DE LA CRUZ A LA
ESPADA: ANTONIO CAGGIANO Y LA IGLESIA ARGENTINA DEL SIGLO XX.
Por MARIANO FABRIS
Centro de Estudios Históricos
(CEHis),
Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
Mar del Plata,
Provincia de Buenos Aires, Argentina
PolHis, Revista Bibliográfica Del
Programa Interuniversitario De Historia Política,
Año 12, N° 24, pp. 29-63
Julio- Diciembre de 2019
ISSN 1853-7723
Fecha de
recepción: 20/8/2019 - Fecha de aceptación: 13/11/2019
De la cruz a la espada: Antonio Caggiano y la Iglesia argentina del
siglo XX
Resumen
El
artículo reconstruye la trayectoria de Antonio Caggiano desde sus inicios como
cura en el interior de la provincia de Santa Fe hasta erigirse en una de las
figuras más importantes de la Iglesia argentina. El análisis desplegado se
ubica en el espacio donde ocurre la interacción entre los actores, colectivos o
individuales, y la institución eclesiástica. La perspectiva elegida supone que
la reconstrucción de este tipo de trayectorias permite alumbrar algunas de las
inflexiones del catolicismo argentino a lo largo del siglo XX. En concreto, el
artículo analiza el ascenso de Caggiano hasta el obispado de Rosario y el
cardenalato, intenta responder sobre la relación que tuvo con el peronismo al
considerar sus posicionamientos en el terreno de la cuestión social y el
nacionalismo católico, sigue su
actuación al frente de la Acción Católica y su rol como obispo y cardenal en la
Conferencia Episcopal hasta su enfrentamiento con Perón y, finalmente,
considera sus acciones en el marco de la ebullición política y cultural del
catolicismo de los años sesenta, ya como arzobispo de Buenos Aires, así como
sus estrechas relaciones con el poder político y militar tras el golpe de Estado
de 1955.
Palabras Clave
Caggiano - Iglesia argentina – trayectorias - catolicismo
From the cross to the sword: Antonio Caggiano and the Argentine Church of the 20th century
Abstract
The article reconstructs the career of Antonio
Caggiano from his beginnings as a priest in the interior of the province of
Santa Fe until he became one of the most important figures of the Argentine
Church. The analysis focuses in the interaction between collective or
individual actors and the ecclesial institution. The chosen perspective assumes
that the reconstruction of this type of trajectories allows us to illuminate
some of the transformations of Argentine Catholicism throughout the 20th
century. In particular, the article analyzes the rise of Caggiano to the
bishopric of Rosario and the cardinalate. It explores the relationship he had
with peronismo to understand their positions in the field of social issues and
catholic nationalism, and traces his performance leading the Catholic Action
and his role as bishop and cardinal in the Episcopal Conference until his
confrontation with Perón. Finally, it considers his actions as archbishop of
Buenos Aires in the 1960s, within the framework of the political and cultural
turmoil of the catholicism, as well as his close relations with political and
military power after the coup of 1955.
Keywords
Caggiano - Argentine Church - carreers-
Catholicism
De la cruz a la espada: Antonio Caggiano y la Iglesia argentina del
siglo XX[1]
Hace ya medio siglo, en un trabajo pionero de
los años sesenta, José Luis de Ímaz tomó nota de un dato que desde entonces dio
mucha tela para cortar: a finales de la década de 1950, el 85% de los obispos
eran descendientes de inmigrantes que se habían instalado en la región pampeana
en el último tercio del siglo XIX (De Ímaz, 1964). En boga todavía el paradigma
"clásico" de la secularización, sorprendía tanto la renovación de las
élites de la Iglesia como el hecho de que se nutrieran precisamente de las
áreas supuestamente más “modernas” e impactadas por el crecimiento económico,
donde se suponía la religión tenía que declinar.[2] Hoy se sabe, por el contrario, que, lejos de esos supuestos, desde las
décadas finales del siglo XIX y principios del XX, en sintonía con la
transnacionalización del catolicismo romano y los cambios institucionales del
papado y el catolicismo en América Latina, la Iglesia argentina atravesó un
sostenido proceso de expansión y desarrollo, hasta convertirse en uno de los
actores sociales y políticos decisivos del siglo pasado. Como se verá en estas
páginas, Caggiano fue tanto un hijo dilecto de aquella Iglesia que asombraba a
sociólogos e historiadores en las décadas de 1960 y 1970, como uno de sus
arquitectos más notables. Asesor y principal organizador de la Acción Católica,
vicario del Ejército en los años treinta, obispo de Rosario por más de dos
décadas, hombre de confianza de Pío XII, cardenal desde 1946 y arzobispo de
Buenos Aires entre 1959 y 1975, presidió la Conferencia Episcopal en la década
de 1960, fue Vicario Castrense desde 1959 y participó además del Concilio
Vaticano II, donde se desempeñó varias veces como legado papal. Al menos desde
mediados de los años treinta hasta su retiro, no sin conflictos y tensiones,
Caggiano supo marcar los tiempos de la Iglesia argentina como pocas otras
figuras.
En este sentido, reconstruir su trayectoria
implica ubicarse en el espacio donde se produce la interacción entre los
actores, colectivos o individuales, y la institución eclesiástica. El espacio
en el cual la agencia refleja el peso de las instituciones, al tiempo que las
reproduce en la lucha por orientar su devenir. Desde esta perspectiva, el artículo
se propone contribuir a explicar algunas de las inflexiones del catolicismo
argentino a lo largo del siglo XX a través de la actuación de una de sus
principales figuras. A diferencia de otros obispos, la extensa trayectoria de
Caggiano permite observar la progresiva metamorfosis atravesada por Iglesia de
los años treinta y cuarenta, confiada en el catolicismo social y en sus
instrumentos de militancia en la sociedad, hacia una cada vez más temerosa e
insegura, proclive a derivar en posiciones militaristas y represivas de neto
corte integrista en los años setenta. Como se intentará demostrar en este
artículo, Caggiano constituye un punto de observación privilegiado de los
cambios que condujeron de un escenario a otro a lo largo de medio siglo. Sus
discursos y escritos ofrecen además valiosos indicios acerca de cómo fueron
transformándose y recomponiéndose las ideas integralistas y nacional-católicas,
al compás de los cambios de la política argentina e internacional.
En el campo de los estudios sobre la Iglesia y
el catolicismo en Argentina existen diversas investigaciones que, desde
diferentes perspectivas, repararon en la importancia de las trayectorias
individuales y colectivas para la comprensión de procesos sociales más
generales. El estudio biográfico sobre monseñor De Andrea de Miranda Lida
(2013), el de Lucas Bilbao y Ariel Lede (2016) sobre el pro vicario castrense Victorio Bonamín, los trabajos de José Zanca sobre los
intelectuales humanistas (2006 y 2013), los de Luis Donatello (2010), Humberto
Cucchetti (2010) y Claudia Touris (2012) sobre distintas militancias durante
los años sesenta y setenta o las trayectorias de los católicos víctimas de la
represión de los años de la dictadura reconstruidas por Gustavo Morello (2014)
y Soledad Cattogio (2016), son sólo algunos de los aportes que pusieron de
manifiesto esta preocupación por el juego dinámico de interacciones entre
actores e instituciones como vehículo para comprender los cambios del campo
católico.
En concreto en las páginas que siguen
ahondaremos, en primer lugar, en el meteórico ascenso de Caggiano desde el
curato de San Carlos Norte, tras ordenarse en el Seminario de Santa Fe, hasta
el obispado de Rosario y el cardenalato. En segundo lugar, nos preguntaremos
por la relación que estableció con el peronismo a la luz de sus
posicionamientos en el terreno de la cuestión social y el nacionalismo
católico. Seguiremos especialmente su actuación al frente de la Acción Católica
y su rol como obispo y cardenal en la Conferencia Episcopal hasta el
enfrentamiento con Perón. Tercero, analizaremos sus acciones en el marco de la
ebullición política y cultural del catolicismo de los años sesenta, ya como
arzobispo de Buenos Aires, así como sus estrechas relaciones con el poder
político y militar tras el golpe de Estado de 1955.
El "padre Antonio": de Coronda a Roma
y de Roma a Rosario
Nacido en 1889 en Coronda, una pequeña ciudad
de la provincia de Santa Fe íntimamente ligada con la economía agroexportadora,
Antonio Caggiano creció en el corazón de la llamada pampa “gringa”. Hijo de dos
inmigrantes del sur de Italia, ingresó al seminario de Santa Fe, donde tras
algunos años fue elegido para continuar sus estudios en el Colegio Pío
Latinoamericano y en la Universidad Gregoriana (donde obtuvo su doctorado en
Teología y recibió las órdenes menores en 1909). De vuelta en la Argentina,
aparentemente debido a una dolencia física, continuó sus estudios hasta su
ordenación sacerdotal en marzo de 1912, en el preciso momento en que, en el
marco de la nueva ley electoral impulsada por el presidente Sáenz Peña, la
provincia elegía como gobernador al candidato del partido radical, Manuel
Menchaca. Poco después, la vida política argentina cambiaría profundamente con
la llegada de Hipólito Yrigoyen a la presidencia en 1916. Sus primeros años
como sacerdote se desenvolvieron, por tanto, en medio de la efervescencia
social que acompañó la llegada del radicalismo al poder y el inicio de
la"política de masas" en el país. Si bien su primer destino fue el
curato de San Carlos Norte, un área de temprana colonización agrícola del
interior de Santa Fe, sus antecedentes académicos le valieron en breve la
designación como profesor de Filosofía y Ciencias en el Seminario diocesano.
Por entonces, la Comisión de Vigilancia creada a instancias de la encíclica Pascendi se ocupaba de denunciar la
actuación de políticos de conocida filiación librepensadora, empezando por el
gobernador (a quien el internuncio Aquiles Locatelli considerada "un
peligro gravísimo"), y de controlar la actuación del clero joven.[3] Caggiano, que había conocido de primera mano la llamada "crisis
modernista" en Roma, se movió con cautela y dio sus primeros pasos en este
clima, dominado por la incertidumbre ante los cambios en curso. Por otro lado,
a diferencia de lo que ocurría en Buenos Aires, donde la influencia de los
catolicismos europeos, con Francia a la cabeza, alentaban una Iglesia más
"cosmopolita" –como subrayó recientemente Lida (2015)–, en Santa Fe,
la preponderancia romana, facilitada por el impacto inmigratorio y respaldada
por el obispo Boneo, fortalecía un "antimodernismo" más rígido y monocorde,
al menos en la curia.
Tras varios años en el Seminario, a fines de la
década de 1910, Caggiano fue trasladado a Rosario como capellán del Hospital de
Caridad y del Colegio del Huerto. Preocupado por la fortaleza del anarquismo y
la intensidad de los movimientos huelguísticos del sur provincial, Boneo lo
designó además asesor del Centro Estudiantes Universitarios.[4] Allí, tomó contacto con los grupos democristianos de la ciudad y algunos
de sus emprendimientos –como los Círculos de Obreros–, pero no llegó a tener un
rol particularmente destacado. Tampoco ocupó un lugar significativo en la
experiencia de los comités de Acción Católica, creados a comienzos de la década
de 1920 para enfrentar a los sectores políticos que impulsaban la laicización
del Estado provincial (Mauro, 2018). Por esos años, su vida como capellán y
asesor transcurrió sin demasiada exposición pública ni grandes altibajos. Nada
hacía prever, por tanto, el meteórico ascenso que en las décadas siguientes
haría del “padre Antonio”–como se lo conocía en la ciudad–, una de las
principales figuras de la Iglesia argentina.[5]
Su situación comenzó a cambiar a principios de
los años treinta, cuando una serie de circunstancias lo pusieron al frente de
la Acción Católica. A fines de la década de 1920 la llamada Unión Popular
Católica Argentina, creada en 1918 e íntimamente ligada a la figura de Monseñor
Miguel De Andrea, agonizaba. De hecho, nunca había logrado despegar del todo,
afectada por diversos conflictos y por la propia tempestad desatada tras la
fallida designación de De Andrea como arzobispo de Buenos Aires (Lida, 2013).
El Episcopado, como la Santa Sede, buscaban ansiosos una salida que destrabara
el conflicto, reconstruyera las relaciones con el gobierno y les permitiera
encauzar el heterogéneo movimiento católico. En ese marco, el nuevo proyecto
romano de centralización institucional fue bien recibido por las jerarquías
locales que escogieron a un pequeño grupo de sacerdotes, entre ellos Caggiano
–propuesto por Boneo y respaldado por el nuncio Cortesi–, para formarse en las
nuevas directrices (Rodríguez Lago, 2017).[6] El “padre Antonio” aceptó sin titubear su
traslado y se embarcó expectante ante las posibilidades de retornar a Roma. A
su regreso, instalado en Buenos Aires, no dejó pasar la oportunidad que se le
presentaba y se puso al frente de la nueva organización apadrinada por Pío XI.
A costa de la intensa labor su nombre se convirtió velozmente en sinónimo de
Acción Católica. Su hiperactividad fue clave en el rápido desarrollo de la organización,
sobre todo comparándola con el cansino andar de la UPCA, y le valió el
reconocimiento de Roma, que comenzó a ver en él un interlocutor valioso, un
hombre "de" la Iglesia, con capacidad y disciplina de trabajo,
obediente y confiable al mismo tiempo.[7] Consustanciado, además, con un pensamiento integralista y
nacional-católico que gozaba por entonces de cada vez más predicamento en
diferentes círculos eclesiásticos, particularmente preocupados por lo que
percibían como la "infiltración" comunista.[8]
La ACA, en esta clave, fue
pensada por Caggiano en un doble sentido: como una organización de cuadros y
como una usina intelectual y política, orientada al diseño y la difusión de un
conjunto de reformas sociales y políticas para contener el conflicto social y
asegurar la influencia de la Iglesia. Lo planteó con particular claridad
durante el Congreso Eucarístico de Rosario en 1933. Primero, había que
identificar a los enemigos de “adentro”, a los gérmenes inasimilables para
expulsarlos. Segundo, había que fortalecer a los anticuerpos, para lo cual era
imprescindible la alianza entre el clero, el Ejército y el pueblo.[9]
Como otras figuras del nacionalismo católico,
Caggiano fundía en un mismo molde catolicismo social e integrismo y animaba una
interpretación confesional de la historia nacional que, sin embargo, no
alteraba el panteón de héroes de la "historiografía liberal". Tampoco
la idea de la existencia de enemigos internos era, claro está, un invento suyo.
De hecho, podía considerarse por esos años una voz moderada frente a otras,
incluso en el parlamento nacional, desde que resaltaba la importancia de no
confundir las "ideas" –a las que había que combatir sin cuartel– con
los "hombres", que no tenían que considerarse enemigos.[10]
Aunque su figura comenzaba a adquirir cada vez
más claramente una estatura nacional, al calor de los constantes viajes que
llevaba adelante en todo el territorio, su consagración tuvo mucho que ver con
el desempeño de la ACA en su provincia natal.[11] Mientras a nivel nacional el gobierno de Justo se mostraba claramente
favorable a los intereses de la Iglesia y la puesta en marcha de la AC se
desenvolvía sin contratiempos, en Santa Fe la situación era inversa y el
Obispado estaba envuelto en un enfrentamiento con el gobierno demócrata
progresista que impulsaba desde la década anterior la laicización del Estado.
Tras su llegada al poder en 1931, el Partido Demócrata Progresista (PDP)
desempolvó una Constitución laica sancionada en 1921, vetada por el entonces
gobernador radical de la provincia, y comenzó a avanzar en la separación de la
Iglesia y el Estado en la órbita provincial (Mauro, 2013 y 2018). Santa Fe se
convirtió así en una suerte de “laboratorio político”, atentamente seguido por
el nuncio y el propio secretario de Estado en el Vaticano.[12] El éxito de la "resistencia" en Santa Fe demostró que la ACA
era una herramienta política eficaz, incluso en contextos adversos, y
fortaleció la posición de Caggiano. Sorprendía satisfactoriamente, además, que
la expansión de la ACA no hubiera desencadenado resistencias de peso y si bien
algunos grupos católicos optaron por seguir impulsando partidos políticos, se
trató de sectores minoritarios con los que, de todas maneras, Caggiano supo
mantener una relativa armonía (Zanca, 2013; Mauro, 2015).
La escalera al cielo: de obispo y vicario del
Ejército a cardenal
En 1932 su nombre figuró entre los ternados
para suceder a Boneo al frente de la diócesis de Santa Fe y, desde entonces, su
proyección nacional no dejó de crecer. En 1933, en un marco de creciente
preocupación en la Santa Sede por el supuesto avance del comunismo en el país,
se lo designó vicario general del Ejército, desde donde profundizó los vínculos
con las Fuerzas Armadas.[13] Bajo su mando se multiplicaron las
conferencias, alocuciones y lecciones de moral dictadas por el clero, y la ACA
comenzó a relacionarse más directamente con el Ejército (Bilbao y Lede, 2016).
En 1934, coronando este meteórico ascenso, fue designado secretario general del
Congreso Eucarístico Internacional y, finalmente, poco después, obispo de la
nueva diócesis creada en el sur de la provincia de Santa Fe, con sede en
Rosario.
Durante los primeros años, Caggiano se dedicó a
la organización de la estructura diocesana, planificada sobre la base de las
parroquias existentes y la vicaría foránea, y a la puesta en marcha del
Seminario.[14]
En el plano político, su
principal apuesta fue la defensa de la enseñanza religiosa, desandando los
pasos dados tras la sanción de la ley de educación laica de 1934.[15] Caggiano siguió de cerca la confección de los planes de estudios a nivel
provincial e intervino activamente para que el gobierno de Manuel de Iriondo
–que debía mucho al apoyo de la Iglesia, además de al fraude– aceptara los
textos editados por los salesianos en Rosario. Como con la ACA antes, la
experiencia en Santa Fe estuvo en la base de la campaña que a nivel nacional
encabezó el propio Caggiano, junto a otros obispos, a partir de 1939. Por
entonces, pretendía que la Acción Católica se involucrara más activamente en
las escuelas, tal como ocurría en su diócesis, donde los maestros de religión
eran frecuentemente provistos por los centros parroquiales. También, en
sintonía con el proyecto del diputado Juan Cafferata, exigió un reparto
proporcional de los recursos entre las escuelas públicas y privadas en nombre
del principio de la "enseñanza libre". Desde el Episcopado, además,
alentó una mayor intervención del Consejo Superior de Educación Católica en las
universidades nacionales, donde –advertía– germinaban ideas "contrarias a
la Nación".[16]
Asimismo, sus intervenciones sobre la cuestión
social y los conflictos obreros se hicieron más frecuentes desde mediados de
los años treinta. Aunque la Rosario de entonces se parecía poco a la
"Barcelona argentina" del cambio de siglo (Falcón, 2005), los
conflictos entre capital y trabajo habían recrudecido a fines de la década de
1920 y el avance de los comunistas en las nuevas ramas industriales venía
fortaleciéndose en el marco de los todavía palpables efectos sociales de la crisis
económica (Camarero, 2007). La Nunciatura seguía con preocupación estas
circunstancias, sobre todo el crecimiento de la desocupación, y pedía a los
obispos una rápida actuación.[17] Caggiano se hizo eco y convocó a los católicos
sociales y los animó a impulsar sindicatos y a continuar propiciando leyes
sociales.[18] Preocupado además por la situación del barrio
obrero Refinería, en Rosario, intervino directamente para que los redentoristas
no abandonaran el colegio que dirigían allí desde hacía varias décadas.[19]
Además, a nivel nacional
jugó un papel importante en la creación del Secretariado Social de la ACA que
comenzó a estudiar sistemáticamente formas de corporativismo, y fue también uno
de los principales difusores de la pastoral colectiva del episcopado de 1936. Un
aspecto, empero, comenzaba a distinguir a Caggiano de otros obispos, más allá
de sus dotes como organizador y "equilibrista": una retórica
nacionalista que, aunque basada en los lineamientos del catolicismo social,
adoptaba por momentos una impronta antielitista de trazos más firmes y
definidos. Por esos años, Caggiano denunció en varias oportunidades la
"mala voluntad" de "muchísimos patrones", su "ambición
desmedida" y el "lujo irritante" en el que vivían. De hecho, en
sus discursos, eran sobre todo las élites las que recibían las acusaciones más
fuertes y los atributos más negativos: mezquindad, codicia, materialismo. Las
apreciaciones no eran nuevas ni originales y circulaban habitualmente entre los
católicos sociales, pero, entre el Caggiano de 1930 y el de 1940, se habían
acentuado. En cierto modo, su discurso se hacía eco de algunas de las
tendencias de la cultura de masas de la Argentina de entreguerras. Como estudió
Matthew Karush (2013), también el cine nacional y la radio atizaban la oposición
ricos/pobres, élites/pueblo colocando del lado de los desposeídos los atributos
moralmente positivos. En Caggiano, a tono con el nacionalismo católico, dicha
oposición se resignificaba fundiendo en uno de los polos “pueblo y catolicismo”,
y en el otro, “élites y liberalismo” (asimilados a la extranjeridad). Como
planteaba en sus intervenciones, la Iglesia tenía que estar del lado del
"pueblo católico" para defenderlo tanto de la oligarquía liberal y
extranjerizante como de la amenaza comunista.[20] En esta línea, en 1940 el Episcopado emitió una dura pastoral colectiva
de tintes más antiburgueses donde, según Loris Zanatta, Caggiano fue
probablemente el principal inspirador (Zanatta, 1996). El enfoque adoptado, que
denunciaba la equiparación del trabajo a una mercancía, era similar al del
coadjutor salesiano Carlos Conci, por entonces al frente del Secretariado de la
ACA de Rosario y cercano a Caggiano. También al de quien sería su sucesor como
asesor de la Acción Católica a nivel nacional, Emilio Di Pasquo.[21] El 1 de mayo de 1942, Caggiano fue
particularmente crítico en un discurso en Rosario: los obreros vivían en
condiciones pavorosas mientras las clases acomodadas especulaban con esa
miseria.[22]
De esta manera, en perspectiva, el Caggiano de
los treinta y tempranos cuarenta, expresaba bastante bien –aunque con matices
"populistas" más acentuados que en otros casos (Laclau, 2005)– el
viraje de un catolicismo que en los veinte se mostraba todavía bastante apegado
a las formas de beneficencia y caridad tradicionales (aun cuando era consciente
de la necesidad de mayores cambios) y uno que, desde mediados de los treinta,
había empezado a hablar con mayor claridad el lenguaje de la “justicia” y los
“derechos” sociales y aceptaba la presencia del Estado en la vida económica
(Lida, 2015).
El cardenal peronista y el enfrentamiento
inesperado
Así como su ordenación sacerdotal coincidió con
un momento de quiebre en la historia política argentina, es decir, con la
llegada del radicalismo al poder, su designación como cardenal llegó de la mano
de otro momento bisagra, con el ascenso de Perón. Caggiano viajó a Roma en
febrero de 1946 para recibir el capelo cardenalicio y regresó a fines de mayo,
envuelto en festejos en Buenos Aires y Rosario.[23] Sus principales preocupaciones en la
coyuntura, amainado el supuesto peligro revolucionario gracias a las políticas
sociales del peronismo, fueron, por un lado, la posible conformación de un
partido democristiano y, por otro, la restitución de la enseñanza religiosa por
la que venía bregando desde la década anterior. En cuanto al primer punto, su
labor de oposición a la creación de un partido se vio facilitada en la
coyuntura por los enfrentamientos internos que surcaban a la constelación de
grupos democristianos, profundizados tras el encuentro de 1947 en Montevideo
(Bianchi, 2001; Zanca, 2013; Mauro, 2020). En cuando al segundo, su objetivo
era lograr la sanción de una ley que reemplazara el decreto de 1943. Con ese
objetivo, el flamante cardenal se mostró particularmente activo: participó del
II Congreso Interamericano de Enseñanza Religiosa, realizado en Buenos Aires, e
impulsó el Congreso de la Juventud de AC, centrado precisamente en la enseñanza
religiosa.[24] En el Senado la aprobación fue sencilla pero
en Diputados los debates se prolongaron y Caggiano se refirió frecuentemente a
la cuestión en diarios y entrevistas radiales, defendiendo las tesis católicas
en la materia (sobre todo el carácter supletorio del Estado) y negando
cualquier injerencia de la Iglesia. Según el flamante cardenal, como había
ocurrido con el decreto de 1943, la discusión de la ley era un éxito de las
movilizaciones católicas en las calles y de la ACA, y no, como denunciaban los
"anticlericales", el resultado de una presión ejercida tras bambalinas
por parte del Episcopado. La ley se fundaba, insistía, en una demanda social
mayoritaria que el gobierno revolucionario primero y ahora el peronismo
buscaban atender.[25] Por otro lado, redoblaba la apuesta y acusaba
a los defensores del laicismo, en consonancia con la postura católica a favor
de la “libertad de enseñanza” y su propia retórica populista, de practicar un
"fascismo laico" con el que unos pocos querían acallar el clamor
popular.
Tras la aprobación de la ley, Caggiano y
Copello, en representación del Episcopado, agradecieron públicamente al
gobierno, aunque plantearon también algunas nuevas exigencias que Perón se negó
a conceder. Entre ellas, que la Dirección General de Enseñanza Religiosa
quedara totalmente bajo el control de la Iglesia. La relación, de todas
maneras, se mantuvo con pocos sobresaltos y si bien puertas adentro existían
voces críticas –como las de De Andrea o Fasolino–, Caggiano logró mantener la
cohesión en el Episcopado insistiendo en que no podían pasarse por alto los
beneficios de la nacionalización e integración de la clase obrera. Además, en
su opinión, el peronismo aseguraba condiciones óptimas para defender los
intereses de la Iglesia y esperaba que la Convención convocada para reformar la
Constitución profundizara la catolización del Estado y, fundamentalmente,
pusiera fin al patronato. En su lugar, alentaba la celebración de un
concordato, a tono con lo que la Iglesia defendía desde el siglo XIX.[26] Según Zanatta, esta situación influyó en el
hecho de que Caggiano avanzara en el proceso de institucionalización del
Episcopado (que por primera vez definió con claridad mecanismos reglamentarios
internos). La reforma constitucional, sin embargo, a pesar de los esfuerzos de
Caggiano y los guiños públicos de Perón, no dio cauce al grueso de las
reivindicaciones católicas y, en líneas generales, mantuvo el basamento
jurídico de la de 1853, que los "católicos nacionalistas"
consideraban demasiado liberal (Mallimaci y Cucchetti, 2011). Más problemático
aún, sostuvo el derecho de patronato y a través de él la injerencia estatal en
el gobierno de la Iglesia. El resultado de la reforma, de hecho, fue
considerado por diferentes historiadores como el comienzo del fin de la buena
relación entre la Iglesia y el gobierno y, en lo inmediato, supuso riesgos para
los liderazgos de Copello y Caggiano en el Episcopado (Zanatta, 1999). Ni uno
ni otro, no obstante, cedieron a las presiones y mantuvieron firme el timón. No
dieron muestras públicas de disconformidad y conservaron sin titubear su apoyo
al peronismo aun cuando estaba claro que la reforma había sido decepcionante
para todos. En el caso de Caggiano, la principal frustración no era tanto el
sostenimiento de la base "liberal" de la Constitución de 1853 –como
planteaban los "nacionalistas católicos"–, sino la pervivencia del
patronato y las dificultades para celebrar el concordato deseado por el
Vaticano. Por otro lado, empezaba a preocuparlo el tono crítico de algunos
obispos y dirigentes del laicado que, cuestionando al gobierno, hablaban de
"retroceso" del catolicismo. Entre tanto, en términos políticos, la
situación general se deterioró velozmente. En 1953 estallaron bombas en un acto
sindical en la Plaza de Mayo y en respuesta grupos peronistas incendiaron el
Jockey Club y las sedes del partido Socialista y el partido Radical. La
polarización creció en los meses siguientes y Caggiano se mostró por primera
vez algo más duro con el gobierno pidiendo por los "presos políticos"
y la libertad de expresión. Poco después, de todos modos, buscó recomponer la relación
compartiendo con Perón el cierre del Primer Congreso de Enseñanza Religiosa.
Desde las páginas de Criterio, además,
pidió acompañar el Plan Quinquenal e hizo una defensa de los logros del
peronismo. No obstante, la unidad de la Iglesia, que el otrora "padre
Antonio" había logrado sostener, crujía cada vez con mayor intensidad.
Entre otras cosas, por el surgimiento, tras una década de arduas negociaciones,
del partido Demócrata Cristiano durante la segunda mitad de 1954. Una
iniciativa que Caggiano había intentado detener sin suerte y que Perón
consideraba una seria amenaza (Bianchi, 2001; Mauro, 2020). Poco después, el
enfrentamiento con el gobierno volvió a recrudecer (Caimari, 2010; Bianchi,
2001).El 14 de diciembre se aprobó el divorcio vincular y se le retiró la
personería jurídica a las asociaciones profesionales basadas en la religión.
Asimismo, el personal de las escuelas católicas pagado por el Estado pasó
nuevamente a depender del Ministerio, a pesar de las quejas de Caggiano, y se
hizo pública la intención de separar Iglesia y Estado a través de un proyecto
de ley alentado por los sectores anticlericales del peronismo.[27] Caggiano siguió maniobrando, pero cada vez con mayores dificultades. En
abril de 1955, cambiando en parte su posición conciliadora, consideró que quienes
"despreciaban" los dogmas de fe incurrían voluntariamente en
"excomunión" (Bianchi, 2001, p. 303). Entre tanto, la polarización
social crecía y se repetían los actos de violencia. En junio de 1955, con el
propósito de asesinar a Perón, aviones de la marina pintados con una cruz
dentro de una "V" (en alusión a la consigna "Cristo Vence")
bombardearon la Casa Rosada y la Plaza de Mayo causando centenares de muertos,
y por la noche,en respuesta, militantes peronistas quemaron algunas iglesias
del centro porteño.Recién entonces,
superado por la situación y presionado por los sectores antiperonistas
de la Iglesia, Caggiano cambió drásticamente de posición y optó por romper con
Perón.[28] Apoyado por Roma, convocó a una reunión del Episcopado y si bien hacía
tiempo que era la principal cabeza de la Iglesia, dada la edad avanzada de
Copello, fue la primera vez que sus decisiones se tomaron en contra de la
voluntad del que había sido el primer cardenal latinoamericano, proclive a
seguir buscando un acuerdo.[29] Según Verbitsky, se dejaron de lado incluso las formas y Caggiano pasó a
presidir la reunión como si directamente Copello no continuara en ejercicio de
sus funciones (Verbitsky, 2007, 2008). Su liderazgo en la coyuntura de
enfrentamiento fue clave para que, tras la caída del gobierno, a pesar de los
estrechos vínculos que había mantenido con Perón, pudiera mantenerse al frente
de la Conferencia Episcopal en la Argentina posperonista. Su labor no tardaría
en ser premiada con la designación como arzobispo de Buenos Aires tras la
repentina muerte de Monseñor Lafitte en 1959.[30]
Caggiano en la cúspide de su protagonismo,
1959-1967
En la cúspide de su carrera eclesiástica,
Caggiano fue un actor central de la Argentina del “juego imposible”. Para sus
críticos la figura del arzobispo representaba, como ninguna otra, a una Iglesia
comprometida con las FFAA, opuesta a los cambios culturales y temerosa de los
aires conciliares.
Cuando reemplazó a Lafitte, Caggiano se
presentó como un pastor preocupado por los problemas sociales tanto como por la
unidad de los católicos.[31] A finales de la década de 1950 la jerarquía consideraba que la unidad de
los católicos era una condición prioritaria para hacerle frente a un mundo cada
vez más secularizado y a una sociedad cruzada por un conflicto político
irresuelto. En esta etapa el anticomunismo, que tenía fuerte arraigo en el
catolicismo y era un punto de encuentro con las FFAA, adquirió una dimensión
diferente como resultado del fracaso de la vía peronista a la conciliación
social y de la consolidación de la Guerra Fría. El “peligro rojo” se exacerbó,
además, con la Revolución Cubana –y su impacto a nivel local–y despertó
actitudes paranoicas entre los sectores más conservadores. Este impacto de la
situación cubana permite comprender por qué discursos que reiteraban tópicos en
los que había insistido Caggiano anteriormente, adquirían, en el nuevo
contexto, un tono más apocalíptico. El anticomunismo aggiornado en el catolicismo convergió con los cambios ideológicos
que se estaban produciendo en el ámbito militar siendo la reconstrucción de la
categoría del “enemigo interno” una de las principales derivas de tal confluencia.
La represión desplegada por el Estado, en diferentes coyunturas y con
intensidad y sus metodologías variables a lo largo de estas décadas, encontró
en los discursos eclesiales un factor legitimante.
Caggiano desarrolló vínculos sólidos en ámbitos
militares tanto por sus funciones específicas –vicario del Ejército desde los
años treinta y de las FFAA desde 1959–como por coincidencias ideológicas y de
espacios de socialización. Desde la cúspide del poder eclesiástico convocó a
los militares a hacer frente a la “grave crisis moderna que es el comunismo”.[32] En 1961, junto al presidente Arturo Frondizi, inauguró el Primer Curso
Interamericano de Guerra Contrarrevolucionaria en la Escuela de Guerra
(Verbitsky, 2011, p. 105); respaldó al grupo Ciudad Católica que replicó en Argentina la prédica anticomunista y
la denuncia de la renovación del catolicismo de su par francés Cithe Catholique (Scirica, 2010) y
prologó la edición en castellano del libro de Jean Ousset, fundador de Cithe Catholique, Marxismo leninismo. Su
lectura, según Caggiano, permitiría comprender que la lucha entablada por el
comunismo estaba “organizada y dirigida con inteligencia y sin frenos morales
de ninguna clase”.[33]
La reconsideración del comunismo a la luz de la
Revolución Cubana condicionó el abordaje de la cuestión social. El riesgo de
que la insensibilidad del liberalismo económico y la avaricia de los
empresarios lanzara a los trabajadores a las garras del comunismo, reapareció
con fuerza y reorientó el pensamiento de Caggiano desde una matriz
socialcristiana y nacional-católica moderadamente optimista en cuanto a sus
posibilidades de moldear a la sociedad a una más insegura y nítidamente
integrista. No obstante, ambos rostros convivían, se alternaban y entrecruzaban
de diferentes maneras, como dejó en claro su activo compromiso ante los
conflictos laborales más importantes del período. Dos de esos conflictos, la
huelga ferroviaria de 1961 y el plan de lucha de la CGT de 1963-1965,
expresaban los cambios que se estaban produciendo en la actitud de los
católicos hacia la conflictividad social y la emergencia de formas de procesar
las diferencias internas que implicaban una erosión de los principios de
autoridad constituidos.
La huelga ferroviaria estalló en octubre de
1961 y se extendió durante 42 días hasta que, con la intermediación de
Caggiano, los gremios y el gobierno alcanzaron un principio de acuerdo a
finales de ese año.[34] La intervención del arzobispo tuvo un claro respaldo de los grupos
católicos. Caggiano volvió a asumir el rol de mediador en 1964 ante el Plan de Lucha
llevado a cabo por la CGT. En el marco de una intensa labor, se reunió con
dirigentes sindicales, escuchó a los funcionarios y se entrevistó con el
presidente Arturo Illia. Criticó al gobierno y le reclamó decisiones,[35] pero también llamó la atención a la CGT porque la ocupación de fábricas
eran una invitación a la violencia y a la revolución social.[36] A pesar de su empeño, no tuvo éxito e incluso, recibió cuestionamientos
desde el ámbito confesional. En aquella coyuntura comenzó a tomar forma un
contraste entre el discurso conciliador de Caggiano quien, sin negar los
problemas sociales, temía la derivación subversiva de las protestas, y la
solidaridad de sectores del clero y el laicado con las luchas obreras (Fabris,
2016). La exteriorización de estas diferencias habla de la existencia de una
opinión pública en el catolicismo que cuestionó, implícitamente, las relaciones
de poder y el monopolio que pretendían ejercer los obispos sobre las opciones
de los católicos.[37]
Frente a este panorama Caggiano reclamó a
“Sacerdotes, Religiosos y fieles” el respeto a la disciplina y les recordó que
el tiempo de cuaresma ofrecía la oportunidad de “enseñaros, advertiros y, si
fuere menester, también de amonestaros”.[38] Afirmó, asimismo, que esa disciplina se debía
manifestar tanto “en el orden civil [como] en el orden religioso” para hacer
“frente al peligro de la subversión” y para preparar a la Iglesia “ante las
exigencias del Concilio Vaticano II”.[39] En la prédica de Caggiano estas cuestiones
aparecían estrechamente relacionadas ya que el impacto que podía tener el
Concilio en la Iglesia argentina dependía también del contexto social. Había
que ser cuidadosos, evitar adelantamientos, no dejar margen para dudas ni para
lecturas diferentes a las de los obispos y mantener las reformas dentro de
límites acotados. Antes de viajar a Roma para participar del Concilio, Caggiano
recordó que los principales protagonistas debían ser los sucesores de los
Apóstoles que, junto al Papa, conformaban “la Iglesia docente y dirigente,
depositaria de la autoridad suprema y del magisterio infalible de la misma”.[40] Además, pronosticó “Reformas de la Iglesia, no; reformas eventuales en
la Iglesia, sí” ya que era absurdo pensar que el Concilio "pueda alterar,
aunque sea en lo más mínimo, las verdades fundamentales de la Fe”.[41] Los deseos de Caggiano no se vieron cumplidos ya que el Concilio
alimentó el espíritu reformista que se venía insinuando en el mundo católico.
El esfuerzo debería dirigirse, entonces, a contener y conducir ese reformismo
para mantener a salvo “la constitución esencial [y] las estructuras
fundamentales de la Iglesia”.[42]
Luego de participar en el Concilio, regresó a
la Argentina en diciembre de 1965 y rápidamente pudo percibir la ebullición en
el campo católico. Frente a sus ojos se comenzó a revelar un universo de
reclamos que no cuadraba con el modelo eclesial en el que había desarrollado su
trayectoria y al que tanto había ayudado a consolidar. Críticas a las relaciones
de poder internas, reclamos para una mayor autonomía de los laicos y el clero,
objeciones a los vínculos de la jerarquía con las FFAA o los gobiernos,
confluían para materializar a sus peores pesadillas. La jerarquía, con Caggiano
a la cabeza, intentó contener las fisuras, pero la estructura ya estaba
demasiado conmovida para responder a los instrumentos clásicos. Se comenzaban a
poner de manifiesto nuevos tiempos en la Iglesia que requerían de formas de
conducción también novedosas. Sin embargo, las respuestas no hicieron más que
aumentar las tensiones. En enero de 1966 la Comisión Permanente de la CEA
deploró las publicaciones provenientes del ámbito religioso que enjuiciaban “la
autoridad de los legítimos Pastores”. Para los obispos, la actitud de los
responsables de las publicaciones atentaba contra la unidad, vulneraba la
disciplina eclesiástica y desvirtuaba el “pensamiento del Papa y del Concilio”.[43] Los presbíteros debían estar “unidos a su
obispo con sincera caridad y obediencia”.[44]
Caggiano, como máxima figura de la Iglesia
argentina, debió asumir un papel de piloto de tormentas, pero su formación lo
había preparado para ejercer mecanismos de autoridad que se encontraban en el
centro de los debates del catolicismo (Pattin, 2018). Poco dispuesto al
intercambio de ideas con quienes se ubicaban en un escalón más bajo del
ordenamiento jerárquico, enfrentó las críticas personalmente, en algunos casos,
con especial virulencia. A la revista Tierra Nueva, que había
aparecido en 1966 y que contaba con la colaboración de algunos sacerdotes, le
dedicó un mensaje pastoral para
marcarle sus “errores”, en especial su “historicismo” que desvirtuaba la“verdad
natural y sobrenatural y toda norma moral permanente” confundiendo a la
juventud y el clero joven.[45] Si bien desde la revista reafirmaron su fidelidad a la Doctrina
Cristiana y atribuyeron a una desinteligencia las acusaciones de Caggiano,
también recordaron que era válido “el ejercicio del derecho a la opinión
pública dentro de la Iglesia que le compete a laicos, sacerdotes y jerarquía”.[46]
Epilogo de una carrera, 1967-1979
En septiembre de 1966, cuando contaba con 77
años de edad, Caggiano solicitó al Vaticano que lo dispensara del gobierno
pastoral de la Arquidiócesis de Buenos Aires. La solicitud fue atendida
parcialmente, ya que desde Roma se decidió que continuara formalmente en el
cargo, aunque se nombró a Juan Carlos Aramburu como arzobispo coadjutor con
derecho a sucesión y se le encomendó el gobierno de la arquidiócesis. Se daba
inicio así a una transición que iba más allá de los nombres propios. De todas
formas, Caggiano retuvo la presidencia del Consejo Episcopal de la
Arquidiócesis de Buenos Aires, del Consejo que reunía a los representantes de
las diferentes diócesis de la Provincia Eclesiástica de Buenos Aires y de la
CEA. El primero de estos organismos había sido creado recientemente para
articular las actividades pastorales que se habían vuelto más complejas a
partir de la reorganización de la Arquidiócesis en cuatro zonas dirigidas, cada
una, por un obispo auxiliar. Esta reforma, poco sorprendente en razón de sus
dimensiones y de la población que incluía, respondió también a los conflictos
que se venían desarrollando entre sacerdotes y obispos. Tal como señaló el
mismo Caggiano, en una Arquidiócesis grande y compleja no era sencilla “la
unión entre el obispo y los sacerdotes”.[47]
Hacia fines de la década de 1960 Caggiano
parecía convencido de que el “materialismo ateo” había tomado cuerpo en toda
una serie de desafíos que afrontaba la autoridad eclesiástica. Para muchos
integrantes del clero, el liderazgo del obispo además de estar fundado en el
ordenamiento jerárquico y precedido de carreras eclesiales más o menos
prolongadas, se debía validar frente a quienes se les reclamaba obediencia. Un
liderazgo que se construía y validaba cotidianamente cuestionaba las bases más
profundas de la institución en la que Caggiano se había formado y a la que le
había dedicado su vida. Por su grado de exposición, por el lugar central que
ocupaba en la Iglesia y por la naturalidad con que el anciano obispo se
vinculaba a un gobierno como el de Onganía –a quien había respaldado desde su
asunción rubricando el Estatuto de la Revolución Argentina y aprobando la
consagración del país a la Virgen María–[48] se convertía en una figura emblemática del
modelo eclesial sobre el que arreciaban las críticas.
En este marco, frente a la seducción que podía
despertar la figura del cura comprometido con las luchas del pueblo o, incluso,
del sacerdote-guerrillero siguiendo el ejemplo de Camilo Torres, Caggiano
proponía una receta donde los viejos ingredientes de la conciliación de clases
del catolicismo social perdía sus notas distintivas ante una solución represiva
que lo invadía todo. El 28 de mayo de 1969 Caggiano, Aramburu y Plaza sostuvieron
que, “dada la tendencia de grupos de ideología materialista-atea”, el camino de
la violencia “puede significar el comienzo de la destrucción”.[49] Un día después la rebelión popular estallaba en Córdoba y ponía en jaque
al gobierno de Onganía.
Poco después, durante la procesión del Corpus
Christi, prácticamente blindada por las fuerzas de seguridad (Verbitsky, 2013,
p. 13), Caggiano recordó a los participantes que “el enemigo común, en todo el
mundo, es el materialismo ateo organizado”.[50] En sus mensajes la situación de la Iglesia adquiría un tono
inequívocamente oscuro, jaqueada por numerosos conflictos, uno de los más
sonantes en su diócesis de origen, Rosario. Para Caggiano se había desatado una
verdadera tempestad que llevaba a “la rebelión y a la violencia; al
desconocimiento de la autoridad y del orden”.[51] En el catolicismo proliferaba una opinión pública que replanteaba la
autoridad de los obispos y se nutría de nuevas fuentes de legitimidad que
convivían con la instaurada por el ordenamiento jerárquico. Si este proceso
estaba contemplado entre las novedades conciliares, la definición de sus
límites era objeto de disputa y allí Caggiano luchaba denodadamente por
apuntalar las últimas defensas ante la anarquía. En su defensa de la autoridad
del obispo, rechazaba el protagonismo que asumían los teólogos y la tendencia a
que cualquier cristiano o sacerdote opinara libremente.[52]
Ante la crisis que vivía el catolicismo y el
compromiso de laicos y sacerdotes con la conflictividad social y la violencia
política, Caggiano insistió en la necesidad de que los hombres de la Iglesia
reconocieran que el sentido fundamental del mensaje cristiano era espiritual y
que desecharan cualquier intento de traducirlo en instrumentos de acción
terrenal. El contraste que se daba entre diferentes concepciones sobre el rol
que debían asumir los católicos en la sociedad y en torno a las relaciones al
interior de la Iglesia, tomó forma en una polémica que involucró a la Comisión
Permanente del Episcopado y al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo
(MSTM). El disparador del cruce fue una declaración elaborada por Caggiano y
avalada por los obispos que integraban la comisión, en la que se criticaba con
dureza las perspectivas que había asumido el movimiento.[53] Respaldándose en Pablo VI, la declaración
episcopal sostuvo que algunos impulsos del Concilio parecían ser “preludios de
graves contratiempos para la misma Iglesia”.[54] El principal error que constataba era, precisamente, una concepción del
cristianismo que marginaba su dimensión espiritual en favor de los aspectos
sociales. El documento apuntó sus cañones directamente al MSTM, rechazó el
compromiso social de sus miembros y dejó en claro que la permanencia de un
movimiento dentro de la Iglesia dependía de que actuara “en comunión con sus
propios obispos y, en último término, con el Pastor supremo de la iglesia.[55]
Los sacerdotes tercermundistas entendieron que
el cuestionamiento de la jerarquía se reducía, prácticamente, a un reto sin
argumentos sólidos y consideraron que sería una actitud infantil dejarse
“persuadir fácilmente de errores y culpas”.[56] Por el contrario, sostuvieron que al dirigirse
a los obispos debían hacerlo con una “actitud respetuosa y obediente, pero a la
vez libre y no servil”.[57]Para los sacerdotes la declaración de la
Comisión Permanente “adolece de falta de información suficiente, [a]tribuye al
Movimiento doctrinas que no sustenta, [t]ergiversa el sentido de expresiones …
sacándolas de su contexto”.[58]
Luego la crítica iba al
fondo de la cuestión para abordar las relaciones de poder al interior de la
Iglesia:
Según dicen, ustedes, Obispos, conocen la verdad y nosotros, no-obispos, entendemos la verdad que ustedes descubren y conocen. Ustedes dicen la verdad, nosotros la escuchamos y la aceptamos. Ustedes proponen la verdad y nosotros la realizamos. .… Pensamos que el conocimiento de la verdad pertenece a todo el Pueblo de Dios, conducido por el Espíritu, si bien el Papa y los obispo lo proponen magisterialmente … Pensamos que todos, también los obispos, deben aceptar la verdad que está en la Iglesia Universal y no, necesaria e infaliblemente, en un grupo particular de obispos.[59]
Además, establecieron un contraste entre una
concepción espiritual que era posible observar en la declaración de los obispos
y una liberación integral que, tal como la postulaba el MSTM, debía incluir
indefectiblemente todas aquellas opresiones y ataduras que afectaban al hombre
en su vida cotidiana. Criticaron también el respaldo episcopal al gobierno de
Onganía y realizaron una extensa justificación de la opción por la
“socialización de los medios de producción”. Por último, expusieron una
concepción alternativa del liderazgo dentro de la Iglesia según la cual la
unidad sólo sería posible “a través de la amistad, de la autoridad ejercida en
servicio, de la confianza mutua, de una comunión de compromiso y acciones”.[60]
Ya en la década de 1970 el protagonismo de
Caggiano se redujo y la figura de Aramburu terminó de emerger como la máxima
autoridad en el arzobispado porteño. Las intervenciones de Caggiano, aunque
menos frecuentes, siguieron con preocupación el crecimiento de la violencia
política y la proliferación de desafíos al status
quo. La “sustitución de nuestras instituciones libres” y la instalación de
un régimen “estrictamente marxista, cuya ideología materialista y estatista nos
llevarían al totalitarismo más crudo y repudiable” se asomaba en el horizonte.[61] Pero, además, ello ocurría mientras en la
Iglesia “una honda crisis no solamente de carácter disciplinar, sino también
doctrinal ha interrumpido con la violencia de un vendaval” afectando
profundamente su unidad. Como siempre había insistido eran las ideas “las que
llevan a la acción … Ellas son las que han llevado a la lucha sangrienta,
traidora y terrorista”.[62] En esa lucha la sangre derramada injustamente “clama justicia ante Dios
y constituye uno de los pecados más graves que puede cometer el hombre; jamás
queda sin sanción y castigo anticipado aquí en la tierra”.[63]
El retorno de Perón, como señaló Zanatta
(2015), fue para Caggiano el último refugio ante la tormenta que se avecinaba,
la última esperanza para superar los conflictos que afectaban a la sociedad y a
la Iglesia. Sin embargo, la muerte del anciano líder dejó al país en el borde
del precipicio que tanto lo había atormentado en la última década. En la
homilía pronunciada en la misa de cuerpo presente celebrada en la catedral,
como en un balance retrospectivo donde la vida del país se cruzaba con la del
propio ex presidente y con su propia trayectoria, Caggiano reclamó que el “que
esté libre de pecados arroje la primera piedra”.[64] Allí recordó que Perón había fomentado:
el diálogo con los dirigentes políticos del país, con el fin de buscar la unidad necesaria para la renovación y reconstrucción de nuestra tierra … El dialogo se inició con éxito y constituye la mejor manera de buscar soluciones fraternales, a pesar de todas las dificultades.[65] [Y Agregó] fue enemigo de la violencia, en medio de una desatada tempestad de violencia y terrorismo que intenta suprimir las estructuras e instituciones de la República, para sustituirla por un socialismo de Estado, que es materialista y totalitario.[66]
Conclusiones
El nombramiento de Caggiano como arzobispo de
Buenos Aires, precipitado tras la muerte repentina de monseñor Lafitte, coronó
su trayectoria cuando se cumplía un cuarto de siglo de su designación como
obispo. Permaneció en el cargo hasta 1975, cuando el Papa Pablo VI aceptó su
renuncia (aunque ya desde 1967 parte de las tareas pastorales quedaron a cargo
de Juan Carlos Aramburu, nombrado arzobispo coadjutor con derecho a sucesión).
Caggiano ocupó también, como vimos, la presidencia de la CEA entre 1955 y 1971
y el vicariato castrense entre 1959 y 1975. En ambos cargos fue reemplazado por
Adolfo Tortolo. Paradójicamente, sus años de consagración y máxima proyección
coincidieron con el fortalecimiento de sus miedos e incertidumbres, cada vez
más acechado por el temor del avance del comunismo y los conflictos
intraeclesiales. Aunque viejos fantasmas –omnipresentes en sus discursos al
frente de la ACA y la diócesis de Rosario en la década de 1930 y, luego, ante
el surgimiento de la temida democracia cristiana–, adquirieron por entonces,
tras la caída de Perón, el impacto de la guerra fría y los procesos de
radicalización política en América Latina y el Tercer Mundo, un tono mucho más
extremo y alarmista. Si en los años treinta y cuarenta Caggiano se había
mostrado confiado en vencer al comunismo en su propio campo, a través de la
militancia católica, las iniciativas del catolicismo social y el
fortalecimiento de la Iglesia en la sociedad y la cultura, en los sesenta ese
optimismo político se había disipado en gran parte y los diagnósticos se habían
revestido de un tinte entre sombrío y luctuoso. La alianza entre la cruz y la
espada que había impulsado como vicario del Ejército en los años treinta cambió
su composición y el fiel de la balanza se inclinó cada vez más claramente hacia
el lado de la espada. En este giro, consumado ya a finales de los sesenta, jugó
tanto el contexto geopolítico y sus propias dudas sobre la viabilidad del
catolicismo social, como el crecimiento de las tensiones al interior de la
propia Iglesia (aceleradas tras el Concilio Vaticano II pero iniciadas ya en la
década de 1950 y, previamente, de la mano de los intentos de conformación de la
democracia cristiana). La percepción de que la Iglesia misma estaba siendo
corroída en sus cimientos y no constituía ya un punto firme de apoyo agigantó
la estela de sus fantasmas que lo fueron conduciendo a posiciones cada vez más
integristas y autoritarias. Receloso del propio clero –sobre cuya seguridad
doctrinaria dudaba cada vez más– y de las organizaciones del laicado que él
mismo había contribuido decisivamente a crear, reclamó por el retorno de un
catolicismo espiritual que preservara a la Iglesia de las conmociones de la
sociedad argentina.
Pronto se puso de manifiesto que conducir a los
grupos comprometidos hacia las mansas aguas de ese catolicismo espiritual era
una tarea condenada al fracaso. La Iglesia, que durante décadas había volcado
sus esfuerzos en cristianizar la sociedad y alcanzar un lugar protagónico en la
política argentina, no podía de un día para otro, cuando esa estrategia se
había plasmado en todos los órdenes, dar marcha atrás en respuesta a las
invocaciones de una jerarquía que había sido artífice y beneficiaria de esa
construcción. En este marco, sólo el orden en la sociedad activada podría
calmar el vendaval en el frente interno. Caggiano apostó por el retorno de
Perón, su discurso conciliador, el pacto social y el acuerdo entre los
partidos. Sin embargo, la muerte del anciano líder hizo más dramática la
situación y, ante la amenaza del caos y la desintegración, las FFAA emergieron
una vez más como el último bastión de la nación amenazada.
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[1] Agradecemos a Lucas
Bilbao sus comentarios y la cesión de documentación utilizada en la
investigación. Asimismo, quisiéramos expresar nuestra gratitud con Miranda Lida
y Carolina Barry quienes nos animaron, en el marco de otro proyecto, a iniciar
la reconstrucción de la trayectoria de Caggiano.
[2] Sobre los debates de la
secularización la bibliografía es inagotable. Para el caso argentino, entre
otros: Di Stefano (2011); Di Stefano y Zanca (2016); Mallimaci (2015), Mauro y
Martínez (2015).
[3]
Archivio Segreto Vaticano (ASV), Affari Ecclesiastici Straordinari (AES),
449-454, Nota del Internuncio al Secretario de Estado, el Cardenal Pietro
Gaspari, f. 59-66.
[4] "Excmo. y Rdmo.
Mons. Dr. Antonio Caggiano. Obispo de Rosario", en Boletín Eclesiástico de la Diócesis de Santa Fe, Tomo XXXIII, N°3,
15 de marzo de 1935.
[5] Sobre "el padre
Antonio": "Profundo pesar en Rosario", en La Capital, 24 de octubre de 1979.
[6] ASV, AES, 311-312, f.
34-36: Cartas del nuncio a Pietro Gasparri, 24 de diciembre de 1928 y 19 de
mayo de 1929.
[7]Un
"oblato" en la conceptualización de Pierre Bourdieu y Monique de
Saint-Martin (Bourdieu, 2010).
[8] ASV, AES, 313 P.O.,
Fasc. 70, f. 17, Carta del Nuncio Felipe Cortesi al Secretario de Estado,
Eugenio Pacelli, 20 de marzo de 1931.
[9]I Congreso Eucarístico Diocesano de Rosario, Rosario, 1933, pp.
154-156.
[10]I Congreso, p. 155.
[11] El Nuncio mismo
defendió a Caggiano de manera privada frente a los cuestionamientos de algunos
obispos. ASV, Nunz. Argentina, 587, f. 71, Carta del Nuncio Cortesi al Obispo
Auxiliar de Corrientes Pedro Dionisio Tibiletti, 5 de diciembre de 1931.
[12] ASV, AES, 313 P.O.,
Fasc. 70, f. 17-30, Cartas del Nuncio Felipe Cortesi al Cardenal Eugenio
Pacelli, 20 de marzo de 1931; 30 de marzo de 1931. El nuncio destaca la
importancia de Santa Fe en el futuro de la ACA y la Iglesia. Nunz. Argentina,
Fasc. 516, f. 92-94, Cartas del Nuncio a la Secretaría de Estado, 29 de marzo
de 1931 y 28 de abril de 1931.
[13] ASV, Nunz. Argentina,
561, f. 202-210, Carta del Secretario de Estado de la Santa Sede, Eugenio
Pacelli al Nuncio, 14 de abril de 1932; f. 210-220, Informe: La propaganda
comunista en Argentina.
[14] Crónicas de las visitas
pastorales: BEDSF, Tomo XXXIII, N° 9, 15 de septiembre de 1935.
[15] BEDSF, T. XXXIV, N° 4, 15 de abril de 1936.
[16] Una transcripción del
proyecto de Cafferata en: Restauración
Social, N°40, agosto de 1938.
[17] Cortesi se refiere al
"pavoroso fantasma de la desocupación". ASV, Nunz. Argentina, Busta
113, Fasc. 561, f. 62.
[18] BEDSF, Tomo XXXVII, 15
de febrero de 1937, pp. 209-211.
[19] ASV, Nunz. Argentina,
539, f. 119-120, Carta de Antonio Caggiano al Nuncio Cortesi, 11 de diciembre
de 1935 y Carta del Hermano Amadeo a Caggiano, 29 de noviembre de 1935.
[20] La Primera Semana de
Estudios Sociales de la ACA en Rosario se dedicó a estudiar precisamente el
comunismo. Al respecto: "Primera Semana de Estudios Sociales de la
Diócesis de Rosario, 27 de septiembre al 2 de octubre de 1938", en Restauración Social, N°
42, octubre de 1938. Otras intervenciones en la misma línea: Conci, C.,
"Nuestro Venerable Episcopado y los intereses del pueblo", en Restauración Social, N°13, mayo de 1936; Caggiano, A.,
“Las responsabilidades", en Restauración
Social, N°31, noviembre de 1937.
[21] “Las condiciones
actuales y el salario de los obreros. Pastoral colectiva del Episcopado
Argentino”, en Restauración Social, N°69, enero 1941.
[22] Caggiano, A.,
"Salario familiar y vivienda obrera. Alocución pronunciada en la catedral
de Buenos Aires el 18 de julio de 1942", en Pregoneros Social Católicos, Bs. As., 1942.
[23] La desclasificación de documentos y nuevas
investigaciones sugieren que el viaje tuvo también el objetivo de facilitar la
llegada al país de criminales de guerra franceses. Públicamente, no obstante,
sus críticas al totalitarismo fueron repetidas, en sintonía con la línea editorial
de Restauración Social, dirigida por su colaborador Carlos Conci. Al respecto: El
Pontificado y el Totalitarismo, Difusión, Bs. As., 1946 y Dos Discursos,
Junta Central de ACA, Bs. As., 1945.
[24] Caggiano, A. "La
Iglesia y la educación", 14 de octubre de 1946, discurso pronunciado en el
cierre del II Congreso Interamericano de Educación Católica, en Caggiano, A., Discursos, Rosario, 1946.
[25] Caggiano, A. La primacía de la paternidad en los derechos de la educación. En Caggiano, A., Discursos, Rosario, 1946, pp. 25-27.
[26] Por entonces la
nunciatura discutió ampliamente la cuestión tras el golpe de Estado. ASV, AES,
313 P.O. Fasc. 70, f. 15, Carta de Cortesi a la Secretaría de Estado, 1930,
s/f.
[27]Las
cartas públicas a Perón y los pedidos de unidad son elocuentes. Revista
Eclesiástica de Santa Fe, Año LIV, N°11 y 12, noviembre y diciembre de
1954. Carta Pastoral de Cuaresma sobre la institución divina de la Iglesia y
Cartas del Episcopado Argentino al Presidente de la Nación y al Sr. Ministro de
Educación, Declaración de la Comisión Permanente del Episcopado Argentino. Revista
Eclesiástica de Santa Fe, Año LV, N°3 y 4, marzo-abril de 1955.
[28] Declaraciones varias del Episcopado, en Revista
Eclesiástica de Santa Fe, Año LV, N°7 y 8, julio y agosto de 1955. Ver
también: Criterio, N°265.
[29]
En
las semblanzas de su actuación se lo nombra como "presidente" de la
Conferencia Episcopal durante 1954, "La desaparición del ilustre pastor
acongoja a toda la Iglesia argentina", en La Capital, Rosario, 24 de octubre de 1979.
[30] El Pueblo, 24 de octubre de 1959 y 25 de octubre de 1959.
[31] Boletín de la Arquidiócesis de Buenos Aires (en adelante BoABA), 23 de noviembre de 1959.
[32] BoABA, agosto de 1960. Las palabras de Caggiano no tomaban por
sorpresa a sus interlocutores ya que, desde 1957, una misión de militares
franceses capacitaba a oficiales argentinos para la guerra
contrarrevolucionaria en los cursos de la Escuela Superior de Guerra (Mazzei,
2002).
[33] Caggiano, A. (1973).
“El más perverso de todos los errores y el más siniestro de todos los males”
[Prólogo al libro de Jean Ousset, J (1961). El
Marxismo Leninismo]. En El magisterio
pastoral del cardenal Antonio Caggiano. Breve Antología. Buenos Aires:
Talleres Gráficos de la Dirección de Abastecimientos Navales, p. 83.
[34] Clarín, 11 de diciembre de 1961. Se firmó un laudo que estableció
que “los puntos litigiosos se someterán al arbitraje” de Caggiano “cuya
decisión se considerará inapelable”.
[35] “La disciplina y el
éxito en nuestra vida civil y cristiana. Pastoral de Cuaresma del Cardenal
Caggiano”, en Boletín AICA, N°401, 3 de marzo de 1964.
[36] Caggiano, A. (1973). El
ideal en la solución de los problemas del trabajo. La empresa debe llegar a ser
comunidad de personas asociadas en el trabajo [Mensaje en la Fiesta del
Trabajo: 1° de mayo de 1964]. En El Magisterio
Pastoral del Cardenal Antonio Caggiano, p. 95.
[37] El caso más relevante
fue el de un grupo de sacerdotes de la provincia de Córdoba que cuestionó la
posición asumida por la jerarquía y las gestiones de Caggiano. (Morello, 2005).
Otro caso relevante fue el de Pascual Ruberto, párroco de la Iglesia Jesús
Obrero de Berisso, quien apoyó el plan de lucha y se puso al frente de una
marcha de obreros que se dirigió a La Plata y terminó envuelto en los
incidentes que se produjeron a raíz de la represión policial, La Capital,
5 de junio de 1964.
[38] “Pastoral de Cuaresma
del Cardenal Caggiano: La disciplina y el éxito en nuestra vida civil y
cristiana”. En Boletín AICA, N°401, 3
de marzo de 1964.
[39] “Pastoral de Cuaresma
del Cardenal Caggiano: La disciplina y el éxito en nuestra vida civil y
cristiana”. En Boletín AICA, N°401, 3
de marzo de 1964.
[40] “Saludo de despedida al
viajar a Roma para asistir al Concilio Ecuménico Vaticano II”. En Revista Eclesiástica Argentina, N°30,
noviembre-diciembre de 1962.
[41] “Saludo de despedida al
viajar a Roma para asistir al Concilio Ecuménico Vaticano II”. En Revista Eclesiástica Argentina, N°30,
noviembre-diciembre de 1962.
[42] “Pastoral de Cuaresma:
Renovación y reforma de nuestra vida sacerdotal [continuación]”. En BoABA, N°90, junio de 1965.
[43] “Declaración de la
Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Argentina sobre ciertas
publicaciones de algunos sacerdotes enero de 1966”. En Documentos del Episcopado Argentino, 1965-1981. Colección completa del
magisterio postconciliar de la Conferencia Episcopal Argentina. Buenos
Aires: Ed. Claretiana, 1982, p. 16.
[44] “Declaración de la
Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Argentina sobre ciertas
publicaciones de algunos sacerdotes enero de 1966”. En Documentos del Episcopado Argentino, 1965-1981. Colección completa del
magisterio postconciliar de la Conferencia Episcopal Argentina. Buenos
Aires: Ed. Claretiana, 1982, p. 16.
[45] “Carta Pastoral: La
defensa de la verdad religiosa”. En BoABA,
N°109, enero de 1967 y “Carta Pastoral: La defensa de la verdad religiosa
[continuación]”.EnBoABA, N°110,
febrero de 1967.
[46] “Declaración de los
redactores de Tierra Nueva sobre la
pastoral de monseñor Caggiano que reprobó la orientación de su primer número,
Bs As, 12 de diciembre de 1966”. En Mayol, Habegger y
Armada, 1970, pp. 293-294.
[47] BoABA, N°116, agosto de 1967.
[48] “Entrevista a Victorio
Bonamín”. En Martín, 2013, p.107.
[49] “Declaración de la
Comisión Ejecutiva del Episcopado Argentino”. En BoABA, N° 135,
junio-julio de 1969.
[50] “Exhortación del
cardenal Caggiano al finalizar la procesión del Corpus Cristi”.
[51] “Homilía en el día del
Papa”. En BoABA, N°136, agosto de 1969.
[52] “Homilía en el día del
Papa”. En BoABA, N°136, agosto de 1969.
[53] “Declaración de la
Comisión Permanente del Episcopado Argentino, a nuestros colaboradores,
sacerdotes diocesanos y religiosos y a todo el pueblo de Dios”. En Documentos del Episcopado Argentino,
1965-1981. Buenos Aires: Claretiana, 1982, p. 120.
[54] “Declaración de la
Comisión Permanente del Episcopado Argentino, a nuestros colaboradores,
sacerdotes diocesanos y religiosos y a todo el pueblo de Dios”. En Documentos del Episcopado Argentino,
1965-1981. Buenos Aires: Claretiana, 1982 “, p. 121.
[55] “Declaración de la
Comisión Permanente del Episcopado Argentino, a nuestros colaboradores,
sacerdotes diocesanos y religiosos y a todo el pueblo de Dios”. En Documentos del Episcopado Argentino, 1965-1981.
Buenos Aires: Claretiana, 1982 p. 127.
[56] “Nuestras reflexiones
en torno a la declaración de la Comisión Permanente del Episcopado del 12 de
agosto de 1970”. En Cristianismo y
Revolución, N° 27, enero-febrero de 1971.
[57] Nuestras reflexiones en
torno a la declaración de la Comisión Permanente del Episcopado del 12 de
agosto de 1970”. En Cristianismo y
Revolución, N° 27, enero-febrero de 1971.
[58] Nuestras reflexiones en
torno a la declaración de la Comisión Permanente del Episcopado del 12 de
agosto de 1970”. En Cristianismo y
Revolución, N° 27, enero-febrero de 1971.
[59] Nuestras reflexiones en
torno a la declaración de la Comisión Permanente del Episcopado del 12 de
agosto de 1970”. En Cristianismo y
Revolución, N° 27, enero-febrero de 1971.
[60] Nuestras reflexiones en
torno a la declaración de la Comisión Permanente del Episcopado del 12 de
agosto de 1970”. En Cristianismo y
Revolución, N° 27, enero-febrero de 1971.
[61] Caggiano, A., “La
maternidad espiritual y universal de la Santísima Virgen María” 8 de mayo de
1972, El magisterio pastoral del cardenal
Antonio Caggiano. Breve Antología, p. 47.
[62] Caggiano, A., “La
maternidad espiritual y universal de la Santísima Virgen María”, 8 de mayo de
1972, El magisterio pastoral del cardenal
Antonio Caggiano. Breve Antología, p. 52.
[63] Caggiano, A.
“Exhortación pronunciada al término de la homilía en la misa del Primer Viernes
de mes, celebrada en la Iglesia Catedral de Buenos Aires el 6 de abril de 1973”,
p. 20.
[64] Caggiano, A. “Homilía
en la misa de cuerpo presente celebrada en la Iglesia Catedral de Buenos Aires,
el 2 de julio de 1974, en sufragio del alma de Excelentísimo Señor Presidente
de la Nación Teniente General Juan Domingo Perón”. p. 8.
[65] Caggiano, A. “Homilía
en la misa de cuerpo presente”, p. 9.
[66] Caggiano, A. “Homilía
en la misa de cuerpo presente”, p. 10.