La dinámica política
de un movimiento populista clásico: el Partido Peronista
en sus orígenes
MOIRA MACKINNON
Instituto de Estudios
Históricos de la Universidad de Tres de Febrero (UNTREF)
Tres de Febrero, Buenos
Aires
Argentina
PolHis, Revista
Bibliográfica Del Programa Interuniversitario De Historia Política,
Año 14, N° 27, pp.99-132
Enero- Junio de 2021
ISSN 1853-7723
Fecha de recepción:
04/11/2020 - Fecha de aceptación: 12/08/2021
Resumen
Una dimensión central del fenómeno populista, presente desde los primeros análisis del tema a mediados del siglo XX hasta hoy, es la relación entre el líder y las masas. Ha sido caracterizada de diferentes maneras, pero en la mayoría de los casos, ha estado sesgada en favor de una visión de una relación de “arriba hacia abajo” y, en consecuencia, no se ha explorado en forma suficiente el contrapunto entre los dos términos de la relación. El objetivo de este artículo es explorar cómo se desarrolló la relación entre líder y masas a través de un estudio de un movimiento populista clásico: el Partido Peronista entre 1946 y 1950. El trabajo sostiene que la dinámica interna de los partidos-movimiento populistas está regida por la tensión que se despliega entre dos polos organizativos, un polo democrático y un polo carismático, y que la existencia de estos dos polos demuestra que hay otras dinámicas presentes en los movimientos populistas, no solo una de “arriba hacia abajo”.
Palabras
Clave
Partido Peronista –
polo democrático, polo carismático
The political dynamics of a classic populist movement: the Peronist
Party in its early years
Abstract
The
relations between the leader and the masses have played an important role in
academic work on populism since the middle of the twentieth century. Although
authors have discussed different aspects of these relations, most studies
describe them as top‑down. As a result, the counterpoint between the two terms
of the relation has not been sufficiently explored. The aim of this article is
to examine how the relations between the leader and the masses unfolded through
a study of a classic populist movement: the Peronist party from 1946 to 1950.
This paper argues that, in populist party-movements, the internal dynamics are
governed by the tension between a democratic organizational pole and a
charismatic organizational pole, and that the existence of these two poles
shows that there are other dynamics at work in populist movements, not only a
top‑down one.
Keywords
Peronist
Party, democratic pole, charismatic pole
La dinámica política de un movimiento populista clásico:
el Partido Peronista en sus orígenes[1]
Introducción
Una dimensión central del fenómeno populista,
presente desde los primeros análisis del tema a mediados del siglo XX hasta
hoy, es la relación entre el líder y las masas. Aunque esta relación ha sido
considerada y caracterizada de diferentes maneras, ha ocupado un rol central en
los trabajos académicos sobre el tema. Se han enfatizado diferentes aspectos:
algunos ponen el acento en las características propias de las masas y las
modalidades de su incorporación al sistema político; otros apuntan más bien a los
cálculos políticos del líder, su estrategia política por llegar al poder
apoyado por seguidores caracterizados en su mayor parte como desorganizados;
otros observan un patrón de movilización verticalista que suprime o subordina
las formas de la mediación política subrayando la desinstitucionalización de la
representación política, su cariz anti-institucional y anti-accountability horizontal (Cotler, 1991; De la Torre 2008, 2013; Germani,
1971; Levitsky y Loxton,
2013; Peruzzotti, 2008; Roberts, 1999 [1995], 2008; Urbinatti (2015 [2013]); Weffort,
1999; Weyland, 1996, 2004 [2001]).[2]
A estos enfoques políticos del populismo se han
sumado autores que analizan el fenómeno desde otra óptica. Son quienes apelan a
la teoría del discurso y colocan también en un lugar central la relación
líder-masas aunque con diferente énfasis en el rol del líder, ya sea porque la
coherencia última (o la unidad) de la construcción de un sujeto popular está
dada por su inscripción en el nombre del líder como significante vacío, o porque
se entiende al populismo como una lógica discursiva que divide el espacio
social entre el pueblo y sus enemigos en la cual el rol del líder es central
pero también lo es, igualmente, el de las organizaciones sociales y los órdenes
institucionales, o porque, con menos acento en el líder, en las experiencias
populistas existe una constante renegociación de las características y el
espacio (la identidad) tanto de la plebs como de sus oponentes (Laclau,
2005; Panizza, 2005, 2008; Aboy
Carlés, 2014).
Con una síntesis que seguramente no hace
justicia a los aportes de esa literatura, entendemos que en la mayoría de los
casos ha estado sesgada en favor de una visión de la relación líder - masas de
“arriba hacia abajo” y, como consecuencia, no ha explorado en forma suficiente
el contrapunto entre los dos términos de la relación. Por cierto, hay algunos
autores que han cuestionado esa perspectiva, dando cabida al examen de la
recepción en el polo de las masas (James, 1987; de la Torre, 2010) con vistas a
corregir el énfasis en los líderes, sus discursos y su accionar, y la escasa
atención prestada a la dinámica de sus multitudinarios apoyos. En Argentina,
los trabajos sobre una ‘segunda línea’ (y tercera) de liderazgo en el peronismo
también van en esta dirección y contribuyen a cuestionar y matizar la versión
convencional del liderazgo único y todopoderoso: revelan la existencia de un
gran número de dirigentes políticos que llegaron al peronismo desde otros
espacios partidarios, profesionales o estatales, cuya participación fue
decisiva en el nacimiento y la consolidación de este movimiento político.[3]
El presente trabajo se inserta en este encuadre:
el objetivo es examinar cómo se desarrolló la relación entre líder y masas en
un ejemplo importante de los populismos en el mundo, el peronismo, tomando como
referencia histórica los primeros cinco años del periodo clásico (1946-1950).
Aunque en la visión convencional la relación entre líder y masas se lleva a
cabo sin mediaciones de instituciones o personas (la imagen clásica es la del
líder que habla desde el balcón y la multitud que aplaude en la plaza), en las
últimas dos décadas numerosas investigaciones han revelado un panorama más
complejo.[4] Desde el
principio, el objetivo de Juan D. Perón fue unificar a sus heterogéneos apoyos
en una única organización partidaria, y su llamado a formar un partido
unificado fue aceptado por las diferentes fuerzas que formaban su coalición.
Ahora bien, aunque el Partido Peronista fue la creación de un líder
y, por lo tanto, diferente a un partido de formato más clásico, sabemos que no
fue una estructura corporativa vacía ni sus apoyos se comportaron como un
séquito disciplinado. Las dinámicas aquí estudiadas surgen y se expresan en las
arenas de este naciente Partido Peronista, una organización con actores y
estructuras en formación.
Dicho en forma sintética, el artículo propone
que en los “partidos-movimiento” populistas se despliegan dos polos
organizativos: un polo organizativo democrático y un polo organizativo
carismático (Mackinnon, 2002). Mientras el polo
organizativo democrático, presente en el conflicto interno, expresa la potencia
de la participación de las bases y la tendencia hacia la representación de ‘las
partes’ (en oposición al ‘todo’; es decir, el pluralismo) e impulsa el
partido-movimiento hacia la formación de corrientes internas, el polo
organizativo carismático, generado por la fuerte y universal aceptación del
liderazgo de Perón, ejerce una presión contraria que actúa para mantener unidas
esas heterogéneas y multitudinarias facciones y crear una estructura que las
contenga. Esta idea surgió de la lectura de Angelo Panebianco (1993) que menciona estos dos polos al pasar,
sin desarrollarlos. Cuando hablamos de un “polo organizativo carismático”, lo
entendemos en términos de “la lógica de la unión inquebrantable” (Mackinnon, 2002, p.155), de un principio de acción política
que surge de la existencia de un liderazgo extraordinario, validado por el
reconocimiento de sus seguidores (Weber, 1944, pp.193-194). La creación de instituciones
no está reñida con este tipo de liderazgo (Gerth y
Wright Mills, 1958, p. 54) ni implica necesariamente obsecuencia ni obediencia ciegas. Además, el carisma está mediado o
limitado (como implica la existencia del polo democrático) por un lado, por la
fuerza de la movilización de base, su experiencia y organizaciones anteriores
y, por otro lado, por los reglamentos que se dan los mismos peronistas como
señalan Quiroga (2014, p. 91) y Aelo y Quiroga (2006,
p. 74).
Entonces, sobre la base de un estudio del
Partido Peronista de la primera época, proponemos examinar en primer lugar cómo
funcionan estas dos lógicas diferentes y cómo su presencia genera mayor
conflictividad y efervescencia que en los partidos clásicos. En segundo lugar,
sostenemos que el predominio de una lógica sobre otra, en particular la
democrática sobre la carismática, dependerá de dos factores: por un lado, del
grado de acuerdo interno que las fuerzas peronistas logren alcanzar y, por otro
lado, de los rasgos de los contextos por los que debe atravesar esta incipiente
formación partidaria. Por último, la existencia de estos dos polos demuestra
que hay otras dinámicas presentes en los movimientos populistas, no solo una de
“arriba hacia abajo”. Creemos que la idea de estos dos polos captura la tensión
fundamental del Partido Peronista -y probablemente la de otros partidos
populistas- y, aunque este trabajo se ocupa solo del período clásico, se podría
aplicar a la trayectoria del partido hasta hoy.
Breve reconstrucción del
contexto histórico
Luego de superar, gracias a la
movilización del 17 de octubre de 1945, la tentativa de desplazarlo del poder,
Perón dirige sus renovadas energías políticas a la campaña por las elecciones
de febrero de 1946 en las que se enfrentará a la Unión Democrática, el frente
conformado por los partidos Radical, Socialista, Demócrata Progresista y Comunista. También tiene que montar su propia coalición
electoral: la integran el Partido Laborista, creado una semana después de la
jornada del 17 de octubre por los dirigentes sindicales de distinto origen
político con sus organizaciones gremiales; la UCR -Junta Renovadora, una
escisión del radicalismo formada por distintas vertientes de esta fuerza
política, y un tercer grupo menos importante, el Partido Independiente o
Centros Cívicos Coronel Perón, ‘grupos vecinales, independientes y reacios a
embarcarse en estructuras políticas’ (Luna, 2012) y también grupos nacionalistas.
Una vez concluidas las elecciones y confirmado el triunfo peronista, dentro de
la coalición surgen conflictos en torno a la distribución del poder en las
legislaturas y en la composición de los gobiernos provinciales.
Las fuerzas reunidas en torno
de la coalición victoriosa exhibían importantes diferencias. Algunas de ellas
surgían de sus experiencias políticas anteriores: aquellas de origen sindical
expresaban cierta desconfianza hacia las instituciones políticas tradicionales
que en general los habían excluido; las de origen radical, en cambio, tenían
largas trayectorias partidarias en los escenarios de la política nacional y
provincial. Estos contrastes estaban reforzados por las diferencias de clase y
de cosmovisiones que a menudo las acompañan (sectores trabajadores versus
sectores medios); a estas diferencias dentro del partido se sumaban, además,
las historias y rivalidades que existían en cada provincia.[5]
Ante esta situación, en mayo de 1946 Perón lee por radio una proclama ordenando
la disolución de las agrupaciones de la coalición y llama a la formación de un
partido nuevo, el Partido Único de la Revolución Nacional (PURN) que en enero
de 1947 se comenzará a llamar Partido Peronista. La decisión de Perón crea el
marco institucional para el despliegue de una dinámica política que puede ser
productivamente examinada, como anticipamos, a partir de la dialéctica entre un
polo organizativo democrático y un polo organizativo carismático.
La división – el predominio del polo organizativo democrático
Para abordar nuestro estudio
concentraremos la atención en los tramos iniciales de la nueva formación
política. Con ese propósito revisaremos los momentos electorales que son, a
nuestro juicio, donde se manifiesta con mayor claridad la fuerza del polo
organizativo democrático. La relación conflictiva entre las dos principales
corrientes del PURN -la que nuclea a los apoyos de origen sindical y la que
reúne a los de origen político- a la que se sumaban los enfrentamientos y
rivalidades provinciales, constituyen la fuente principal que alimenta la
dinámica política del polo organizativo democrático que agita su trayectoria
inicial. Con el telón de fondo de una intensa participación de base, dicha
dinámica política se expresa en la renuencia a acatar la orden de disolver los
partidos originales (la defensa de sus principios y sus repentinas
resurrecciones), en los disensos y en la formación de corrientes y listas
diferentes en las elecciones internas y las generales; es decir, la aparición
de agrupaciones y partidos disidentes a lo largo del ciclo electoral que se
extiende entre 1946 y 1950.
Las primeras elecciones
internas del partido tienen lugar el 21 de septiembre de 1947[6] en catorce de los quince distritos electorales
del país, a fin de elegir convencionales al Congreso General Constituyente del
Partido que se reunirá para redactar la Carta Orgánica, decidir su nombre
definitivo, y elegir sus principales autoridades. Se les atribuía gran
importancia a estas elecciones porque, más adelante, ellas decidirían la suerte
de los candidatos a diputados nacionales, senadores y diputados provinciales
para los comicios generales de marzo de 1948. Estas elecciones de septiembre representan
la primera coyuntura en la que los arcos de alianzas en cada provincia se
tensan en un belicoso clima de enfrentamiento. En esta atmósfera, las líneas de
fractura y alianza se vuelven más claras. Aunque el Reglamento partidario
establecía la representación de mayoría y minoría para la Convención
Constituyente, las autoridades del partido -conscientes ya de las fuertes
divisiones y la posible ruptura partidaria-, esperan evitar la confrontación y
ejercen una fuerte presión para que se formen listas únicas por “acuerdo previo
de voluntades”, en las que se daría representación a “los comités parroquiales
y a las agrupaciones gremiales y profesionales”.[7]
Aunque esta directiva se
transmite a todos los distritos, las diferencias entre las bases peronistas, y
la fuerza y autonomía de las corrientes internas impedirán las listas de unidad
en seis de ellos. En realidad, donde se presenta una sola lista nunca es el
resultado de un acuerdo consensuado por todas las tendencias sino consecuencia
de una imposición del sector político que controla la estructura del partido en
la provincia, pues en los quince distritos electorales se constata -con
distintos grados de organización, extensión y capacidad de acción- la
existencia de corrientes internas que tienen fuertes diferencias y que se
organizan para expresarlas. Por otro
lado, el tramo anterior al 21 de septiembre, pleno de rivalidades, lleva al
envío de veedores políticos (antecesores de los futuros interventores) a las
escenas de la contienda electoral en las provincias más tensionadas (Córdoba,
Tucumán, Salta, Santiago del Estero y Santa Fe). Así, la expresión del polo
carismático también asoma, pero los veedores no son importantes en esta
campaña, y las referencias a Perón son pocas. Los enfrentamientos se dirimen en
términos de propuestas, pasados, y las prácticas políticas de las distintas
facciones. La división más importante que surge en todas las provincias en los
informes de los diarios, es la existencia de sectores sindicales y sectores
políticos. Ante ello, las autoridades presionan para que las agrupaciones
formen listas de unidad y envían veedores para asegurarlo. Las actitudes de los
grupos que controlaban los espacios del partido para impedir la participación
de sus rivales expresan las mañas de las prácticas políticas argentinas y, a
nuestro juicio, no son en rigor manifestaciones del polo organizativo
carismático. El trámite de las elecciones con sus diferentes listas,
rivalidades y efervescencia es ocasión para que se exprese el polo organizativo
democrático. En esas circunstancias, el polo carismático intenta amortiguar,
silenciar las diferencias, pero aún no es capaz de controlar las
multitudinarias y vitales bases y dirigentes del peronismo del país.
Las elecciones de 1948-1950.
Muy tempranamente, cuando el partido tenía apenas dos meses y el primer órgano
directivo del partido, la Junta Ejecutiva Nacional, luchaba en vano por
controlar los vitales y autónomos grupos políticos que formaban la coalición
peronista se publica un comunicado que, entre otros temas clave, sostiene lo
siguiente: “Es inadmisible que se manifieste adhesión pública a Perón si, por
otro lado, por detrás de éste, se desacatan sus órdenes. Es un recurso
incalificable que no puede, ni debe llamar a engaño a ningún peronista sincero
y leal. La única autoridad que hoy existe con tal derecho, hasta tanto surjan
sus genuinos representantes de la elección directa y democrática de los
propios afiliados, es la Junta Ejecutiva Nacional, y las que ella designe”.[8] Esta
temprana declaración expresa una de las paradojas de la dinámica interna del
partido.
Como indicamos, las
convenciones provinciales surgidas de las elecciones internas habían definido a
los candidatos para las elecciones a diputados nacionales de marzo de 1948,
pero pocos distritos estaban satisfechos con los elegidos. En consecuencia, en
casi todas las provincias las agrupaciones se fueron separando del partido
oficial y formando partidos independientes. Pero la forma de hacerlo fue
congruente con un partido-movimiento formado por un líder carismático. Veamos
algunos ejemplos: un grupo rebelde en Santa Fe,[9]
dirigido por el gobernador Waldino Suárez, rompió con
el partido oficial y formó uno nuevo llamado Partido Obrero de la Revolución
(POR); al mismo tiempo envió un telegrama a Perón en el cual aseguraba:
“Ratificamos nuestra lealtad al señor Presidente” y declaraba su intención de
“lanzar una nueva lista de candidatos, con fervor y consecuencia en los ideales
patrios y la doctrina Peroniana”.[10] De la misma manera, un grupo disidente
en Salta eligió sus candidatos en una convención paralela, pero defendió su
acción diciendo que no estaba motivada por el ánimo del desafío sino “por
solidaridad con el General Perón”.[11] Algunos de los senadores de Tucumán,
quizás el grupo que mejor justificaba sus posiciones, defendían la formación de
su partido escindido – el Frente Obrero - como motivado por una lealtad
superior: ‘consecuentes con nuestra postura al sostener invariablemente el
ideal Peronista que significa respeto a la personalidad humana y a los derechos
consagrados por la Constitución, bases fundamentales que cimentan
las instituciones democráticas argentinas, resuelven ratificar su adhesión al
Superior Gobierno de la Nación sustentando la doctrina Peronista e identificándose
con los postulados de la revolución del 4 de junio y adherirse al Frente Obrero
por encarnar en las próximas fechas comiciales el auténtico y verdadero ideal
Peronista”.[12] Los disidentes de Santa Fe denunciaron
los métodos usados por las autoridades partidarias locales para seleccionar los
delegados a la Convención Constituyente en diciembre de 1948 declarando que su
protesta era “un gesto de real y positiva lealtad hacia el Presidente de la
Nación”.[13]
El nombre de Perón actúa como
un mascarón de proa, como un símbolo que alzan los rebeldes en su búsqueda de
legitimidad sobre la base de su lealtad al jefe del partido, como si esa
lealtad justificara todas las posiciones, aun aquellas que son clara y
directamente contrarias a las que el líder ha formulado explícitamente. La
frecuencia de tales declaraciones llama la atención sobre un expresivo fenómeno
más amplio dentro del partido que caracteriza la dinámica de la disidencia, que
podría denominarse el fenómeno de ‘se acata pero no se cumple’.[14] Declarando su lealtad a Perón y a la
doctrina o el ideario peronista, las agrupaciones políticas aceptan pero no
obedecen las órdenes que provienen de sus autoridades. A pesar de las
instrucciones impartidas por el alto mando partidario, usando la bandera de su
lealtad al líder (y luego a Evita), cada fracción continúa actuando en forma
independiente en sus disputas con otras fracciones y en su lucha por posiciones
dentro del partido y el estado provincial o nacional. En sus declaraciones, con
frecuencia hacen distinciones entre las autoridades nacionales y las
provinciales. Casi siempre son grupos enfrentados con las autoridades
partidarias locales; por lo tanto, colocan sus esperanzas en las deliberaciones
del Consejo Superior donde esperan ser oídos y lograr cambiar el curso de los
acontecimientos en su favor. Con frecuencia, esta esperanza se troca en censura
cuando sus expectativas son frustradas. En este caso, elevan sus reclamos un
paso más arriba, con la esperanza de que Perón resuelva el conflicto en forma
justa.
En respuesta a esta situación,
el Consejo Superior (el segundo cuerpo partidario directivo, formado por
legisladores representativos de las diferencias entre las agrupaciones) actúa
para contener la disidencia prohibiendo el uso del nombre de Perón por parte de
los partidos escindidos.[15]
En todos los casos, los nuevos partidos reconocidos no pueden usar el término
“peronista” sobre la base de que “causaba confusión en el electorado”. Sin
embargo, en seis provincias los grupos afectados superan este obstáculo
eligiendo nombres similares: en Santa Fe, los rebeldes liderados por Suarez,
eligen llamar a su organización “Partido Obrero Peronista” pero, luego de ser
impugnado por el apoderado del Partido Peronista, tienen que contentarse con el
nombre “Partido Obrero de la Revolución”. Mientras las boletas oficiales llevan
impresa la efigie de Perón, las del POR portan el símbolo del descamisado (una
camisa).[16] En
Salta, la facción liderada por el vicegobernador es excluida de la lista de
candidatos sancionada por la convención provincial y forma un partido
inicialmente llamado “Frente Revolucionario de los Peronistas, Lista Roja”.
Finalmente se presentan como Frente Revolucionario 4 de junio, Lista Roja.[17] En Tucumán, los disidentes inicialmente
eligen “Partido Obrero Peronista Revolucionario”, pero luego de una batalla
legal similar a la de Santa Fe, se denominan simplemente “Frente Obrero”. En
Jujuy[18]
el sector oficial del partido excluye totalmente al sector laborista de la
boleta del partido, así que forman un partido escindido llamado Concentración
Obrera 4 de Junio.[19] En Santiago del Estero, la fracción
Renovadora trata de inscribirse como partido independiente con el nombre de
“Unión Cívica Radical de Santiago”, y algunos grupos de trabajadores ferroviarios,
forestales y otros intentan participar como “Frente Obrero Peronista” pero
ambas tentativas son bloqueadas, dado que las autoridades electorales locales
les niegan la personería.[20]
En realidad, se formaron
partidos peronistas escindidos en todos los distritos electorales, pero los que
lograron participar en las elecciones fueron los de Santa Fe, Mendoza, Tucumán,
Salta y Jujuy. Como lo demostraban los disidentes al reclamarlo como suyo, el
término “Peronista” era el que tenía mayor arrastre electoral.
Los grupos rebeldes expresaban
su apoyo a Perón y, más adelante, a Evita en todos los actos, discursos y
ceremonias. Todas las asambleas de los rebeldes en Santa Fe abrían con un voto
de aplauso para Perón y a Eva; en los actos los nombres del Presidente y de
algunos dirigentes locales eran coreados hasta crear serias dificultades para
el desarrollo de los mismos. Estas acciones repetidas por disidentes que
fundaban sus propios partidos independientes del oficial mientras al mismo
tiempo proclamaban su lealtad al Presidente, lleva al Consejo Superior a
redefinir la disputa, por lo menos en el nivel del discurso. Ante la presencia
- en febrero de 1948- de movimientos disidentes en todos los distritos
electorales, el Consejo resuelve “desautorizar expresa y claramente a todos
aquellos que se aparten de las directivas e instrucciones dictadas por el
Consejo Superior del Partido Peronista”. Según el Consejo, “el Partido
Peronista es uno e indivisible y lo mantiene en todo su alcance, es decir que
quien se titula Peronista debe demostrarlo estando dentro del Partido y no
fuera de él, para tratar en esa forma de satisfacer ambiciones personales. Es
muy fácil titularse peronista y pretender con ese título sacar ventajas de los
peronistas”.[21]
Esta actitud de las autoridades
nacionales, de “desautorizar” a los disidentes, contrasta con la acción de las
autoridades partidarias locales quienes, utilizando como base la resolución que
desautorizaba a los disidentes, resuelven expulsar a sus rivales del partido. Por
ejemplo, en Salta, la intervención decide expulsar a Roberto San Millán y
dieciocho miembros de su grupo; en Tucumán, funcionarios partidarios locales
expulsan a siete senadores provinciales y a varios dirigentes activos en el
Frente Obrero rebelde; en Entre Ríos, los disidentes impugnan la lista de
diputados aprobada en la convención provincial y el interventor designado
expulsa a todo el núcleo disidente; en Santa Fe, la junta local en la capital
provincial decide la eliminación de los registros de la fracción liderada por
el gobernador y otros afiliados por “estar incursos de traición, deslealtad e
indisciplina partidaria’.[22]
Sin embargo, cuando comienzan las expulsiones, el Consejo Superior y algunos
interventores locales[23] declaran que ninguna Junta provincial tiene
facultades para decretar expulsiones y cancelar afiliaciones de los inscriptos
en los registros partidarios y anulan todas las expulsiones.[24]
Así, tenemos una expresiva
manifestación de las dos dinámicas: en las campañas electorales se hacen más
frecuentes las referencias a Perón a medida que los grupos rebeldes, por un
lado, invocan su nombre enfatizando su apoyo y lealtad hacia el líder y su esposa
-manifestaciones del polo organizativo carismático-; y por el otro lado,
simultáneamente, en los hechos forman estructuras partidarias independientes,
se postulan para cargos, compiten contra el partido oficial en las elecciones
y, en algunos casos, obtienen bancas en las legislaturas provinciales y hasta,
en un caso, en el Congreso Nacional -manifestaciones éstas del polo
organizativo democrático-. Las declaraciones de apoyo a la figura carismática
de Perón sirven no sólo como expresión de unidad sino, debido a la fuerza de la
participación de base, también como una forma de legitimar las posiciones y
acciones de los grupos rebeldes. Los dos polos están paradójicamente
entrelazados.
La unidad – el predominio del polo organizativo carismático
Examinemos ahora el polo organizativo
carismático. Como anticipamos, durante
los primeros tiempos del peronismo éste actúa de contragolpe y no siempre logra
doblegar la dinámica política que nutre la fuerza del polo organizativo
democrático. Este polo se expresa, por ejemplo, en el comunicado de mayo
de 1946 en el que Perón ordena la disolución de las agrupaciones de la
coalición, y encarga la organización del PUR a los legisladores que son
autoridades de las Cámaras, y en las instrucciones del Consejo Superior para
que se formen listas de unidad en las elecciones internas de setiembre de 1947.
También se expresa en el primer Congreso General Constituyente del partido en
diciembre de 1947 cuando, desgarrados por conflictos internos, no se permite la
expresión de disensos ni de debates y se aprueba una Carta Orgánica que
intentará, desde la perspectiva de sus autoridades, contener a sus populosos y
heterogéneos apoyos en una estructura que evite disidencias y divisiones.[25] También
la Carta Orgánica, en su primer artículo, comienza por establecer que "Con
el nombre de Partido Peronista queda definitivamente organizado el Movimiento
de la Revolución Nacional" y que "El Partido es una unidad espiritual
y doctrinaria, en cuyo seno no serán admitidas posiciones de facción o bandería
atentatorias de esa unidad". La forma en que se inviste a Perón con
facultades superiores a las de los organismos partidarios también expresa el
polo carismático, y esta tensión central del partido entre los dos polos.[26] Como
destacan Aelo y Quiroga (2006), habría que tener en
cuenta que esta Carta Orgánica al mismo tiempo sancionaba cláusulas de voto
directo para elegir autoridades locales y representantes al congreso partidario
provincial y nacional; es decir, también generaba la lógica democrática. Quizás
la expresión más concentrada del polo carismático se produce en los actos del
17 de octubre, cuando Perón le pregunta a su pueblo si está conforme con lo que
realiza: “Todos los 17 de
octubre he prometido rendir cuentas a éste, mi pueblo, y preguntaros, como lo
hago hoy, si estáis conforme con lo que realizo ... Un estruendoso SI partido de todos los
rincones de la plaza dió clara respuesta a la
pregunta del primer mandatario”.[27]
Pero volvamos a los procesos electorales de
1948, 1949 y 1950. ¿Cómo funcionaba este polo en estos procesos
eleccionarios? En parte lo indicamos: si
bien la apelación a la figura de Perón había provisto de cierta legitimidad a
los grupos rebeldes que protestaban proclamando una lealtad superior, en última
instancia actuaba como una fuerza para re-incorporar a los disidentes a la
estructura partidaria, rescindiendo las medidas locales de expulsión, sin
importar a cuál facción interna pertenecieran. A diferencia de la mayoría de
otros partidos políticos en los que los jefes partidarios se afanan por
expulsar a las facciones “desleales”, o éstos se escinden y forman un nuevo
partido; en el caso del Partido Peronista, la organización nacional retornaba
constantemente a los separatistas al partido-movimiento.
Así, en estas elecciones los insurgentes fueron
amenazados, en casi todos los distritos provinciales, con expulsiones y
proscripción permanente. Las amenazas provenían de las autoridades partidarias
locales, en ocasiones de los interventores supuestamente actuando según instrucciones
del Consejo Superior, y otras veces de un sector del Consejo Superior. Sin
embargo, estas graves represalias o no se ejecutaban o eran rápidamente
revocadas: las expulsiones se levantaban y todas las ovejas descarriadas
volvían al redil. Este resultado, por otro lado, mantenía vivas algunas
actitudes secesionistas y dejaba que los conflictos internos llegaran muy cerca
de la ruptura.
En el caso de Santa Fe -quizás el más grave de
todos- el Consejo Superior dejó en claro
inmediatamente después de “desautorizar” a los rebeldes que no se
tomarían medidas específicas para “no ahondar los rozamientos
… ni ensanchar peligrosamente las grietas”.[28] Lo que se
declaró fue una tregua para pacificar a los espíritus agitados y devolver una
medida de concordia a las filas partidarias convulsionadas por la proclamación
de distintas listas de candidatos. También se anunció que no habría ninguna
posibilidad de que la provincia de Santa Fe -gobernada por el gobernador
rebelde- fuera intervenida, ni se adoptarían medidas drásticas en contra de
aquellos que habían impugnado las resoluciones de la convención partidaria (sin
embargo, los sectores opositores insistieron en señalar que el proyecto sobre
la intervención provincial todavía estaba pendiente).[29] El
tratamiento que se le daba a los perdedores en las compulsas electorales es
siempre notable: el razonamiento que finalmente prevalecía era que “en el
arreglo de las crisis políticas, cualesquiera sean, no se quieren dejar
víctimas”.[30] En
muchos casos, otros puestos fueron encontrados para los excluidos, lo cual es
particularmente evidente en algunas elecciones de 1949 y 1950. Por ejemplo, los
candidatos a diputados nacionales que perdieron y el gobernador removido de
Salta encuentran nuevas posiciones:
“Nombrarían embajador en Bolivia al Dr. Lucio Cornejo Linares”; en Santa Fe “El
exsenador Demetrio Figueiras (reemplazado por
Alejandro Giavarini como senador nacional) será
designado presidente del banco Provincia con sede en Rosario”; Alvarez Vocos, obrero de Luz y
Fuerza que se solidarizó con Reyes, se desempeñaba como primer secretario de la
Embajada Argentina en Suecia.[31] Esto
sucede con rebeldes de todas las facciones: radicales renovadores, acérrimos
defensores de la identidad radical con posturas anti-obreras, conservadores del
Partido Independiente, laboristas que participaron en controversias
parlamentarias, o apoyaban a Cipriano Reyes (quien había partido lanzas con
Perón) y dirigentes gremiales con largas trayectorias. Como nunca habían roto del todo con el
partido -siempre habían proclamado su lealtad a Perón- estos rebeldes fueron
reincorporados a la estructura oficial del partido bajo las órdenes de las autoridades
nacionales. Así, el polo carismático genera en el partido una política de
‘brazos abiertos’ con frecuencia reubicando a los hombres desplazados. La
sangre no llegaba al río.[32]
Después de perder las elecciones en Santa Fe, el
gobernador Suarez rápidamente se reacomoda. El mismo día que se conocieron los
resultados finales, las autoridades del POR
envian un telegrama al Presidente (y uno
similar a Eva) ratificando “su apoyo a la obra del gobierno del presidente, a
la doctrina de la revolución, el trabajo social de Eva”, y “la conducta leal
del gobernador de la provincia”.[33] En
términos institucionales, los legisladores rebeldes acuerdan trabajar junto a
la mayoría peronista y no formar un bloque separado. Aun así, los efectos de la
escisión se prolongan durante las sesiones de la legislatura, como se puede
comprobar en la disputa sobre las designaciones principales y en debates más
sustantivos.[34]
Sólo en Tucumán[35] se logra
la reunificación del partido sin presiones de las autoridades nacionales. Algunos
días posteriores al comicio, sin intervención de las
autoridades nacionales, los legisladores en ejercicio y electos de ambas
fracciones emiten un documento conjunto anunciando “la reunificación de las
fuerzas de ambos partidos políticos en las filas del Partido Peronista y
aceptar en todos sus términos la carta orgánica del mismo en el orden nacional
y provincial; incorporar al Partido Peronista los legisladores surgidos del
Partido Frente Obrero; y dejar sin efecto la medida dictada por la junta ejecutiva
provisoria sobre los candidatos y dirigentes que actuaron en el Frente Obrero[36] (o sea,
su expulsión). Este acuerdo puede existir, creemos, porque la escena
política de Tucumán es más moderna (es decir, más homogénea, había movimiento
obrero organizado; más sociedad civil) que en Santa Fe y los grupos políticos
son más flexibles y capaces de hacer alianzas. La unificación se lleva a cabo
sobre la base de un acuerdo entre las dos facciones en relación a los cargos.
El peronismo en Tucumán parece emerger del complicado período electoral menos
afectado por las divisiones.
En todos los distritos con partidos escindidos,
las campañas electorales son violentas en el nivel de la retórica (y a veces
también en el de los hechos: en Tucumán muere un militante). Sin embargo,
cuando estos partidos perdían o “pierden” si refieren habiendo recibido un
número respetable de votos, se efectúa un rápido reajuste y, a pesar de las
guerras de palabras y gestos, pronto todos están nuevamente incluidos. El
tratamiento inclusivo dispensado a los perdedores, previos “enemigos de la
patria”, es notable, aunque también los efectos de las escisiones reverberan en
la escena provincial por cierto tiempo.
A medida que pasa el tiempo, las facciones
separatistas van descubriendo que no pueden ganar sin la estructura oficial del
partido; por otro lado, la actitud contemporizadora de las autoridades también
quizás es consecuencia del hecho de que el peronismo necesita superar las
disputas locales y preservar un grado de unidad y disciplina de cara a las
sesiones parlamentarias que se acercan, pues el partido tiene interés en
proponer algunas iniciativas (como la reforma de la Constitución).[37] Esta
necesidad, junto con el número respetable de votos alcanzado por las
escisiones, estimula la negociación y la transigencia.
Ahora, si bien estos motivos tienen su peso,
pensamos que el núcleo de esta dinámica está relacionado con el liderazgo
carismático de Perón: en la elección, entre dejar que los rebeldes permanezcan
afuera o preservarlos adentro al precio de un partido más inclusivo pero menos
coherente, la decisión es siempre la segunda. La tensión contraria fundamental
al profundo enfrentamiento que culmina cada vez que hay una elección proviene
de la enorme fuerza unitiva del liderazgo carismático de Perón. En palabras de
un dirigente obrero expresadas en una asamblea de trabajadores del azúcar:
“... nada puede separar a los hombres del Partido por cuanto existe un nexo
común inquebrantable: la adhesión al general Perón”.[38] Es la lógica de la unión
inquebrantable.
El liderazgo carismático de Perón produce dos
efectos: por un lado, la generación de una lógica de inclusión que contrarresta
la lógica centrífuga que se creaba como resultado de los intensos
enfrentamientos locales. El partido se vuelve centrífugo en la periferia (los
distritos provinciales) y centrípeto desde el centro. Por otro lado, el polo
organizativo carismático modela las decisiones, la autoridad desciende desde el
líder hacia abajo e inviste a sus representantes y voceros de la legitimidad o
autoridad que en un partido clásico está puesto en las elecciones internas o en
los mecanismos formales que dirimen las disidencias.
Los dos polos organizativos impulsan principios
de acción política diferentes y la relación, el predominio de una sobre la
otra, se va reformulando en función de la capacidad de las agrupaciones de
solucionar los conflictos (y, así, evitar la intromisión de las autoridades
partidarias centrales) y de los distintos escenarios por los que atraviesa el
peronismo que son los factores que abren o cierran el espacio a los efectos del
polo organizativo carismático, tema que retomamos en las conclusiones.
Conclusiones
El objetivo de este trabajo ha sido explorar la
relación líder-masas en una experiencia clásica del populismo como fue el
primer peronismo. Allí donde se ha visto a un líder que manda y una masa de
seguidores que obedecen o acompañan, hemos propuesto una visión alternativa de
la organización peronista, postulando que existen en el partido un polo organizativo
democrático y otro carismático.
Siguiendo a Aelo y
Quiroga (2006) y a Prol (2012) que marcan un corte en
1952, el predominio pasó -expresado en nuestros términos- al polo carismático,
pero en los años que revisamos en este artículo, el polo organizativo
democrático todavía es fuerte. Se despliega en el partido una gran
conflictividad interna que se expresa en las elecciones de 1946, 1947, 1948,
1949 y 1950, en las elecciones
internas, en las convenciones provinciales, en los debates sobre las nuevas
constituciones provinciales, en las legislaturas, y en los procesos
electorales de las provincias intervenidas. El flujo de efervescencia constantemente renovada,
su “se acata pero no se cumple”, lo llevan al borde de la ruptura e impide la
organización definitiva de la estructura partidaria. Perón necesita un partido
que funcione pues existían dentro del contexto de una democracia
representativa, hay un calendario electoral que es necesario cumplir (elegir
candidatos, presentar listas etc.). Además, después de 1947, el peronismo
gobierna todas las provincias; por lo tanto, estos conflictos provocan virtuales paralizaciones
de las administraciones provinciales y, al generar divisiones en la base
electoral que apoya al peronismo, originan una sangría de votos en los resultados electorales. A todo esto, hay que
sumar la gravitación del contexto político y económico en cuyo marco se
desenvuelve la gestión del peronismo.
El rasgo que caracteriza la
escena nacional desde la segunda mitad de 1949 en adelante (cuando el centro de
la tensión rota desde el partido al contexto) y que crecerá, es la dureza.
Dureza que se manifiesta en varios aspectos de la vida social y política
argentina: se producen duros, ríspidos enfrentamientos entre oficialismo y
oposición. Esto se relaciona con la
reforma de la Constitución Nacional primero y, hacia fin de año, con la sanción
de la Ley de Partidos Políticos; con las fuertes acusaciones de la oposición
sobre el enriquecimiento ilícito de Perón y sobre la existencia de tortura en
las cárceles; con la separación de varios diputados nacionales radicales de la
cámara baja y la creación de una comisión bicameral para investigar las
denuncias que concluye interviniendo diarios. Además, en 1949, la situación
económica desmejora (Gerchunoff y Llach,1998) y se producen numerosas huelgas, algunas de las
cuales se encuentran con un notable aumento en el nivel de represión. La
polarización entre el gobierno y la oposición escala y con ella, la importancia
de la unidad, del alineamiento, de mostrar un frente unido, ocupa un lugar cada
vez más importante y urgente. La presión parte no solo de las autoridades
partidarias sino también desde las agrupaciones mismas. Así, hacia 1949-1950 se
ven los indicios de una transición.
La solución para contener la conflictiva diversidad
política y social presente en el partido se encuentra a través de un cambio
organizativo: reconocer las diferencias creando la división en ramas (la rama
sindical, la rama política, la rama femenina), oxigenando de esta manera al
partido que irá tomando una forma diferente a la estructura inicialmente
imaginada por Perón.
En la relación entre
líder y bases lo que surge, más que una relación unidireccional o “de arriba
hacia abajo”, es una relación en tensión; una relación en la cual las bases no
son receptoras pasivas, sino que se involucran activamente como lo han hecho
las diferentes agrupaciones en estos años. En términos de Panizza
(2008), se podría decir que éste es “el discurso de las bases” o de “los
movimientos de base”, que democratiza al peronismo (al populismo).
Para
definir la forma en que sigue la trayectoria de la relación entre estos dos
polos deberemos avanzar en el estudio del primer peronismo. Con las evidencias
que hemos reunido hasta aquí surge que, al cabo de los primeros cinco años, el
equilibrio entre los dos polos que pautaban su dinámica política se inclina
hacia el polo carismático. La cuestión histórica a despejar es establecer si el
sesgo hacia el polo carismático dentro del partido contiene toda
la trayectoria del movimiento peronista, o si la movilización popular gana vida
propia y decide, espontáneamente, según las circunstancias, si acata o no las
ordenes de Perón, desmintiendo así la visión convencional de las experiencias
populistas.
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[1] Agradezco
los comentarios de Juan Carlos Torre -quien siempre comparte en forma
desinteresada y generosa su gran capacidad intelectual- y de dos evaluadores
anónimos a una versión previa de este artículo.
[2]
Aún en el ideational approach,
aunque esta relación no es parte de la definición del fenómeno, sí es tomada
como un componente importante del análisis (Hawkins y Rovira Kaltwasser, 2017).
[3]
Ver, por ejemplo, Rein (2006), los trabajos
compilados por Rein y Panella
(2013), Bosoer (2013).
[4]
No es posible hacer aquí una lista exhaustiva del gran número de trabajos que
se han escrito sobre el partido, o los partidos peronistas en los últimos años;
podemos mencionar a los siguientes, varios de los cuales son compilaciones de
trabajos sobre el tema: Tcach (1991); Mackinnon (1998, 2002, 2003); Macor e Iglesias (1997);
Macor y Tcach (2003, 2013), Aelo
y Quiroga (2006); Barry sobre el Partido Peronista Femenino (2009, 2017); Melón
Pirro y Quiroga (2006, 2014); Quiroga (2008), Aelo
(2010, 2012); Prol (2007, 2012, 2014); Gutiérrez y
Rubinstein (2010, 2013), Rubinstein (2006), Kindgard
(2010, 2001), Correa, Torino, Frutos y Abrahan C.
(2004); Correa y Quintana (2013); Garzón Rogé (2010,
2013), Bacolla y Solis Carnicer (2012), Balbi (2014), Levitsky (2003).
[5] Mackinnon 2002, cap.2. Se pueden ver estas diferencias,
por ejemplo, en los trabajos de Garzón Rogé sobre
Mendoza (2010) y Gutiérrez y Rubinstein sobre Tucumán (2003, 2010), y también
en los trabajos sobre Salta de Michel (2010) y Correa y Quintana (2013).
[6]
Solo en San Juan no se realizan por problemas políticos internos.
[7] El
Día y Clarín, septiembre de 1947.
[8] Proclama, El Día, 9 de julio 1946.
[9] Para una reconstrucción y análisis de los
acontecimientos en torno al POR en Santa Fe y una historia del Partido Peronista
en la provincia, consultar Prol (2014, 2012), y Bacolla y Solís Carnicer (2012).
[10] La Capital de Rosario 2 de febrero 1948. En Mendoza,
(aunque en 1949) una escisión en la Legislatura se justificaba con palabras
casi idénticas (Garzón Rogé, 2010, pp.202-203).
[11] La Nación, 27 de enero 1948. Para más
información sobre Salta, consultar Michel (2010), Correa, Torino, Frutos y Abrahan (2004) y Correa y Quintana (2013).
[12] La Nación 27 de febrero
1948. Para un panorama general del período 1946-1955 de esta provincia,
consultar Gutiérrez y Rubinstein (2010), y Rubinstein (2003 y 2006).
[13] La Capital de Rosario 4 de noviembre 1948.
[14] Considero que lo que Prol (2013:95) denomina
“estrategias de supervivencia” en Santa Fe describe un fenómeno similar al que
yo llamo “se acata pero no se cumple”; también cuando afirma que “la lógica
competitiva de la política partidaria … rompió de una
forma u otra, los moldes en la que aquellas [las reglas autocráticas]
intentaron encorsetarla”. Garzón Rogé también
registra rasgos de este movimiento (2010, pp. 206-207).
[15] El Día, febrero 1948.
[16] La Capital de Rosario, 15 de febrero de 1948.
[17] Se habían presentado, y
perdido, como Lista Roja en las elecciones internas de septiembre 1947.
[18] Para más información y un
panorama general de Jujuy, un caso contrastante de mayor estabilidad
institucional (como el de la provincia de Buenos Aires, Aelo
2012) donde los hombres del laborismo y del tanquismo
supieron trabajar juntos, consultar Kindgard (2010,
2001).
[19] La Gaceta de Tucumán, 7 y
16 de marzo 1948. Sobre los 16 diputados provinciales logran una banca por el
departamento de Ledesma (Kindgard 2010, pp. 40 y 43).
[20] La Nación, 14 de enero
1948. Para más información sobre Santiago del Estero, ver Erbetta
(2010).
[21] El Día, 18 de febrero 1948.
[22] La Nación, 6 de marzo 1948,
El Día, 5 de marzo 1948.
[23] Los interventores no
vivían en las provincias en las que actuaban, viajaban a ellas; por lo tanto,
las elites provinciales siguen desempeñando un rol importante. Además, diversos
factores (la relación con el poder central, la situación interna de la provincia,
el momento de la construcción del partido, la personalidad del interventor,
etc.) van a influenciar su capacidad de decisión y efectividad (ver Mackinnon 2002, pp. 162-169).
[24] Clarín, 23 de febrero
1948; La Capital de Rosario y El Día, 18 de febrero 1948; La Nación, 29 de
abril 1949.
[25] Estas coyunturas están
analizadas en Mackinnon, 2002.
[26] El artículo en cuestión
decía: Artic. 8.- "En el caso de que un afiliado
ejerciera la Primera Magistratura de la República, y en atención a que la
Constitución Nacional le designa como 'Jefe Supremo de la Nación', será
reconocido con igual calidad dentro del partido y en consecuencia podrá
modificar decisiones de los organismos, proveer a la renovación de autoridades
por medio de elecciones extraordinarias y someter las cuestiones que estime
convenientes a los Congresos Partidarios o a plebiscitos de afiliados"
(Carta Orgánica Nacional del Partido Peronista, Doctrina Peronista, Buenos
Aires, 1948).
[28] La Capital de Rosario, 18
de febrero 1948.
[29] El Día, 18 de febrero 1948.
[30] El Día, 9 de abril 1948.
[31] Clarín, 8 de mayo 1948, El
Día, 2 y 7 de junio 1949.
[32] Esta dinámica también puede
verse en Santa Fe (Prol, 2014, p. 112), Mendoza
(Garzón Roge, 2010, p. 193 y 204) y Salta (Correa y Quintana, 2013, p.197).
[33] También declararon ‘...que
este movimiento no es una disidencia ni un cisma dentro del Peronismo
santafecino, ni lo ha provocado ninguna ambición personal, sino que es una
expresión de la conciencia colectiva del peronismo sano de Santa Fe que ha
manifestado de esta manera su protesta y su repudio por la actuación
fraudulenta de las actuales autoridades del partido Peronista que usufructuaron
sus directivas…” La Capital de Rosario y
La Nación, 21 de marzo de 1948.
[34] Fue recién en octubre de
1948 (8 meses después) que ‘finalmente la asamblea declaró que todos los
diputados que pertenecían al sector del ex POR se habían re incorporado al
bloque”. La Capital de Rosario 6 de abril de 1948. El hecho de que el partido
disidente había obtenido un número respetable de votos mitigó las sanciones,
pero también prolongó las divisiones. La Nación, 10 de octubre de 1948.
[35] En estas elecciones el
Frente Obrero gana el diputado nacional por la minoría y, en la legislatura
provincial, logra dos diputados y ocho senadores provinciales, lo cual dejó al
oficialismo sin quorum propio (Rubinstein, 2003, p. 350).
[36] La Gaceta de Tucumán, 17 de
marzo de 1948; La Nación, 18 de marzo de 1948.
[37] En 1948, por ejemplo, el
partido mayoritario cuenta con 111 bancas en la Cámara de Diputados; es decir,
solo 4 más que los necesarios para los 2/3 requeridos para iniciar empresas
tales como la reforma constitucional, una iniciativa de gran interés para
Perón.
[38] Palabras de Alcides Montiel; La Gaceta de
Tucumán, 4 de febrero de 1948.