pierre rosanvallon, el populismo y la democracia
ROCÍO ANNUNZIATA
Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas. (CONICET)
Escuela de Política y
Gobierno de la Universidad Nacional de San Martín. (IDAES-UNSAM)
Facultad de Ciencias
Sociales de la Universidad de Buenos Aires
Buenos Aires, Argentina
PolHis, Revista Bibliográfica Del
Programa Interuniversitario De Historia Política,
Año 14, N° 27, pp.217-241
Enero- Junio de 2021
ISSN 1853-7723
Fecha de recepción: 26/03/2021 - Fecha de aceptación: 11/08/2021
Resumen
El populismo parece
haberse transformado en un hecho central de las democracias contemporáneas. No
lo pensamos ya como un fenómeno ubicado en los márgenes de la política, ni como
exclusivo de cierta geografía o continente, sino que se ha convertido en un
fenómeno global y que se vincula con los desafíos principales de nuestras
democracias. Del mismo modo, el populismo como objeto de indagación científica
o intelectual ha dejado de ser marginal y se transformado en uno de los temas
más prolíficos de los últimos años en los estudios políticos. En este contexto
aparece el último libro de Pierre Rosanvallon, El Siglo del Populismo.
Historia, teoría, crítica (Buenos Aires: Manantial, 2020), que exploramos
en el presente ensayo. Nuestra hipótesis general es que este nuevo libro
representa una contribución en dos grandes dimensiones: a las teorías
contemporáneas de la democracia, por un lado, y a los estudios sobre populismo,
por otro. Es por eso que en estas páginas, intentaremos, sin pretensiones de
exhaustividad, situar primero esta obra en la propia teoría de la democracia
del autor y luego hacerla dialogar con el campo específico de indagaciones
sobre el populismo.
Palabras
Clave
Pierre Rosanvallon – Populismo – Democracia – Contra
democracia – Teoría de la democracia
PIERRE
ROSANVALLON, POPULISM AND DEMOCRACY
Abstract
Populism
seems to have become a central fact of contemporary democracies. We no longer
think of it as a phenomenon located on the margins of politics, nor as
exclusive to a certain geography or continent, but rather it has become a
global phenomenon linked to the main challenges of our democracies. Similarly,
populism as an object of scientific or intellectual inquiry has ceased to be
marginal and has become one of the most prolific subjects of recent years in
political studies. In this context the latest book by Pierre Rosanvallon, El Siglo del Populismo. Historia, teoría,
crítica (Buenos Aires: Manantial, 2020) is published. My general hypothesis
is that this new book represents a contribution in two great dimensions: to
contemporary theories of democracy, on the one hand, and to studies on
populism, on the other. That is why in this essay -without pretending to be
exhaustive- I will try, first to place this work in the author's own theory of
democracy and then to make it dialogue with the specific field of research on
populism.
Keywords
Pierre
Rosanvallon – Populism – Democracy – Counter- democracy – Theory of democracy
PIERRE ROSANVALLON, EL
POPULISMO Y LA DEMOCRACIA
El populismo parece haberse transformado
en un hecho central de las democracias contemporáneas. No lo pensamos ya como
un fenómeno ubicado en los márgenes de la política, ni como exclusivo de cierta
geografía o continente, sino que se ha convertido en un fenómeno global y que
se vincula con los desafíos principales de nuestras democracias. Del mismo
modo, el populismo como objeto de indagación científica o intelectual ha dejado
de ser marginal y se ha transformado en uno de los temas más prolíficos de los
últimos años en los estudios políticos. En este contexto aparece el último
libro de Pierre Rosanvallon, El Siglo del
Populismo. Historia, teoría, crítica (Buenos Aires: Manantial, 2020)[1],
que exploramos en el presente ensayo. Nuestra hipótesis general es que este
nuevo libro representa una contribución en dos grandes dimensiones: a las
teorías contemporáneas de la democracia, por un lado, y a los estudios sobre
populismo, por otro. Es por eso que en estas páginas, intentaremos, sin
pretensiones de exhaustividad, situar primero esta obra en la propia teoría de
la democracia del autor y luego hacerla dialogar con el campo específico de
indagaciones sobre el populismo.
Cabe destacar desde el comienzo el aporte
más significativo del libro: se trata de un análisis del populismo que lo
inscribe, justamente, en una teoría de la democracia, permitiéndonos en un
doble movimiento simultáneo reconocer el carácter democrático del populismo y
advertir cómo la teoría democrática actual no puede estar completa si no le
otorga un lugar al fenómeno populista. En sus trabajos recientes Rosanvallon
(2006, 2008, 2011, 2015) había esbozado su teoría de la complicación de las
democracias, argumentando que las democracias contemporáneas estaban
descentradas, en el sentido de que ya no se organizaban a partir del único
pilar electoral-representativo y que, en cambio, estaban expandiendo y
multiplicando sus dimensiones. Le lectura conjunta de esa tetralogía nos
ofreció una conceptualización de las transformaciones contemporáneas pero
también un programa para la profundización de la democracia. De acuerdo con la
visión de Rosanvallon, la complicación de la democracia es el camino para su
profundización mientras que las simplificaciones conllevan el riesgo de caer en
desequilibrios. Para el autor, la democracia electoral-representativa se
completa con las formas contra-democráticas de expresión de la soberanía
popular, con las formas no electorales de construcción de la legitimidad, con
los principios de una forma democrática de gobernar, y con la diversidad de
modos de construcción de una sociedad de iguales. Como contracara de esas
posibilidades de expansión, su nuevo libro propone una teoría de las
simplificaciones de la democracia, de las simplificaciones populistas y de
otras experiencias simplificadoras o reductoras que forman parte de la historia
de las democracias. Es así que la tetralogía reciente y el último libro del
autor deben leerse en conjunto, porque en cada contexto las democracias
enfrentan al mismo tiempo las tendencias a la expansión, es decir, los ensayos
de nuevas dimensiones y formas de expresión, y las tendencias a la
simplificación.
Realicemos primero una síntesis del
contenido del libro para poder entrar luego en su discusión. En la primera
parte del libro, titulada “Anatomía”, Rosanvallon propone entender al populismo
como una cultura política basada en cinco elementos constitutivos. En primer
lugar, una concepción del Pueblo fundada en la distinción entre “nosotros” y
“ellos” y que busca al mismo tiempo anular la diferencia entre el
“pueblo-principio”, unitario, y el “pueblo-sociedad”, heterogéneo y diverso; en
segundo lugar, una teoría de la democracia que se apoya en una visión
polarizada e hiper-electoralista de la soberanía del pueblo, con la consecuente
preferencia por la democracia directa (el uso muy frecuente del referéndum) y
una concepción espontánea de la voluntad general; en tercer lugar, una
modalidad de la representación, entendida como encarnación en la figura de un
Hombre-Pueblo; en cuarto lugar, una filosofía de la economía
nacional-proteccionista (que, en realidad, es sobre todo una reivindicación de
la decisión política por sobre la lógica del mercado); finalmente, un régimen
de las pasiones y emociones (intelectuales –complotistas-, de acción –
expulsionistas- y de posición –sentimientos de abandono e invisibilidad-).
Enseguida, Rosanvallon identifica tres
tipos de experiencias populistas que ponen en juego esta cultura. Por una
parte, un populismo difuso, que se observa especialmente en los movimientos
sociales, como los Chalecos Amarillos, que movilizan a los olvidados, van
contra el sistema político, rechazan las elites y las oligarquías, pero también
evitan que surja de ellos mismos un líder (por eso Rosanvallon habla, en este
caso del “paradójico populismo horizontal”). Por otra parte, los movimientos
populistas, que tienen un discurso populista pero no han llegado al poder (como
los franceses Jean-Luc Mélenchon o Marine Le Pen). Por último, los regímenes
populistas, que han llegado al poder y exacerban los cinco elementos de la
definición (como Donald Trump en Estados Unidos, Hugo Chávez en Venezuela o
Viktor Orbán en Hungría).
La segunda parte del libro se titula
“Historia” y analiza los que el autor denomina “momentos populistas” en la
historia de las democracias: el cesarismo de Napoléon III en Francia, el
populismo que no fue de los años 1880-1914, el laboratorio latino-americano y,
finalmente, lo que llama “historia conceptual” y que, por cierto, opera en el
libro un retorno a la teoría, porque allí se define al populismo como un
conjunto de respuestas simplificadas a las aporías estructurantes de la
democracia. Este sería, a nuestro entender, el corazón del libro y la
contribución más importante que hace Rosanvallon.
En efecto, el populismo aparece aquí
conceptualizado como una de las formas simplificadas de democracia que tienden
a degenerar en versiones que se vuelven contra sí mismas, esto es: una figura
de la democracia-límite. El autor plantea que existen tres figuras de este
tipo. La primera es la democracia minimalista, de inspiración schumpeteriana o
popperiana, que reduce el rol del ciudadano al de mero elector y puede
transformarse fácilmente en una oligarquía electiva. La segunda es la
democracia esencialista –, de inspiración marxista; esta tiende a denunciar la
mentira de la “democracia formal” y a reivindicar una “democracia real”, se
apoya en una filosofía de la historia que subsume por completo al individuo en
el ciudadano, y, como consecuencia, busca eliminar la división social. Esta
forma de democracia-mínima degenera en totalitarismo. Por último, tenemos la
democracia polarizada, populista, que se apoya también en un conjunto de
reducciones o simplificaciones (como la representación reducida a la
identificación con el líder, la expresión de la soberanía del Pueblo al uso del
referendo, el carácter democrático de una institución a la elección de sus
responsables, la expresión del Pueblo a un contacto sin intermediarios con el
poder, la diversidad social a una dicotomía fundamental entre “nosotros” y
“ellos”). La democracia polarizada puede degenerar en “democradura” cuando
organiza los medios de su irreversibilidad, es decir, cuando modifica las
instituciones (constituciones u otros mecanismos) para perpetuarse en el poder.
En la tercera parte del libro, Rosanvallon
desarrolla lo que llama la “crítica” del populismo. La crítica más fuerte está,
por cierto, dirigida a los regímenes populistas, en la medida en que importa
particularmente su pretensión de volverse irreversibles. Ni el populismo difuso
ni los movimientos populistas pueden ser criticados por esto, pero sí por los
otros aspectos que Rosanvallon trabaja en el libro, en la medida en que hacen a
una forma de concebir la democracia. Una de las críticas al populismo tiene por
blanco el referendo como mecanismo predilecto de la expresión de la soberanía.
Rosanvallon despliega argumentos muy interesantes para mostrar cómo el
referendo puede traicionar la voluntad popular aun cuando se realiza en su
nombre. Opera así una crítica democrática y no aristocrática de este mecanismo,
porque no se basa en una desconfianza al poder de las masas, sino es una
advertencia sobre sus problemas desde la propia óptica del pueblo[2].
Enseguida, el autor realiza la crítica de la noción de unanimidad y de la
reducción a lo electoral que opera el populismo. El poder de todos, que constituye el principio de legitimidad de la
democracia, se expresa en el pueblo-número de las elecciones. Pero también
podría y debería declinarse como el poder
de cualquiera. Pensar foros ciudadanos seleccionados por sorteo podría
servir para instituir en nuestras democracias alguna forma del poder de cualquiera. El poder
de todos también puede traducirse como el
poder de nadie. En este caso son las instituciones percibidas como
imparciales e independientes, como las cortes constitucionales o las propias
autoridades independientes de control y regulación, las que tienen una función
de representación de la voluntad general. Es preciso dejar de considerarlas
simplemente como liberales y asumir su carácter democrático. La crítica se
completa con un análisis de la simplificación populista del discurso sobre el 1%
y el 99% (que desconoce la gran diversidad y heterogeneidad dentro del 99% pero
también dentro del 1%) y con el abordaje de la cuestión de la irreversibilidad
de los regímenes. La última crítica, en efecto, que apunta a las
transformaciones institucionales que fomentan los populismos para que su poder
se extienda en el tiempo, sólo se aplica a las experiencias de populismos
gobernantes, e incluso no a todas ellas. El libro no ofrece en este punto un
umbral preciso que cruzarían los populismos para convertirse en democraduras.
Esta última crítica tiene sin dudas un status diferente a las otras que aborda
el libro, porque estas reenvían a formas simplificadas de concebir la
democracia, mientras que organizando los medios para volverse irreversible es
como las democracias polarizadas o populistas cruzan su límite. El libro da a
entender que cuando se vuelve democradura, el populismo ha dejado de ser
democrático, pero no especifica cuáles o cuántas transformaciones
institucionales son necesarias para llegar a este escenario.
Finalmente, la conclusión esboza algunas
líneas de lo que llama “el espíritu de una alternativa”. Frente a las
simplificaciones del populismo, Rosanvallon propone como alternativa
multiplicar las formas de la democracia, pluralizar sus modos de expresión,
procedimientos e instituciones. La alternativa al populismo es pensable en el
marco una visión de la democracia como experiencia y no como modelo
(Annunziata, 2016), ya que apela a la experimentación de formas de
participación y de representación. Rosanvallon propone una “democracia
interactiva”, en la que la ciudadanía actúe y dialogue con el poder de modo
permanente: con dispositivos de consulta, información, rendición de cuentas,
consejos ciudadanos seleccionados por sorteo, iniciativas ciudadanas en lugar
de referendos, y otorgando un rol al ojo
del pueblo –a los mecanismos de vigilancia- además de la voz del pueblo. Asimismo, el autor
convoca a una “democracia narrativa” en la que las ciencias sociales y el arte,
sobre todo la literatura, puedan colaborar en el conocimiento mutuo de los
individuos en la sociedad, a que se narren sus historias, y que se preste
atención a quienes hoy se sienten invisibles u olvidados.
3.1 De la desacralización de las elecciones al
híper-electoralismo
Realizada la síntesis del nuevo libro de
Rosanvallon, pasemos ahora a observar algunos de los desplazamientos que esta
obra opera respecto de sus trabajos recientes sobre las democracias contemporáneas.
Mientras que en sus textos anteriores (Rosanvallon, 2006, 2008), el autor nos
hablaba de un proceso de “descentramiento de las democracias” con respecto al
pilar electoral-representativo, el populismo aparece poniendo en escena un
“híper-electoralismo”. En efecto, el autor había señalado cómo las elecciones
venían perdiendo gran parte de sus funciones democráticas, por haber dejado de
orientarse por programas en un mundo crecientemente incierto y por haber pasado
de significar la opción por un rumbo político a transformarse en la mera
selección de gobernantes[3].
Así, Rosanvallon (2008) conceptualizaba democracias con elecciones
“desacralizadas”, con un aumento de la desconfianza en los representantes
electos, lo que lo llevaba a sostener que las democracias del siglo XXI eran
más bien democracias post-electorales (Rosanvallon, 2017). El populismo, en
cambio, se apega a la dimensión electoral de las democracias y la exalta,
reduciendo lo democrático a lo electoral en todas las instituciones. Lo que no
se aborda explícitamente en el nuevo libro, pero se desprende como interrogante
en el contexto de la obra reciente del autor, es si los populismos están siendo
capaces de re-sacralizar las elecciones en el sentido de volverlas la
oportunidad de optar por una visión del mundo. La atmósfera populista en la que
viven las distintas democracias, ¿está produciendo un giro que lleva a un
regreso a la dimensión electoral? ¿Pueden conjugarse las elecciones
desacralizadas con los populismos? La pista que los propios trabajos del autor
pueden darnos estaría en su libro sobre el poder ejecutivo y el aumento de la
importancia de las personalidades en la política (Rosanvallon, 2015)[4].
Pero queda por ser explorado el modo específico en que los populismos
“encantan” las campañas electorales y el efecto que esto produce en la
ciudadanía.
3.2
De la proximidad al populismo
En
su libro sobre la legitimidad democrática, Rosanvallon (2008), había
conceptualizado la que llamó “legitimidad de proximidad”, como una tendencia de
los gobernantes a mostrarse próximos y atentos a los/as ciudadanos/as. La
proximidad implicaba un predominio del principio de identidad sobre el
principio de distinción en la representación política; en efecto, los
gobernantes se mostraban semejantes a los gobernados, y, por lo tanto, con
capacidad de comprensión y de empatía frente a las realidades cotidianas de
estos últimos.
La identificación con el líder reaparece
con la cuestión del populismo. El libro se detiene en esta forma de
representación propia del populismo en la que los líderes se muestran como
idénticos al pueblo. La ilustración emblemática es la expresión de Hugo Chávez
“Yo soy un Pueblo”. De hecho, es habitual en los estudios sobre populismo que
se ponga énfasis en la identificación y que se analicen las formas de
presentación de sí de los líderes. Urbinati (2019: 62) afirma que los líderes
populistas tienen que presentarse como ciudadanos comunes[5].
La dinámica de una política inmediata (que
prescinde de los partidos y de los intermediarios entre el líder personal y la
gente) así como intimista (que promueve que los líderes expongan aspectos de su
vida cotidiana y familiar, de sus historias de vida) suele hacer que se
confundan discursos populistas y de proximidad. De hecho, en los estudios sobre
populismo no se realiza esta distinción. Sin que Rosanvallon haya abordado
tampoco las especificidades de cada uno, pero inspirándonos en sus propios trabajos
previos podemos aventurar las diferencias entre una lógica populista que se
cristaliza en la fórmula “Yo soy un Pueblo” y una lógica de proximidad que se
traduciría en la fórmula “Yo soy usted/tú/vos”. Si los líderes de proximidad
también se presentan como personas comunes, muestran públicamente su intimidad
y buscan transmitir una imagen de contacto directo con la gente, es decir,
apelan a la identificación, se trata en su caso de un tipo de identificación
diferente a la populista. La identificación populista tiene una dimensión
colectiva, ya que la admiración al líder redunda en una identificación entre
los ciudadanos mismos; es constructora de un Pueblo en el sentido en el que
opera la investidura radical en el trabajo de Laclau (2005). Podemos denominarla
identificación carismática. El líder es instituyente de la voluntad y del modo
de conocer e interpretar la realidad del Pueblo. En cambio, podemos sostener
que la identificación de proximidad es anti-carismática, procede uno-a-uno, con
una dinámica singularizante, y más que promover la admiración enfatiza en
aquellos rasgos que los líderes tienen de ordinario, común o natural
(Annunziata, 2018).
Las democracias contemporáneas, por
cierto, están signadas por la política inmediata e intimista, debido los
fenómenos paralelos de declive de los partidos y de mediatización acentuada por
las nuevas tecnologías. Vivimos entre líderes populistas y de proximidad, pero
parece necesario continuar conceptualizando sus diferencias para no subsumir
todas las experiencias bajo la etiqueta de “populismo”, ya que su naturaleza es
tan diversa.
3.3
De la contra-democracia al populismo difuso
Uno de los desplazamientos más
significativos que opera Rosanvallon en su nuevo libro se da con respecto a su
trabajo sobre la contra-democracia (Rosanvallon, 2006). Si allí el populismo
aparecía como la forma perversa de la contra-democracia, la deriva impolítica
de las manifestaciones de puro rechazo, en su último libro el populismo ha
dejado de ser el adjetivo peyorativo que describe un peligro marginal para
pasar a ser un fenómeno global y central que debe ser comprendido en términos
democráticos.
La contra-democracia es el conjunto de
poderes dispersos e indirectos que expresan la soberanía del Pueblo por fuera
del pilar electora-representativo: mediante formas de vigilancia, control y
denuncia, mediante el recurso a la judicialización y, especialmente, mediante
las manifestaciones de rechazo y de veto a las acciones de los gobernantes. La
interpretación de Rosanvallon sobre esta figura del pueblo-veto y el rol de la
negatividad en la política contemporánea ha constituido un aporte muy
relevante. La negatividad predomina como principio organizador ya que, en un
mundo des-ideologizado, es más fácil formar mayorías de rechazo que mayorías de
acción. Pero el riesgo de la contra-democracia es lo impolítico: por un lado,
ciudadanos que parecen consumidores exigentes, criticando al poder hasta
volverlo impotente para dar respuestas y sin aspirar a construir alternativas;
por otro lado, un conjunto de manifestaciones fragmentadas que no permiten la
construcción de una visión común de la sociedad. Lo impolítico no equivale a la
despolitización ni a la pasividad; la ciudadanía contemporánea es activa, sólo
que su modo particular de politización puede tener efectos perversos. El
populismo constituye en este trabajo una forma de lo impolítico, o, en las
precisas palabras del autor una “política pura de lo impolítico”, una “contra-democracia
absoluta”.
En este nuevo libro han desaparecido los
conceptos clave de negatividad y de lo impolítico. La relación entre el
populismo y la conformación de mayorías de rechazo podría haber sido un camino
fructífero de exploración, en la medida en que parece haber una afinidad
estructural entre ambos fenómenos –algo que Laclau (2005) conceptualizó con la
noción de antagonismo como propio de toda la política democrática moderna pero
que Rosanvallon había identificado muy atinadamente como una tendencia
creciente de nuestro mundo post-industrial-. Por otra parte, los populismos ya
no son concebidos como la expresión extrema de lo impolítico, porque
constituyen una de las dinámicas políticas más difundidas en el presente. Y, si
bien llevan a uno de sus límites a la democracia, es innegable que han mostrado
una capacidad de construir lo común en muchas sociedades.
Ahora bien, lo que sí tiene un lugar en
este nuevo libro de Rosanvallon son las movilizaciones ciudadanas de rechazo de
la “clase política” como las recientes de los Chalecos Amarillos en Francia o la Primavera Chilena, pero también las de los movimientos Indignados u Occupy. Pensemos que La
contra-democracia… (Rosanvallon, 2006) se publicó, con un formidable
carácter precursor, antes de que estallaran la llamada “primavera árabe” o el
movimiento de los Indignados. Desde entonces, este tipo de estallidos sociales,
protestas de gran magnitud cuestionando el sistema político y rechazando todo
tipo de representación y liderazgo, se multiplicaron en el mundo. En su nuevo
libro, Rosanvallon (2020) nombra a estas experiencias como “populismo difuso”,
populismos sin líder que no buscan conquistar el poder[6].
Pero por qué han dejado de ser al mismo tiempo expresiones de la
contra-democracia, del pueblo-veto, permanece como una cuestión irresuelta.
Reponer el concepto de negatividad podría contribuir a clarificar la distinción
entre las movilizaciones ciudadanas negativas y las experiencias populistas que
combinan la negatividad del rechazo al “establishment” con fuertes liderazgos
que aspiran al poder.
Finalmente, hay que decir que esta noción
de “populismo difuso” resulta muy interesante: si regímenes populistas hay unos
cuantos, el populismo difuso está en todas partes, y es por él que podemos
aventurar que el siglo XXI es el “siglo del populismo”. Pero el concepto podría
ser más amplio, puesto que los estallidos ciudadanos aun siendo muy frecuentes
son también esporádicos. Cabe pensar, siguiendo la propia conceptualización del
autor, que el populismo difuso podría estar instalado más bien en el espacio
público contemporáneo, en los medios de comunicación y en el funcionamiento
particular de las redes sociales, que cruzan de manera privilegiada la
polarización con la ilusión de inmediatez en el contacto.
4.1
El populismo como discurso y como forma de gobierno
Los estudios sobre el
populismo pueden ser agrupados en dos grandes conjuntos: los que lo comprenden
como un fenómeno discursivo, un tipo de discurso político para la formación de
mayorías, y los que lo entienden como una forma de gobierno o un modo de
ejercicio del poder. El libro de Rosanvallon parece proponer una lectura del
populismo en la que este constituye un tipo de discurso y modo un ejercicio del
poder al mismo tiempo. Pero esto no se produce sin tensiones conceptuales.
Si el populismo fuera
sólo un tipo de discurso, en el que se apela a la construcción de un Pueblo lo
más amplio posible contra Otro que representa el poder concentrado o la élite,
tal como muy bien lo demostró Laclau (2005), todo discurso político democrático
sería en cierto grado populista, desde el momento que tiene que conquistar a
las mayorías. Pero así permanecemos en un formalismo que no nos da herramientas
efectivas para separar los populismos de los que no lo son.
Casullo (2019) ordena
los estudios sobre populismo distinguiendo las visiones economicistas que lo
han identificado con políticas económicas expansivas[7],
las visiones sociológicas que lo han tratado como coaliciones específicas de
clases y los enfoques propiamente políticos, que serían los predominantes en
los últimos años. Dentro de este grupo están quienes lo entienden como un
discurso, cuyos exponentes serían Laclau (2005) y Mouffe (2018); quienes lo ven
como una estrategia de poder personal, como un modo de acumular poder de los
líderes, visión representada por Weyland (2001); quienes lo entienden como una
ideología delgada basada en un discurso moral y anti-élite, posición expresada
en los trabajos de Mudde y Rovira Kaltwasser (Mudde, 2017; Mudde y Rovira
Kaltwasser, 2013); y, finalmente, quienes lo comprenden como una performance,
una forma de auto-presentación de los líderes en público y especialmente en los
medios que activa significantes socio-culturales a partir de la ropa, la
gestualidad, los acentos, visión representada sobre todo por Ostiguy (2017) o
Moffit (2016).
Los enfoques
discursivos, ideológicos o estilísticos no se preocupan generalmente por la
forma específica de gobierno populista. Contribuyen mejor a explicar los modos
de conquista del poder que de ejercicio del mismo. A estas visiones les falta
una comprensión del populismo como fenómeno gubernamental (Peruzzotti, 2017).
En su trabajo más reciente sobre el tema, Urbinati (2019) convoca a pensar los
gobiernos populistas, abandonando las perspectivas previas tanto minimalistas
como maximalistas, porque ambas son limitadas para explicar lo hace al
populismo un poder gobernante. El libro de Rosanvallon se inscribe en esta
fructífera tendencia. Al definir al populismo mediante las cinco dimensiones de
una cultura política que se expresa de tres modos -como populismo difuso, como
movimientos y como regímenes populistas- este trabajo tiene la ventaja de
aportar una interpretación específica para los populismos que gobiernan,
particularmente en lo relativo a la crítica de su búsqueda de irreversibilidad.
La desventaja, en cambio, es que al trabajar con las diversas expresiones en
conjunto, gran parte de la “esencia” del populismo sigue estando para
Rosanvallon definida a partir del discurso de Mélenchon o de Le Pen. En su
opinión, los populismos transforman en políticas lo que era del orden de una
estrategia electoral. Podríamos reinterpretar esta expresión considerando a los
populismos como gobiernos que actúan como si todavía no hubieran ganado las
elecciones, denunciando a los poderes fácticos o reales que los amenazan[8].
Esto podría constituir una pista interesante para que la definición del populismo
gane en especificidad,[9] sobre
todo porque se articula bien con la noción de democracia polarizada: un
gobierno que no se asume completamente en el poder puede seguir denunciando a
las élites y actuando en términos de “nosotros” y “ellos”. No obstante, esto
implicaría que las experiencias verdaderamente populistas fueran sólo aquellas
que llegaron al gobierno.
Una de las virtudes del
trabajo de Urbinati (2019), en este sentido, es que toma la decisión de
concentrase en los que llama “gobiernos populistas”. Este aspecto también
plantea un interrogante respecto del libro de Rosanvallon: ¿por qué elige
denominarlos “regímenes” y no “gobiernos”? En la noción de régimen parece haber
una señal de salida de la democracia, parece estar ya operado el pasaje a la
“democradura”.
4.2. El populismo en el límite de la
democracia
El libro se inscribe también en la
tendencia de los estudios políticos que asumen al fenómeno populista como
propiamente democrático. Alejándose de sus propios trabajos anteriores, el
autor ya no ve al populismo como la patología de la democracia o como su
opuesto. Según Rosanvallon, tendríamos que suponer que las democracias
existentes son referencias perfectas del proyecto democrático para entender al
populismo simplemente como su enfermedad. Vivimos en democracias desencantadas,
experimentadas como “oligárquicas” –para usar otra de las figuras límite que
propone el autor- en las que los sentimientos de olvido y de abandono de la
población hacen sentido y si el populismo reacciona a este escenario no puede
ser simplemente una perversión. Pero el populismo no es tampoco el fenómeno
democrático en sí, como lo asumen quienes lo definen como la lógica esencial de
toda política y de toda democracia, en la línea de los trabajos de Laclau y
Mouffe. Esta perspectiva subestima el modo en que el populismo simplifica la
democracia y la conduce a uno de sus límites.
El libro de Rosanvallon se inscribe así en
una senda –la de concebir al populismo como interno a la democracia- de la que
participan muchos trabajos recientes en este campo de estudios. La ya
mencionada Urbinati (2019) es un buen ejemplo, en la medida en que entiende al
populismo como una forma que puede adquirir la representación política en el
contexto de la democracia de audiencias. El anti-elitismo populista es
básicamente democrático. Otros autores han hablado del populismo como el
“sub-producto de la democracia” (Casullo, 2019) o como la “periferia interior
de la democracia” (Arditi, 2011). En todos los casos, coinciden en rechazar
tanto la antonimia como la sinonimia entre populismo y democracia, y en pensar
al populismo como una de las formas de la democracia, pero no cualquiera de
ellas, sino una que se encuentra en sus bordes, que la lleva a sus límites o la
tensiona.
En este punto Rosanvallon da un paso más y
brinda un aporte sustantivo al campo de estudios. Su teoría de la democracia
como experiencia permite comprender que el populismo es una forma de responder
con simplificaciones a sus aporías constitutivas (las que se desprenden de que
en la democracia el poder provenga del pueblo y no sea de nadie al mismo
tiempo). Además, y sobre todo, nos permite distinguirla de las otras formas simplificadas
de responder a las mismas, de otras figuras límite de la democracia[10].
Esto nos conecta con el punto siguiente.
4.3.Populismo
y totalitarismo
Una contribución interesante del libro es
la de echar luz sobre la diferencia entre populismo y totalitarismo. Partiendo
de un enfoque lefortiano -que es también dicho sea de paso el compartido por
Rosanvallon-, varios trabajos previos sobre populismo han tendido a observar en
el mismo una búsqueda del Pueblo-Uno y de eliminación de la división social. Es
decir, han visto en el populismo un semi-totalitarismo o un totalitarismo a
medio camino. Autores como Arditi (2011) consideraron así como el reverso
anti-democrático del populismo esta atracción del fantasma del Pueblo-Uno. En
esa línea, Carlos de la Torre sostenía, por ejemplo que “El imaginario
populista se encuentra entre la democracia y el totalitarismo” (De la Torre,
2016: 133). Para el autor, los populistas ven al pueblo como unitario, como una
entidad con una única voluntad y conciencia (De la Torre, 2019). Esta mirada se
alinea también con el influyente planteo de Laclau (2005) según el cual el
populismo tendría una estructura de sinécdoque en la que una parte (la plebs) aspira al ser el todo de la
comunidad (el populus).
Si bien Rosanvallon no llega a alejarse
por completo de esta caracterización cuando define en la primera parte del
libro al populismo y su forma de concebir al Pueblo homogéneo, lo cierto es que
finalmente nos muestra que la populista y la totalitaria derivan de simplificaciones
de la democracia de distinta naturaleza y constituyen dos diversas figuras de
la democracia-límite. El populismo se presenta como una política de la
parcialidad; una parte de la sociedad se considera más legítima que la otra,
pero sigue necesitando y viviendo de su existencia, no busca eliminarla del
todo social. Por eso el concepto clave para comprender la figura de la
democracia límite a la que tiende el populismo es el de polarización o
democracia polarizada. Es Urbinati (2019) quien más ha trabajado sobre este
aspecto del populismo, poco pensado hasta al momento; para ella el populismo es
más la parte contra la parte que la parte que quiere ser el todo. El
populismo tiene un carácter faccioso más que totalitario porque no anula la
división social sino que hace de esta su razón de ser. Con su concepto de
democracia polarizada Rosanvallon adelanta una pista fundamental para seguir
pensado este problema.
4.4.
El populismo y los actores de la intermediación política
Uno de los blancos de crítica privilegiados
del populismo son los partidos políticos, en la medida en que este aspira al
contacto directo entre el líder y la ciudadanía y que los primeros constituyen
los actores por excelencia de la intermediación. Los estudios sobre populismo
tienden a conceptualizarlo como una política inmediata y contraria a los
actores intermediarios, con una retórica según la cual todo el sistema de
mediaciones está corrompido, cooptado por una élite que no representa
verdaderamente a las personas comunes (Peruzzotti, 2017; Urbinati, 2019).
Partidos, sindicatos, medios de comunicación, corporaciones, suelen ser “el
establishment” contra el que el populismo se levanta.
Muchos de los que observan los peligros
del populismo consideran, de modo implícito o explícito, que la solución sería
volver a una democracia de partidos como tuvimos en el pasado. Partidos
políticos fuertes y estables serían un antídoto contra el populismo. Los
trabajos de Urbinati se inscriben claramente en esta perspectiva. Rosanvallon,
en cambio, tiene una posición más innovadora y menos nostálgica en este punto:
si los partidos no cumplen con las mismas funciones democráticas que en el
pasado, entonces ya no se trata de volver a un modelo de democracia de otro
tiempo, sino de sino de complejizarla con otras formas de representación y
participación.
4.5.
El populismo y las pasiones
Mencionemos por último un aspecto del
populismo que no suele ser abordado en detalle por los estudios sobre el tema:
nos referimos a su carácter emocional y pasional. Laclau fue quien le otorgó al
afecto un rol fundamental en la creación de las identidades políticas
populistas, al establecer la equivalencia entre la hegemonía y el proceso de
investidura radical. Los trabajos que se inscriben en el enfoque perfomativo y
que prestan atención a aspectos no verbales de los discursos de los líderes
también abordan tangencialmente la dimensión emocional del populismo. Pero
Rosanvallon realiza en este sentido una contribución original al distinguir
distintos tipos de pasiones movilizadas por los populismos, que le permite ir
más allá del afecto hacia el líder. Así, puede pensar, sobre todo, en una clase
intelectual de pasiones que florecen muy fácilmente en el contexto de un
espacio público contemporáneo y una democracia polarizada: las que denomina
“complotistas”. Una pista que ofrece su libro es esta afinidad entre los
populismos y las teorías del complot; esto pone de relieve también la gran
capacidad de los populismos –no reconocida por el autor- para generar
narrativas y relatos, para darle una dimensión cognitiva, explicativa,
pedagógica a la representación política en sociedades que, como bien lo ha
puntualizado el propio Rosanvallon, se han vuelto crecientemente ilegibles[11].
En sociedades que no están simplemente regidas por conflictos de interés, sino
de valores, no negociables, se hace lugar el populismo como un “régimen de las
pasiones”.
Habiendo revisado los desplazamientos
principales que este nuevo libro opera en la propia obra de Rosanvallon, así
como el modo en que sus distintos aspectos dialogan con los estudios sobre el
populismo, podemos concluir que el aporte más significativo de este trabajo es
que viene completar una teoría de la democracia capaz de dar cuenta de sus
complejizaciones y de sus simplificaciones al mismo tiempo. Se trata de una
teoría triangular, que asocia los vértices a los distintos límites que se
ciernen sobre las sociedades democráticas: oligarquización, totalitarismo y
democradura. Nuestra época pareciera estar signada por una oscilación entre
oligarquías electivas y populismos, y, lo cierto es que hay muchas más
democracias en las que la ciudadanía experimenta esta distancia con una clase
política auto-interesada que democracias en la que el riesgo es el populismo.
La pregunta que queda es: ¿qué democracias hay en el centro del triángulo? ¿O
acaso las democracias viven en sus bordes y ese centro viene a representar un
ideal?
Por
otra parte, en definitiva, el libro pone más énfasis en los peligros del
populismo que en su carácter democrático[12].
¿Qué es finalmente lo que el populismo tiene de democrático? Desde un enfoque
similar, Urbinati (2019) es más explícita sobre aquello que el populismo tiene
de democrático y que lo vuelve incompatible con formas de política
no-democrática: en última instancia el populismo es un modo de construir un
sujeto colectivo en base al consentimiento y de cuestionar un orden social en
nombre de los intereses del Pueblo. Creemos que una perspectiva interesante
sobre la que el libro de Rosanvallon no avanza pero que podría resultar
compatible es la propuesta por McCormick (2017), quien entiende al populismo
como apoyo para la transformación de las democracias. Sabemos que las
democracias electorales son oligarquías; el populismo podría ser un motor para
las reformas que necesitan hoy las democracias electorales-representativas,
aunque solo sea en el momento inicial, porque lo cierto es que reproduce las
deficiencias de las democracias actuales, cuando le da el poder a otro que no
es el Pueblo para que actúe en su nombre. Las aspiraciones populistas podrían
ayudar a los ciudadanos a movilizarse en función de instituciones políticas que
hagan a los gobiernos representativos más democráticos.
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Espejo, P. y Ostiguy, P. (eds), The
Oxford Handbook of Populism. Oxford: Oxford University Press.
[1] Publicado originalmente por Éditions du Seuil: Le siècle du populisme. Histoire, théorie,
critique (Paris, 2020).
[2] Se trata de uno de los pasajes más ricos
del libro, pero también de una crítica que va más allá del populismo, por lo
que no nos detendremos aquí en este punto. Mencionemos simplemente que el
argumento apunta al oscurecimiento de la responsabilidad de la decisión, la
calidad de la deliberación y las condiciones de puesta en marcha de la
decisión.
[3] O incluso en la
“des-elección” de malos gobernantes. En efecto, Rosanvallon (2006) ha
argumentado sobre el peso de la negatividad en los procesos electorales y no
solamente en las actividades ciudadanas contrademocráticas. En el contexto de
una política desideologizada aumenta el peso del “voto rechazo” al punto que
las elecciones se convierten en “des-elecciones”, y en las campañas electorales
simplemente las oposiciones critican y los oficialismos se defienden.
[4] En efecto, como
sostiene el autor en una entrevista reciente, para los populismos la elección
central es la del jefe del Estado, no hay régimen populista que no cuente con
la elección directa del jefe del Estado y las elecciones son “plebiscitarias”.
(Annunziata, 2021). Para el autor, la posibilidad de imputar una
responsabilidad es una ventaja de la personalización de la política democrática
(Rosanvallon, 2015). Desde una perspectiva similar, Bernard Manin ha
explicitado un efecto positivo de la personalización en las campañas
electorales: “Una de las ventajas de la personalización es que moviliza la
atención, o la energía, o, en todo caso, la vivacidad de los electores (…) es
un factor que contribuye a la democracia dado que genera el interés de los
ciudadanos” (Annunziata, 2013: 171).
[5] Sobre los estudios
centrados en la performance populista y sus estilos de enunciación, ver Casullo
(2020).
[6] Si bien las
perspectivas de Urbinati (2019) y de Rosanvallon son bastante similares, la
autora opta explícitamente por no llamar populistas a las experiencias de
movimientos populares sin liderazgo.
[7] El enfoque de
Rosanvallon toma en cuenta la dimensión económica, pero no para identificar al
populismo con medidas económicas concretas sino con una reivindicación
nacionalista no siempre coherente recuperar el control y la capacidad de acción
de la política frente a la globalización liberal.
[8] Esta redefinición que
proponemos le cabría, por ejemplo, al caso de Orbán en Hungría quien, para
Rosanvallon, entiende a la prensa como un instrumento de intereses particulares
(Annunziata, 2021). También haría sentido con los esfuerzos de modificación
institucional para mantenerse en el poder de Putin en Rusia, Chávez en
Venezuela, Correa en Ecuador, Morales en Bolivia (Rosanvallon, 2020). Es decir,
el hecho de que los populismos se enfrenten a “poderes fácticos” como si el
resultado de las urnas no les hubiera otorgado el verdadero poder, es lo que
podría explicar su degeneración en democradura, el ataque a instituciones que
se suponen depositarias de un “poder real” impidiendo gobernar a los
representantes electos por el Pueblo.
[9] En este sentido,
Casullo (2018) subraya que el discurso populista se radicaliza en lugar de
moderarse una vez en el gobierno, y Urbinati (2019) enfatiza el rasgo de
“campaña permanente” de los populismos.
[10] Rosanvallon recuerda
que debemos entender las figuras de las democracias límite como puntos de
referencia y no como modelos, y que no son de la misma naturaleza: cuando nos
acercamos a los bordes de la democracia, en un caso puede ser la oligarquía y
en otro puede ser el campo de concentración (Annunziata, 2021).
[11] La dimensión
narrativa de la democracia se transforma en un imperativo para el buen
“representar” en sociedades que ya no se entienden en términos de clases y
condiciones sociales estables, y que al mismo tiempo están atravesadas por
fuertes crisis y momentos de incertidumbre (Rosanvallon, 2011, 2017).
Rosanvallon apela, de hecho, en la última parte del libro a una “democracia
narrativa”, pero no le reconoce al populismo esta gran capacidad narrar y crear
relatos que podría explicar en parte su atractivo actual.
[12] Como vimos, hay dos
aspectos poco claros en el entrecruzamiento entre las tres formas de expresión
del populismo y las figuras de la democracia límite que propone el libro. En
primer lugar, aparece como una teleología no explícita que iría del populismo
difuso, a los movimientos populistas para terminar en los regímenes populistas
y desembocar, tarde o temprano, en las democraduras. Estas formas podrían
aparecer así como etapas de una radicalización inevitable, de una evolución
necesaria, lo que sería por cierto contradictorio con la propia concepción de
lo político y de la democracia del autor. La segunda imprecisión proviene de la
categoría elegida para nombrar a los populismos que llegan al gobierno:
“regímenes”. Esta categoría puede hacer pensar que el populismo es un tipo de
régimen político diferente a la democracia, reforzando entonces la lectura de
que es cuestión de tiempo que un gobierno populista degenere en democradura y
abandone la democracia.