Universidad,
formación jurídica y reformismo político: los casos de José Nicolás Matienzo y
Rodolfo Rivarola.
Por MIRANDA LIDA
Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
Departamento de Humanidades
de la Universidad de San Andrés (UDESA)
Buenos Aires, Argentina.
PolHis,
Revista Bibliográfica Del Programa Interuniversitario De Historia Política,
Año
13, N° 25, pp. 73-99
Enero-
Junio de 2020
ISSN
1853-7723
Fecha de
recepción: 06/4/2020 - Fecha de aceptación: 07/7/2020
Resumen
Amado Alonso,
director del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires durante
casi dos décadas (1927-1946), es analizado en este trabajo a través de una
consideración de su vida pública, tanto cultural como política, es decir, más
allá de su desempeño académico o profesional en sentido estricto en los
claustros universitarios. En este sentido, nos interesa pensar el modo en que
participó en diferentes espacios de la sociabilidad cultural y cómo esos
vínculos lo condujeron, a su vez, al compromiso político. Se destacó en ese
sentido su participación en diferentes gestiones de solidaridad para con
colegas universitarios que escaparon como exiliados de España una vez que
estalló la guerra civil. De igual manera se vinculó a instituciones, redes
intelectuales y editoriales clave del antifascismo y el antifranquismo. Se
analiza esta experiencia a la luz de las particularidades del contexto
universitario argentino bajo el signo del reformismo.
Palabras Clave
Universidad de Buenos Aires- Reforma
Universitaria-Amado Alonso-Vida Pública-Política.
University, culture and politics during the first quarter of the century
of reformism. A reading from the case of Amado Alonso
Abstract
Amado Alonso,
director of the Institute of Philology at Buenos Aires University for almost
two decades (1927-1946), is analyzed in this paper through a consideration of
his public life, both cultural and political, that is, beyond his strictly
academic or professional performance in university cloisters. In this sense, we
are interested in the way he is involved in different realms of cultural
sociability and how those links led him, in turn, to political commitment. In
that sense, we will highlight his participation in different solidarity efforts
with university colleagues who escaped as exiles from Spain once Civil War
broke out.
Similarly, he
got in touch with institutions, intellectual networks, and key editorials of
anti-fascism and anti-Francoism. We study this experience through the light of
the context at Argentine university under the sign of reformism.
Keywords
Buenos Aires
University- University Reformism-Amado Alonso-Politics-Public Life.
UNIVERSIDAD,
CULTURA Y POLÍTICA DURANTE EL PRIMER CUARTO DE SIGLO DEL REFORMISMO. UNA
LECTURA A PARTIR DEL CASO DE AMADO ALONSO
Introducción
“Habíamos hecho en el Instituto un modo de
trabajo único en el mundo”, diría Amado Alonso, en confianza con una de sus
discípulas, poco después del proceso de desmantelamiento que se produjo en el
Instituto de Filología que siguió al golpe militar de 1943-1946.[1] Era
una reflexión ex post, escrita desde
la Universidad de Harvard, en la que,
a la luz de la distancia, volcaba su nostalgia, a la par que una importante dosis
de autocomplacencia por la labor que él mismo había comandado en uno de los
institutos de investigación más dinámicos de la Facultad de Filosofía y Letras
de la Universidad de Buenos Aires desde su llegada a la Argentina en 1927 hasta
1946. En un juicio que ponía de relieve la excepcionalidad de la labor
desarrollada no faltaba el riesgo de sobredimensionar sus logros, subrayando el
carácter único de la experiencia vivida en Buenos Aires. Esa experiencia tuvo
mucho que ver sin embargo con el impacto de la reforma universitaria argentina
en el cuarto de siglo que transcurrió entre 1918 y 1943, el propio desarrollo
cultural argentino en este período de crecimiento del mercado editorial y de
las industrias culturales, el contexto global de crisis económica y de
expansión de los fascismos, a la par de la guerra civil española y sus
implicancias en la sociedad y la cultura argentinas, entre otros factores.
Sopesar dicha experiencia académica tanto ad intra como ad extra de la universidad permitirá proporcionar una imagen
compleja de la labor desarrollada por Alonso, calibrando sus alcances. El Instituto no
sólo alcanzó prestigio, sino que además contó con ingentes recursos
provenientes tanto de la universidad como de otras dependencias del Estado que
ayudaron a financiar sus actividades: tejió vínculos con organismos de gobierno
de la así llamada “década infame”, como así también con fundaciones privadas y
asociaciones, en un momento de internacionalización de la vida universitaria
(Buchbinder, 2017; Buchbinder, 2019; Lida, 2019). Sólidamente posicionado en la
Facultad de Filosofía y Letras, Alonso llegó a desempeñar, además, un lugar
destacado en la vida cultural y pública de la
Argentina durante las casi dos décadas en las que permaneció en el país, así
como también alcanzaría proyección transnacional, tanto en Europa como en
Estados Unidos y América Latina. Tejió vínculos con editoriales, revistas e
instituciones culturales influyentes, varias de ellas vinculadas al exilio
republicano español que arribó luego del estallido de la guerra civil. Español
de nacimiento y luego naturalizado argentino, Alonso participó en redes de
solidaridad transnacional con el exilio antifascista, lo cual refuerza la
necesidad de abordar su vida más allá de los claustros bajo diferentes
dimensiones, puesto que puede iluminar aspectos generales relativos a la vida
cultural y política de las universidades argentinas en el cuarto de siglo que
siguió a la reforma universitaria. De esta manera, se trata de una trayectoria
que permite poner en diálogo la historia intelectual y la historia de la
universidad, leídas ambas en clave transnacional, a la vez que es también un
aporte al estudio del antifascismo, centrado en especial en las redes
académicas, tanto nacionales cuanto transnacionales.
Organizamos este texto en dos secciones.
En la primera presentamos el Instituto de Filología, las causas que llevaron a
la llegada de Amado Alonso y sus implicancias. A continuación nos centraremos
en la vida pública de Alonso bajo diferentes puntos de vista: los espacios de
sociabilidad y las redes en las que participó, la solidaridad política
—republicana y antifascista— a partir de 1936 y las conexiones con el mundo
editorial, en especial con la casa Losada, que hicieron posibles esos gestos
solidarios.
Domeñar la
ciudad babélica. Claves para entender la llegada de la filología a la Argentina
El
Instituto de Filología fue inaugurado 1923 bajo el impulso que le diera el
decano de la Facultad de Filosofía y Letras, Ricardo Rojas, quien convocó desde
el año anterior a Ramón Menéndez Pidal, director del Centro de Estudios
Históricos de Madrid y principal especialista español en la disciplina para que
garantizara su calidad académica. Bajo el halo del reformismo universitario,
Rojas alentó la puesta en marcha de institutos de investigación y con ese fin
tendió lazos con Madrid, cuyo centro de investigación contaba con contactos
fluidos con diversas universidades norteamericanas en las que se estaban
consolidando los estudios hispanoamericanos (Degiovanni, 2018). Américo Castro
fue designado su primer director; luego de varias idas y venidas, le sucedió
Amado Alonso en 1927, joven investigador del centro madrileño. Dado el sesgo
hispanoamericanista que Rojas, autor de la monumental Historia de la literatura argentina, le imprimió a su producción
literaria, no ha de extrañar que impulsara que el nuevo Instituto estudiara el
habla popular hispanoamericana, en especial, rioplatense, temática que ingresó
a su agenda desde su fundación, en consenso con el centro madrileño, puesto que
Menéndez Pidal permaneció vinculado durante décadas a la gestión del instituto
porteño. Ello no impidió que los sucesivos directores tomaran sus propias
decisiones acerca de la agenda de investigación. Sin embargo, la cuestión del
nacionalismo lingüístico conservó un importante lugar en el Instituto, que
participó en debates públicos en torno del “idioma de los argentinos”, un
tópico que creció en un momento de expansión del nacionalismo (Bordelois y Di
Tullio, 2002; Lida, 2012).
La lengua, se sabe, constituyó en Europa desde la
segunda mitad del siglo XIX un rasgo decisivo para pensar y definir el concepto
de nación, en tanto que podía ser considerada un factor cohesionador a través
del cual reforzar la pertenencia a una determinada “comunidad imaginaria”
(junto con los valores patrióticos transmitidos a través de la escuela, el
himno, la bandera, la religión y la enseñanza de la historia patria) (Anderson,
1993; Benes, 2008). Este contexto explica el auge de la filología en tanto que
disciplina científica, puesto que ella asumió la tarea de ayudar a canonizar
usos lingüísticos juzgados correctos, así como también reforzar la identidad
nacional, a la par que avanzaban los procesos de nation building. Al tratarse de una disciplina que contaba con los
mecanismos de consagración proporcionados por la investigación científica en
sede universitaria, podía ofrecer interpretaciones fundadas del modo en que se
construía históricamente cada lengua, así como intervenir en las políticas
educativas, la fijación y establecimiento de un canon literario nacional, un
asunto que en la Argentina se vio sacudido cuando en 1913 Leopoldo Lugones
consagró el Martín Fierro como principal exponente de la literatura
argentina (Degiovanni, 2007; Bentivegna, 2017). Se sabe que el
debate sobre la cuestión de la lengua se intensificó por el proceso
inmigratorio, que llevó a la incorporación de términos de origen extranjero
adoptados al español rioplatense a través del cocoliche, o bien por la difusión
de usos corrientes en el habla popular que se plasmaron en el lunfardo que
solía asociarse a la jerga marginal de las grandes ciudades, con vasos
comunicantes con el mundo del delito y amplia difusión a través del tango y la
cultura popular urbana (Caimari, 2016). A medida que se hizo evidente el
vínculo entre modernidad urbana, cultura popular y transformaciones en la
lengua quedó en claro que el debate de la “lengua nacional argentina” no se
podía circunscribir a la gauchesca, sino que era necesario incorporar las transformaciones
al habla introducidas por la inmigración de masas.
En este contexto, se esperaba que la filología ayudara
a fijar criterios lingüísticos apropiados para un país de inmigración que,
además, había dado muestras de insubordinación hacia la autoridad pretendida
por la Real Academia Española. Recordemos las Cartas de un porteño de Juan María Gutiérrez, que datan de 1875,
donde se polemizaba en torno del idioma y se ponía en cuestión el papel rector
que pretendía jugar la Real Academia Española. Este debate se continuó en el
siglo XX a través del impacto de la obra del filólogo francés Lucien Abeille, Idioma nacional de los argentinos, quien
formuló la hipótesis de que la Argentina poseía un idioma nacional propio,
diferente del español peninsular. No se trataba de un dialecto ni de una serie
de regionalismos que distinguían al español hablado por los argentinos, sino
del hecho de que la Argentina no podría ser considerada una nación si carecía
de un idioma que le fuera exclusivo. Esta idea de la reafirmación nacional a
través de la lengua no encontró eco entre los principales voceros del
nacionalismo de los tiempos del Centenario; Abeille incluso fue impugnado por
intelectuales de fuste, entre ellos, Paul Groussac y Ernesto Quesada (Alfón,
2013; Di Tullio, 2010). Así, el Instituto de Filología nació con la expectativa
de que pudiera jugar un papel relevante en un país que desde mediados del siglo
XIX recibió intensas oleadas de inmigrantes que hicieron llamar la atención
acerca del problema de la lengua. Fue concebido para cumplir tanto una labor
científica como para oficiar de faro cultural al que consultar, por ejemplo, a
la hora de la elaboración de textos escolares de enseñanza de la lengua, un
tema que preocupaba a las elites intelectuales dada la existencia de dichas
tradiciones filológicas vernáculas de discutible rigor científico. Américo
Castro, el flamante director del nuevo instituto, no omitió impugnar la obra de
Abeille en su discurso inaugural en la Universidad de Buenos Aires en 1923
(Instituto de Filología, 1923).
El arribo de los filólogos agitó el debate en torno de
la lengua “argentina”. En un momento de creciente democratización y de
expansión de la urbanización, el problema del idioma constituía una
preocupación amplia dado que la práctica de “hablar bien”, según los cánones de
lo que se esperaba como norma culta, podía facilitar oportunidades para el
ascenso social de las masas recién arribadas a las ciudades (Rivera, 1992).
Esto explica la amplia difusión que tuvieron en esos años los libros didácticos
en los que se ponían en evidencia los barbarismos que eran frecuentes en el
habla de los argentinos, cuyo propósito era alertar sobre los malos usos de la
lengua en la calle, en la prensa de masas, en la incipiente radio y en los
cantores de tango, etc., en suma, en el bullicio de la vida urbana (Monner
Sans, 1917; Monner Sans, 1947). No faltaron asimismo columnas especializadas en
las revistas ilustradas. En El Hogar y Atlántida se hizo popular
la columna “La paja en el ojo ajeno”, a cargo de Francisco Ortiga Anckermann,
bajo el seudónimo de “Pescatore Di Perle”, quien se encargó durante dos décadas
de enseñarle al lector, en una prosa accesible, las inflexiones correctas del
lenguaje y le señalaba además los barbarismos que debía evitar (Lida, 2016).
Este tipo de cuestiones preocuparon también a Ricardo Rojas cuando decidió
crear un instituto a cargo de expertos que pudieran intervenir con fundamentos
rigurosos en la cuestión. A medida que el Instituto de Filología se consolidó
—obtuvo fuentes extraordinarias de financiamiento a través de subsidios del
Congreso Nacional, de la Fundación Rockefeller y de la Institución Cultural
Española de Buenos Aires, la asociación comunitaria de los españoles en la
Argentina que tenía por misión fortalecer los vínculos científicos y culturales
entre ambos países— llegó a ocupar un puesto relevante en la filología
hispánica, en especial bajo la dirección de Alonso, desplazando a Madrid del
centro de la escena luego de que el triunfo de Franco en la guerra civil
española llevó al desmantelamiento del centro madrileño.
Alonso fue designado por Menéndez
Pidal con la intención de que permaneciera en Buenos Aires por un plazo de tres
años. Los directores que lo precedieron en el cargo habían dejado cierta
decepción en las autoridades de la Universidad de Buenos Aires, de ahí que
presionaran para que desde Madrid enviaran a alguien dispuesto a una estancia
de mediana duración (Lida, 2019). Alonso, pues, fue el único que estuvo más de
un año académico en la ciudad: de hecho, permaneció casi dos decenios. Había
nacido en 1896, tenía poco más de 30 años y aún no había obtenido su doctorado
cuando arribó. El
movimiento reformista universitario, imbuido de juvenilismo, exaltaba el rol
que debían jugar los jóvenes en la regeneración de las instituciones; de ahí
que una revista universitaria como Verbum
—la revista de los estudiantes de Filosofía y Letras— lo recibiera con
simpatías: “el señor Alonso no tiene más de treinta años, y a esa edad en que
otros, incluso los mejor dotados, no acusan todavía su perfil esencial, él ya
posee un nombre entre los cultores de la ciencia del lenguaje”.[2]
Los
salarios eran aceptables, pero algo magros, si se trataba de sostener una
familia (Buchbinder, 1997); Amado Alonso, que se casó con la inglesa Joan Evans
al poco tiempo de arribar a Buenos Aires, con la que tuvo cuatro hijos que
nacieron en la Argentina, logró mejorar sus ingresos con horas cátedra que
dictaba en la Universidad Nacional de La Plata, el Instituto Nacional del
Profesorado Secundario y, más tarde, en el Colegio Libre de Estudios
Superiores. También Pedro Henríquez Ureña, que se integró al Instituto de
Filología junto con Alonso, alternó clases entre Buenos Aires y La Plata. Si
por su parte el mexicano Alfonso Reyes, arribado en 1927, meses antes que
Alonso, podía vivir de manera más acomodada, era porque poseía un cargo
diplomático en la embajada de su país. En la sede consular, Reyes celebraría
habituales tertulias que le sirvieron a Alonso — se habían conocido en Madrid años
atrás— como aprendizaje para iniciar su tránsito por la sociabilidad cultural
porteña. Muchos de los asistentes a las tertulias de Reyes terminarían
confluyendo en la revista Sur de Victoria Ocampo, fundada en 1931
(Venier, ed., 2008). Victoria, de hecho, se llevó una muy buena impresión de
Alonso: le escribió (en francés, como solía hacer) que “Je vous trouve beaucoup
plus coulant que la plupart de vos compatriotes”.[3]
Amado Alonso
circuló más allá de la cátedra y los claustros universitarios; se incorporó a
banquetes y tertulias propias de la sociabilidad cultural de la época, colaboró
con revistas y páginas culturales en los grandes diarios, donde cultivó
amistades literarias. En este sentido, desoyó el consejo que en un primer
momento le diera Américo Castro, el primer director del Instituto, quien le
escribió sugiriéndole que no se apartara del trabajo de investigación y que
evitara toda aspiración a volverse socialmente influyente
en la escena argentina:
Mucho me alegraría que le quedara tiempo para hacer
algo científico. Ahí gustan de
publicar muchos libros. Ya sabe. Los paren sin dolor, pero salen volúmenes. No
quisiera que dijeran que U. pasó por ahí dando cátedra y ganando unos pesos… No
se emperre en tener colaboradores. En último término, tenga sólo los necesarios
para cubrir el expediente.[4]
Castro
pretendió ejercer autoridad sobre Alonso, orientándolo hacia la investigación,
algo en lo que sin duda coincidiría también Menéndez Pidal, de allí que Alonso
le prometiera a este último que “en Buenos Aires, no quiero conquistar
extrauniversitarios. Vida retirada”[5]. No obstante, a lo largo de sus dos décadas de
permanencia en la Argentina Alonso estuvo lejos de llevar una vida retirada;
por el contrario, su actividad extrauniversitaria fue tanto o más intensa que
la desarrollada en los claustros, ya fuere por su participación en diferentes
espacios de sociabilidad como por sus intervenciones de contenido político.
Vida social,
cultural y política de Amado Alonso en la Argentina
En 1932, Alonso
publicó su primer artículo de fondo en la revista Sur, en el que volvía
sobre el tema del idioma de los argentinos.[6] Con el correr del tiempo, los vínculos con Victoria
Ocampo se volvieron casi cotidianos, tanto es así que el Instituto de Filología
funcionó por una temporada en una casa cedida por ella en el centro de Buenos
Aires, exactamente a la vuelta de las oficinas de Sur, al menos hasta
mediados de 1942. Asimismo, era lugar común que Alonso y Henríquez Ureña
compartieran tiempo libre, veladas y tertulias, con distintas figuras del grupo
Sur. Luego de la partida de Reyes, la
casa de Victoria fue un importante espacio para la sociabilidad cultural donde
la dueña de casa acogía a escritores que visitaban la ciudad para promocionar
sus libros o participar en actividades literarias. Los encuentros entre Henríquez
Ureña, Jorge Luis Borges, Arnaldo Orfila Reynal (pertenecía a los círculos
universitarios platenses y más tarde sería representante del Fondo de Cultura
Económica), Francisco Romero, Ocampo, y Alonso, entre otros, solían continuarse
durante el verano, ya sea en Villa Ocampo (la casa de Victoria en Mar del
Plata) o en Punta del Este. Recuerda la hija de Henríquez Ureña que también la
casa de su padre era muy frecuentada:
Mis padres
recibían con mucha frecuencia y como en ese momento Buenos Aires era visitada
por multitud de intelectuales de todas partes, muchos fueron invitados a
nuestra casa.… En el verano de 1943 fuimos a Miramar los consabidos tres meses
de vacaciones, aunque mi padre vino escasamente quince días. Otros quince los
pasó en la casa de Victoria Ocampo en Mar del Plata, como otras veces.
(Henríquez Ureña de Hlito, 1994: 145-148).
Sin embargo, ni
Alonso ni Henríquez Ureña se limitaron a los espacios que les proporcionaba el
círculo de Victoria. Alonso se relacionó también con las elites instaladas en
las principales entidades comunitarias de los españoles en la Argentina, de
allí que podamos encontrarlo en 1929 dictando conferencias en la Asociación
Patriótica Española, tradicional institución donde habló acompañado por las
autoridades de la casa.[7] Sus vínculos con las instituciones españolas se vieron
reforzados luego de la instalación de la Segunda República en la península en
abril de 1931. Los años republicanos coincidieron con una creciente ebullición
para la cultura española en la Argentina, puesto que fue una oportunidad para
reforzar vínculos que se vieron facilitados tanto por la consolidación del
Centro de Estudios Históricos y de la Junta de Ampliación de Estudios, en
Madrid, como por las instituciones argentinas, ya fuere universitarias o
culturales, interesadas en tender puentes con la novel república. La visita a
Buenos Aires del historiador Claudio Sánchez Albornoz en 1933, que llegó
investido del cargo de Rector de la Universidad Central de Madrid (hoy,
Complutense), dio cuenta de los estrechos lazos que procuraban construir las
universidades de ambos países. La Institución Cultural Española de Buenos Aires
jugó un papel decisivo en ello, facilitado por sus vínculos de larga data con
las instituciones científicas madrileñas y, a su vez, con las universidades
argentinas y los académicos españoles que trabajaban en ellas. Como fruto de
estos intercambios se destaca la iniciativa de llevar adelante una exposición
del libro español en Buenos Aires, con la participación de hombres de letras de
la península, así como también con el aval de la Asociación Patriótica
Española, la Institución Cultural Española y la Cámara Española de Comercio,
por entonces presidida por Rafael Vehils, empresario catalán y buen conocedor
del mercado editorial hispanoamericano (Dalla- Corte Caballero, 2013; De
Riquer, 2016). La exposición contó con el apoyo del gobierno argentino.[8] Amado Alonso tuvo un rol nada irrelevante: participó
en su preparación, así como también se encargó de su promoción en la prensa y
se sumó al grupo de delegados españoles que estuvieron en la inauguración,
junto al escritor Ramón Gómez de la Serna, el editor catalán Gustavo Gili, el
escritor Enrique Díez-Canedo, el embajador español en Buenos Aires Alfonso
Dánvila, distintos funcionarios argentinos, entre ellos, el presidente
conservador Agustín P. Justo y el director de la Biblioteca Nacional, Ezequiel
Martínez Zuviría (el escritor nacionalista y antisemita conocido como “Hugo
Wast”). Una vez concluida la exposición, Alonso publicó un artículo en la
prensa.[9]
Eso lo llevó a
pensarse a sí mismo como un engranaje que podría facilitar vínculos culturales
entre Argentina y España. Dado su conocimiento de los usos locales (en
especial, idiomáticos, gracias a su preocupación por el habla rioplatense),
Alonso aspiraba a servir como una suerte de articulador cultural que podría
ayudar a tender diálogos y a hacer comprensibles las plumas argentinas y
latinoamericanas a las españolas, y viceversa. Esta posibilidad se vio
reafirmada cuando en 1934 fue nombrado agregado cultural en la Embajada de
España en Buenos Aires, designación por la que recibió la felicitación del
presidente de la Institución Cultural Española de Buenos Aires, Luis Méndez
Calzada. Hizo suya la tarea de alentar la promoción de la cultura y la ciencia
españolas en la Argentina, de tal modo que su papel de articulador cultural no
fue sólo simbólico. Ahora bien, fue una experiencia breve. Cuando se produjo el
estallido de la guerra civil española, debió dejar su cargo en la embajada:
“viene Amado Alonso, llorando, a decirme que tiene que renunciar a su cargo en
la embajada de España y hacerse argentino para conservar su cargo en la
facultad de Filología [sic] de Buenos Aires”, escribió en su diario su amigo
Alfonso Reyes que se encontraba entonces en una nueva estadía diplomática en
Buenos Aires (Reyes, 2012, p. 64). En efecto, el gobierno argentino no permitió
a partir de 1936 que los extranjeros ocuparan cátedras universitarias. Alonso
se nacionalizó argentino, por lo cual debió resignar el puesto en la embajada
de su país natal, pero sin por ello desvincularse de los problemas de la
coyuntura. Fue entonces que su vida pública, que hasta allí había transcurrido
en la arena académica, literaria y cultural, se politizó sin más. La guerra de
España impactó en su vida pública y privada, sin dejar al margen su vida
académica. Se trata de una guerra que, como se sabe, tuvo enorme impacto en la
Argentina en muchos sentidos: por su influencia sobre el debate y el clima de
ideas; las redes de ayuda que se activaron en solidaridad; el compromiso
político de los voluntarios; la propaganda; las relaciones diplomáticas y
políticas; la respuesta de las asociaciones comunitarias españolas, entre otros
aspectos (Devoto y Villares, 2012; Schwarstein, 2001; Romero, 2014; López
Sánchez, 2013). En el ámbito científico y universitario el proceso se conoce
menos, si bien se sabe que la Argentina tuvo un papel menor que otros países
(v.g., México) en la recepción brindada a los republicanos (Alted y Domergue,
2003; Díaz R. Labajo, 2016; García Camarero, 1976; Pagni, 2011; Lida, C.,
1997).
Ahora bien,
Alonso y Henríquez Ureña formaron parte activa de una de las principales
iniciativas desarrolladas en sede universitaria en la Argentina para canalizar
la labor solidaria para con los intelectuales y científicos españoles que
comenzaron a exiliarse con la guerra civil: la “Junta Argentina para la Ayuda de los Universitarios Españoles” (JAAUE). En
abril de 1937, la intelectual dominicana establecida en Cuba Camila Henríquez
Ureña —hermana de Pedro— redactaba una carta en nombre de la Institución
Hispano Cubana de Cultura dirigida a Alonso con la propuesta de conformar una
red de solidaridad continental para con los intelectuales españoles que habían
quedado a la deriva con la guerra a fin de ofrecerles una trama de asociaciones
solidarias, desde Nueva York hasta Buenos Aires.[10] La idea no cayó en saco roto. Apenas recibida la
carta, Alonso se dirigió con la propuesta a la Institución Cultural Española de
Buenos Aires que, semanas después, tomó la decisión de encarar la acción
solidaria. A continuación, remitió a un nutrido número de intelectuales
argentinos una carta expresando su preocupación por los universitarios
españoles —muchos de los que quedaron a la deriva habían tenido años atrás
estrechos vínculos con la Cultural, como es el caso de Menéndez Pidal— motivo
por el cual convocaron a una reunión que se celebró el 28 de mayo en el selecto
Jockey Club de Buenos Aires. Además de Henríquez Ureña y Amado Alonso,
participaron Emilio Ravignani, Victoria Ocampo, Alberto Gerchunoff, Juan B.
Terán, Elena Sansinena de Elizalde, Bernardo Houssay, Coriolano Alberini,
Francisco Romero, Avelino Gutiérrez y Rafael Vehils, entre otros.[11] Tuvo así nacimiento la JAAUE, que funcionó activamente entre 1937 y 1938 y se ocupó de
gestionar ayuda a los académicos que se refugiaron en la Casa de España en
París (Lida, 2019b). La JAAUE estuvo presidida por el médico Bernardo Houssay,
un nombre de prestigio en la ciencia argentina que además contaba con contactos
internacionales a través de la Asociación
Argentina para el Progreso de las Ciencias, que presidía; su vicepresidente
fue el filósofo de origen español Francisco Romero, y Amado Alonso se encargó
de la redacción del acta de fundación.[12] Era una tarea
ciclópea dado que la coyuntura no era nada receptiva a la apertura política a
intelectuales que podían pasar por “rojos” para los gobiernos conservadores de
la década de 1930; pese a ello, ICEBA y la Junta no vieron obstaculizadas sus gestiones.
Alonso colaboró
en las decisiones que se tomaron en apoyo de los exiliados que llegaron a la
Argentina (los casos más destacados fueron los del historiador Claudio Sánchez
Albornoz y del médico Pío del Río Hortega) e incluso se comprometió a hacer
gestiones para facilitarles su arribo al país e instalación en alguna
universidad argentina. Por ejemplo, puede mencionarse su colaboración con el
filólogo catalán Joan Corominas, a quien Alonso alentó a trabajar en Mendoza e
incluso ayudó con diversas gestiones —cada exiliado demandaba cartas de
recomendación y papeleos—. Recomendado por Menéndez Pidal, a Corominas se le
hizo llegar una oferta. Alonso se apresuró a escribirle:
Me dice el Dr.
Ricardo Rojas que de la Universidad de Cuyo han enviado un telegrama para usted
a Don Ramón Menéndez Pidal… que dice lo siguiente: «Hay… solamente una cátedra
de lengua y otra de literatura españolas. Sueldo $600, puesto que se le ofrece con tal de que no profese ideas extremistas».
Tiene usted que contestar aceptando… Ya habían desistido de traerlo a usted,
pues el Gobierno no quiere extranjeros, especialmente ni judíos ni españoles,
pero la carta de Don Ramón ha cambiado las cosas.[13]
Las
restricciones, como se ve, eran fuertes, basadas en razones ideológicas y políticas,
e incluso en flagrantes actos de discriminación; no obstante, algunos de estos
obstáculos se podían remover con contactos e influencia. A partir del golpe
militar de 1930, hubo crecientes restricciones para profesores universitarios
de marcada adscripción política en la izquierda como fue el caso, en el propio
Instituto de Filología, de Ángel Rosenblat, uno de los discípulos más preciados
de Alonso, que fue destituido de su cargo de joven investigador y terminaría en
el exilio. Corominas aceptó, viajó a la Argentina, ocupó las cátedras
prometidas entre 1940 y 1944 y logró establecer en Mendoza el Instituto de
Lingüística de su Universidad Nacional para el que contó con la colaboración de
Alonso desde Buenos Aires y del rector local, Edmundo Correas, quien a la par
entabló gestiones con Rafael Vehils para llevar a la misma universidad a
Claudio Sánchez Albornoz (Correas, 1997, 78-81; Lida, 2020).
Además de
participar en la ICEBA y la Junta de Ayuda, Alonso colaboró a través de la
embajada de España en Buenos Aires, otro lugar desde el que tuvo la oportunidad
de ser solidario. Quizás uno de sus gestos más comprometidos tuvo lugar con el
poeta Dámaso Alonso, con quien había compartido sus años juveniles en Madrid.
Desde 1936, Dámaso estuvo a punto de dejar España para emigrar sea a Buenos
Aires, México o los Estados Unidos. Amado movió contactos para procurarle
ayuda. El deseo de Dámaso de irse de España está documentado desde febrero de
1936, cuando se celebraron las elecciones que le darían el triunfo al Frente
Popular: “te quiero preguntar si crees que en Sudamérica puede haber alguna
oportunidad para mí”, le inquirió.[14] La salida más apropiada que veía era la Argentina.
Meses después, cuando estalló la guerra, exploró también posibilidades para un
exilio en el México de Lázaro Cárdenas. Cada una de estas alternativas implicó
una seguidilla de cartas con personas que podrían abrirle puertas: Reyes, por
un lado, y Amado, por el otro, fueron sus principales interlocutores. Desde
Buenos Aires, Amado hizo distintas gestiones: le propuso la posibilidad de dar
cursillos en la Universidad de Buenos Aires y consiguió, a través de sus
contactos en la Universidad de Tucumán, que le hicieran llegar una propuesta
para desempeñar tres cátedras.[15] (En esos mismos años fueron a Tucumán los españoles
Manuel García Morente y Lorenzo Luzuriaga, “por confianza en mí”, le explicará
Amado Alonso a Menéndez Pidal. También el filólogo italiano Benvenuto Terracini
fue apoyado por Alonso, que entabló gestiones ante la Fundación Rockefeller
para que se lo asistiera).[16] Pero la invitación a Tucumán para Dámaso tardó en
llegar: luego del bombardeo de Almería por los nazis en mayo de 1937, los
republicanos estaban cada vez más obstaculizados en sus movimientos. Por su
parte, Jiménez de Asúa, encargado de negocios de la República española en
Buenos Aires, temió que Dámaso tuviera intenciones de no regresar a España y le
denegó la autorización diplomática. Ante esta situación, Dámaso y Amado no
vacilaron en apelar a las redes de solidaridad transnacionales. Amado solicitó
ayuda a México, pero Dámaso no se mostró entusiasta con esa salida; pidieron
igualmente auxilio a Pedro Salinas, exiliado en Estados Unidos. No menos
importante fue la preocupación del historiador e hispanista Marcel Bataillon,
quien procuró conseguirle una invitación desde París, pero las instituciones
académicas francesas mantuvieron una posición oficial de neutralidad durante la
guerra de España que bloqueaba cualquier acuerdo. Así, Dámaso permaneció en la
España republicana; acompañó al gobierno cuando se refugió en Valencia,
colaboró con el Ministerio de Cultura y Educación y participó de la mudanza
desde Madrid del Centro de Estudios Históricos, con la esperanza de conservarlo
en actividad, aunque en condiciones paupérrimas, dadas las carencias de guerra.
Además de alimentos, escaseaban los libros: ya casi no se editaban en España y
a duras penas llegaban de otros centros editores como Buenos Aires.
Fracasadas las
gestiones ya sea por razones políticas o diplomáticas, o quizás también por las
propias vacilaciones de Dámaso, Amado no se desentendió de su situación. Desde
mediados de 1937 le remitió a través de la embajada un paquete mensual de
alimentos. No siempre llegaba a buen puerto, pero cuando finalmente lo hacía,
era motivo de festejo: “ayer fue día de gran júbilo en esta casa porque nos
llegó tu espléndido paquete que ya llorábamos perdido”.[17] Desde Estados Unidos el poeta español Pedro Salinas
tuvo un gesto similar. Tanto Salinas como Amado Alonso, a su vez, colaboraron
con el envío regular de dinero a través del American
Friends Service Council, comité solidario organizado en Londres por los
cuáqueros para canalizar la ayuda con los refugiados (Mendlesohn, 2002).[18] Para el American Friends Service Council, sus
principales contactos en la Argentina fueron Amado Alonso y Rafael Vehils.[19] Por estos años, Alonso dictó cursos en el Colegio
Libre de Estudios Superiores, institución clave del antifascismo en la
Argentina (Pasolini, 2013; Neiburg, 1998; Bisso, 2005
y 2016). Su viraje antifascista no pasó inadvertido para Carlos
Ibarguren, por entonces a cargo de la Comisión Nacional de Cultura —entidad
oficial que sirvió de precedente al Ministerio de Cultura dentro del gobierno
nacional—, con quien tuvo un fuerte encontronazo cuando Alonso decidió hacer
pública su carta de renuncia a la comisión evaluadora de becas de la entidad
oficial, a tal punto Ibarguren acusó a Alonso de “extranjero”, para disuadirlo
de actuar en política. Alonso, que se había naturalizado argentino, como se
indicó, le respondió con determinación:
Soy argentino
por fuera y por dentro, según la ley y según mis sentimientos. Las patrias de
América están compuestas de ciudadanos indígenas y de europeos que han venido a
radicarse, de sus hijos y de sus descendientes. Yo y mis hijos estamos en las
mismas condiciones que usted y sus padres. Nací en otro país y desde hace 16
años vivo en la Argentina donde he fundado mi familia […] Otros argentinos hay
y ha habido en mis mismas condiciones […] le recordaré a Paul Groussac.
El encontronazo
alcanzó visibilidad en el mundillo literario: “¡Si viera usted cuántas muestras
de aprobación estoy recibiendo de distinguidos argentinos nativos!”, remató.[20] La polémica se inscribe en un contexto de
polarización del campo cultural a continuación de la guerra civil española, que
está ampliamente estudiada.
En este
contexto, otra vía para la solidaridad con los republicanos se dio a través de
las ofertas para que colaboraran en editoriales y revistas de Buenos Aires que
podían pagar bien las colaboraciones. En este sentido, Amado le facilitó a
Dámaso el contacto con Victoria Ocampo para que realizara traducciones, entre
ellas, de Ernest Hemingway para Sur, que también se comprometió
ampliamente con la solidaridad antifascista, en especial, con escritores. La
editorial de Gonzalo Losada también fue generosa; fue, quizás, la casa editora
de Buenos Aires que más se comprometió con el exilio intelectual republicano.
Para la casa Losada, la labor editorial fue inseparable del compromiso público
y político. Tuvo entre sus asesores a varios exiliados republicanos, además del
artista italiano, huido del fascismo, Attilio Rossi. Alonso se encontraba
ocupando posiciones importantes allí: colaboró como asesor literario, editor y
director de colección en Losada y fue además accionista de la editorial. Fue
elocuente el gesto por el cual les propuso a Américo Castro y a Pedro Salinas
—en Estados Unidos— que publicaran en Buenos Aires; también los introdujo en
tratativas con otras editoriales argentinas. Así le escribía Alonso a Castro en
1937: “entablé conversaciones con Sur
y se lo dije a los otros. Sur la
editaba con gusto dándole a usted el 10% convenido”.[21] Publicaron en Losada desde Rafael Alberti, de
conocida adscripción al comunismo, hasta otros que pertenecieron al exilio
republicano pero estuvieron alejados del comunismo, como el caso del propio
Salinas y también alguien como Menéndez Pidal que regresó a España luego del
triunfo de Franco. A este le ofreció un contrato privilegiado: “Losada […]
confirma mi proposición […] me dice por si acaso que con mucho gusto editaría
el libro caso de que la [Espasa] Calpe no lo tenga ya. Y cualquier otro que U. quiera. Del tanto %, me dice que el máximo,
20, pero le ruega que no lo comente ahí [v.g., Madrid] porque Azorín y Ayala
perciben el 10%”.[22] La industria editorial se hallaba en expansión en la
Argentina, favorecida por el vacío provocado por la situación bélica en España,
lo cual le permitió a Buenos Aires sobresalir con sus exportaciones de libros
en el mercado en lengua española, tanto en América Latina como en la península
ibérica: así, Losada vivió una suerte de edad de oro que coincidió, poco más,
con su primera década de vida (De Diego, 2014; Larraz, 2016). La excepcional
coyuntura hizo posible que desde diferentes latitudes los exiliados aspiraran a
publicar en Buenos Aires, aun cuando las editoriales argentinas a veces se
demoraran en la publicación, el pago de derechos, el envío de las pruebas de
imprenta, etc.[23]
Alonso
privilegió a los antiguos colaboradores del Centro de Estudios Históricos de
Madrid, a la par que les abrió puertas a sus alumnos y asistentes del Instituto
de Filología. El Instituto calzó perfectamente en el perfil editor de Losada;
le confirió la posibilidad de contar con un semillero de editores capaces de
prologar obras clásicas, realizar traducciones y ediciones críticas de textos,
tanto antiguos como modernos. El Instituto, pues, no sólo fue un centro
dinámico de producción científica especializada, sino que logró construir
vínculos con la industria editorial de masas. Losada contó con una producción
de calidad, con títulos, traducciones y prólogos eruditos avalados por uno de
los institutos más prolíficos de la Facultad de Filosofía y Letras. Así,
publicó obras de Horacio, Virgilio, Plutarco, Sófocles y Juan Ruiz en ediciones
populares, con prólogos, traducciones y notas confeccionadas por investigadores
del Instituto. El principal mérito de estas ediciones consistió en algo poco
frecuente: fueron juzgadas buenas tanto para un lector especializado que podría
leerlas con confianza en una edición barata, como para el novato que se
aproximaba a ellas por primera vez.
Tan estrechos
fueron los vínculos entre el Instituto de Filología, Alonso y la editorial que
el Instituto optó por hacer distribuir sus propias publicaciones académicas por
Losada, que le ofrecía una mejor distribución de la que tenían las ediciones
universitarias. Los vínculos entre el Instituto y la editorial fueron
orgánicos: “hace tiempo que nos hemos acostumbrado a ver la colección de
lingüística de Losada como departamento del Instituto mismo, puesto que es
rigurosamente técnica, la dirijo yo y todos los traductores somos del
Instituto”. Continúa la cita: “En la Facultad […] antes casi teníamos que
regalarlos; ahora se los damos a una agencia (precisamente Losada)”.[24] Así, pues, el vínculo de Alonso con Losada tuvo un
doble sentido y se mantuvo vigente desde 1939 hasta mucho después de su partida
en 1946: fue una casa amiga para el Instituto de Filología, donde publicar su
producción científica que podría así alcanzar un mayor impacto que en cualquier
editorial universitaria, como así también un lugar a través del cual expresar
el compromiso político con el antifascismo; de ahí el vasto abanico de
exiliados de los fascismos europeos que aparecen en su catálogo. La labor
académica desbordó los claustros universitarios para derramarse sobre la
cultura, la sociedad y la política en sus sentidos más amplios.
Conclusión
Es hora de
regresar a la cita con la que abrimos este texto, en la que Alonso ponía
énfasis en la excepcionalidad de la experiencia académica que supuso el
Instituto de Filología bajo su dirección para preguntarnos acerca de las
condiciones que lo hicieron posible, sin temor por matizar esa proclamada
excepcionalidad. Es cierto que la labor del Instituto de Filología desbordó los
claustros para volcarse hacia las editoriales, la política, los espacios de
sociabilidad, las revistas literarias, etc. y que, además, logró
internacionalizarse y obtener fuentes de financiamiento alternativas al
presupuesto universitario oficial. Cabe preguntarse, sin embargo, si no tuvo
rasgos en común con otros institutos (o directores de instituto) de la
Universidad de Buenos Aires en aquel momento con los que, de un modo u otro,
alternó en diferentes espacios. No aspiramos a extraer conclusiones decisivas
sobre la universidad reformista, en especial en la década de 1930, sino tan
sólo mostrar cómo a través del caso de Alonso podemos echar nueva luz a
diferentes cuestiones que han sido ampliamente estudiadas en la historiografía:
la construcción de institutos de investigación con sólidos vínculos
transnacionales, el compromiso político en el antifascismo en sede
universitaria, la difícil relación de los intelectuales con la “década infame”
en general.
Si confrontamos
la trayectoria de Alonso con la de Emilio Ravignani que ha estudiado Pablo
Buchbinder, un Ravignani que desempeñó una intensa vida política que lo
llevaría luego de 1945 a su exilio en Montevideo —además hemos podido
encontrarlo como colaborador de la Junta Argentina de Ayuda a los
Universitarios Españoles y otras entidades antifascistas, como Acción Argentina
estudiada por Bisso—, los paralelismos son evidentes, a excepción de que Alonso
(por el hecho de ser español de nacimiento) se abstuvo de pronunciarse
públicamente acerca de los avatares políticos argentinos y no participó en
entidades antifascistas nacionales, aunque sí transnacionales, lo cual no le
impidió tener fuertes polémicas con funcionarios de los gobiernos
conservadores, como hemos visto en su cruce con Carlos Ibarguren (Buchbinder,
2016). Asimismo, también compartió con el médico y más tarde premio Nobel
Bernardo Houssay, una intensa colaboración en asociaciones antifascistas,
colaboración que llevó a que este último fuera cesanteado de la Universidad de
Buenos Aires en 1943, pero no así Alonso, que sufrió los embates del gobierno
militar de todas maneras, porque permaneció a cargo del Instituto de Filología
hasta 1946.
Fueron los más
influyentes directores de institutos de investigación en la Universidad de
Buenos Aires de la década “infame” y a pesar de que tuvieron vasos comunicantes
muy estrechos con los gobiernos conservadores de la década de 1930 en un
momento en que el Estado comenzó a financiar la investigación científica de
manera bastante directa, ya sea a través de subsidios como el que percibió
Alonso a través del congreso o a través de la ley 12338, que otorgó
financiamiento estatal a la Asociación Argentina para el Progreso de las
Ciencias, fundada por Houssay para crear un sistema de becas de investigación,
antecedente del sistema científico nacional que en 1958 quedó plasmado en la
fundación del CONICET (Hurtado, 2010; Lida, 2019), los tres pudieron participar
activamente en política en frentes antifascistas y opositores hasta que el
gobierno militar de 1943 los marginó, desplazó o intimidó, si bien en el caso
de Alonso fue posible aún que continuara al frente del Instituto hasta 1946.
Así, podemos relativizar la excepcionalidad de la trayectoria cultural y
política de Alonso, dentro y fuera de la universidad argentina en la década
“infame”, a través de la comparación con otras trayectorias prohijadas por la
universidad reformista durante el cuarto de siglo que transcurrió entre 1918 y
1943 (Buch, 2006). Dicho de otro modo, es dable pensar que ha de haber todavía
mucha tela para cortar en el estudio de las carreras científicas en este
período y, en tal caso, cabe preguntarse si Alonso, Ravignani o Houssay no
fueron acaso la punta de un iceberg que sugiere que quedan muchas otras
historias por narrar en esta misma clave, es decir, a través de un recorrido
transversal, allí donde la vida universitaria se entrelaza con la sociedad, la
cultura y la política. No ha de ser casual que se trate de hijos de
inmigrantes, en los casos de Houssay y Ravignani, o directamente de un migrante
de primera generación como en el caso de Alonso, es decir que los tres
coincidieron en pertenecer a una generación que hizo de su carrera
universitaria su principal capital social. Que los tres fueran varones fue, tal
vez, otro rasgo en común bastante previsible en una época en la que, si bien la
matrícula femenina ya se había expandido ampliamente en el estudiantado
universitario, era raro encontrar mujeres al frente de cátedras (Lorenzo, 2016)
y, menos aún, de los institutos de investigación en los que los varones
ejercieron muchas veces liderazgos personales casi caciquiles
(Lida, 2019).
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[1] Carta de A. Alonso a
M. R. Lida, 10.3.1947, Biblioteca Bancroft, Universidad de Berkeley, Yakov
Malkiel Papers, Box 58, Folder 3. El Instituto de filología sufrió recortes de
presupuesto y otros embates luego de 1943, pero Alonso de todas formas se mantuvo
en su puesto hasta 1946.
[2] “Amado Alonso, nuevo
director del Instituto de Filología”, Verbum,
1927, núm. 69, pp. 228-230. Acerca de la relación entre reformismo y
juvenilismo, véase Tulio Halperín Donghi, Vida
y muerte de la República verdadera, Buenos Aires, Ariel, 2000, cap. 5.
[3] Carta de V. Ocampo a A. Alonso, 1.8.1931, Archivo de A.
Alonso, Universidad de Harvard, Box 3, Folder “Ocampo”.
[4]
Carta de A. Castro a A. Alonso, 9.1.1929, Archivo de A. Alonso, Universidad de
Harvard, Box 1, Folder “Castro”.
[5] Carta de A. Alonso a R. Menéndez Pidal, 29.6.1927 y otra
s/f., Archivo de la Fundación R. Menéndez Pidal, epistolario con A. Alonso,
carpeta 1.
[6] A.
Alonso, “El problema argentino de la lengua”, Sur, 6 (otoño de 1932), pp. 124-178.
[7]
“Conferencia del Dr. Amado Alonso en la A.P.E.”, Revista de la Asociación Patriótica Española, Buenos Aires, octubre
de 1929, p. 32.
[8]
“Primera Exposición del libro español en Buenos Aires”, Revista de la Asociación Patriótica Española, Buenos Aires, julio
de 1932, p. 13.
[9] A. Alonso, “Balance de una exposición”, Boletín de la Asociación Patriótica Española,
septiembre de 1933, pp. 6-8.
[10]
Carta de C. Henríquez Ureña a A. Alonso, 29.4.1937, Archivo de la Junta
Argentina de Ayuda para los Universitarios Españoles, Residencia de
Estudiantes, Madrid, doc. 29.
[11]
Carta de L. Méndez Calzada a Ricardo Levene y otros, Buenos Aires, 21.5.1937,
Archivo de la Institución Cultural Española de Buenos Aires, Residencia de
Estudiantes, Correspondencia enviada: carpeta 2, legajo 3, ff. 372-37.
[12] Acta
de fundación de la Junta Argentina de Ayuda a los Universitarios Españoles,
Buenos Aires, 9.6.1937, Archivo de Bernardo Houssay, 08-6-4261.
[13]
Carta de A. Alonso a J. Corominas, Buenos Aires, 14.7.1939, en J. A. Pascual y J. I. Pérez Pascual, Epistolario Joan Coromines & Ramón
Menéndez Pidal, Barcelona, Fundación Pere Coromines, 2006, p.99.
[14]
Carta de D. Alonso a A. Alonso, Leipzig, 19.2.1936, Archivo de A. Alonso,
Universidad de Harvard, Box 1, Folder “D. Alonso”.
[15],
carta de D. Alonso a A. Alonso, Valencia, 4.6, y 3.9, s/a, Archivo de Amado
Alonso, Universidad de Harvard, Box 1, Folder “D. Alonso”. Sobre Terracini, véase carta de Henry Allan Moe a David Stevens, 12.4. 1944,
Archivos de la Fundación Rockefeller, Sleepy Hollow, General Correspondence RG
2 1940-1946, Uruguay, Box 272.
[16]
Carta de A. Alonso a R. Menéndez Pidal, Buenos Aires, 23.2.1939, Archivo de R.
Menéndez Pidal, epistolario con A. Alonso, carpeta 3.
[17]
Carta de D. Alonso a A. Alonso, Valencia, 30.12.1938,
Archivo de A. Alonso, Box 1, Folder “D. Alonso”.
[18]
Carta de D. Alonso a A. Alonso, Valencia, 15.9.1938, Archivo
de A. Alonso, Box 1, Folder “D. Alonso”.
[19] Rich, J., Placement of Refugees
Intellectuals and Scholars in Latin America, mimeo, “Emergency Committee in
Aid of Displaced Foreign Scholars Records”, New York Public Library,
Manuscripts Records, Box 161.
[20] Carta de A. Alonso a
C. Ibarguren, Buenos Aires, 14.3.1943, Archivo de C. Ibarguren, Academia
Nacional de la Historia, caja 2, 19-II-740 a 742.
[21] Carta de A. Alonso a
A. Castro, Buenos Aires, 19.11.1937. Archivo de A. Castro, Fundación Xavier
Zubirí, 28-03-0082.
[22] Carta de A. Alonso a
R. Menéndez Pidal, Buenos Aires, 14.1.1939, Archivo de
R. Menéndez Pidal, epistolario con A. Alonso, carpeta 3.
[23] La
correspondencia de Pedro Salinas con Jorge Guillén abunda en quejas en este
sentido (Soria Olmedo (ed.), 1992).
[24] Carta
de A. Alonso a R. Menéndez Pidal, Buenos
Aires, 30.11.1944, Archivo de R. Menéndez Pidal, epistolario con A. Alonso,
carpeta 4.