Francisco según la idea de populismo
HUMBERTO CUCCHETTI
Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
Instituto de Estudios
Históricos de la Universidad de Tres de Febrero (UNTREF)
Tres de Febrero, Buenos
Aires
Argentina
PolHis, Revista Bibliográfica Del
Programa Interuniversitario De Historia Política,
Año 14, N° 27, pp. 133-159
Enero- Junio de 2021
ISSN 1853-7723
Fecha de
recepción: 30/10/2020 - Fecha de aceptación: 19/07/2021
Resumen
Una valoración del papado de Francisco I, Jorge Bergoglio (1936- ), implica analizar aspectos históricos de gran actualidad. Se menciona frecuentemente su conocido apoyo al movimiento peronista desde finales de los años 1960. Este artículo considera brevemente algunos trabajos académicos y públicos sobre Bergoglio y resume los primeros cinco años de su papado (marzo de 2013 a marzo de 2018). Luego, analiza las reacciones religiosas y políticas frente al papado de Francisco por parte de las políticas y la opinión pública de algunos países centrales. Este enfoque busca proporcionar pistas y posibles respuestas sobre su supuesto populismo. Para finalizar, y estrechamente ligado a este último, se examina el problema del populismo en el escenario político.
Palabras
clave
Populismo – Papa Francisco – Peronismo –
Catolicismo – Vaticano y vida política internacional
A populist
Pope?
Pope Francis
through the lens of populism
Abstract
An analysis
of Francis I and his papacy entails a discussion of recent history. Pope
Francis I, born Jorge Bergoglio in 1936, is known to have supported Peronism
since the late sixties. First, this paper will explore some academic and public
articles on Bergoglio, and will summarize his first five years as pope (March
2013-March 2018). Then, it will analyze religious and political reactions to
his papacy in different countries. This approach seeks to provide keys and
answers that can help elucidate his alleged populist stance. Finally, the issue
of populism in the political arena will be examined.
Keywords
Populism – Pope Francis – Peronism – Catholicism –
The Vatican and international politics
Introducción
¿Un Papa populista
por ser peronista? El actual Pontificado de Francisco I (Jorge Bergoglio,
1936-) suscita numerosos interrogantes y polémicas tanto en la opinión pública
como en las interpretaciones académicas. Se trata de un tema en pleno
movimiento, dinámico y con dimensiones transnacionales desde la entronización
del Jesuita en marzo de 2013. Un desmenuzado balance de su pontificado exigiría
no solo el acceso a archivos que remiten al núcleo más hermético (la curia
romana) de una institución por demás tradicional (la Iglesia Católica), sino
también un alejamiento temporal con respecto a tal fenómeno. Sin embargo, esto
no ha impedido a diferentes autores (periodistas, intelectuales, militantes y
también académicos) poner bajo la lupa el caso en cuestión. Su acción es
contemporánea, y despierta un notable interés en aquellos que siguen tal
actualidad religiosa, institucional y diplomática, en ocasiones movilizados más
por el abordaje à chaud y partisano (a favor o en contra) que por la posibilidad de abordar el
objeto en sus dimensiones específicas y desde la lógica propia del mundo
académico en términos de “neutralidad valorativa”.
Por los debates
suscitados desde el origen de su papado, apelando a las manifestaciones
públicas del propio Francisco, y teniendo en cuenta las reacciones mediáticas,
intelectuales y militantes, es posible someter a consideración determinados
elementos de su trayectoria pontifical así como algunas de las polémicas
originadas a partir de la misma. En
efecto, algunas interpretaciones sobre un objeto tan refractario como la
biografía del actor estudiado (provincial jesuita
en los años 1970, miembro activo del episcopado argentino en la década de 1990
hasta devenir Arzobispo de la Ciudad de Buenos Aires en 2001) pueden ser retomadas y analizadas críticamente. Una de dichas interpretaciones consiste en definir el
papado actual relacionando las características de su gestión vaticana y de su
trabajo diplomático con los vínculos pasados y presentes del propio pontífice
con el movimiento peronista. En consecuencia, Francisco sería portador de una
identidad e incluso de una estrategia comunicacional populistas. Tal visión,
presente en lecturas académicas, en reconstituciones mediáticas pero igualmente
en interpretaciones nativas (de determinados actores de la Iglesia), intenta
decodificar anacrónicamente las acciones del actor en función de un itinerario
marcado por una adhesión política al peronismo conformada desde fines de los
años 1960.
Con el objetivo de
analizar de manera crítica una lectura que se ha erigido en un lugar común
(“Papa peronista, papado populista”), nuestro artículo se propone, en primer
lugar, abordar determinados elementos conceptuales que se movilizan alrededor
del actual Papa y que reenvían a la cuestión del populismo. En segundo lugar,
intentaremos ofrecer una síntesis básica de su pontificado cubriendo los primeros
cinco años del mismo (marzo 2013- marzo 2018[1]). En
tercer lugar, dedicaremos un examen a la recepción religiosa y política de
Francisco en una parte de la opinión pública y política de países centrales, ya
que tal enfoque puede ofrecer pistas y atisbos de respuestas sobre su supuesto
populismo ¾este, como veremos,
convive con otras recepciones tan poco consistentes como la del “Papa
progresista”, propuesta por las líneas editoriales de algunos medios de prensa.
A título de conclusión, y en relación a este último punto, el problema del
populismo en la escena política internacional merece ser destacada.
Provisoriamente, es
posible establecer algunas líneas salientes de tal trayectoria pontifical, así
como de las interpretaciones dominantes sobre el fenómeno Francisco. El aporte
de nuestro artículo no se inscribe en la sociología de las religiones ni del
catolicismo, sino en el abordaje histórico-político de una tradición religiosa
específica entendida en sus dimensiones seculares, en sus tensiones internas y
en relación a su enclave específico, dentro de las dinámicas propias de la
política internacional de una institución localizada en el centro de tensiones
políticas y culturales europeas.
Sobre
Bergoglio-Francisco: sustrato conceptual y connotación
Diferentes autores
han señalado la excesiva extensión de los posibles significados comprehendidos
por la idea de populismo (Zanatta, 2002; Dézé, 2004; Mackinnon y Petrone, 1999;
Taguieff, 2007; Cucchetti, 2010). Tan peyorativa como omnicomprensiva, tal idea
ha sido utilizada para dar cuenta de realidades extremadamente contrastantes,
diversas y alejadas temporal y espacialmente, desde los populistas rusos hasta
la nueva extrema derecha europea. En una utilización reciente, por mencionar un
ejemplo bibliográfico, el populismo ha sido emparentado al tronco común de las
mitologías radicales, llevando a ver en el populismo (bajo la tríada que reúne
la denuncia de una soberanía popular confiscada, la defensa de los intereses
nacionales y la personalización del liderazgo) un episodio más del tópico, por
demás recurrente, de la “proximidad de los extremos” (Ory, 2017).
En un trabajo
realizado con los colegas de la Universidad de Montpellier Alexandre Dézé y
Emmanuelle Reungoat (Cucchetti, Dézé y Reungoat, 2021), hemos examinado una
gran parte de los fenómenos que son explicados a partir de la vastísima
biblioteca de los populismos. Allí encontramos objetos temáticos tan
divergentes como las extremas derechas, el fundamentalismo religioso islámico e
igualmente el católico-identitario, Marine Le Pen en Francia aunque también
Emmanuel Macron y la extrema izquierda de ese país, Donald Trump y Jair
Bolsonaro, así como diferentes oleadas callejeras de protesta ¾desde los Indignados
españoles hasta Nuit débout en Francia, pasando por los Gilets
Jaunes franceses. Matteo Salvini ingresaría en tal dinámica de la misma
manera que Pablo Iglesias, la izquierda radical griega y la política británica
detrás del Brexit. Ya en su historia fundacional latino-americana se expresaron
los populismos clásicos; en los años 1990 populismo y neoliberalismo se
asociaron, aunque ello no impidió ver en la Nueva Izquierda de Hugo Chávez, Evo
Morales, Rafael Correa y Néstor Kirchner otro avatar neopopulista. En algunos
casos, tal inflación conceptual involucraba al Brasil de Lula Da Silva.
Heredero del viejo cardenismo, el Partido de la Revolución Democrática de
México y en especial la trayectoria partidaria detrás de Andrés Manuel López
Obrador habrían sido tributarios de lógicas populistas y carismáticas tan
presentes en América Latina.
Los calificativos
conceptuales movilizados llegaron a ser tan amplios como sorprendentes:
existiría un “ethnopopulismo” y un “telepopulismo”, “un populismo automóvil” y
también un “populismo 2.0”, un “populismo sanitario”, un “populismo climático”,
un “populismo líquido”, un “populismo postmoderno”. La lista es larga. El
conjunto de definiciones conceptuales suele pretender, de una vez por todas,
establecer los rasgos esenciales de la problemática. Para algunos, es un
fenómeno incuestionablemente autoritario, para otros, esencialmente
democrático. Desde cierto punto de vista, el mismo se identificaría con el
surgimiento de las nuevas extremas derechas en Europa desde los años 1980; para
otros, sería extraño a estas últimas y se encarnaría en movimientos de
izquierda que se configuran después de la crisis financiera del año 2008. En
diferentes trabajos, la plétora de afirmaciones teóricas, en ocasiones con
pretensiones abarcadoras abstractas, participan de debates en los que los
autores no escapan a polémicas y posicionamientos a favor o en contra del
propio hecho populista (Cucchetti,
Dézé y Reungoat, 2021).
La extensión
potencial de este último habría, asimismo, ingresado a la cúspide misma de la
institución católica. Así, nos encontraríamos frente a un nuevo avatar de la
idea populista: un pontífice. Francisco. Recordando que el populismo es sentido
como “amenaza”, “tentación”, y que es justamente el pasaje de los populismos
clásicos (por ejemplo, los latinoamericanos) al rol crucial que él mismo habría
empezado a jugar en el espacio neurálgico de las sociedades occidentales, para
determinadas lecturas el Papa actual encarnaría tal “deriva” política y
cultural.
Conviene tener
presente varios elementos que surgen en las valoraciones académicas del papado
inaugurado en 2013. En relación a Bergoglio, es permanentemente aludida su
adhesión, entre finales de los años 1960 e inicios de la década siguiente, al
movimiento peronista. De acuerdo a relatos militantes provenientes de la
Guardia de Hierro, el entonces provincial jesuita habría sido un “compañero de
ruta” de dicha organización (Cucchetti, 2013).[2] Tal
proximidad no se traducía, en ningún sentido, en términos de filiación orgánica
sino que reenvía a relaciones por demás dinámicas, fluidas y amplias entre
miembros del clero y jóvenes politizados, una constante desde los orígenes del
peronismo. Es conveniente precisar que la refundación de la Universidad del
Salvador (USAL) a mediados de los años 1970 (Bergoglio, 1994), bajo la tutela
del provincial y futuro papa, entrañó su control por parte de un grupo de
profesionales y cuadros surgidos de Guardia, como es el caso de Francisco Piñón, que desempeñó la función de rector. Episodio mencionado en diferentes trabajos (Cucchetti,
2013; Mallimaci, 2013 y Verbitsky, 2005), la USAL condecoró al almirante Emilio
Massera en noviembre de 1977, miembro de la Junta Militar.[3]
Este período de su
biografía es, al menos, uno de los más aludidos. El jesuita compartía ideales
generalizados en su época alrededor del compromiso político, la vinculación
entre “militantes y pueblo”, con la particularidad de oponerse a la violencia
armada. Así, se destaca la influencia intelectual ejercida en él por parte de
la filósofa Amelia Podetti (1928-1979), intelectual y militante de Guardia,
directora de la revista Hechos e Ideas y
miembro de las Cátedras Nacionales, lo que lo anclaría más aún a cierto ideario
tercermundista (en particular, tercerista) del peronismo de los años 1970
(Denaday, 2013; Larraquy, 2016; Ivereigh, 2014 y Borghesi, 2017). Su proximidad
con la “teología del pueblo”, corriente teológica que se diferencia
críticamente de la teología de la Liberación, se inscribe en un conjunto de
representaciones político-religiosas que intentaban justificar el significado
local, nacional y popular de la opción preferencial por los pobres.
Posteriormente, al
menos en gran parte de los trabajos que retoman su recorrido biográfico, la
traza pública de Bergoglio se disipa.[4] A principios de los años 2000, su rol público y político, como cardenal
primado, vuelve a la luz, en medio de la grave crisis social e institucional
que atraviesa el país. Allí quedó identificado como figura opositora del
kirchnerismo, hasta su elección papal, cuando Cristina Kirchner decide
modificar su relación con el arzobispo porteño. Su llegada al Vaticano lo ubica
en el centro de la diplomacia religiosa y, por su propio estilo, de las
relaciones internacionales. Personaje conocido del ambiente cardenalicio,
posible sucesor de Juan Pablo II, su papado es por demás dinámico, sobre todo
en contraposición al de Benedicto XVI.[5]
Diferentes aspectos de su acción son retomados, como por ejemplo la visión
ecológico-integral contenida en la encíclica Laudato Si (Arogyaswamy, 2017). Sin embargo, la
dimensión que probablemente ha sido más destacada,[6] por
lo general de manera peyorativa, es su caracterización de populista. Para el
historiador Loris Zanatta, Francisco retoma la tradición populista en razón de
su adhesión al significado del peronismo como triunfo de la nación católica
(Zanatta, 2016). Allí ingresaría su fuerte sustrato antiliberal, típico de la
conjugación entre nación y pueblo. En sus giras, según tal interpretación,
Francisco alude en innumerables ocasiones a la idea de pueblo, y muy pocas
veces a la de democracia. Sus gestos, sus declaraciones, sus amistades y
enemistades emanarían de un eje de identificación clara que se sostiene a
partir de una construcción populista de las ideas de pueblo-democracia-nación.
Oscurecimiento del Estado de derecho, supremacía del todo, desconsideración del
individuo, proclamación de un pluralismo sui-generis,
el papado de Francisco sería solidario de una fuerte matriz populista
representativa del catolicismo argentino.[7]
Atravesando las
afinidades y pertenencias culturales propias de la tradición populista, se
presentan cuestiones bien específicas en términos de poder. Así, la nutrida
agenda de relaciones políticas del actual pontífice lo develan como un operador
en la política argentina por intermedio de sus vínculos con movimientos
sociales[8]
y dirigentes partidarios justicialistas (Zuleta, 2019 y Bosca, 2013). La
proclamación del “pueblo de Dios” sería solidaria con la existencia de redes de
influencia con marcado impacto local, lo que se habría manifestado en su
kirchnerización y su rol opositor durante el período presidencial 2015-2019.
Ahora bien, de la
concepción bergogliana en términos de política internacional y de relación
pueblo-democracia, y de sus redes de influencia institucional y política,
surgen interrogantes para someter a crítica las supuestas características
heurísticas de determinadas aproximaciones conceptuales. En esta dirección,
¿resulta pertinente la categoría de populismo para abordar tal pontificado? ¿O
impone, al contrario, un esbozo más aproximativo y axiológico que preciso en
términos analíticos? Para ello conviene reconstruir, a renglón seguido y
brevemente, la acción pontifical desplegada desde 2013 y cómo esta misma ha
sido juzgada públicamente.
El pontífice y la
acción: algunos elementos de la política Francisco, “emprendedor moral”
Podemos recorrer de
manera sucinta los grandes ejes del papado actual. Conviene recordar la
sorpresa que produce la elección de un cardenal argentino quien, según
trascendidos, no figuraba entre los favoritos como posible sucesor de Joseph
Ratzinger. Desconocido hasta el momento por la prensa masiva internacional,
exceptuando los especialistas de la actualidad vaticana y cardenalicia, el Papa
electo intenta imprimir a su papado, y con gran celeridad, significados
religiosos y pastorales bien definidos. La elección del nombre conlleva toda
una connotación especial. Y ello por dos razones: tanto por la alusión a la
pobreza, a la sencillez y a la frugalidad (Euvé, 2013) como por el origen
congregacional del portador, surgido de la Compañía de Jesús. Así, Francisco se
posiciona rápidamente en un juego de legitimidad, apuntando a una estrategia de
comunicación disruptiva, haciendo del “testimonio” (comunicacional) una clave
de su pontificado (Dufour, 2016).
Sin embargo, apenas
elegido, algunas voces se alzan para señalar diferentes aspectos de su pasado
que podían ser juzgados negativamente.[9] Este
desprestigio es contrarrestado no solo por la gestual del “Papa austero”, representante
de la Iglesia pobre, sino porque, al menos en Argentina, actores políticos e
intelectuales argentinos, sobre todo próximos del kirchnerismo, buscan
acercarse y “apropiarse” del nuevo Papa.
Resulta fundamental
no reducir el rol de este último a los avatares de la política argentina. Los
desafíos y oportunidades papales exceden, y por mucho, el significado de las
interpretaciones australes que no perciben la importancia extremadamente
relativa de la Argentina en el interior de conflictos y procesos geopolíticos
encarnados por otros potencias y protagonistas. En muy pocos días, Francisco se
transforma en una imagen que contrasta, es cierto, con la rigidez de su antigua
performance de cardenal porteño. Él empieza a encarnar valores de austeridad, de
representante de los “desheredados” y, de modo más discutible, de apertura.
Así, se erige una narrativa pontifical expresada en una retórica de choque: la
importancia de la evangelización (en ruptura con la Iglesia “gestionaria”, en
un claro mensaje a la curia romana), el diálogo con los musulmanes y la
cuestión migratoria, la lucha contra la pedofilia y, por último, la reforma de
su propia administración ¾ esta línea de acción en consonancia directa con la prioridad
“evangélica”. Se puede agregar un quinto elemento, que se vislumbra al menos en
los inicios de tal gestión, y que se expresaría en la revisión de cuestiones
que atañen a la moral sexual y familiar con la que se intentó producir, al
menos, una apertura pragmática.[10]
Así, las primeras semanas a la cabeza de la Iglesia contienen su estrategia de
autoridad. La cuestión moral se expresa en julio de 2013, cuando sostiene
“¿quién soy yo para juzgar a un gay?”.[11]
Estos cinco ejes o líneas, cada uno de ellos con sus diferentes contratiempos y
ambigüedades, estructuran gran parte de la acción del argentino.
Los observadores, de
inmediato, señalan la existencia de contrastes entre el nuevo Papa y su
predecesor, si bien conviene relativizar tal contraste, al menos en términos
doctrinales. Es cierto, sin embargo, que el tipo de envergadura de cada uno es
diferente. Benedicto XVI emerge como una autoridad teológica, como un
intelectual y teólogo. Su sucesor, en cambio, es quien asume un protagonismo
geopolítico y pastoral. Con una paradoja a notar: des-vaticanizar la Iglesia,
tentativa que se expresa dentro de un conflicto con la curia, suscita la
atención dentro de la ciudad del Vaticano y genera una concurrencia creciente.
Sin embargo, como Papa geopolítico, o de las relaciones internacionales, su
investidura puede tener un gran poder mediático moral. En los hechos, el
Vaticano puede permitirse una elevada injerencia internacional simbólica. Como
en sus embates, significativos en términos de la política italiana, contra la
mafia. Francisco es, por sobre todas las cosas, un emprendedor moral, un actor diplomático que ejerce un poder
indirecto, en el interior de una influencia comunicacional, con un impacto
político limitado. Este poder es el del gesto público, el del discurso papal.
Por su intermedio, busca dejar una lección “evangélica” ante su interlocutor
ocasional.
Sus giras confirman
tal ejercicio diplomático, a veces en el seno del propio gobierno de la
Iglesia. En noviembre de 2014, ante el parlamento europeo de Estrasburgo,
Francisco se pronuncia contra la “técnica burocrática” de las instituciones
europeas. En diciembre de ese mismo año, proclama una verdadera declaración de
guerra a la curia, mencionando las “15 enfermedades” de esta última. En
septiembre de 2015, dos de sus viajes llaman fuertemente la atención. En Cuba
pide más libertad para la Iglesia, sin dejar de criticar al comunismo. En el
Congreso de los Estados Unidos, se pronuncia por la abolición de la pena de
muerte. Poco antes, en Ecuador y con Rafael Correa como interlocutor, se había
expresado contra la “tentación” de las ideologías, de las dictaduras y de los
autoritarismos, inclinándose por el diálogo y por evitar la restricción de las
libertades. En abril de 2017, en Egipto, se pronuncia contra el islam radical.
Desde ya, este ejercicio diplomático tiene sus límites. En noviembre-diciembre
de 2017, en Birmania, habla de “respeto de los grupos étnicos”, sin aludir
explícitamente a los ruangás, minoría brutalmente perseguida en tal país. Días
después, se reunió con algunos de sus miembros pidiendo perdón por su silencio.
Uno de los elementos
de discusión propios de la historia del catolicismo postconciliar reenvía a las
dimensiones doctrinales de los discursos pontificales. Analizados en su
significación histórico-secular, Francisco no se aleja de un largo proceso de
normalización conciliar que comienza a gestarse desde finales de los años 1970
y, en particular, durante el largo gobierno de Juan Pablo II. Sin embargo,
existe un acontecimiento intelectual que, sin alterar radicalmente el corpus doctrinario
del catolicismo, ha merecido una considerable atención. Nos referimos a la
encíclica Laudato Si. Este texto es
importante ya que inscribe su pragmatismo geopolítico, su guerra de poder en el
interior de la Iglesia y sus tentativas societales en una línea teológica e
intelectual específica.[12]
Allí, nuestro actor integra una reflexión ecológica en continuidad con una
tradición religiosa “humanista” típicamente católica: “la ecología integral”.
En tal reflexión, se actualiza y vigoriza la crítica del individualismo
liberal, de la idea de crecimiento económico ilimitado, de autorregulación del
mercado, de la cultura del desecho, del consumismo, de la globalización, y de
la homogeneización de las culturas entre otros puntos destacables. También
inserta su preocupación sobre el cambio climático, y exhorta por una “educación
ambiental” encaminada hacia el “misterio”. Esta ecología singular, basada en la
idea de hombre y en la de “creación divina” profundiza una serie de valores
propios del catolicismo romano intransigente
¾Francisco cita, por ejemplo,
a Benedicto XVI en numerosas oportunidades, con el objetivo de señalar las
disfunciones estructurales de la economía mundial.[13]
Ahora bien, ¿qué se
dice de Francisco? ¿Cuál es su recepción transnacional? Abordar una parte de
esta ayuda a comprender que la hipótesis populista es tan parcial como otras
claves de interpretación posibles que se han avanzado en el afán de simplificar
las características del pontificado actual.
El Pontífice y su
recepción: entre “herencia evangélica” y enemistades políticas
Toda elección papal
despierta expectativas. Expectativas en el mundo de los católicos, en especial
de los militantes, de los miembros activos y del entramado dirigente del
catolicismo, interesados en saber cuál será la figura central de su propia
comunidad creyente. Expectativas también en la opinión no católica y no
creyente, interesada en conocer las posibles continuidades y rupturas
dogmáticas, eclesiásticas y rituales que pueden expresarse en la cúspide misma
de su institución. Pero también suelen manifestarse expectativas en tanto que
anhelos: se “espera” que la Iglesia cambie y se le solicita que se adapte a un
“mundo nuevo”, o que defienda tales o cuales intereses. Con gran singularidad,
actores políticos e intelectuales externos al mundo del catolicismo movilizan
intenciones morales sobre lo que debería ser la propia institución católica.
Dicho de otra manera, los no-creyentes depositan esperanzas en una institución
por excelencia de “los que creen”, es decir, la Iglesia. El papado a gran
velocidad de Bergoglio produjo y produce, por ello mismo, innumerables
reacciones. Algunas de ellas merecen ser enfatizadas. Otras, más aún, pueden
parecer francamente sorprendentes.
A los pocos meses de
su elección, intelectuales y analistas vinculados de diferentes maneras al
catolicismo resaltan algunas dimensiones del papado entonces emergente. El
teólogo brasileño Leonardo Boff sostiene que Francisco es un “heredero de la
teología de la liberación”, declaración por demás significativa viniendo de una
de las principales figuras intelectuales de tal corriente teológica, con
relaciones extremadamente conflictivas con la Santa Sede en la época de Juan
Pablo II y de Joseph Ratzinger.[14]
El historiador Philippe Chenaux, especialista en historia intelectual y
religiosa de la Iglesia del siglo XX, afirma que desde la nueva elección la
Iglesia sale de una “fase depresiva” para ingresar en un período de movimiento
y de proximidad con el mundo.[15]
El eminente sociólogo Emile Poulat sostiene que se trata de un fenómeno de
confianza que se consolida públicamente, debido en parte al estilo del Papa y a
su manera de expresarse.[16]
Se trata de una
reacción entusiasta y optimista de especialistas en el fenómeno religioso,
algunos de ellos militantes católicos. Pero poco a poco, sectores conservadores
de la Iglesia y de la política comenzaron a expresar un malestar profundo por
la concepción económica y humanitaria del nuevo pontífice. Por citar solo
algunos ejemplos, el Tea Party, así como otras personalidades conservadoras de
los Estados Unidos, han manifestado, en reiteradas ocasiones, diferentes
acusaciones contra Francisco: marxista, socialista, neo-socialista.[17]
La revista liberal francesa Contrepoints ha
formulado críticas en la misma dirección, sobre todo en reacción a Laudato Si, condenando su
antiliberalismo y una “interpretación fantasiosa de la economía”.[18]
Reacción entusiasta y reflejo condenatorio comparten una gran velocidad al
momento de juzgar la supuestamente nueva política vaticana.
Si los partidarios
del liberalismo económico y/o del conservadurismo moral civilizatorio han
cuestionado el papado (se trataría de un Papa muy próximo del islam ya que,
para él, no posee atributos intrínsecamente violentos), una parte de la
administración romana hizo sentir sus voces marcadamente discordantes. El
origen del conflicto se encuentra en una disputa intra-institucional que
involucraría, en la justificación de los protagonistas, principios de
concepción teológica. Las investigaciones internas, ordenadas por Francisco,
sobre el funcionamiento financiero y administrativo del Vaticano, implican
responsabilidades de algunos obispos encumbrados. Es en ese contexto que surge
la acusación de populista.[19]
O una acusación peor para la mentalidad católico-institucional: la de
protestante, ya que su estilo de proximidad y simpleza entraña el riesgo de la
desacralización del rango de máxima autoridad eclesiástica. Este dato conviene
ser destacado, ya que la emergencia del calificativo populista suele estar asociada
a disputas nativas donde una parte de los actores en pugna busca una
connotación eficaz para descalificar al adversario. En este caso, es al
interior de tal disputa intra-eclesiástica e intra-organizativa que emerge
dicha acusación. En cierta medida, sería legítimo entender esta disputa, así
como el liderazgo del argentino y las tensiones con su burocracia vaticana, en
términos de lucha de poder de baja intensidad ideológica.
La disputa
institucional[20]
se acompaña de rispideces dogmático-sacramentales. En relación a la cuestión de
la posibilidad de otorgar la comunión a los divorciados nuevamente casados,
sugerida en la carta apostólica Amoris laetitia (2016), el cardenal norteamericano Raymond Burke sostiene que
“en algunas ocasiones, hay que desobedecer al Papa”[21]. La
exhortación apostólica sobreviene después del sínodo de 2015 sobre la familia,
donde se refiere a “circunstancias atenuantes” (es decir, situaciones
“irregulares” desde el punto de vista de los sacramentos católicos) dentro de
una realidad familiar, circunstancias que deben ser abordadas con
“misericordia” y “discernimiento pastoral” por parte de las autoridades
católicas.
Entonces, el Papa
argentino sería populista en el sentido de encarnar un poder personal
disruptivo en relación a la capa burocrática que rige el funcionamiento de la
institución. En esa dirección, su contacto directo con la feligresía, con las
víctimas de abuso sexual por parte de sacerdotes, con representantes de grupos
étnicos reprimidos constituyen estrategias de legitimación del poder propio y
la puesta en marcha de un dispositivo de presión utilizado contra su
funcionariado. En este sentido, la idea de populismo aportaría poco, salvo si
se pretendiera connotar a través de ella la acusación de “demagógico”, ya que lo
que se encuentra de fondo es una dinámica muy clara, en términos weberianos,
que reenvía a las formas generales de dominación, y muy extendida en las
organizaciones partidarias: a saber, la disputa entre aparato burocrático y
liderazgo carismático.[22]
Ahora bien, podemos
reconstruir las reacciones de actores exteriores al universo institucional del
catolicismo para comprender cuáles son los significados que ha despertado
Francisco. En primer lugar, dos ejemplos extraídos de los llamados populismos
de extrema derecha. Para estos, la obra del Papa actual es completamente
contraria a las reivindicaciones identitarias y socioeconómicas de los partidos
políticos nacionalistas. Matteo Salvini, dirigente de la Liga del Norte
nombrado ministro de Interior en junio de 2018, ha desplegado un discurso
constante contra la actual cabeza de la Iglesia, identificándose con el
discurso civilizatorio de Benedicto XVI.[23]
Posicionamiento similar es el del Frente nacional francés, por demás crítico de
los discursos papales sobre los migrantes y el islam, y en medio de un contexto
terrorista que sacude a Francia en especial desde inicios de 2015.[24]
Francisco, según la entonces diputada Marion Maréchal Le Pen, desconocía la
realidad de la Europa y las consecuencias de la llegada masiva de inmigrantes.[25]
Es interesante subrayar que la extrema derecha (calificada de populista),
incluso cuando reivindica una defensa identitaria y civilizatoria del
catolicismo, asume una postura laica, de independencia del mensaje político
frente al mandato de los representantes religiosos.
En segundo lugar,
resulta por demás interesante abordar el perfil de Francisco reconstruido por
un órgano editorial progresista como el diario francés Le Monde. Sus editoriales, aunque incluyen matices y críticas, pueden
parecer sorprendentes si se tienen presentes sus orientaciones ideológicas y
políticas.[26]
La publicación en cuestión se pronuncia a favor del Papa, después de su
histórica visita a la isla de Lampedusa, contra la mundialización de la
indiferencia.[27]
De la misma manera, celebra su misericordia hacia las familias reales,
tratándolo de “papa moderno”.[28]
En razón de su enfrentamiento con la curia, es tratado a título de elogio como
“golpista”.[29]
De nuevo, es reivindicado por su compromiso con los migrantes, considerado como
un Papa de su tiempo por sus tentativas de reforma y por buscar sacudir el
orden establecido[30].
Es más, se habla de su acción en términos de “revolución social”,[31]
y llega a definírselo como el “primer progresista del planeta”.[32]
En Francisco, la defensa del dogma es realizada sin dogmatismo, aunque Le Monde recuerda que los homosexuales
están todavía olvidados dentro de su política de apertura.[33]
Considerado como un dirigente “celestial” que refleja las inconsistencias
concretas de los responsables de la Unión Europea,[34] su
rol diplomático vuelve a ser valorado. Así, Le
Monde ofrece una visión por demás favorable de Francisco. Es imprescindible
señalar que dicha línea editorial se define por su radical anti-populismo, es
decir, opuesto a las extremas derechas en ascenso en Europa y a su vez crítico
de los gobiernos latinoamericanos definidos de populistas.
¿Qué sostiene el
propio actor? En una larga entrevista concedida al diario español El País a principios de 2017, Bergoglio
aborda diferentes temas de la actualidad política internacional y de la propia
situación eclesiástica. Consultado por el periodista sobre el ascenso de la
xenofobia a partir del crecimiento de diferentes movimientos y liderazgos en
Europa y América del Norte (donde
refiere al ascenso de la extrema derecha en Austria, Suiza y a la asunción de
Trump como presidente de Estados Unidos al momento de la entrevista), él ofrece una respuesta que, aún si es imprecisa o
sesgada en términos históricos objetivos, no deja de ser representativa de su
fisonomía intelectual:
Es lo que llaman los populismos. Que es una
palabra equívoca porque en América Latina el populismo tiene otro significado.
Allí significa el protagonismo de los pueblos, por ejemplo los movimientos
populares. Se organizan entre ellos… es otra cosa. Cuando oía populismo acá no
entendía mucho, me perdía hasta que me di cuenta de que eran significados
distintos según los lugares. Claro, las crisis provocan miedos, alertas. Para
mí el ejemplo más típico de los populismos en el sentido europeo de la palabra
es el [19]33 alemán. Después de [Paul von] Hindenburg, la crisis del 30,
Alemania destrozada, busca levantarse, busca su identidad, busca un líder […] Y
toda Alemania vota a Hitler. Hitler no robó el poder, fue votado por su pueblo,
y después destruyó a su pueblo. Ese es el peligro. En momentos de crisis, no
funciona el discernimiento […] Busquemos un salvador que nos devuelva la
identidad y defendámonos con muros, con alambres, con lo que sea, de los otros
pueblos que nos puedan quitar la identidad. Y eso es muy grave.[35]
Tal declaración
podría ser tomada como una confesión de parte: el protagonista rechaza
inapelablemente los movimientos y regímenes xenófobos, pero tiene una lectura
positiva, una interpretación casi autogestionaria de los populismos
latinoamericanos. Estos representarían la organización de los intereses
populares. Del pueblo. Es una concepción que supone dar cuenta de las
propiedades asociativas y movilizadoras de la sociedad civil (Bergoglio no
utiliza esta última expresión). Si se pudiera imbricar tal frase con la
diplomacia desplegada por el Papa, podría establecerse que su supuesta
complacencia con algunos regímenes latinoamericanos justifica la inscripción
del objeto en el vasto escenario de la categoría de populismo. O, como
pretendió innovar Alain Rouquié (2016), en la constelación de las democracias
hegemónicas. ¿Sería legítima empíricamente tal interpretación?
Final abierto:
¿populista, ante todo?
¿Colectivista,
marxista, demagogo, protestante, progresista…? Las definiciones y etiquetas
avanzadas han sido bastante temerarias. Conviene destacar, desde ya, que es
extremadamente delicado proponer un balance del fenómeno Francisco. Durante el
año 2018, su protagonismo fue por demás notorio, incluso a través de algunos
acontecimientos que parecieron resquebrajar su liderazgo. Por un lado, su viaje
a Chile (donde generó polémica por haber defendido al obispo Juan Barros,
acusado de silenciar casos de pedofilia) y sus declaraciones sobre la
importancia de la psiquiatría para tratar la homosexualidad marcan un límite en
su recepción positiva en una parte de la opinión. Por otro lado, su
posicionamiento contra la extrema derecha constituye una constante discursiva
dentro de su trayectoria pontifical.[36] Al
respecto, su entendimiento con el presidente francés Emmanuel Macron constituye
un bloque diplomático anti-populista en el corazón de la Europa;[37]
en ese sentido, el argentino renueva cierto ascendiente en la política
internacional.
Si tuviéramos que
retomar la pregunta problemática que estructura esta contribución sobre la
pertinencia de la idea de populismo como clave de lectura de Francisco, vemos
que la misma es, por sobre todas las cosas, aproximativa, y no exenta de
repetir los clásicos errores y abusos que se presentan en el uso de tal
categoría (Cucchetti, Dézé y Reungoat, 2021). Podría sostenerse que, si se
piensa en dos tipos de populismo, uno protestatario
(populismo desde abajo, contra las élites, de la representación popular) y otro
identitario (identidad nacional,
rasgos distintivos de un pueblo-nación),[38] el
propio discurso de Bergoglio reivindicaría la idea anti-élitista de demos, rechazando al mismo tiempo el
populismo preferencialista y xenófobo.[39] Sin
embargo, ello significaría sostener plenamente en términos explicativos la
especificidad populista de la política latinoamericana a principios del siglo
XXI (que debería mostrar similitudes estructurales entre procesos de por sí
diferentes como el venezolano, el argentino, el boliviano, el ecuatoriano),
constituyendo todo un tema a debatir dentro de las ciencias sociales. También
supone establecer, por sobre todas las cosas, una filiación constitutiva entre
Francisco y cada una de esas experiencias, o con todas ellas en bloque, lo que
no es para nada evidente y exigiría hacer abstracción de las relaciones entre
el ex Cardenal y el gobierno kirchnerista.
O bien se retoma el
populismo como categoría nativa de los actores. En tal sentido, podría aludirse
al conflicto intra-católico donde, como hemos visto, una parte de la Iglesia lo
trata de populista, en razón de su propensión descentralizadora, por un lado, y
de contacto directo con los feligreses, por otro, que la actual autoridad
eclesiástica pretende imprimir a su liderazgo. O bien, finalmente, intenta
pensarse que el populismo papal proviene de su antigua y estructurante
filiación a la teología del pueblo,[40]
algo que exigiría un análisis teológico, por demás alejado de los trabajos del
populismo, y un estudio sobre las reformas conciliares y la recepción del
Concilio alrededor del principio de “pueblo de Dios”. En ese sentido, Francisco
parece orientarse más en función de un universalismo cristiano en donde los “pueblos”,
sin predilección, pueden encarnar el mensaje religioso. La idea de todo sería
superior a la de la parte ya que remite a un significado específico del
catolicismo, que fue teorizado por algunos intelectuales durante el siglo XX,
como por ejemplo el personalismo, con el objetivo de desmarcarse tanto del
impulso colectivista como del individualismo liberal. En cualquier caso, tal
filiación no logra clasificar ni la trayectoria del actor en cuestión ni las
características de su papado en un sentido claro de acción populista.
Resulta más
interesante dedicar algunas líneas al contexto en el cual un Papa argentino se
inserta. Y aquí sí, si la pertinencia del populismo como problemática cada vez
más englobante merece reiteradas objeciones (Dézé, 2004), se constata una
extensión de la reapropiación del populismo-identidad en el terreno político e,
incluso, en el terreno religioso. Las evoluciones culturales e identitarias en
Europa constituyen un horizonte en estrecha relación con el auge de la extrema
derecha. En términos de contexto general constituido alrededor de valores
post-materialistas (Ignazi, 2001), de situaciones de posible desclasamiento
social, además de la reciente y no terminada crisis migratoria, las
características actuales del catolicismo (Raison du Cleuziou, 2014) así como la
existencia de un “catolicismo zombi” (Le Bras y Todd, 2013) pueden generar una
evolución de la identidad católica a direcciones contrarias de las fijadas por
el Papa. Ello no implica la presencia de una síntesis esencial entre
conservadurismo católico y nacional-populismo sino simplemente un conjunto de
acuerdos tácticos entre valores conservadores y regímenes y movimientos
populistas y de extrema derecha (Raison du Cleuziou, 2019). Por eso mismo puede
entenderse que, el propio Bergoglio, intente evitar que se coagule un campo
conservador-tradicionalista contra su autoridad. Quizás en este sentido deba
entenderse su acercamiento con la Fraternidad San Pío X.[41]
Si la extrema derecha
comenzó a apropiarse, desde los años 1990, de la idea de populismo, su
pretensión la excede ampliamente ya que, este proceso, se extiende a
organizaciones partidarias de izquierda, como Podemos en España o la Francia
Insumisa. La influencia de Ernesto Laclau (2005) y Chantal Mouffe (2018) se ha hecho
sentir en esa dirección.[42]
Las retóricas populistas han seguido en aumento, aunque el contexto actual,
marcado por la pandemia del Covid-19, parece frenar el avance de los partidos
antisistema. En un contexto por demás crítico, sin embargo, algunas movilizaciones
conservadoras, con el objetivo de dotarse de una legitimidad anti-élites y de
un enraizamiento en los valores europeos entendidos como vectores de
civilización, son interpretadas, por sus apologistas, en términos de “populismo
cristiano”.[43]
Así, el cristianismo, cuya vitalidad sociológica e institucional se encuentra
en franco deterioro, se debate entre una dimensión universalista, recomendada
por el Papa actual, y una recuperación identitaria que insiste en el sustrato
cristiano de la Europa y en la supervivencia de las naciones (europeas) contra
la “amenaza” islámico-migratoria.
¿Dos populismos
religiosos en disputa? La reutilización de la categoría en cuestión esclarece
poco las características del pontificado de Francisco.
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[1] Los sucesos posteriores parecen no alterar la línea
pontifical básica de Francisco. Por un lado, los conflictos alrededor de los
casos de pedofilia en la Iglesia mantienen una gran actualidad, las
declaraciones ambiguas del Papa sobre la homosexualidad se renuevan, y sus
discursos en términos de crítica social cobran un nuevo impulso con la
encíclica Fratelli Tutti del 3 de octubre de 2020. Al momento de revisar estas
líneas, el conflicto entre el argentino y su curia se recrudece a partir de la
decisión de juzgar en el tribunal de la Santa Sede importantes figuras
eclesiásticas romanas involucradas en problemas financieros de gran relevancia.
[2] Evidencia retomada por
otros autores, por ejemplo, Ariès (2016).
[3] Ya Emilio Mignone
(1986) había señalado los vínculos entre el provincial jesuita y las Fuerzas
Armadas, en una época en la que la figura de Bergoglio era poco conocida
públicamente. El rol jugado por la autoridad jesuita frente la represión de dos
sacerdotes de su Orden, Orlando Yorio y Francisco Jalics, es también abordado
por diferentes trabajos académicos y periodísticos; leer, por ejemplo,
Mallimaci (2013), Bonnin (2013) y Verbitsky (2005).
[4] En los años 1980,
Bergoglio se ocupa de funciones específicas en instituciones educativas de su
congregación. Luego de un período de reclusión en Córdoba a comienzos de la
década de 1990, decisión de la autoridad jesuita, regresa a Buenos Aires para
formar parte del obispado auxiliar.
[5] La contraposición
entre ambos reenvía a representaciones políticas e intelectuales, tal como
analizamos más adelante; en relación a la continuidad/ruptura entre los dos
pontífices, ver Fernández Vega (2016).
[6] Ver, por ejemplo, los análisis de Moore
(2015), Fernández Vega (2014).
[7] Ver igualmente, aunque con una connotación
diferente, la lectura de Mallimaci (2018). En la línea de este último autor,
ver Prieto (2016). En un reciente análisis, Zanatta (2021) señala la existencia
estructurante de un populismo jesuita en diferentes liderazgos y regímenes
políticos latinoamericanos.
[8] Leer, en este sentido,
el trabajo realizado por Giménez Beliveau y Carbonelli (2015) sobre los
Misioneros de Francisco, donde sobresalen, en su conformación en 2013,
dirigentes como Emilio Pérsico, Patricia Cubría y Juan Grabois.
[9] No se trata solo de informaciones
periodísticas sino también de testimonios académicos, como el de Michael Löwy,
quien en las páginas de Le Monde señala que Bergoglio nunca se pronunció contra
la dictadura, a lo que agrega su oposición al kirchnerismo: “En Argentine,
‘Bergoglio n’a jamais émis aucune critique contre la dictature’”, en Le
Monde,15 de marzo de 2013). Fortunato Mallimaci sostiene que, en Argentina,
Bergoglio había sido más “referente político de oposición” que un “líder
religioso”, y vaticina que su programa en la Santa Sede “será conservador, es
innegable”: “Ser humilde y austero no alcanza”, en Página 12, 17 de marzo de
2013.
[10] A la luz de diferentes
acontecimientos sucedidos a lo largo del año 2018, las cuestiones de la
pedofilia y de la homosexualidad habrían representado, en tal sentido, un
retroceso en relación a algunos esbozos iniciales. Conviene señalar que, como
toda acción política, la pontifical que Francisco encarna propone, en no pocas
oportunidades, un posicionamiento ambiguo y proclive al oportunismo.
[11] Noticia del 29 de
julio de 2013, en viaje de regreso de su visita a Brasil.
[12] Gaël Giraud,
investigador del Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS) y
sacerdote jesuita, es uno de los principales asesores de Francisco en materia
económica, y habría jugado un rol intelectual decisivo en la elaboración de
Laudato Si.
[13] El catolicismo
intransigente se manifestó, a lo largo del siglo XX, en tradiciones
intelectuales y políticas anticapitalistas de izquierda y de derecha. A pesar
de las críticas que recibió su trabajo por sus características más tipológicas
que empíricas, los análisis de Emile Poulat siguen siendo imprescindibles para
comprender los significados del catolicismo romano integral en oposición al
liberalismo y al socialismo (Poulat, 1977). Dato no menor, su interpretación
sociológica iba a contrapié del itinerario de militantes católicos en pleno
proceso de adhesión intelectual y política a la izquierda francesa y en
particular al Partido Socialista Francés.
[14] “Le
pape François s’inscrit ‘dans l’héritage de la théologie de la libération’”, en
Le Monde, 25 de julio de 2013.
[15] “Six
mois d’‘effet François’ pour les catholiques”, en Le Monde, 5 de octubre de
2013.
[16] “Emile Poulat: ‘sans confiance, la vie en société
est impossible”, en Le Monde, 15 de noviembre de 2013.
[17] “Le
pape François se défend d’être ‘marxiste’”, en Le Monde, 16 de diciembre de
2013.
[18] Jean-Philippe Feldman, “L’antilibéralisme radical
du Pape François”, en Contrepoints, 19 de junio de 2015. Ver el análisis de
Alain de Benoist (2017).
[19] Philippe Ridet, “Le pape François impose un rythme
accéléré de réformes”, en Le Monde, 9 de julio de 2014.
[20] Cécile Chambraud, “Au Vatican, la guerre est
déclarée”, en Le Monde, 14 de abril de 2017.
[21] Declaración que Burke
realiza en un coloquio realizado el 7 de abril de 2018 en Roma; ver en la
prensa católica suiza: “Dans certaines circonstances, il faut désobéir au
pape”, en Cath.ch, 8 de abril de 2018.
[22] Ver, Weber (2013). En relación a Francisco y
la idea weberiana de carisma de función, ver: Mallimaci (2018).
[23] “El líder de la Liga Norte ataca a la UE y al
Papa Francisco y alaba a Putin”, en El Mundo, 18 de septiembre de 2016.
[24] Tal fecha reenvía a los atentados contra los
locales de la publicación Charlie Hebdo. Al año siguiente, el sacerdote Jacques
Hamel es asesinado el 26 de julio de 2016 por dos terroristas islámicos.
[25] Anne-Sophie Blot, “Marion Maréchal Le Pen critique
l’accueil des migrants par le pape François”, en RTL, 17 de abril de 2016.
[26] Por un análisis de este diario, ver: Eveno
(2001).
[27]
“Osons les valeurs”, en Le Monde, 6 de enero de 2014.
[28] “Le
pape François et les familles telles qu’elles sont”, en Le Monde, 17 de octubre
de 2014.
[29] “François, pape putschiste”, en Le Monde, 29 de
diciembre de 2014.
[30]
“François, un pape de son temps”, en Le Monde, 22 de junio de 2015.
[31] “La révolution sociale du pape François”, en Le
Monde, 13 de julio de 2015.
[32] “Pape François, premier progressiste”, en Le Monde,
26 de septiembre de 2015.
[33] “Le pape, ou le dogme sans dogmatisme”, en Le
Monde, 9 de abril de 2016.
[34] “L’Europe céleste”, en
Le Monde, 07 de mayo de 2016.
[35] “Papa Francisco: ‘El
peligro en tiempos de crisis es buscar un salvador que nos devuelva la
identidad y nos defienda con muros”, en El País, 22 de enero de 2017.
[36] Ivan Krastev, “The Pope vs. The Populistes”, en New
York Times, l 2 de mayo de 2018.
[37]
Virginie Malingre, “Au Vatican, Macron et le pape font front uni face à la
poussée populiste en Europe”, en Le Monde, 27 de junio de 2018.
[38] Para el análisis de
esta distinción, ver: Taguieff (2007). Convendría, no obstante, distinguir el
pueblo como plebe (opuesto y enfrentado a las élites), como demos (voluntad
general que emana de la construcción soberana y republicana de la representación
política) y como etnos (concepción orgánica de las características culturales
de una nación) para analizar los significados que se pueden atribuir a
determinada idea de lo popular, distinción que escapa a la intención de nuestro
artículo.
[39] Tal distinción tipológica
no coincide con otra, de inspiración laclauniana, entre hegemonía y
contra-hegemonía, ni la oposición entre populismo de las clases dominantes y
populismo de las clases dominadas; ver Laclau (1978), Laclau y Mouffe (1987).
[40] Uno de los mentores intelectuales de tal
corriente fue el jesuita Juan Carlos Scannone (2014).
[41] Francisco ha mantenido
conversaciones con monseñor Bernard Fellay, superior de los lefebvristas, con
el objetivo de lograr la reintegración de estos en la Iglesia Católica.
[42] Ver el libro del
candidato a las presidenciales del año pasado, Jean-Luc Mélenchon (2014).
[43] Tal es la hipótesis
del intelectual y ex consejero de Nicolas Sarkozy, Patrick Buisson (2016).