La “autogestión” en
SEGBA: entramado conceptual de una experiencia singular (1964-1973)
GABRIELA SCODELLER
Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas. (CONICET)
Instituto de Ciencias
Humanas, Sociales y Ambientales – CCT Mendoza
Facultad de Ciencias
Políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Cuyo (UNC)
Mendoza, Argentina
PolHis, Revista Bibliográfica Del
Programa Interuniversitario De Historia Política,
Año 14, N° 27, pp. 160-187
Enero- Junio de 2021
ISSN 1853-7723
Fecha de recepción:
21/12/2020 - Fecha de aceptación: 12/03/2021
Resumen
El artículo analiza el entramado conceptual
de la experiencia de “autogestión” desarrollada en SEGBA entre 1973 y 1976,
argumentando que la misma se gestó en diálogo con los diversos modelos de
gestión entonces disponibles a escala internacional y donde el caso yugoslavo
circuló temprana y fuertemente por el imaginario lucifuercista. Busca advertir
en qué clave la misma fue entonces discutida por sus protagonistas, lo cual
permite descubrir una profunda reflexión al interior del Sindicato Luz y Fuerza
Capital Federal con relación al tema de la participación, a la vez que muestra
distintas concepciones en disputa al interior del sindicato que la puso en
marcha. Para ello se observan los distintos viajes e intercambios de los
dirigentes sindicales y expertos vinculados al mismo, a través de su prensa
sindical.
Palabras
Clave
Participación sindical - Autogestión - SEGBA - Sindicato
Luz y Fuerza Capital Federal
“Self-management”
in SEGBA: conceptual weaving of a singular experience (1964-1973)
Abstract
This article analyzes
the conceptual framework of “self-management” at SEGBA (Electricity Services of
Greater Buenos Aires) from 1973 to 1976, arguing that this experience
originated from several international management models available at the time,
where the Yugoslav case had an early and strong impact on the members of the
Luz y Fuerza Capital Federal (Light and Power Workers’ Union of the City of
Buenos Aires) trade union. This article seeks to determine from what
perspective the experience was discussed by its main actors, which leads to the
discovery of a deep reflection about participation showing conflicting points
of view within the union that launched the experience. To this end, union
publications that described the different trips and exchanges of union leaders
and their advisors were explored.
Keywords
Union participation -
Self-management - SEGBA - Luz y Fuerza Capital Federal Union
El circuito de un concepto
Se habla ahí de comunidad organizada, se
habla de comunidad de servicios y surge de Perón la idea de “autogestión”. La
denominación de “autogestión” en nuestro caso nada tenía que ver con los
yugoslavos. Les relato cómo fue. Se buscaba darle la forma a la palabra
comunidad, entonces se llegó a la conclusión de que la mejor forma de definirla
era mediante el término “autogestión”. Preocupado por los etiquetamientos que
pudieran ponernos le dije a Perón: “Nos van a acusar de marxistas, General”.
Perón sonrió y nos tranquilizó: “La palabra autogestión no tiene nada de
marxista, absolutamente. La palabra autogestión tiene valor cristiano y
comunitario”. Así de simple nació la idea de hacer una autogestión comunitaria
(Taccone, 1983, p 18)
La extensa cita con la
que elegimos comenzar este trabajo corresponde a uno de los principales
referentes de la experiencia sobre la cual nos interesa reflexionar, el
presidente de la autogestionada empresa de Servicios Eléctricos del Gran Buenos
Aires (SEGBA), Juan José Taccone. Según lo expresado en la entrevista, el
proceso de autogestión desarrollado entre 1973 y 1976 habría surgido de la
elucubración individual del líder peronista y anclaba en las raíces ideológicas
de dicho movimiento. A contrapelo del relato que ofrece el máximo dirigente
lucifuercista de la época[1],
en el presente artículo nos interesa analizar el entramado conceptual de dicha
experiencia, que lejos de no contar con referencias históricas o teóricas,
dialogó con los diversos modelos de gestión entonces disponibles a escala
internacional.
Para ello
observaremos los distintos viajes e instancias de intercambio de las que
participaron dirigentes sindicales y/o técnicos vinculados al Sindicato Luz y
Fuerza Capital Federal (en adelante LyF) y donde, a diferencia de lo que
posteriormente se sostuvo, el caso yugoslavo circuló temprana y fuertemente por
la reflexión lucifuercista. Este no es un estudio de memoria que pretenda
explorar por qué dicha arista fue posteriormente omitida o silenciada, más bien
nos interesa advertir en qué clave la misma fue entonces traída o discutida por
sus protagonistas. Ello nos permitirá descubrir una profunda búsqueda y
reflexión al interior de LyF en relación al tema de la participación, y a la
vez, mostrar distintas concepciones en disputa en el interior del sindicato que
la puso en marcha.
Las concepciones y
los esquemas con que se pensó y formuló la participación sindical desde las
organizaciones obreras, políticas o empresariales fueron muy diversas a lo
largo del siglo XX. Pero en el contexto de creciente conflictividad social de
los años sesenta y setenta existió cierto consenso en torno a la necesidad de ampliar los canales de
participación de los trabajadores en la toma de decisiones como mecanismo para resolver o anular el conflicto, vale decir, como
garantía de control sobre la efervescencia obrera fuera de las fábricas y de
gestión de la mano de obra dentro de las mismas. Esta perspectiva fue en gran
medida patrocinada y puesta en circulación por la Organización Internacional
del Trabajo (OIT).
En este marco, para
muchos el modelo yugoslavo cobró particular relevancia por cuanto representaba una vía alternativa entre los
modelos socialista soviético y capitalista en que la Guerra Fría había organizado el mundo[2]. Así, las agendas de occidente se cruzaron con
el interés de los propios líderes yugoslavos por difundir su modelo, dando
lugar a la circulación del mismo por un sinnúmero de espacios sindicales, redes
académico-intelectuales y organismos estatales o intergubernamentales
(Zaccaria, 2018). Como decíamos, la OIT ocupó un lugar central en esta
dinámica, a partir del análisis de los distintos modelos de planificación,
participación y gestión que realizaba su Instituto Internacional de Estudios
Laborales (IIEL), y puntualmente a través del estudio y divulgación de la
experiencia yugoslava. Los usos de estos insumos variaron según el horizonte de
lectura y generaron una diversidad de apropiaciones dado el conjunto
heterogéneo de actores que los recibían. Pero en general, la experiencia quedó
acotada al nivel de la empresa, estando el interés puesto en el funcionamiento
de este sistema como forma de organizar la fuerza de trabajo. Siempre bajo la
lente de la OIT, ello suponía la introducción de un concepto menos radical de participación
¾donde el poder de
decisión era compartido con la gerencia y/o con el Estado (Zaccaria, 2018, p.
225).
Como veremos, para
los lucifuercistas el caso yugoslavo se volvió un faro a observar, por ello
resulta de interés indagar cómo llegaron a este y a otros modelos. En las
páginas que siguen proponemos un recorrido por el máximo órgano de expresión
del ideario sindical, la publicación Dinamis
en sus diversos formatos[3],
con el objeto de analizar si el acercamiento a las distintas experiencias se
dio en forma directa o estuvo mediado por otros organismos, qué aspectos les
resultaron significativos y desde qué clave fueron leídas. Comenzamos en 1964
pues es a partir de entonces que se produjo, en la figura de los Directores
obreros de las empresas prestatarias del servicio eléctrico[4], la
primera ¾ si bien parcial¾ materialización de una demanda
recurrente por parte de LyF: la participación de los trabajadores no solo en la
gestión de las empresas sino en ámbitos gubernamentales. Nos detenemos en 1973
puesto que no es nuestro interés escudriñar qué elementos de dichos modelos
finalmente se pusieron en práctica en la empresa autogestionada, cuestión que
dejamos planteada para otro trabajo.
Antes de iniciar
nuestro recorrido, recordemos que LyF nucleaba al personal de todas las
categorías de las empresas abocadas a la producción, transmisión, distribución
y comercialización de energía eléctrica para el área de Capital Federal y Gran
Buenos Aires: AyEE, CIAE y SEGBA[5].
Era el principal sindicato dentro del sector, tanto desde el punto de vista
numérico[6]
como por la situación ventajosa en que se encontraban sus trabajadores gracias
a la continua firma de convenios colectivos muy favorables (Graziano, 1989, p.
66). A esto se sumaba la existencia de una imponente estructura proveedora de
servicios sociales para sus miembros (Haidar, 2017, pp. 148-154). Es decir, se
trataba de un sindicato de peso dentro de la estructura sindical argentina ¾ y en particular dentro de la FATLyF¾ por su desarrollo organizativo,
patrimonial, niveles de afiliación, y que además representaba a un sector
estratégico de la economía (Ghigliani y Grigera, 2011).
Viajes
e intercambios con el viejo mundo
La
conducción de LyF buscó referencias a sus expectativas de participación en los diversos
modelos entonces vigentes en el resto del mundo. Para ello se nutrió de
variadas lecturas, pero también viajó a conocerlos de primera mano, gracias a
los intercambios promovidos por las distintas organizaciones internacionales
(en especial la OIT). Al igual que su preocupación por la formación
político-técnica de trabajadores y cuadros en la materia, los nexos tejidos a
escala internacional remitían a épocas tempranas. Como se verá, si bien hubo
otras influencias, el nexo con el caso que nominó la experiencia desarrollada
en SEGBA a partir de 1973, el yugoslavo, fue el más resonante.
Si
bien podríamos dar cuenta de viajes previos[7] y
menciones en su prensa a procesos de participación en algunos países europeos,
1970 es clave para entender una serie de reflexiones posteriores, donde los
intercambios con el viejo mundo ocuparon un lugar destacado. En buena parte,
dicho proceso va a estar inicialmente mediado por las figuras de intelectuales,
expertos y organismos internacionales.
Ese
año, el sociólogo Julio Cesar Neffa[8],
becado por la OIT, realizó un viaje a Yugoslavia para de estudiar el tema de la
autogestión obrera. Sus reflexiones se volcarían en una extensa nota en la
revista sindical Dinamis, en donde
destacaba los siguientes puntos sobre la autogestión. Como parte de los países
no alineados del Tercer Mundo, esta representaba una opción válida a mirar
desde un sindicato argentino encuadrado en los postulados peronistas en torno a
la tercera posición. Se la rescataba en tanto buscaba “construir una sociedad
socialista sin las presiones y las restricciones de tipo staliniano”, y al ser
novedosa en ese aspecto, se enfatizaba la continua adopción de modificaciones
“con criterio empírico, libre de ataduras doctrinarias”. Para el observador
esto se traducía en un engranaje que en lo relativo a las empresas mostraba
“una gran autonomía en la toma de decisiones” por no estar “sometidas al
centralismo del Estado y a las rigideces de la planificación imperativa”, ni
quedar las decisiones reducidas a los dirigentes de la empresa sino que
dependían del conjunto de los trabajadores[9]. En
esta línea, se detenía en la descripción de los mecanismos de funcionamiento
introducidos a fin de intentar evitar la burocratización. En términos
generales, destacaba las posibilidades y resultados tanto desde el punto de
vista económico como social pero fundamentalmente, en términos humanos ¾“el ejercicio de su inteligencia creadora y de
su responsabilidad”¾, aspecto que se conectaría con la matriz socialcristiana de LyF.
Finalmente, Neffa dedicaba unas líneas a la posibilidad de extraer “elementos
de juicio” de esta experiencia que resultasen pertinentes a la hora de pensar
la participación obrera en un contexto que no obedecía a “un ordenamiento de
signo socialista” como el argentino, concluyendo que sus resultados eran
“particularmente útiles para... cualquier otro mecanismo de participacion que
pudiera formularse”[10].
Tres meses después
aparecerían referencias al sistema de cogestión alemán en un informe de Dardo
Cúneo[11]. Escrito luego de una visita a la Alemania Federal
(gestionada por el gobierno de dicho país) el ensayo se detenía en el proceso
histórico de su construcción, la concepción de fondo y los logros obtenidos. Citando extensamente documentos
correspondientes a distintos encuentros obreros, esgrimía la necesidad de
extender la búsqueda de participación en la conducción económica de las
empresas a la economía nacional y a los organismos de integración europea. Se
enfatizaba que no existía contradicción entre planificación económica y
libertad de mercado, aunque la cogestión se plantease desde la perspectiva
sindical como un freno a la concentración de poder de los monopolios, ante lo
cual el Estado debía planificar “a favor de la libertad”[12].
Coincidentemente con el artículo de Neffa, aquí también se señalaba un elemento
caro a los lucifuercistas: el vínculo entre valores y economía. Así, recordaba
Cúneo que la cogestión procuraba “la exaltación de los valores humanos a través
de la humanización de la economía”[13].
Sin
negar las dificultades en la “batalla por la co-gestión” dada “la resistencia
de grandes sectores sociales y empresarios”[14],
Cuneo ponía el foco en el factor “orden” asociado a la participación sindical,
argumentando que el “sistema” buscaba “la democratización de la economía
empresaria a la vez que se proyectaba sobre los procesos de producción para
asegurar el esfuerzo disciplinado de los trabajadores”. Se lo muestra como un
modelo efectivo para paliar la conflictividad laboral, sobre todo en contextos
de cambio tecnológico. Ya desde uno de los subtítulos que caracterizaba a la
cogestión como un “instrumento responsable”, el intelectual argentino diría
que: “La fuerza sindical se consolida como decisivo factor de orden en la
medida en que ejerce su poder a través de la co-gestión”. En esta línea,
ofrecía una serie de datos que mostraban el descenso rotundo de la
conflictividad laboral en Alemania desde 1951 ¾comparativamente con otros países¾, enfatizando que en conversaciones con
funcionarios oficiales se recogía la interpretación de que: “‘Este sistema [de
co-gestión] ha contribuido a determinar el bajo número de huelgas’” [15].
Una
vez más entraría en escena Yugoslavia, a partir de dos importantes
acontecimientos que tuvieron lugar en mayo de 1971: el ‘II Congreso de los
Autogestores Yugoslavos’ (celebrado en Sarajevo) y la ‘Mesa Redonda
Internacional sobre la participacion de los trabajadores en la toma de
decisiones’. Neffa asistió a ambos, pero esta vez como enviado especial de LyF.
El primero de estos eventos reunió a más de 2300 delegados de los distintos
órganos de autogestión de las seis repúblicas federadas, a los fines de evaluar
la marcha del proceso iniciado en 1950. Según el observador, las comisiones
habían mantenido un debate profundo, con altos niveles de crítica y
autocrítica, en base a un temario cuidadosamente elaborado por expertos en el
tema. Y enfatizaba que, en sintonía con “las fuertes expresiones contrarias al
estatismo, a la burocracia, y a la tecnocracia, considerados como los enemigos
más enconados de la realización de los ideales de la Comuna en su versión
yugoslava”[16],
paulatinamente “el nivel al cual se toman las decisiones desciende, para
permitir que todos los trabajadores directos puedan hacer escuchar su voz y
tomar parte en la formulación e implementación de las decisiones concernientes
a la gestión de las empresas”[17].
La Mesa Redonda que siguió a este Congreso fue, según Neffa, un “acontecimiento
histórico para el Movimiento Obrero Internacional”, puesto que tuvo la virtud
de reunir a más de cien organizaciones sindicales provenientes de cincuenta
países y adheridas a las tres tendencias ideológicas mundiales, a discutir
sobre las experiencias de participacion de los trabajadores en sistemas
políticos sumamente diferentes; cuestión que, remarcaba, solo los yugoslavos estaban en condiciones de
realizar por su prescindencia de ambos bloques de la guerra fría. El sociólogo
argentino destacaba las intervenciones de algunos países socialistas, en tanto
tradicionalmente se habían mostrado reticentes y contrarios a estas prácticas.
A su vez, lamentaba el escaso rol de los sindicalistas latinoamericanos,
quienes “no estuvieron al mismo nivel que sus colegas europeos, asiáticos y
africanos” por cuanto, sostenía, no solo
eran escasos los países donde se encontraban experiencias generalizadas
de participación, sino que recién comenzaban “a estudiarse al nivel de los
cuadros dirigentes, a pesar de las frecuentes menciones al tema”.[18]
Pero
estas búsquedas no estarían siempre mediadas por expertos e intelectuales, o
por las visitas de representantes sindicales, gubernamentales o de organismos
internacionales[19].
Bajo el sugestivo título “La teoría del sacrificio. [Luis] Angeleri señala la
estructura del ‘milagro alemán’”[20],
la revista Dinamis realizó en 1965
una entrevista al dirigente lucifuercista[21] y
entonces secretario de prensa de la CGT, con motivo de su viaje a la 49ª
Conferencia de la OIT. Como luego quedaría de manifiesto en su libro Los sindicatos argentinos son poder
(1970), ya desde entonces mostraba una particular afección por el modelo de
cogestión de la Alemania Occidental. En esta extensa obra, como parte de la
“experiencia internacional” describía los jurados de empresa españoles,
mencionaba brevemente la importancia de Yugoslavia y resaltaba muy
positivamente el sistema implementado por la confederación general del trabajo
israelí Histadrut ¾que logró conocer de primera mano a partir de un viaje a Israel, también
en 1965. Este capítulo sobre “La participación de
los trabajadores en la dirección y conducción de las empresas” incluía asimismo
extensas citas de las encíclicas papales postconciliares.
Ya
en octubre de 1971, cinco dirigentes[22] de
LyF viajaron invitados por el gobierno yugoslavo y la empresa Electricite de
France, con la intención de analizar los grados de participación de los
trabajadores en dichos países y, más puntualmente, “observar en forma personal
la experiencia que los yugoslavos están efectuando con su modelo
autogestionario”[23].
Durante su estadía en Francia, la comitiva se encontró con sus pares del
Sindicato de Gas y Electricidad y con referentes de la Confederación Francesa
Democrática del Trabajo (CFDT). A partir de dichos intercambios advirtieron que
allí la participación de los trabajadores se limitaba a unas pocas experiencias en empresas
estatales, siendo el sector de la electricidad uno de los casos en los que se
había logrado avanzar en este sentido. De hecho, según la
comitiva, al comentar sobre la figura de los Directores obreros en Argentina,
sus pares franceses se habrían mostrado “vivamente interesados por conocer los
pormenores de nuestra experiencia”[24].
En
el informe de la comitiva se mencionaba la perspectiva de las tres centrales
obreras francesas respecto de la cuestión de la participación, aunque de un
modo mucho más detallado se presentaba el posicionamiento de la CFDT. Se
introducía también en debates de índole teórico y político al comentar que
dicha Confederación no aceptaba la mera participación en las ganancias, en
tanto esta nada significaba si no se producían cambios de fondo en las
estructuras del poder. Articulaban lo anterior a una concepción que les era
cara, la participación como forma de
realización integral del sujeto, cuando afirmaban que: “El hombre, más allá de
sus apetencias materiales, anhela por sobre todas las cosas realizarse, y ello
solo lo logrará por su participación directa en la toma de decisiones”[25].
Lo más interesante del informe que presentaron los viajeros a los lectores de Dinamis Quincenal era la referencia a
los puntos de contacto entre el socialismo que pregonaba la CFDT y el modo en
que recuperaban la experiencia de autogestión yugoslava, considerándola válida
en sus principios aunque sin pretender una aplicación mecánica en Francia[26].
En
relación a su visita por Yugoslavia, cuyo objetivo era “analizar sobre el
terreno las experiencias logradas hasta hoy por los trabajadores en la toma de
decisiones en la empresa”[27],
la delegación ofrecía las siguientes conclusiones. En primer lugar, el modelo
era explicado e historizado en sus distintas etapas desde los años cincuenta,
detallando las sucesivas reformas implementadas y prestando atención tanto a
aspectos económicos y políticos generales como a la dinámica en los lugares de
trabajo. Mencionaban el aumento de la participación de los trabajadores en
detrimento del Estado (en las etapas de planificación, administración y
control). De tal modo, la disminución de experiencias fracasadas se había
logrado como resultado de la combinación entre un paulatino proceso de
liberalización de la economía y el reemplazo de los planes centralizados por la
planificación al nivel de empresa y comunas. En esta línea, nuevamente
destacaban las diferencias “notorias” con el resto del sindicalismo del mundo
comunista, como el nivel de autocrítica y responsabilidad de los dirigentes
sindicales yugoslavos. Es interesante como conectaron la perspectiva yugoslava
con su propia visión sobre el cambio tecnológico ¾ que diferenciaban de las “dos grandes corrientes que interpretan la
sociedad actual”[28].
De manera “muy parecida a la nuestra”, decían, los yugoslavos buscaban orientar
las nuevas tecnologías al interés directo de todos los sectores intervinientes.
Citando al propio Tito enfatizaban que: “Se trata no de un humanismo abstracto,
sino concreto, olvidar al hombre que trabaja significa olvidar la esencia misma
del socialismo”[29].
Como
las notas anteriores, esta concluía con una reflexión en torno a las
posibilidades de aprender de experiencias ajenas. Se rescataba el modelo
yugoslavo en términos genéricos, puesto que corroboraba el planteo propio de la
necesidad ineludible e impostergable de que los trabajadores asumieran lugares
claves en la gestión, tanto dentro como fuera del ámbito laboral.
Muchas veces nos dijeron los compañeros yugoslavos
que el modelo que ellos han puesto en marcha no es válido para trasladar
globalmente a otro país. Coincidimos con ellos, pero al mismo tiempo debemos
reconocer que esa novedosa experiencia que han denominado autogestión, con
relativas modificaciones y adecuaciones, es otra evidente demostración de que
los trabajadores no podemos ser ya un simple engranaje dentro de la sociedad.
Por el contrario, componemos toda su estructura, y nada más legítimo entonces,
que ejerzamos el derecho y la responsabilidad de adoptar decisiones en todos
los niveles donde actuamos[30].
Los
relatos sobre la gira europea continuaron, ahora dando cuenta de una visita a
la sede de la OIT en Ginebra, que titularon “Participacion. El tema de la
década”. Allí plasmaron la opinión de los funcionarios de dicho organismo
quienes consideraban que, en sus diversas formas, este sería el tema dominante
en el mundo laboral en años venideros. A lo largo de la nota se detallaban las
experiencias que aquella recogió sobre la cuestión de modo directo en distintos
países y a través de los encuentros que organizaba. La nota recorría en un tono
descriptivo las situaciones contemporáneas en numerosos países[31],
aunque la que acaparaba mayor cantidad de líneas (más de la mitad del escrito)
es la cogestión alemana[32].
Es interesante recalar en la alusión a la situación de “los denominados países
en vías de desarrollo” (remitiendo a Asia y África), donde “la participacion de los trabajadores a
menudo se presenta como condición para el éxito de los planes de
industrialización”[33].
Llama la atención, en la extensión de las referencias geográficas, que ningún
país de América Latina fuera mencionado en el informe ¾ lo cual, en realidad, nos habla del ámbito de atención prioritario de la
OIT[34].
Del mismo modo, cabe mencionar la referencia final y casi marginal que se
realizaba respecto de Estados Unidos, acotando que allí también, “aunque en
forma aislada, comienzan a introducirse aun tenuemente métodos que van
destruyendo el concepto clásico”[35].
Aunque
como mencionamos no desarrollaron aquí el modelo yugoslavo, sí realizaban una
interpretación explícitamente favorable al afirmar entre otras cosas que: “Los
distintos sistemas basados en la autogestión, son sin duda alguna, los más
ambiciosos y profundos”, siendo Yugoslavia “el ejemplo más amplio y
experimentado”[36].
También prestaban especial atención al proceso argelino, país que a partir de
su independencia había “‘copiado’ el modelo yugoslavo para sus sectores
industrial y agrario”, aunque a pesar de las expectativas iniciales, la
imposición de una estructura más bien “clásica de ‘empresas del Estado’”[37]
condujo a su estancamiento. Dedicaban además varios párrafos a Polonia, donde
en 1956 “como consecuencia de la aguda tirantez existente entre los
trabajadores y los organismos planificadores, surgió en muchos casos, hasta en
forma espontánea, un modelo que podríamos ubicar entre los autogestionarios en
numerosas empresas”, pero que al igual que el anterior, vio limitado el grado
de participación de los trabajadores debido al “poder casi omnipotente del
partido”[38].
En otras palabras, el relato se hilvanaba en la polarización trabajadores versus partido/Estado, posicionándose a
favor de las experiencias o los momentos que priorizaban el peso de los
primeros. Así, al cierre de este extenso recorrido ya no alcanzaba con insistir
en la necesaria participación obrera. A la luz de otros casos, avanzaban dando
un visto bueno a la autogestión:
Para un país de nuestras características, no
podemos afirmar concretamente que deberíamos adoptar uno [modelo de
participación] en particular, pero sí estamos terminantemente convencidos de
que la reforma de la empresa es uno de los pilares básicos de la nueva
estructura económica que todos deseamos crear. Posiblemente, en sectores como
los de servicios públicos, lo que más pueda adecuarse es un modelo
autogestionario ‘a la Argentina’[39].
Finalmente,
es interesante destacar que las dos principales experiencias latinoamericanas
contemporáneas de participación (Chile y Perú) aparecieron con cierta
marginalidad y tardíamente en el horizonte de referencias ¾ al menos explícito¾ de los dirigentes de LyF. El primero de ellos
ocupaba algunas líneas en un informe que Alberto Delfico[40]
redactó sobre la situación del movimiento obrero en Brasil, Chile y México,
luego de un seminario al que asistió en San José de Costa Rica en julio de
1974. El segundo asomaba como consecuencia de la visita, un año después, del
director adjunto del Sistema Nacional de la Movilización Social (SINAMOS),
quien fue invitado a dictar un seminario sobre el modelo peruano de cogestión
por el Instituto de Estudios Económicos y Sociales de LyF.
En
síntesis, dos elementos parecían recuperarse de las experiencias mencionadas a
pesar de su diversidad, y esto tenía que ver con que tomaban conceptos
generales y no mecanismos específicos de funcionamiento de tal o cual modelo;
de hecho, se valoraba la ausencia de esquemas doctrinarios rígidos. Uno era el
derecho innegable del trabajador y sus organizaciones a participar en los
designios de aquello que hacía al desenvolvimiento de su vida social, económica
y política; el otro, la identificación de cierto “humanismo” que ubicaba al
sujeto y su creatividad en el centro de la escena, frente a otras estructuras
que le quitaban protagonismo. En qué medida estos elementos apuntarían a
favorecer el orden social y la disciplina fabril o, por el contrario, a
estimular cambios más profundos, dependería en buena medida del prisma particular
desde el cual fuesen leídos.
Armando
la valija de la (auto)gestión
Como
hemos visto, la propuesta de autogestión en SEGBA no
brotó de la mente de algún dirigente ni remitió a un contenido unívoco, sino
que se fue configurando en un largo diálogo con las diversas concepciones
vigentes internacionalmente, difundidas por el sindicato entre sus afiliados (e
inclusive entre un público más amplio) a través de la publicación Dinamis en sus múltiples formatos. Las distintas experiencias podían en principio
convivir para ser pensadas como insumos. Sin embargo, no todas
tuvieron el mismo peso ni despertaron el mismo interés. En este sentido, según
a quien se otorgaba voz, variaba el énfasis sobre los distintos modelos en
danza. Detengámonos entonces en las claves de lectura de los cuadros promotores
de la “autogestión” en SEGBA, siendo posible reconocer matices detrás de una
matriz de pensamiento común.
Casi
diez años antes de iniciarse dicho proceso, Orlando Mattei, quien fuera el
primer Director obrero en SEGBA, exponía los rudimentos que informaban en sus
orígenes la búsqueda de participación: el concepto de cogestión, entendido como
una relación laboral armónica que remitía a las concepciones clásicas del
peronismo y de la doctrina social de la iglesia. Dejando atrás los “viejos
esquemas del enfrentamiento inútil”, hablaba de encaminar a SEGBA hacia una
“empresa comunitaria”[41].
Desde la Secretaría Gremial entonces a cargo de Oscar Smith[42] ¾ de la cual dependían los directores obreros¾ también se aludía a la
expectativa de lograr que las empresas “se conviertan en Comunidad de Personas
con función social”[43],
noción que remitía a las recientes encíclicas papales.
Ya
en 1970, cuando comenzaban a difundirse
con mayor asiduidad las referencias a distintas experiencias europeas de
gestión a partir de los viajes de algunos expertos e intelectuales, Dinamis publicó una reseña del libro de
Jorge Selser, Participación de los
trabajadores en la gestión económica. El autor anónimo de la nota reconocía
los aportes del texto para pensar la “búsqueda de un modelo nacional de
democracia económica”[44] y valoraba la encuesta realizada por el
político socialista sobre las percepciones en Argentina en torno a la
participación de los trabajadores (según afirmaba, la palabra participación se
había incorporado al lenguaje común en materia social y laboral, pero poco se
conocía sobre el tema en nuestro medio[45]).
Hacia
mediados de 1971 comenzaba a instalarse con cierta fuerza un debate en torno a
la socialización de las empresas, en particular de SEGBA. Un congreso realizado
en Bariloche del cual participó Taccone en representación de LyF, daba inicio
al intercambio. Bajo el eslogan “Socializar SEGBA es hacer la REVOLUCION”, el
gremio se mostraba como el principal impulsor de una alternativa que, con la
participacion de trabajadores y usuarios, vendría a significar “un cambio sustancial
de todo el régimen liberal, responsable de los padecimientos que venimos
soportando los argentinos”, y que sería “más ambiciosa aún que las experiencias
logradas en Alemania Occidental, Suecia, Israel, etc.”[46].
Insistían en un eje recurrente que se volvió central para entender la
articulación de las distintas experiencias mencionadas: dar lugar a los
“valores humanos” a fin de resolver la desorientación que sufrían las
sociedades actuales ante el avance de la técnica; enfoque “moral” que
encontraba referencias en ‘La Comunidad Organizada’ de Perón.
El
debate continuó en un importante encuentro que tuvo lugar en la sede sindical
con el presidente de SEGBA Jorge Sábato como invitado, y del que participaron
600 asistentes. En el marco de la buena disposición por parte de algunas
autoridades gubernamentales a la propuesta de LyF de caminar hacia una
“Dirección Integrada en SEGBA”, la edición de junio de 1971 de Dinamis Mensual ¾ que, recordemos, formaba parte del circuito comercial¾ se destacaba en los kioscos con
un único título en su portada: “Socialización. El tema de nuestro tiempo”.
Apelando al discurso de Pablo VI en el 50° aniversario de la OIT[47],
se explayaban en concepciones caras al gremio. En términos filosóficos,
argumentaban que la empresa moderna alienaba al individuo y el trabajo se
volvía frustrante al no alentar su responsabilidad ni creatividad, todo lo cual
era causa de rebeldía. Para revertir dicha despersonalización, era necesaria
una “auténtica socialización del poder”[48],
con la que se lograría multiplicar el protagonismo y las responsabilidades. La
incorporación de mecanismos que dieran participacion a trabajadores y usuarios
reduciría los enfrentamientos de intereses que conducían al estancamiento de
las empresas. Cabe señalar que en este marco de discusión LyF hablaba de
“cogestión empresaria”[49].
En
la misma línea de pensamiento se pronunció Félix Pérez[50] al
exponer en las segundas Jornadas de la Histadrut ‘Autogestión: un camino hacia
la transformación del sistema de propiedad y gobierno’, realizadas en Buenos
Aires en junio de 1972. Allí, el dirigente ¾ dejando entrever cierto etapismo¾ aludía a la “cogestión” que
estaba llevando a cabo su sector, aunque la meta era la autogestión (Alón Dembinski, 1972, pp. 36-38). Efectivamente, durante las tratativas por la
renovación de los estatutos de SEGBA, el postulado de trasformar a la empresa
en “Comunidad de Personas” comenzó a entrelazarse con cierta referencia a la
autogestión. La representación sindical en la comisión encargada de estudiar la
reforma postulaba: “Que el Gobierno de la Empresa debe estar ejercido, por
autogestión de la comunidad de trabajo, ya que ello es la mayor garantía para
la prestación de un servicio eficiente y a bajo costo”[51]. Y
puesto que el proyecto aprobado recogía solo algunas de las proposiciones
obreras, llamaban a “continuar luchando
para transformar a la Empresa en una Comunidad autogestionada por los
trabajadores”[52].
Una
línea más radical de interpretación comenzaba a tomar impulso. En 1972 la
editorial sindical ‘2 de Octubre’ publicó Pautas
para una política nacional, una obra clave, de autoría propia ¾ entonces reseñada por algunos medios gráficos como un verdadero programa
de gobierno[53].
El capítulo referido a la “Reforma de la empresa: Democratización del poder económico”,
escrito por Delfico y Neffa (SLyF CF, 1972, pp.170-191)[54],
precisaba una serie de definiciones, reflexiones y lineamientos teóricos
generales que fundamentaban la importancia de la participación de los
trabajadores. Se argumentaba la relevancia que debía tener “la transformación
de la empresa capitalista-liberal” dentro de un “programa nacional de cambio
global de las estructuras” (p. 171); siendo necesario para que la primera sea
posible que se modificaran las bases mismas del poder político y se promoviese
el desarrollo económico y social.
Como
“la construcción de una democracia económica” atravesaba todas las regiones y
regímenes políticos, afirmaban, el diseño y la aplicación de una política de
participación en las empresas “debe tener en cuenta la experiencia histórica
mundial” (p. 171). Su recorrido arrancaba con el socialismo utópico del siglo
XIX, aunque se centraba en la dinámica que siguió a la segunda posguerra en
Europa. Un apartado dedicado específicamente a Yugoslavia se fundamentaba en la
originalidad de dicho país, que había llamado la atención desde los años
cincuenta de quienes “procuran la construcción de un socialismo ‘con rostro
humanista’, sin las restricciones de tipo comunista” (p. 188). Una serie de
elementos la volvían particularmente atractiva: demostraba que participacion y
eficiencia económica podían ir de la mano; que un país subdesarrollado podía
industrializarse en el lapso de una generación; elevando el nivel de vida de su
población gracias al sistema de participación vigente. Si bien este sistema
-surgido atendiendo a ciertas particularidades locales- no podía ser
“trasplantado” a otro lugar, sostenían que “los resultados logrados en lo
económico y social pero, fundamentalmente, en cuanto a la liberación de los
trabajadores, nos obliga a tener muy en cuenta las bases del sistema y sus
sugerencias para el caso argentino” (p. 188).
Se
realizaban entonces una serie de observaciones ya pensando en Argentina. La
primera era la necesidad de instalar las transformaciones proyectadas en el
marco de una “reestructuración global de la sociedad” (p. 188) a fin de evitar
que sus efectos fuesen parciales. A su vez, la “democratización del poder
orientada a la liberación del hombre, de todo
el hombre y de todos los hombres”
(p. 189)[55]
se lograría a través de su participación en la empresa. La segunda era un
llamado de atención respecto de la heterogeneidad en cuanto al tipo, dimensión
y organización de las empresas que operaban en el país. De allí que se
propusiese la aplicación de un sistema de autogestión para las empresas que al
constituir sectores clave de la economía deberían estar en manos del Estado, en
tanto que para aquellas empresas privadas y mixtas planteaban aplicar “un
sistema de cogestión paritaria, inspirada en el modelo alemán... mientras dure
el periodo de transición hacia la nueva sociedad” (p. 190). Estipulaba también
un orden de prioridades en el proceso de democratización económica de las
empresas: primero las grandes y luego las medianas y las pequeñas; dentro de cada
grupo, se comenzaría con las firmas extranjeras, para seguir con las estatales
y mixtas y terminar con las privadas nacionales; a su vez, las industriales
debían ser cogestionadas o autogestionadas antes que las agropecuarias.
La
obra mencionada y el tema en cuestión habían tenido amplias repercusiones.
Llegado junio de 1973, semanas antes de iniciarse el proceso de autogestión en
SEGBA, se organizó una ‘Mesa Redonda sobre Autogestión’. El debate fue nutrido
dado los diversos perfiles de los expositores: los lucifuercistas Taccone y
Delfico, el cura tercermundista Carlos Mujica, el sociólogo Neffa, Julián
Licastro del Consejo Superior Peronista y el gerente administrativo financiero
de SEGBA Jorge Macri. La concurrencia de más de 700 personas mostraba la
importancia que el asunto había alcanzado en niveles gremiales, políticos y
universitarios.
Apenas
iniciada la experiencia en SEGBA, en claro contraste con la cita con la que
iniciamos este artículo, se encontraban referencias a los procesos yugoslavo y
alemán, en tanto ejemplos de recuperación económica lograda gracias a la
participacion directa de los trabajadores en la conducción de las empresas. No
obstante, se aclaraba que, a pesar de ser “experiencias sumamente positivas”,
no era posible pensar “que uno de estos modelos puede ser íntegramente
trasplantado a nuestro país. Solo puede servir de marco de referencia”[56].
Lo interesante ¾ matizando
la cita de Taccone¾ es cómo esta sería ubicada en el recorrido
propio realizado hasta el momento:
La experiencia de SEGBA, si bien fue decidida a
través del gobierno es importante tener en cuenta que la misma se gestó,
desarrolló y tomó forma, a través de la organización sindical, es una
demostración del grado de concientización ideológica que ha logrado el
Movimiento Obrero, y ello nos lleva a alentar la firme esperanza de que los
trabajadores, de aquí en más, tendrán un rol hegemónico en la transformación
del país[57].
Sin
embargo, transcurrido casi un año en el proceso de autogestión, mientras se
perdían las referencias a otras experiencias contemporáneas, desde el órgano de
prensa sindical se reforzaba, con citas textuales a las obras mencionadas, que:
“La autogestión que practicamos, es una fórmula original que tiende a cumplir
los objetivos ya señalados por Paulo VI en la ‘Populorum progressio’ y, por
Perón en ‘La Comunidad Organizada’”[58]. El
presidente de SEGBA insistía en que las “bases doctrinarias y de acción” de la
experiencia eran “la Doctrina Social de la Iglesia y el Justicialismo”
(Taccone, 1976, p. 34)[59].
Es más, en alusión a su reunión con Perón en Gaspar Campos ¾donde se habría decidido impulsar esta
“experiencia piloto”¾ agregaba: “se define que el proceso se denomine de Autogestión,
analizando que así se reivindica el concepto humanista de la autoresponsabilidad”
(Taccone, 1976, p. 34).
Una
experiencia llegando a destino
A lo
largo del artículo nos propusimos examinar el
proceso de gestación de la autodenominada experiencia de autogestión en SEGBA,
suponiendo que detrás de dicho concepto se escondía un entramado complejo de
nociones en torno al modo y los sentidos de la participación obrera en la
gestión de las empresas, que no podría identificarse linealmente con ningún
modelo vigente ni concepción político-ideológica previa, aunque abrevase en
ellos de diversas maneras. El diálogo, ya sea directo o mediatizado por la OIT
con las dinámicas del viejo mundo, evidencia la preocupación por parte de la
dirigencia lucifuercista por buscar instrumentos fuera de las fronteras
nacionales. Asimismo, en el recorrido por las fuentes sindicales hasta 1973
advertimos la preponderancia, al menos como interés, por el caso yugoslavo.
Tanto los viajes como los intercambios locales mue