desde entonces. Sus escritos sobre
Rivadavia, del que lo había separado su papel en la tradición unitaria,
buscaron ahora subrayar su defensa de los principios republicanos. El análisis
de Artigas estuvo desde entonces cruzado por consideraciones similares. Ya no
era el líder que se oponía a los intentos centralistas de Buenos Aires sino,
fundamentalmente el que, frente al autoritarismo porteño, encarnaba tradiciones
auténticamente democráticas.
La Universidad
Ravignani compartió
sus actividades como abogado, como dirigente político y parlamentario con una
dinámica participación en la vida universitaria tanto en el ámbito de la
Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de La
Plata como en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos
Aires. Podríamos subrayar una vez más que esa larga actividad se inició con su
participación en la creación del Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras en
1905. Ravignani desempeñó, entre otras funciones, la dirección del Instituto de
Investigaciones Históricas de esta Facultad de manera casi ininterrumpida desde
1920 hasta 1946. Pero también fue Decano de la misma entre 1927 y 1930 y entre
1940 y 1943. Como ya destacamos, a fines de 1946 debió abandonar sus cargos en
la universidad argentina en un contexto de desplazamiento masivo de docentes
universitarios por vías distintas impulsado por el primer peronismo.
Continuaría entonces su labor académica en Montevideo.
Una parte relevante de
su actividad como dirigente universitario se realizó de manera paralela a su
labor como diputado nacional. Durante estos años Ravignani fue un gestor y
defensor entusiasta de diversas iniciativas vinculadas con la UBA a cuyos
problemas prestó particular atención. Su archivo revela su interés y sus
gestiones para finalizar los edificios universitarios, su intervención en los
primeros proyectos de construcción de una ciudad universitaria porteña o su
apoyo a los estudiantes de Ciencias Económicas que se oponían a que su título
se equiparase con el de los contadores públicos provinciales. Por supuesto dedicó
un espacio relevante de su actuación a la defensa de la Facultad de Filosofía y
Letras y de sus egresados. Se interesó como parlamentario por las gestiones
destinadas a dotar de un edificio propio a la Facultad y, sobre todo, lideró
varias iniciativas para garantizar el reconocimiento de los títulos que emitía
la institución en el acceso a los cargos en Escuelas Normales y Colegios
Nacionales.
Ya hemos señalado la
relevancia de su carrera universitaria a la hora de forjar amistades y vínculos
profesionales y políticos con figuras destacadas de la vida pública. Por otro
lado, cabe subrayar que ésta se inició en el contexto del movimiento de 1918.
La mayor parte de su trayectoria se desenvolvió bajo el marco de la universidad
reformista. En ese contexto fue designado no sólo profesor titular sino también
director del Instituto de Investigaciones Históricas en 1921 y, luego, Decano.
En 1943, en tiempos del golpe de junio ocupaba nuevamente ese último cargo.
Incluso, unos pocos años antes debió asumir, durante un breve período, el
Rectorado de la institución. A excepción del breve período uriburista y con
avances y retrocesos, las prácticas y estatutos reformistas rigieron -con
distintas variantes- durante la mayor parte de la etapa en la que ejerció sus
principales responsabilidades institucionales y en las que se desempeñó como
profesor.
Las instituciones
reformistas expresaban un orden institucional democrático, plural y
participativo que Ravignani defendió en más de una oportunidad. El reformismo
expresaba y participaba de un sistema con el que Ravignani se identificaba en
el ámbito nacional. Reflejaba además una orientación tendiente a garantizar la
apertura de la universidad a nuevos sectores sociales. En 1929, en el momento
de discutirse un aumento de salarios para los profesores cuyos ingresos estaban
prácticamente estancados desde 1905, valoró positivamente los cambios que el
movimiento de 1918 había provocado en la composición del profesorado. Recordó
entonces que justamente en el año 1905 “las facultades eran gobernadas por
academias que nunca se renovaban y que se integraban con los nombres más
representativos de la política, de la banca, de las industrias”. Esta situación
había sido modificada por la Reforma Universitaria que “ha abierto las puertas
a hombres modestos por su origen y por su fortuna”. Por eso sostenía, “se hace
más necesario arbitrar emolumentos equitativos para el profesorado que, en su
mayoría, no ocupa la cátedra como simple ayuda de cotas o de figuración”.[15]
Cuando en los años
veinte, como miembro del Consejo Superior de la UBA se vio obligado a
intervenir a raíz de los conflictos en la Facultad de Derecho expresó también
una perspectiva crítica de las orientaciones antirreformistas de los profesores
de dicha institución. Vinculó además estas posturas con su origen social. En
este sentido cuestionó la oposición a los principios del movimiento de 1918 y
criticó el sabotaje cotidiano del que esas normas eran objeto en dicha
Facultad. Los profesores de la Facultad de Derecho, señalaba, no comprendían la
vida democrática y preferían referirse al principio de jerarquía en lugar del
de representación. La jerarquía, por otra parte, implicaba para ellos
subordinación incondicional. En ese sentido señalaba que las facultades desde
1918 ya no eran “confortables palacios en donde sus autoridades son dueñas sin
controlar” y tampoco eran sucursales de un “club aristocrático”. Desde el más
modesto hasta el “hijo de papa” tenían los mismos derechos y alcanzaban el
éxito por igual” si eran “aptos”.[16]
Pero la reivindicación
de la Reforma incluía otras dimensiones, como ya hemos subrayado en un pasaje
anterior. La apertura y la posibilidad de llevar a cabo una carrera académica a
estratos que hasta entonces habían estado marginados era uno de los factores que
valoraba particularmente. En este sentido, Ravignani subrayó en más de una
oportunidad el nuevo papel que los ordenamientos de la Reforma les habían
otorgado a los profesores suplentes, situados hasta 1918 en un lugar marginal
de la estructura académica. Al inaugurar como Decano los cursos del año 1929
sostuvo que estaba entre sus propósitos dignificar moral e intelectualmente a
los profesores suplentes, y con ese objetivo había logrado que el Consejo
Directivo sancionase una ordenanza que los obligaba a dictar un número mínimo
de clases dentro del curso del profesor titular. Esto haría, subrayaba
Ravignani, del paso de la condición de profesor suplente a titular “sólo un
merecido ascenso en la carrera universitaria”.[17] Pero su valoración positiva de la Reforma, en este debate, alcanzaba
también a las modalidades y formas de enseñanza. El fortalecimiento de las
actividades de investigación, seminarios y trabajos prácticos era contemplado
en este contexto. Finalmente, en un reportaje de los años ‘30 refiriéndose a la
experiencia reformista, sostendría que ésta había “abierto las puertas de la
Universidad permitiendo una renovación que nunca las gastadas y aristocráticas
camarillas hubiesen tolerado”. En este sentido diferenció también la situación
general de la universidad desde 1918 con la de la Facultad de Derecho, reacia a
la renovación en base a la oposición de la mayoría de sus profesores
provenientes de la clase dirigente del país.[18]
Con posterioridad a
1930, cuando sectores conservadores aspiraron a modificar de manera sustantiva
el orden universitario a través de nuevos estatutos que restringieron el peso
de las agrupaciones estudiantiles, Ravignani manifestó también su oposición.
Defendió públicamente la vigencia del estatuto reformista sancionado en la UBA
en 1923 bajo el gobierno de Alvear. Incluso en desacuerdo con la orientación
conservadora imperante en la universidad, impulsó intensamente la participación
activa de los profesores en los procesos de normalización. En 1931, en medio
del conflicto entre reformistas y antirreformistas, respaldó la concurrencia a
elecciones en la casa de altos estudios. En este contexto le comunicaba al
Interventor de la Facultad de Filosofía y Letras su convicción en torno a la
necesidad de evitar toda manifestación pública en disconformidad con las
instituciones y que pudiese ser conducente a fomentar “el desorden”.[19]
Sin embargo, su visión
en torno al modo en que las tradiciones y prácticas instaladas con la Reforma
incidían en la vida universitaria contenía algunos matices y fue, además,
modificándose a lo largo de los años. Sus últimas reflexiones, al menos las
anteriores a la victoria del peronismo en las elecciones, revelan su postura en
favor de la limitación de algunas prácticas derivadas de esa herencia en particular,
las vinculadas con el peso creciente de los estudiantes en las decisiones
académicas. Raíces de esta perspectiva es posible encontrarlas en sus primeros
pronunciamientos públicos como autoridad universitaria. En el acto en que
asumió por primera vez el Decanato aludió explícitamente a la cuestión. Allí
señaló que había que evitar que la acción estudiantil fuese orientada por
extraños y que se convirtiese en instrumento de aquellos que habían convertido
la vida de estudiante en “profesión permanente”.[20] Mantendría Ravignani esta reserva frente al creciente poder de los
estudiantes en la vida universitaria hasta el final de su trayectoria en el
ámbito de la educación superior. En 1945, Salvador Dana Montaño (figura central
en la vida institucional de la Universidad Nacional del Litoral) llevó a cabo
una encuesta entre figuras destacadas del sistema universitario. Los
interrogantes que sostenían la encuesta estaban relacionados, entre otros
aspectos, con la necesidad de reformar los marcos normativos que habían
organizado la vida universitaria desde finales del siglo XIX. En este sentido,
Ravignani señaló la necesidad de que se mantuviesen en sus trazos principales
los marcos legales establecidos por la Ley Avellaneda de 1885, en el contexto
de los cuales se habían impuesto los estatutos reformistas. Afirmó la necesidad
de fortalecer la actividad científica en las casas de estudios, respetar la
libertad de cátedra y de pensamiento “siempre que no se afecte la moral, la
religión católica, las instituciones políticas la tradición nacional”.[21] En este sentido, sostuvo que el gobierno de las Facultades y de las
Universidades debía permanecer en manos del profesorado y debían reconstituirse
los centros para que tradujesen las necesidades estudiantiles. Pero al mismo tiempo
afirmó la necesidad de excluir a los estudiantes en la designación del
profesorado, aspecto que había generado fuertes polémicas desde 1918.
Reflexiones finales
A lo largo de este
texto hemos propuesto una serie de coordenadas para
pensar la trayectoria política y académica de Emilio Ravignani. Hemos subrayado
la relevancia de sus primeras experiencias universitarias en las facultades de
Derecho y Ciencias Sociales y Filosofía y Letras en esa construcción y
delimitado un espacio de actuación, centrado posteriormente en la última de
estas instituciones y en la de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad
Nacional de La Plata. Un aspecto que hemos procurado destacar es el vínculo
personal y político construido con José Nicolás Matienzo y, a través de él, con
un conjunto de juristas y analistas de la realidad institucional de fuerte
presencia en el período del Centenario que sostuvieron –además- una mirada
crítica del orden político argentino fundado en la transgresión sistemática de
los principios liberales y republicanos y de las normas derivadas de la
constitución nacional.
Esta fuerte defensa y
reivindicación de los principios constitucionales estructuraron su obra
historiográfica pero también encuentran expresión en la intensa participación
en el espacio del radicalismo de orientación alvearista durante los años
treinta. Ravignani estructuró su discurso político como líder radical en base a
la defensa de los valores democráticos. Se opuso al nacionalismo de derecha, a
los sectores más intransigentes del catolicismo (al defender con vehemencia la
educación laica) y también hizo sentir su voz oponiéndose a los intentos de
introducir el sufragio calificado, a los de modificación sustantiva de la ley
Saénz Peña y la Constitución Nacional. La denuncia del fraude electoral fue
también un motivo que orientó su discurso a lo largo de los años treinta.
Pero su lugar en el
sistema político no puede analizarse sin tener presente también los vínculos
personales y redes establecidas en su trayectoria universitaria y en su
experiencia política de los años ‘20 que incluían al mismísimo presidente de la
Nación Agustín P. Justo. Tampoco pueden comprenderse sin tener en cuenta
también el lugar institucional ocupado como director del principal instituto
universitario dedicado a la práctica de la historia, una disciplina central en
la construcción de la identidad y la conciencia nacional en los primeros años
del siglo. La tensión en el intento de construir un perfil netamente opositor
sin romper de modo definitivo con quienes detentaban los principales resortes
del gobierno en esta etapa constituye una variable central para tener en cuenta
en el estudio de su trayectoria. Su acción política, por otro lado, debe
analizarse en la tensión permanente entre el intento de construir un partido
sobre la base de principios políticos bien definidos y las prácticas
prebendarias que ese mismo partido construyó en su intento de preservar
posiciones para sus afiliados e integrantes en el apartado del estado. El
dilema entre abstenerse y concurrir a las elecciones en los años ‘30, en el
marco de las denuncias por fraude contra el oficialismo, no puede pensarse
entonces solamente en términos ideológicos o políticos sino teniendo presente
los modos de articulación entre militancia política, estrategias electorales y
acceso el empleo público, característicos de estos años.
El
cruce entre universidad y política constituye, finalmente, otra de las
variables centrales en el análisis de su trayectoria. Su relación con las
principios y postulados de la Reforma Universitaria conforma un eje fundamental
para pensar esta relación. Ravignani fue un
defensor del orden reformista. En alguna medida este expresaba en el ámbito de
la enseñanza superior los valores democráticos y participativos que defendía en
el orden de la política nacional. Esta defensa no excluía un conjunto de
reservas en torno a algunos aspectos del impacto de la reforma en la vida
universitaria, en particular a lo que consideraba una excesiva injerencia de
los líderes estudiantiles en decisiones académicas como la elección de los
profesores.
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[1]
Carta del Partido Obreros Unidos a Emilio
Ravignani, 4 de agosto de 1921 en Archivo
de Emilio Ravignani (ARV),
3, foja 187.
[2] Sobre la política en
los treinta en general véase el texto de I. López (2018) y en el ámbito
específico de la ciudad de Buenos Aires, marco en el que desarrolló su carrera
Ravignani, L. de Privitellio (2003).
[3] Carta de Emilio
Ravignani a Matías Sánchez Sorondo, 11/12/1930, en ARV, 11, foja 143.
[4] Ravignani contesta
al Presidente del C.N. de Educación, en Noticias
Gráficas, 9 de marzo de 1931, en ARV,
91, fojas 371-373.
[5] Emilio Ravignani,
“Introducción”, en Documentos para la
Historia Argentina, Tomo XVI, Buenos Aires, 1933-1936, pp XV.
[6] Carta de Emilio
Ravignani a Enrique de Gandía, 5/9/1932, en Libro
Copiador del Instituto de Investigaciones Históricas (CIIH), Vol VIII, foja
285.
[7] Carta de Emilio
Ravignani a Carlos Noel, S/F/ Circa 1933, en ARV, 22, Foja 160.
[8] La nota en Noticias Gráficas, 26 de septiembre de 1933, ARV, 17, foja 220.
[9] “Respuesta a una
Encuesta de Noticias Gráficas”, en ARV, 20, foja 174.
[10] Carta de Emilio
Ravignani a León Baidaff, 24 de marzo de 1933, en CIIH, VIII, foja 427.
[11] Escrito sobre
reforma constitucional, Circa 1930 en ARV,
91, Fojas 371-373.
[12] Carta de Emilio
Ravignani a Edmundo Correas, 17/8/1936, en CIIH,
VIII, foja 139.
[13] Carta de Emilio
Ravignani a Francisco Quevedo, 29/12/1936, en CIIH , VIII, foja 277.
[14] Carta a Emilio
Ravignani (no se comprende la firma del remitente), 8/11/1933, en ARV, 21, foja 17.
[15] Emilio Ravignani, El Presupuesto de la Universidad de Buenos
Aires, 1929, Buenos Aires: Imprenta de la Universidad. 1929, pp 14
[16] En ARV 91 circa
1927, fojas 102 a 104
[17] “Inauguración de
cursos en la Facultad de Filosofía y Letras 1/4/1929, Archivos de la Universidad de Buenos Aires, Tomo IV, 1929, pp
81-83.
[18] Reportaje del Diario
Noticias Gráficas, 24/4/1932, ARV,
18, foja 738.
[19] Emilio Ravignani,
“Carta dirigida al Interventor de la Facultad de Filosofía y Letras, Dr. Carlos
Obligado el 11 de mayo de 1931 con motivo de los comicios universitarios”, en
La Vanguardia, 13/5/1931, Reproducido en Boletín
del Instituto de Historia Argentina E. Ravignani, Serie II, N 2,1957, pp
462.
[20] Transmisión del
Decanato de la Facultad de Filosofía y Letras. Discurso del Dr-Emilio
Ravignani, en Archivos de la Universidad
de Buenos Aires, Buenos Aires, Tomo II, 1927, pp 528-534.
[21] “Esquema de respuesta. Dr. Emilio Ravignani”, en El Problema Universitario Argentino. Bases para su solución, Buenos Aires, Ediciones Colmegna, 1945.