pierre rosanvallon, el populismo y la democracia

ROCÍO ANNUNZIATA

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. (CONICET)

Escuela de Política y Gobierno de la Universidad Nacional de San Martín. (IDAES-UNSAM)

Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires

Buenos Aires, Argentina

 

PolHis, Revista Bibliográfica Del Programa Interuniversitario De Historia Política,

Año 14, N° 27, pp.217-241

Enero- Junio de 2021

ISSN 1853-7723

 

Fecha de recepción: 26/03/2021 - Fecha de aceptación: 11/08/2021

 

 

Resumen

El populismo parece haberse transformado en un hecho central de las democracias contemporáneas. No lo pensamos ya como un fenómeno ubicado en los márgenes de la política, ni como exclusivo de cierta geografía o continente, sino que se ha convertido en un fenómeno global y que se vincula con los desafíos principales de nuestras democracias. Del mismo modo, el populismo como objeto de indagación científica o intelectual ha dejado de ser marginal y se transformado en uno de los temas más prolíficos de los últimos años en los estudios políticos. En este contexto aparece el último libro de Pierre Rosanvallon, El Siglo del Populismo. Historia, teoría, crítica (Buenos Aires: Manantial, 2020), que exploramos en el presente ensayo. Nuestra hipótesis general es que este nuevo libro representa una contribución en dos grandes dimensiones: a las teorías contemporáneas de la democracia, por un lado, y a los estudios sobre populismo, por otro. Es por eso que en estas páginas, intentaremos, sin pretensiones de exhaustividad, situar primero esta obra en la propia teoría de la democracia del autor y luego hacerla dialogar con el campo específico de indagaciones sobre el populismo.

 

Palabras Clave

Pierre Rosanvallon – Populismo – Democracia – Contra democracia – Teoría de la democracia


 

PIERRE ROSANVALLON, POPULISM AND DEMOCRACY

Abstract

Populism seems to have become a central fact of contemporary democracies. We no longer think of it as a phenomenon located on the margins of politics, nor as exclusive to a certain geography or continent, but rather it has become a global phenomenon linked to the main challenges of our democracies. Similarly, populism as an object of scientific or intellectual inquiry has ceased to be marginal and has become one of the most prolific subjects of recent years in political studies. In this context the latest book by Pierre Rosanvallon, El Siglo del Populismo. Historia, teoría, crítica (Buenos Aires: Manantial, 2020) is published. My general hypothesis is that this new book represents a contribution in two great dimensions: to contemporary theories of democracy, on the one hand, and to studies on populism, on the other. That is why in this essay -without pretending to be exhaustive- I will try, first to place this work in the author's own theory of democracy and then to make it dialogue with the specific field of research on populism.

 

Keywords

Pierre Rosanvallon – Populism – Democracy – Counter- democracy – Theory of democracy

 

 

PIERRE ROSANVALLON, EL POPULISMO Y LA DEMOCRACIA

1.     Introducción

El populismo parece haberse transformado en un hecho central de las democracias contemporáneas. No lo pensamos ya como un fenómeno ubicado en los márgenes de la política, ni como exclusivo de cierta geografía o continente, sino que se ha convertido en un fenómeno global y que se vincula con los desafíos principales de nuestras democracias. Del mismo modo, el populismo como objeto de indagación científica o intelectual ha dejado de ser marginal y se ha transformado en uno de los temas más prolíficos de los últimos años en los estudios políticos. En este contexto aparece el último libro de Pierre Rosanvallon, El Siglo del Populismo. Historia, teoría, crítica (Buenos Aires: Manantial, 2020)[1], que exploramos en el presente ensayo. Nuestra hipótesis general es que este nuevo libro representa una contribución en dos grandes dimensiones: a las teorías contemporáneas de la democracia, por un lado, y a los estudios sobre populismo, por otro. Es por eso que en estas páginas, intentaremos, sin pretensiones de exhaustividad, situar primero esta obra en la propia teoría de la democracia del autor y luego hacerla dialogar con el campo específico de indagaciones sobre el populismo.

Cabe destacar desde el comienzo el aporte más significativo del libro: se trata de un análisis del populismo que lo inscribe, justamente, en una teoría de la democracia, permitiéndonos en un doble movimiento simultáneo reconocer el carácter democrático del populismo y advertir cómo la teoría democrática actual no puede estar completa si no le otorga un lugar al fenómeno populista. En sus trabajos recientes Rosanvallon (2006, 2008, 2011, 2015) había esbozado su teoría de la complicación de las democracias, argumentando que las democracias contemporáneas estaban descentradas, en el sentido de que ya no se organizaban a partir del único pilar electoral-representativo y que, en cambio, estaban expandiendo y multiplicando sus dimensiones. Le lectura conjunta de esa tetralogía nos ofreció una conceptualización de las transformaciones contemporáneas pero también un programa para la profundización de la democracia. De acuerdo con la visión de Rosanvallon, la complicación de la democracia es el camino para su profundización mientras que las simplificaciones conllevan el riesgo de caer en desequilibrios. Para el autor, la democracia electoral-representativa se completa con las formas contra-democráticas de expresión de la soberanía popular, con las formas no electorales de construcción de la legitimidad, con los principios de una forma democrática de gobernar, y con la diversidad de modos de construcción de una sociedad de iguales. Como contracara de esas posibilidades de expansión, su nuevo libro propone una teoría de las simplificaciones de la democracia, de las simplificaciones populistas y de otras experiencias simplificadoras o reductoras que forman parte de la historia de las democracias. Es así que la tetralogía reciente y el último libro del autor deben leerse en conjunto, porque en cada contexto las democracias enfrentan al mismo tiempo las tendencias a la expansión, es decir, los ensayos de nuevas dimensiones y formas de expresión, y las tendencias a la simplificación.

 

2.     El Siglo del Populismo de Pierre Rosanvallon

Realicemos primero una síntesis del contenido del libro para poder entrar luego en su discusión. En la primera parte del libro, titulada “Anatomía”, Rosanvallon propone entender al populismo como una cultura política basada en cinco elementos constitutivos. En primer lugar, una concepción del Pueblo fundada en la distinción entre “nosotros” y “ellos” y que busca al mismo tiempo anular la diferencia entre el “pueblo-principio”, unitario, y el “pueblo-sociedad”, heterogéneo y diverso; en segundo lugar, una teoría de la democracia que se apoya en una visión polarizada e hiper-electoralista de la soberanía del pueblo, con la consecuente preferencia por la democracia directa (el uso muy frecuente del referéndum) y una concepción espontánea de la voluntad general; en tercer lugar, una modalidad de la representación, entendida como encarnación en la figura de un Hombre-Pueblo; en cuarto lugar, una filosofía de la economía nacional-proteccionista (que, en realidad, es sobre todo una reivindicación de la decisión política por sobre la lógica del mercado); finalmente, un régimen de las pasiones y emociones (intelectuales –complotistas-, de acción – expulsionistas- y de posición –sentimientos de abandono e invisibilidad-).

Enseguida, Rosanvallon identifica tres tipos de experiencias populistas que ponen en juego esta cultura. Por una parte, un populismo difuso, que se observa especialmente en los movimientos sociales, como los Chalecos Amarillos, que movilizan a los olvidados, van contra el sistema político, rechazan las elites y las oligarquías, pero también evitan que surja de ellos mismos un líder (por eso Rosanvallon habla, en este caso del “paradójico populismo horizontal”). Por otra parte, los movimientos populistas, que tienen un discurso populista pero no han llegado al poder (como los franceses Jean-Luc Mélenchon o Marine Le Pen). Por último, los regímenes populistas, que han llegado al poder y exacerban los cinco elementos de la definición (como Donald Trump en Estados Unidos, Hugo Chávez en Venezuela o Viktor Orbán en Hungría).

La segunda parte del libro se titula “Historia” y analiza los que el autor denomina “momentos populistas” en la historia de las democracias: el cesarismo de Napoléon III en Francia, el populismo que no fue de los años 1880-1914, el laboratorio latino-americano y, finalmente, lo que llama “historia conceptual” y que, por cierto, opera en el libro un retorno a la teoría, porque allí se define al populismo como un conjunto de respuestas simplificadas a las aporías estructurantes de la democracia. Este sería, a nuestro entender, el corazón del libro y la contribución más importante que hace Rosanvallon.

En efecto, el populismo aparece aquí conceptualizado como una de las formas simplificadas de democracia que tienden a degenerar en versiones que se vuelven contra sí mismas, esto es: una figura de la democracia-límite. El autor plantea que existen tres figuras de este tipo. La primera es la democracia minimalista, de inspiración schumpeteriana o popperiana, que reduce el rol del ciudadano al de mero elector y puede transformarse fácilmente en una oligarquía electiva. La segunda es la democracia esencialista –, de inspiración marxista; esta tiende a denunciar la mentira de la “democracia formal” y a reivindicar una “democracia real”, se apoya en una filosofía de la historia que subsume por completo al individuo en el ciudadano, y, como consecuencia, busca eliminar la división social. Esta forma de democracia-mínima degenera en totalitarismo. Por último, tenemos la democracia polarizada, populista, que se apoya también en un conjunto de reducciones o simplificaciones (como la representación reducida a la identificación con el líder, la expresión de la soberanía del Pueblo al uso del referendo, el carácter democrático de una institución a la elección de sus responsables, la expresión del Pueblo a un contacto sin intermediarios con el poder, la diversidad social a una dicotomía fundamental entre “nosotros” y “ellos”). La democracia polarizada puede degenerar en “democradura” cuando organiza los medios de su irreversibilidad, es decir, cuando modifica las instituciones (constituciones u otros mecanismos) para perpetuarse en el poder.

En la tercera parte del libro, Rosanvallon desarrolla lo que llama la “crítica” del populismo. La crítica más fuerte está, por cierto, dirigida a los regímenes populistas, en la medida en que importa particularmente su pretensión de volverse irreversibles. Ni el populismo difuso ni los movimientos populistas pueden ser criticados por esto, pero sí por los otros aspectos que Rosanvallon trabaja en el libro, en la medida en que hacen a una forma de concebir la democracia. Una de las críticas al populismo tiene por blanco el referendo como mecanismo predilecto de la expresión de la soberanía. Rosanvallon despliega argumentos muy interesantes para mostrar cómo el referendo puede traicionar la voluntad popular aun cuando se realiza en su nombre. Opera así una crítica democrática y no aristocrática de este mecanismo, porque no se basa en una desconfianza al poder de las masas, sino es una advertencia sobre sus problemas desde la propia óptica del pueblo[2]. Enseguida, el autor realiza la crítica de la noción de unanimidad y de la reducción a lo electoral que opera el populismo. El poder de todos, que constituye el principio de legitimidad de la democracia, se expresa en el pueblo-número de las elecciones. Pero también podría y debería declinarse como el poder de cualquiera. Pensar foros ciudadanos seleccionados por sorteo podría servir para instituir en nuestras democracias alguna forma del poder de cualquiera.  El poder de todos también puede traducirse como el poder de nadie. En este caso son las instituciones percibidas como imparciales e independientes, como las cortes constitucionales o las propias autoridades independientes de control y regulación, las que tienen una función de representación de la voluntad general. Es preciso dejar de considerarlas simplemente como liberales y asumir su carácter democrático. La crítica se completa con un análisis de la simplificación populista del discurso sobre el 1% y el 99% (que desconoce la gran diversidad y heterogeneidad dentro del 99% pero también dentro del 1%) y con el abordaje de la cuestión de la irreversibilidad de los regímenes. La última crítica, en efecto, que apunta a las transformaciones institucionales que fomentan los populismos para que su poder se extienda en el tiempo, sólo se aplica a las experiencias de populismos gobernantes, e incluso no a todas ellas. El libro no ofrece en este punto un umbral preciso que cruzarían los populismos para convertirse en democraduras. Esta última crítica tiene sin dudas un status diferente a las otras que aborda el libro, porque estas reenvían a formas simplificadas de concebir la democracia, mientras que organizando los medios para volverse irreversible es como las democracias polarizadas o populistas cruzan su límite. El libro da a entender que cuando se vuelve democradura, el populismo ha dejado de ser democrático, pero no especifica cuáles o cuántas transformaciones institucionales son necesarias para llegar a este escenario.

Finalmente, la conclusión esboza algunas líneas de lo que llama “el espíritu de una alternativa”. Frente a las simplificaciones del populismo, Rosanvallon propone como alternativa multiplicar las formas de la democracia, pluralizar sus modos de expresión, procedimientos e instituciones. La alternativa al populismo es pensable en el marco una visión de la democracia como experiencia y no como modelo (Annunziata, 2016), ya que apela a la experimentación de formas de participación y de representación. Rosanvallon propone una “democracia interactiva”, en la que la ciudadanía actúe y dialogue con el poder de modo permanente: con dispositivos de consulta, información, rendición de cuentas, consejos ciudadanos seleccionados por sorteo, iniciativas ciudadanas en lugar de referendos, y otorgando un rol al ojo del pueblo –a los mecanismos de vigilancia- además de la voz del pueblo. Asimismo, el autor convoca a una “democracia narrativa” en la que las ciencias sociales y el arte, sobre todo la literatura, puedan colaborar en el conocimiento mutuo de los individuos en la sociedad, a que se narren sus historias, y que se preste atención a quienes hoy se sienten invisibles u olvidados.

 

3.     Desplazamientos: populismo y teoría de las democracias contemporáneas

 3.1 De la desacralización de las elecciones al híper-electoralismo

Realizada la síntesis del nuevo libro de Rosanvallon, pasemos ahora a observar algunos de los desplazamientos que esta obra opera respecto de sus trabajos recientes sobre las democracias contemporáneas. Mientras que en sus textos anteriores (Rosanvallon, 2006, 2008), el autor nos hablaba de un proceso de “descentramiento de las democracias” con respecto al pilar electoral-representativo, el populismo aparece poniendo en escena un “híper-electoralismo”. En efecto, el autor había señalado cómo las elecciones venían perdiendo gran parte de sus funciones democráticas, por haber dejado de orientarse por programas en un mundo crecientemente incierto y por haber pasado de significar la opción por un rumbo político a transformarse en la mera selección de gobernantes[3]. Así, Rosanvallon (2008) conceptualizaba democracias con elecciones “desacralizadas”, con un aumento de la desconfianza en los representantes electos, lo que lo llevaba a sostener que las democracias del siglo XXI eran más bien democracias post-electorales (Rosanvallon, 2017). El populismo, en cambio, se apega a la dimensión electoral de las democracias y la exalta, reduciendo lo democrático a lo electoral en todas las instituciones. Lo que no se aborda explícitamente en el nuevo libro, pero se desprende como interrogante en el contexto de la obra reciente del autor, es si los populismos están siendo capaces de re-sacralizar las elecciones en el sentido de volverlas la oportunidad de optar por una visión del mundo. La atmósfera populista en la que viven las distintas democracias, ¿está produciendo un giro que lleva a un regreso a la dimensión electoral? ¿Pueden conjugarse las elecciones desacralizadas con los populismos? La pista que los propios trabajos del autor pueden darnos estaría en su libro sobre el poder ejecutivo y el aumento de la importancia de las personalidades en la política (Rosanvallon, 2015)[4]. Pero queda por ser explorado el modo específico en que los populismos “encantan” las campañas electorales y el efecto que esto produce en la ciudadanía.

 

3.2 De la proximidad al populismo

En su libro sobre la legitimidad democrática, Rosanvallon (2008), había conceptualizado la que llamó “legitimidad de proximidad”, como una tendencia de los gobernantes a mostrarse próximos y atentos a los/as ciudadanos/as. La proximidad implicaba un predominio del principio de identidad sobre el principio de distinción en la representación política; en efecto, los gobernantes se mostraban semejantes a los gobernados, y, por lo tanto, con capacidad de comprensión y de empatía frente a las realidades cotidianas de estos últimos.

La identificación con el líder reaparece con la cuestión del populismo. El libro se detiene en esta forma de representación propia del populismo en la que los líderes se muestran como idénticos al pueblo. La ilustración emblemática es la expresión de Hugo Chávez “Yo soy un Pueblo”. De hecho, es habitual en los estudios sobre populismo que se ponga énfasis en la identificación y que se analicen las formas de presentación de sí de los líderes. Urbinati (2019: 62) afirma que los líderes populistas tienen que presentarse como ciudadanos comunes[5].

La dinámica de una política inmediata (que prescinde de los partidos y de los intermediarios entre el líder personal y la gente) así como intimista (que promueve que los líderes expongan aspectos de su vida cotidiana y familiar, de sus historias de vida) suele hacer que se confundan discursos populistas y de proximidad. De hecho, en los estudios sobre populismo no se realiza esta distinción. Sin que Rosanvallon haya abordado tampoco las especificidades de cada uno, pero inspirándonos en sus propios trabajos previos podemos aventurar las diferencias entre una lógica populista que se cristaliza en la fórmula “Yo soy un Pueblo” y una lógica de proximidad que se traduciría en la fórmula “Yo soy usted/tú/vos”. Si los líderes de proximidad también se presentan como personas comunes, muestran públicamente su intimidad y buscan transmitir una imagen de contacto directo con la gente, es decir, apelan a la identificación, se trata en su caso de un tipo de identificación diferente a la populista. La identificación populista tiene una dimensión colectiva, ya que la admiración al líder redunda en una identificación entre los ciudadanos mismos; es constructora de un Pueblo en el sentido en el que opera la investidura radical en el trabajo de Laclau (2005). Podemos denominarla identificación carismática. El líder es instituyente de la voluntad y del modo de conocer e interpretar la realidad del Pueblo. En cambio, podemos sostener que la identificación de proximidad es anti-carismática, procede uno-a-uno, con una dinámica singularizante, y más que promover la admiración enfatiza en aquellos rasgos que los líderes tienen de ordinario, común o natural (Annunziata, 2018).

Las democracias contemporáneas, por cierto, están signadas por la política inmediata e intimista, debido los fenómenos paralelos de declive de los partidos y de mediatización acentuada por las nuevas tecnologías. Vivimos entre líderes populistas y de proximidad, pero parece necesario continuar conceptualizando sus diferencias para no subsumir todas las experiencias bajo la etiqueta de “populismo”, ya que su naturaleza es tan diversa.

 

3.3 De la contra-democracia al populismo difuso

Uno de los desplazamientos más significativos que opera Rosanvallon en su nuevo libro se da con respecto a su trabajo sobre la contra-democracia (Rosanvallon, 2006). Si allí el populismo aparecía como la forma perversa de la contra-democracia, la deriva impolítica de las manifestaciones de puro rechazo, en su último libro el populismo ha dejado de ser el adjetivo peyorativo que describe un peligro marginal para pasar a ser un fenómeno global y central que debe ser comprendido en términos democráticos.

La contra-democracia es el conjunto de poderes dispersos e indirectos que expresan la soberanía del Pueblo por fuera del pilar electora-representativo: mediante formas de vigilancia, control y denuncia, mediante el recurso a la judicialización y, especialmente, mediante las manifestaciones de rechazo y de veto a las acciones de los gobernantes. La interpretación de Rosanvallon sobre esta figura del pueblo-veto y el rol de la negatividad en la política contemporánea ha constituido un aporte muy relevante. La negatividad predomina como principio organizador ya que, en un mundo des-ideologizado, es más fácil formar mayorías de rechazo que mayorías de acción. Pero el riesgo de la contra-democracia es lo impolítico: por un lado, ciudadanos que parecen consumidores exigentes, criticando al poder hasta volverlo impotente para dar respuestas y sin aspirar a construir alternativas; por otro lado, un conjunto de manifestaciones fragmentadas que no permiten la construcción de una visión común de la sociedad. Lo impolítico no equivale a la despolitización ni a la pasividad; la ciudadanía contemporánea es activa, sólo que su modo particular de politización puede tener efectos perversos. El populismo constituye en este trabajo una forma de lo impolítico, o, en las precisas palabras del autor una “política pura de lo impolítico”, una “contra-democracia absoluta”.

En este nuevo libro han desaparecido los conceptos clave de negatividad y de lo impolítico. La relación entre el populismo y la conformación de mayorías de rechazo podría haber sido un camino fructífero de exploración, en la medida en que parece haber una afinidad estructural entre ambos fenómenos –algo que Laclau (2005) conceptualizó con la noción de antagonismo como propio de toda la política democrática moderna pero que Rosanvallon había identificado muy atinadamente como una tendencia creciente de nuestro mundo post-industrial-. Por otra parte, los populismos ya no son concebidos como la expresión extrema de lo impolítico, porque constituyen una de las dinámicas políticas más difundidas en el presente. Y, si bien llevan a uno de sus límites a la democracia, es innegable que han mostrado una capacidad de construir lo común en muchas sociedades.

Ahora bien, lo que sí tiene un lugar en este nuevo libro de Rosanvallon son las movilizaciones ciudadanas de rechazo de la “clase política” como las recientes de los Chalecos Amarillos en Francia o la Primavera Chilena, pero también las de los movimientos Indignados u Occupy. Pensemos que La contra-democracia… (Rosanvallon, 2006) se publicó, con un formidable carácter precursor, antes de que estallaran la llamada “primavera árabe” o el movimiento de los Indignados. Desde entonces, este tipo de estallidos sociales, protestas de gran magnitud cuestionando el sistema político y rechazando todo tipo de representación y liderazgo, se multiplicaron en el mundo. En su nuevo libro, Rosanvallon (2020) nombra a estas experiencias como “populismo difuso”, populismos sin líder que no buscan conquistar el poder[6]. Pero por qué han dejado de ser al mismo tiempo expresiones de la contra-democracia, del pueblo-veto, permanece como una cuestión irresuelta. Reponer el concepto de negatividad podría contribuir a clarificar la distinción entre las movilizaciones ciudadanas negativas y las experiencias populistas que combinan la negatividad del rechazo al “establishment” con fuertes liderazgos que aspiran al poder.

Finalmente, hay que decir que esta noción de “populismo difuso” resulta muy interesante: si regímenes populistas hay unos cuantos, el populismo difuso está en todas partes, y es por él que podemos aventurar que el siglo XXI es el “siglo del populismo”. Pero el concepto podría ser más amplio, puesto que los estallidos ciudadanos aun siendo muy frecuentes son también esporádicos. Cabe pensar, siguiendo la propia conceptualización del autor, que el populismo difuso podría estar instalado más bien en el espacio público contemporáneo, en los medios de comunicación y en el funcionamiento particular de las redes sociales, que cruzan de manera privilegiada la polarización con la ilusión de inmediatez en el contacto.

 

4.     El populismo de Rosanvallon en su campo de estudios

 

4.1 El populismo como discurso y como forma de gobierno

Los estudios sobre el populismo pueden ser agrupados en dos grandes conjuntos: los que lo comprenden como un fenómeno discursivo, un tipo de discurso político para la formación de mayorías, y los que lo entienden como una forma de gobierno o un modo de ejercicio del poder. El libro de Rosanvallon parece proponer una lectura del populismo en la que este constituye un tipo de discurso y modo un ejercicio del poder al mismo tiempo. Pero esto no se produce sin tensiones conceptuales.

Si el populismo fuera sólo un tipo de discurso, en el que se apela a la construcción de un Pueblo lo más amplio posible contra Otro que representa el poder concentrado o la élite, tal como muy bien lo demostró Laclau (2005), todo discurso político democrático sería en cierto grado populista, desde el momento que tiene que conquistar a las mayorías. Pero así permanecemos en un formalismo que no nos da herramientas efectivas para separar los populismos de los que no lo son.

Casullo (2019) ordena los estudios sobre populismo distinguiendo las visiones economicistas que lo han identificado con políticas económicas expansivas[7], las visiones sociológicas que lo han tratado como coaliciones específicas de clases y los enfoques propiamente políticos, que serían los predominantes en los últimos años. Dentro de este grupo están quienes lo entienden como un discurso, cuyos exponentes serían Laclau (2005) y Mouffe (2018); quienes lo ven como una estrategia de poder personal, como un modo de acumular poder de los líderes, visión representada por Weyland (2001); quienes lo entienden como una ideología delgada basada en un discurso moral y anti-élite, posición expresada en los trabajos de Mudde y Rovira Kaltwasser (Mudde, 2017; Mudde y Rovira Kaltwasser, 2013); y, finalmente, quienes lo comprenden como una performance, una forma de auto-presentación de los líderes en público y especialmente en los medios que activa significantes socio-culturales a partir de la ropa, la gestualidad, los acentos, visión representada sobre todo por Ostiguy (2017) o Moffit (2016).

Los enfoques discursivos, ideológicos o estilísticos no se preocupan generalmente por la forma específica de gobierno populista. Contribuyen mejor a explicar los modos de conquista del poder que de ejercicio del mismo. A estas visiones les falta una comprensión del populismo como fenómeno gubernamental (Peruzzotti, 2017). En su trabajo más reciente sobre el tema, Urbinati (2019) convoca a pensar los gobiernos populistas, abandonando las perspectivas previas tanto minimalistas como maximalistas, porque ambas son limitadas para explicar lo hace al populismo un poder gobernante. El libro de Rosanvallon se inscribe en esta fructífera tendencia. Al definir al populismo mediante las cinco dimensiones de una cultura política que se expresa de tres modos -como populismo difuso, como movimientos y como regímenes populistas- este trabajo tiene la ventaja de aportar una interpretación específica para los populismos que gobiernan, particularmente en lo relativo a la crítica de su búsqueda de irreversibilidad. La desventaja, en cambio, es que al trabajar con las diversas expresiones en conjunto, gran parte de la “esencia” del populismo sigue estando para Rosanvallon definida a partir del discurso de Mélenchon o de Le Pen. En su opinión, los populismos transforman en políticas lo que era del orden de una estrategia electoral. Podríamos reinterpretar esta expresión considerando a los populismos como gobiernos que actúan como si todavía no hubieran ganado las elecciones, denunciando a los poderes fácticos o reales que los amenazan[8]. Esto podría constituir una pista interesante para que la definición del populismo gane en especificidad,[9] sobre todo porque se articula bien con la noción de democracia polarizada: un gobierno que no se asume completamente en el poder puede seguir denunciando a las élites y actuando en términos de “nosotros” y “ellos”. No obstante, esto implicaría que las experiencias verdaderamente populistas fueran sólo aquellas que llegaron al gobierno.

Una de las virtudes del trabajo de Urbinati (2019), en este sentido, es que toma la decisión de concentrase en los que llama “gobiernos populistas”. Este aspecto también plantea un interrogante respecto del libro de Rosanvallon: ¿por qué elige denominarlos “regímenes” y no “gobiernos”? En la noción de régimen parece haber una señal de salida de la democracia, parece estar ya operado el pasaje a la “democradura”.

 

4.2. El populismo en el límite de la democracia

El libro se inscribe también en la tendencia de los estudios políticos que asumen al fenómeno populista como propiamente democrático. Alejándose de sus propios trabajos anteriores, el autor ya no ve al populismo como la patología de la democracia o como su opuesto. Según Rosanvallon, tendríamos que suponer que las democracias existentes son referencias perfectas del proyecto democrático para entender al populismo simplemente como su enfermedad. Vivimos en democracias desencantadas, experimentadas como “oligárquicas” –para usar otra de las figuras límite que propone el autor- en las que los sentimientos de olvido y de abandono de la población hacen sentido y si el populismo reacciona a este escenario no puede ser simplemente una perversión. Pero el populismo no es tampoco el fenómeno democrático en sí, como lo asumen quienes lo definen como la lógica esencial de toda política y de toda democracia, en la línea de los trabajos de Laclau y Mouffe. Esta perspectiva subestima el modo en que el populismo simplifica la democracia y la conduce a uno de sus límites.

El libro de Rosanvallon se inscribe así en una senda –la de concebir al populismo como interno a la democracia- de la que participan muchos trabajos recientes en este campo de estudios. La ya mencionada Urbinati (2019) es un buen ejemplo, en la medida en que entiende al populismo como una forma que puede adquirir la representación política en el contexto de la democracia de audiencias. El anti-elitismo populista es básicamente democrático. Otros autores han hablado del populismo como el “sub-producto de la democracia” (Casullo, 2019) o como la “periferia interior de la democracia” (Arditi, 2011). En todos los casos, coinciden en rechazar tanto la antonimia como la sinonimia entre populismo y democracia, y en pensar al populismo como una de las formas de la democracia, pero no cualquiera de ellas, sino una que se encuentra en sus bordes, que la lleva a sus límites o la tensiona.

En este punto Rosanvallon da un paso más y brinda un aporte sustantivo al campo de estudios. Su teoría de la democracia como experiencia permite comprender que el populismo es una forma de responder con simplificaciones a sus aporías constitutivas (las que se desprenden de que en la democracia el poder provenga del pueblo y no sea de nadie al mismo tiempo). Además, y sobre todo, nos permite distinguirla de las otras formas simplificadas de responder a las mismas, de otras figuras límite de la democracia[10]. Esto nos conecta con el punto siguiente.

 

4.3.Populismo y totalitarismo

Una contribución interesante del libro es la de echar luz sobre la diferencia entre populismo y totalitarismo. Partiendo de un enfoque lefortiano -que es también dicho sea de paso el compartido por Rosanvallon-, varios trabajos previos sobre populismo han tendido a observar en el mismo una búsqueda del Pueblo-Uno y de eliminación de la división social. Es decir, han visto en el populismo un semi-totalitarismo o un totalitarismo a medio camino. Autores como Arditi (2011) consideraron así como el reverso anti-democrático del populismo esta atracción del fantasma del Pueblo-Uno. En esa línea, Carlos de la Torre sostenía, por ejemplo que “El imaginario populista se encuentra entre la democracia y el totalitarismo” (De la Torre, 2016: 133). Para el autor, los populistas ven al pueblo como unitario, como una entidad con una única voluntad y conciencia (De la Torre, 2019). Esta mirada se alinea también con el influyente planteo de Laclau (2005) según el cual el populismo tendría una estructura de sinécdoque en la que una parte (la plebs) aspira al ser el todo de la comunidad (el populus).

Si bien Rosanvallon no llega a alejarse por completo de esta caracterización cuando define en la primera parte del libro al populismo y su forma de concebir al Pueblo homogéneo, lo cierto es que finalmente nos muestra que la populista y la totalitaria derivan de simplificaciones de la democracia de distinta naturaleza y constituyen dos diversas figuras de la democracia-límite. El populismo se presenta como una política de la parcialidad; una parte de la sociedad se considera más legítima que la otra, pero sigue necesitando y viviendo de su existencia, no busca eliminarla del todo social. Por eso el concepto clave para comprender la figura de la democracia límite a la que tiende el populismo es el de polarización o democracia polarizada. Es Urbinati (2019) quien más ha trabajado sobre este aspecto del populismo, poco pensado hasta al momento; para ella el populismo es más la parte contra la parte que la parte que quiere ser el todo. El populismo tiene un carácter faccioso más que totalitario porque no anula la división social sino que hace de esta su razón de ser. Con su concepto de democracia polarizada Rosanvallon adelanta una pista fundamental para seguir pensado este problema.

 

4.4. El populismo y los actores de la intermediación política

Uno de los blancos de crítica privilegiados del populismo son los partidos políticos, en la medida en que este aspira al contacto directo entre el líder y la ciudadanía y que los primeros constituyen los actores por excelencia de la intermediación. Los estudios sobre populismo tienden a conceptualizarlo como una política inmediata y contraria a los actores intermediarios, con una retórica según la cual todo el sistema de mediaciones está corrompido, cooptado por una élite que no representa verdaderamente a las personas comunes (Peruzzotti, 2017; Urbinati, 2019). Partidos, sindicatos, medios de comunicación, corporaciones, suelen ser “el establishment” contra el que el populismo se levanta.

Muchos de los que observan los peligros del populismo consideran, de modo implícito o explícito, que la solución sería volver a una democracia de partidos como tuvimos en el pasado. Partidos políticos fuertes y estables serían un antídoto contra el populismo. Los trabajos de Urbinati se inscriben claramente en esta perspectiva. Rosanvallon, en cambio, tiene una posición más innovadora y menos nostálgica en este punto: si los partidos no cumplen con las mismas funciones democráticas que en el pasado, entonces ya no se trata de volver a un modelo de democracia de otro tiempo, sino de sino de complejizarla con otras formas de representación y participación.

 

4.5. El populismo y las pasiones

Mencionemos por último un aspecto del populismo que no suele ser abordado en detalle por los estudios sobre el tema: nos referimos a su carácter emocional y pasional. Laclau fue quien le otorgó al afecto un rol fundamental en la creación de las identidades políticas populistas, al establecer la equivalencia entre la hegemonía y el proceso de investidura radical. Los trabajos que se inscriben en el enfoque perfomativo y que prestan atención a aspectos no verbales de los discursos de los líderes también abordan tangencialmente la dimensión emocional del populismo. Pero Rosanvallon realiza en este sentido una contribución original al distinguir distintos tipos de pasiones movilizadas por los populismos, que le permite ir más allá del afecto hacia el líder. Así, puede pensar, sobre todo, en una clase intelectual de pasiones que florecen muy fácilmente en el contexto de un espacio público contemporáneo y una democracia polarizada: las que denomina “complotistas”. Una pista que ofrece su libro es esta afinidad entre los populismos y las teorías del complot; esto pone de relieve también la gran capacidad de los populismos –no reconocida por el autor- para generar narrativas y relatos, para darle una dimensión cognitiva, explicativa, pedagógica a la representación política en sociedades que, como bien lo ha puntualizado el propio Rosanvallon, se han vuelto crecientemente ilegibles[11]. En sociedades que no están simplemente regidas por conflictos de interés, sino de valores, no negociables, se hace lugar el populismo como un “régimen de las pasiones”.

 

5.     Conclusión

Habiendo revisado los desplazamientos principales que este nuevo libro opera en la propia obra de Rosanvallon, así como el modo en que sus distintos aspectos dialogan con los estudios sobre el populismo, podemos concluir que el aporte más significativo de este trabajo es que viene completar una teoría de la democracia capaz de dar cuenta de sus complejizaciones y de sus simplificaciones al mismo tiempo. Se trata de una teoría triangular, que asocia los vértices a los distintos límites que se ciernen sobre las sociedades democráticas: oligarquización, totalitarismo y democradura. Nuestra época pareciera estar signada por una oscilación entre oligarquías electivas y populismos, y, lo cierto es que hay muchas más democracias en las que la ciudadanía experimenta esta distancia con una clase política auto-interesada que democracias en la que el riesgo es el populismo. La pregunta que queda es: ¿qué democracias hay en el centro del triángulo? ¿O acaso las democracias viven en sus bordes y ese centro viene a representar un ideal?

 Por otra parte, en definitiva, el libro pone más énfasis en los peligros del populismo que en su carácter democrático[12]. ¿Qué es finalmente lo que el populismo tiene de democrático? Desde un enfoque similar, Urbinati (2019) es más explícita sobre aquello que el populismo tiene de democrático y que lo vuelve incompatible con formas de política no-democrática: en última instancia el populismo es un modo de construir un sujeto colectivo en base al consentimiento y de cuestionar un orden social en nombre de los intereses del Pueblo. Creemos que una perspectiva interesante sobre la que el libro de Rosanvallon no avanza pero que podría resultar compatible es la propuesta por McCormick (2017), quien entiende al populismo como apoyo para la transformación de las democracias. Sabemos que las democracias electorales son oligarquías; el populismo podría ser un motor para las reformas que necesitan hoy las democracias electorales-representativas, aunque solo sea en el momento inicial, porque lo cierto es que reproduce las deficiencias de las democracias actuales, cuando le da el poder a otro que no es el Pueblo para que actúe en su nombre. Las aspiraciones populistas podrían ayudar a los ciudadanos a movilizarse en función de instituciones políticas que hagan a los gobiernos representativos más democráticos.

 

 

Bibliografía

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-De la Torre, C. (2019). Routledge Handbook of Global Populism. NY: Routledge.

-Laclau, E. (2005): La razón populista. Buenos Aires: FCE

-McCormick, J. (2017). The Contemporary Crisis of Democracy and the Populist Cry of Pain. Iride, 44(3), pp. 539–554.

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-Peruzzotti, E. (2017). El populismo como ejercicio de poder gubernamental y la amenaza de hibridación de la democracia liberal. Revista SAAP, 11(2), pp. 213-225

-Rosanvallon, P. (2006). La contre-démocratie. La politique à l’âge de la défiance, Paris: Seuil.

-Rosanvallon, P. (2008). La légitimité démocratique. Impartialité, réflexivité, proximité, Paris: Seuil.

-Rosanvallon, P. (2011). La société des égaux, Paris: Seuil.

-Rosanvallon, P. (2015). Le bon gouvernement, Paris: Seuil.

-Rosanvallon, P. (2017). La democracia del siglo XXI”, en Nueva Sociedad, (269), mayo-junio de 2017.

-Rosanvallon, P. (2020). Le siècle du populisme. Histoire, théorie, critique, Paris: Seuil.

-Urbinati, N. (2019). Me The People. How Populism Transforms Democracy, London: Hadvard University Press.

-Weyland, K. (2017). Populism: A Political-Strategic Approach. En Kaltwaser Rovira, C., Taggart, P., Ochoa Espejo, P. y Ostiguy, P. (eds), The Oxford Handbook of Populism. Oxford: Oxford University Press.

 

 

 

 

 

 

 



[1] Publicado originalmente por Éditions du Seuil: Le siècle du populisme. Histoire, théorie, critique (Paris, 2020).

[2] Se trata de uno de los pasajes más ricos del libro, pero también de una crítica que va más allá del populismo, por lo que no nos detendremos aquí en este punto. Mencionemos simplemente que el argumento apunta al oscurecimiento de la responsabilidad de la decisión, la calidad de la deliberación y las condiciones de puesta en marcha de la decisión.

 

[3] O incluso en la “des-elección” de malos gobernantes. En efecto, Rosanvallon (2006) ha argumentado sobre el peso de la negatividad en los procesos electorales y no solamente en las actividades ciudadanas contrademocráticas. En el contexto de una política desideologizada aumenta el peso del “voto rechazo” al punto que las elecciones se convierten en “des-elecciones”, y en las campañas electorales simplemente las oposiciones critican y los oficialismos se defienden.

[4] En efecto, como sostiene el autor en una entrevista reciente, para los populismos la elección central es la del jefe del Estado, no hay régimen populista que no cuente con la elección directa del jefe del Estado y las elecciones son “plebiscitarias”. (Annunziata, 2021). Para el autor, la posibilidad de imputar una responsabilidad es una ventaja de la personalización de la política democrática (Rosanvallon, 2015). Desde una perspectiva similar, Bernard Manin ha explicitado un efecto positivo de la personalización en las campañas electorales: “Una de las ventajas de la personalización es que moviliza la atención, o la energía, o, en todo caso, la vivacidad de los electores (…) es un factor que contribuye a la democracia dado que genera el interés de los ciudadanos” (Annunziata, 2013: 171).

[5] Sobre los estudios centrados en la performance populista y sus estilos de enunciación, ver Casullo (2020).

[6] Si bien las perspectivas de Urbinati (2019) y de Rosanvallon son bastante similares, la autora opta explícitamente por no llamar populistas a las experiencias de movimientos populares sin liderazgo.

[7] El enfoque de Rosanvallon toma en cuenta la dimensión económica, pero no para identificar al populismo con medidas económicas concretas sino con una reivindicación nacionalista no siempre coherente recuperar el control y la capacidad de acción de la política frente a la globalización liberal. 

[8] Esta redefinición que proponemos le cabría, por ejemplo, al caso de Orbán en Hungría quien, para Rosanvallon, entiende a la prensa como un instrumento de intereses particulares (Annunziata, 2021). También haría sentido con los esfuerzos de modificación institucional para mantenerse en el poder de Putin en Rusia, Chávez en Venezuela, Correa en Ecuador, Morales en Bolivia (Rosanvallon, 2020). Es decir, el hecho de que los populismos se enfrenten a “poderes fácticos” como si el resultado de las urnas no les hubiera otorgado el verdadero poder, es lo que podría explicar su degeneración en democradura, el ataque a instituciones que se suponen depositarias de un “poder real” impidiendo gobernar a los representantes electos por el Pueblo.

[9] En este sentido, Casullo (2018) subraya que el discurso populista se radicaliza en lugar de moderarse una vez en el gobierno, y Urbinati (2019) enfatiza el rasgo de “campaña permanente” de los populismos.

[10] Rosanvallon recuerda que debemos entender las figuras de las democracias límite como puntos de referencia y no como modelos, y que no son de la misma naturaleza: cuando nos acercamos a los bordes de la democracia, en un caso puede ser la oligarquía y en otro puede ser el campo de concentración (Annunziata, 2021).

[11] La dimensión narrativa de la democracia se transforma en un imperativo para el buen “representar” en sociedades que ya no se entienden en términos de clases y condiciones sociales estables, y que al mismo tiempo están atravesadas por fuertes crisis y momentos de incertidumbre (Rosanvallon, 2011, 2017). Rosanvallon apela, de hecho, en la última parte del libro a una “democracia narrativa”, pero no le reconoce al populismo esta gran capacidad narrar y crear relatos que podría explicar en parte su atractivo actual.

[12] Como vimos, hay dos aspectos poco claros en el entrecruzamiento entre las tres formas de expresión del populismo y las figuras de la democracia límite que propone el libro. En primer lugar, aparece como una teleología no explícita que iría del populismo difuso, a los movimientos populistas para terminar en los regímenes populistas y desembocar, tarde o temprano, en las democraduras. Estas formas podrían aparecer así como etapas de una radicalización inevitable, de una evolución necesaria, lo que sería por cierto contradictorio con la propia concepción de lo político y de la democracia del autor. La segunda imprecisión proviene de la categoría elegida para nombrar a los populismos que llegan al gobierno: “regímenes”. Esta categoría puede hacer pensar que el populismo es un tipo de régimen político diferente a la democracia, reforzando entonces la lectura de que es cuestión de tiempo que un gobierno populista degenere en democradura y abandone la democracia.