¿Un Papa populista?

Francisco según la idea de populismo

HUMBERTO CUCCHETTI

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)

Instituto de Estudios Históricos de la Universidad de Tres de Febrero (UNTREF)

Tres de Febrero, Buenos Aires

Argentina

 

PolHis, Revista Bibliográfica Del Programa Interuniversitario De Historia Política,

Año 14, N° 27, pp. 133-159

Enero- Junio de 2021

ISSN 1853-7723

 

Fecha de recepción: 30/10/2020 - Fecha de aceptación: 19/07/2021

 

 

Resumen

Una valoración del papado de Francisco I, Jorge Bergoglio (1936- ), implica analizar aspectos históricos de gran actualidad. Se menciona frecuentemente su conocido apoyo al movimiento peronista desde finales de los años 1960. Este artículo considera brevemente algunos trabajos académicos y públicos sobre Bergoglio y resume los primeros cinco años de su papado (marzo de 2013 a marzo de 2018). Luego, analiza las reacciones religiosas y políticas frente al papado de Francisco por parte de las políticas y la opinión pública de algunos países centrales. Este enfoque busca proporcionar pistas y posibles respuestas sobre su supuesto populismo. Para finalizar, y estrechamente ligado a este último, se examina el problema del populismo en el escenario político.

 

 

Palabras clave

Populismo – Papa Francisco – Peronismo – Catolicismo – Vaticano y vida política internacional


 

A populist Pope?

Pope Francis through the lens of populism

 

Abstract

An analysis of Francis I and his papacy entails a discussion of recent history. Pope Francis I, born Jorge Bergoglio in 1936, is known to have supported Peronism since the late sixties. First, this paper will explore some academic and public articles on Bergoglio, and will summarize his first five years as pope (March 2013-March 2018). Then, it will analyze religious and political reactions to his papacy in different countries. This approach seeks to provide keys and answers that can help elucidate his alleged populist stance. Finally, the issue of populism in the political arena will be examined.

 

 

Keywords

Populism – Pope Francis – Peronism – Catholicism – The Vatican and international politics

 

 

Introducción

¿Un Papa populista por ser peronista? El actual Pontificado de Francisco I (Jorge Bergoglio, 1936-) suscita numerosos interrogantes y polémicas tanto en la opinión pública como en las interpretaciones académicas. Se trata de un tema en pleno movimiento, dinámico y con dimensiones transnacionales desde la entronización del Jesuita en marzo de 2013. Un desmenuzado balance de su pontificado exigiría no solo el acceso a archivos que remiten al núcleo más hermético (la curia romana) de una institución por demás tradicional (la Iglesia Católica), sino también un alejamiento temporal con respecto a tal fenómeno. Sin embargo, esto no ha impedido a diferentes autores (periodistas, intelectuales, militantes y también académicos) poner bajo la lupa el caso en cuestión. Su acción es contemporánea, y despierta un notable interés en aquellos que siguen tal actualidad religiosa, institucional y diplomática, en ocasiones movilizados más por el abordaje à chaud y partisano (a favor o en contra) que por la posibilidad de abordar el objeto en sus dimensiones específicas y desde la lógica propia del mundo académico en términos de “neutralidad valorativa”. 

Por los debates suscitados desde el origen de su papado, apelando a las manifestaciones públicas del propio Francisco, y teniendo en cuenta las reacciones mediáticas, intelectuales y militantes, es posible someter a consideración determinados elementos de su trayectoria pontifical así como algunas de las polémicas originadas a partir de la misma. En efecto, algunas interpretaciones sobre un objeto tan refractario como la biografía del actor estudiado (provincial jesuita en los años 1970, miembro activo del episcopado argentino en la década de 1990 hasta devenir Arzobispo de la Ciudad de Buenos Aires en 2001) pueden ser retomadas y analizadas críticamente. Una de dichas interpretaciones consiste en definir el papado actual relacionando las características de su gestión vaticana y de su trabajo diplomático con los vínculos pasados y presentes del propio pontífice con el movimiento peronista. En consecuencia, Francisco sería portador de una identidad e incluso de una estrategia comunicacional populistas. Tal visión, presente en lecturas académicas, en reconstituciones mediáticas pero igualmente en interpretaciones nativas (de determinados actores de la Iglesia), intenta decodificar anacrónicamente las acciones del actor en función de un itinerario marcado por una adhesión política al peronismo conformada desde fines de los años 1960.

Con el objetivo de analizar de manera crítica una lectura que se ha erigido en un lugar común (“Papa peronista, papado populista”), nuestro artículo se propone, en primer lugar, abordar determinados elementos conceptuales que se movilizan alrededor del actual Papa y que reenvían a la cuestión del populismo. En segundo lugar, intentaremos ofrecer una síntesis básica de su pontificado cubriendo los primeros cinco años del mismo (marzo 2013- marzo 2018[1]). En tercer lugar, dedicaremos un examen a la recepción religiosa y política de Francisco en una parte de la opinión pública y política de países centrales, ya que tal enfoque puede ofrecer pistas y atisbos de respuestas sobre su supuesto populismo ¾este, como veremos, convive con otras recepciones tan poco consistentes como la del “Papa progresista”, propuesta por las líneas editoriales de algunos medios de prensa. A título de conclusión, y en relación a este último punto, el problema del populismo en la escena política internacional merece ser destacada.

Provisoriamente, es posible establecer algunas líneas salientes de tal trayectoria pontifical, así como de las interpretaciones dominantes sobre el fenómeno Francisco. El aporte de nuestro artículo no se inscribe en la sociología de las religiones ni del catolicismo, sino en el abordaje histórico-político de una tradición religiosa específica entendida en sus dimensiones seculares, en sus tensiones internas y en relación a su enclave específico, dentro de las dinámicas propias de la política internacional de una institución localizada en el centro de tensiones políticas y culturales europeas.

 

Sobre Bergoglio-Francisco: sustrato conceptual y connotación

Diferentes autores han señalado la excesiva extensión de los posibles significados comprehendidos por la idea de populismo (Zanatta, 2002; Dézé, 2004; Mackinnon y Petrone, 1999; Taguieff, 2007; Cucchetti, 2010). Tan peyorativa como omnicomprensiva, tal idea ha sido utilizada para dar cuenta de realidades extremadamente contrastantes, diversas y alejadas temporal y espacialmente, desde los populistas rusos hasta la nueva extrema derecha europea. En una utilización reciente, por mencionar un ejemplo bibliográfico, el populismo ha sido emparentado al tronco común de las mitologías radicales, llevando a ver en el populismo (bajo la tríada que reúne la denuncia de una soberanía popular confiscada, la defensa de los intereses nacionales y la personalización del liderazgo) un episodio más del tópico, por demás recurrente, de la “proximidad de los extremos” (Ory, 2017).

En un trabajo realizado con los colegas de la Universidad de Montpellier Alexandre Dézé y Emmanuelle Reungoat (Cucchetti, Dézé y Reungoat, 2021), hemos examinado una gran parte de los fenómenos que son explicados a partir de la vastísima biblioteca de los populismos. Allí encontramos objetos temáticos tan divergentes como las extremas derechas, el fundamentalismo religioso islámico e igualmente el católico-identitario, Marine Le Pen en Francia aunque también Emmanuel Macron y la extrema izquierda de ese país, Donald Trump y Jair Bolsonaro, así como diferentes oleadas callejeras de protesta ¾desde los Indignados españoles hasta Nuit débout en Francia, pasando por los Gilets Jaunes franceses. Matteo Salvini ingresaría en tal dinámica de la misma manera que Pablo Iglesias, la izquierda radical griega y la política británica detrás del Brexit. Ya en su historia fundacional latino-americana se expresaron los populismos clásicos; en los años 1990 populismo y neoliberalismo se asociaron, aunque ello no impidió ver en la Nueva Izquierda de Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa y Néstor Kirchner otro avatar neopopulista. En algunos casos, tal inflación conceptual involucraba al Brasil de Lula Da Silva. Heredero del viejo cardenismo, el Partido de la Revolución Democrática de México y en especial la trayectoria partidaria detrás de Andrés Manuel López Obrador habrían sido tributarios de lógicas populistas y carismáticas tan presentes en América Latina.

Los calificativos conceptuales movilizados llegaron a ser tan amplios como sorprendentes: existiría un “ethnopopulismo” y un “telepopulismo”, “un populismo automóvil” y también un “populismo 2.0”, un “populismo sanitario”, un “populismo climático”, un “populismo líquido”, un “populismo postmoderno”. La lista es larga. El conjunto de definiciones conceptuales suele pretender, de una vez por todas, establecer los rasgos esenciales de la problemática. Para algunos, es un fenómeno incuestionablemente autoritario, para otros, esencialmente democrático. Desde cierto punto de vista, el mismo se identificaría con el surgimiento de las nuevas extremas derechas en Europa desde los años 1980; para otros, sería extraño a estas últimas y se encarnaría en movimientos de izquierda que se configuran después de la crisis financiera del año 2008. En diferentes trabajos, la plétora de afirmaciones teóricas, en ocasiones con pretensiones abarcadoras abstractas, participan de debates en los que los autores no escapan a polémicas y posicionamientos a favor o en contra del propio hecho populista (Cucchetti, Dézé y Reungoat, 2021).

La extensión potencial de este último habría, asimismo, ingresado a la cúspide misma de la institución católica. Así, nos encontraríamos frente a un nuevo avatar de la idea populista: un pontífice. Francisco. Recordando que el populismo es sentido como “amenaza”, “tentación”, y que es justamente el pasaje de los populismos clásicos (por ejemplo, los latinoamericanos) al rol crucial que él mismo habría empezado a jugar en el espacio neurálgico de las sociedades occidentales, para determinadas lecturas el Papa actual encarnaría tal “deriva” política y cultural.

Conviene tener presente varios elementos que surgen en las valoraciones académicas del papado inaugurado en 2013. En relación a Bergoglio, es permanentemente aludida su adhesión, entre finales de los años 1960 e inicios de la década siguiente, al movimiento peronista. De acuerdo a relatos militantes provenientes de la Guardia de Hierro, el entonces provincial jesuita habría sido un “compañero de ruta” de dicha organización (Cucchetti, 2013).[2] Tal proximidad no se traducía, en ningún sentido, en términos de filiación orgánica sino que reenvía a relaciones por demás dinámicas, fluidas y amplias entre miembros del clero y jóvenes politizados, una constante desde los orígenes del peronismo. Es conveniente precisar que la refundación de la Universidad del Salvador (USAL) a mediados de los años 1970 (Bergoglio, 1994), bajo la tutela del provincial y futuro papa, entrañó su control por parte de un grupo de profesionales y cuadros surgidos de Guardia, como es el caso de Francisco Piñón, que desempeñó la función de rector. Episodio mencionado en diferentes trabajos (Cucchetti, 2013; Mallimaci, 2013 y Verbitsky, 2005), la USAL condecoró al almirante Emilio Massera en noviembre de 1977, miembro de la Junta Militar.[3]

Este período de su biografía es, al menos, uno de los más aludidos. El jesuita compartía ideales generalizados en su época alrededor del compromiso político, la vinculación entre “militantes y pueblo”, con la particularidad de oponerse a la violencia armada. Así, se destaca la influencia intelectual ejercida en él por parte de la filósofa Amelia Podetti (1928-1979), intelectual y militante de Guardia, directora de la revista Hechos e Ideas y miembro de las Cátedras Nacionales, lo que lo anclaría más aún a cierto ideario tercermundista (en particular, tercerista) del peronismo de los años 1970 (Denaday, 2013; Larraquy, 2016; Ivereigh, 2014 y Borghesi, 2017). Su proximidad con la “teología del pueblo”, corriente teológica que se diferencia críticamente de la teología de la Liberación, se inscribe en un conjunto de representaciones político-religiosas que intentaban justificar el significado local, nacional y popular de la opción preferencial por los pobres.

Posteriormente, al menos en gran parte de los trabajos que retoman su recorrido biográfico, la traza pública de Bergoglio se disipa.[4] A principios de los años 2000, su rol público y político, como cardenal primado, vuelve a la luz, en medio de la grave crisis social e institucional que atraviesa el país. Allí quedó identificado como figura opositora del kirchnerismo, hasta su elección papal, cuando Cristina Kirchner decide modificar su relación con el arzobispo porteño. Su llegada al Vaticano lo ubica en el centro de la diplomacia religiosa y, por su propio estilo, de las relaciones internacionales. Personaje conocido del ambiente cardenalicio, posible sucesor de Juan Pablo II, su papado es por demás dinámico, sobre todo en contraposición al de Benedicto XVI.[5] Diferentes aspectos de su acción son retomados, como por ejemplo la visión ecológico-integral contenida en la encíclica Laudato Si (Arogyaswamy, 2017). Sin embargo, la dimensión que probablemente ha sido más destacada,[6] por lo general de manera peyorativa, es su caracterización de populista. Para el historiador Loris Zanatta, Francisco retoma la tradición populista en razón de su adhesión al significado del peronismo como triunfo de la nación católica (Zanatta, 2016). Allí ingresaría su fuerte sustrato antiliberal, típico de la conjugación entre nación y pueblo. En sus giras, según tal interpretación, Francisco alude en innumerables ocasiones a la idea de pueblo, y muy pocas veces a la de democracia. Sus gestos, sus declaraciones, sus amistades y enemistades emanarían de un eje de identificación clara que se sostiene a partir de una construcción populista de las ideas de pueblo-democracia-nación. Oscurecimiento del Estado de derecho, supremacía del todo, desconsideración del individuo, proclamación de un pluralismo sui-generis, el papado de Francisco sería solidario de una fuerte matriz populista representativa del catolicismo argentino.[7]

Atravesando las afinidades y pertenencias culturales propias de la tradición populista, se presentan cuestiones bien específicas en términos de poder. Así, la nutrida agenda de relaciones políticas del actual pontífice lo develan como un operador en la política argentina por intermedio de sus vínculos con movimientos sociales[8] y dirigentes partidarios justicialistas (Zuleta, 2019 y Bosca, 2013). La proclamación del “pueblo de Dios” sería solidaria con la existencia de redes de influencia con marcado impacto local, lo que se habría manifestado en su kirchnerización y su rol opositor durante el período presidencial 2015-2019.

Ahora bien, de la concepción bergogliana en términos de política internacional y de relación pueblo-democracia, y de sus redes de influencia institucional y política, surgen interrogantes para someter a crítica las supuestas características heurísticas de determinadas aproximaciones conceptuales. En esta dirección, ¿resulta pertinente la categoría de populismo para abordar tal pontificado? ¿O impone, al contrario, un esbozo más aproximativo y axiológico que preciso en términos analíticos? Para ello conviene reconstruir, a renglón seguido y brevemente, la acción pontifical desplegada desde 2013 y cómo esta misma ha sido juzgada públicamente.

El pontífice y la acción: algunos elementos de la política Francisco, “emprendedor moral”

Podemos recorrer de manera sucinta los grandes ejes del papado actual. Conviene recordar la sorpresa que produce la elección de un cardenal argentino quien, según trascendidos, no figuraba entre los favoritos como posible sucesor de Joseph Ratzinger. Desconocido hasta el momento por la prensa masiva internacional, exceptuando los especialistas de la actualidad vaticana y cardenalicia, el Papa electo intenta imprimir a su papado, y con gran celeridad, significados religiosos y pastorales bien definidos. La elección del nombre conlleva toda una connotación especial. Y ello por dos razones: tanto por la alusión a la pobreza, a la sencillez y a la frugalidad (Euvé, 2013) como por el origen congregacional del portador, surgido de la Compañía de Jesús. Así, Francisco se posiciona rápidamente en un juego de legitimidad, apuntando a una estrategia de comunicación disruptiva, haciendo del “testimonio” (comunicacional) una clave de su pontificado (Dufour, 2016).

Sin embargo, apenas elegido, algunas voces se alzan para señalar diferentes aspectos de su pasado que podían ser juzgados negativamente.[9] Este desprestigio es contrarrestado no solo por la gestual del “Papa austero”, representante de la Iglesia pobre, sino porque, al menos en Argentina, actores políticos e intelectuales argentinos, sobre todo próximos del kirchnerismo, buscan acercarse y “apropiarse” del nuevo Papa.

Resulta fundamental no reducir el rol de este último a los avatares de la política argentina. Los desafíos y oportunidades papales exceden, y por mucho, el significado de las interpretaciones australes que no perciben la importancia extremadamente relativa de la Argentina en el interior de conflictos y procesos geopolíticos encarnados por otros potencias y protagonistas. En muy pocos días, Francisco se transforma en una imagen que contrasta, es cierto, con la rigidez de su antigua performance de cardenal porteño. Él empieza a encarnar valores de austeridad, de representante de los “desheredados” y, de modo más discutible, de apertura. Así, se erige una narrativa pontifical expresada en una retórica de choque: la importancia de la evangelización (en ruptura con la Iglesia “gestionaria”, en un claro mensaje a la curia romana), el diálogo con los musulmanes y la cuestión migratoria, la lucha contra la pedofilia y, por último, la reforma de su propia administración ¾ esta línea de acción en consonancia directa con la prioridad “evangélica”. Se puede agregar un quinto elemento, que se vislumbra al menos en los inicios de tal gestión, y que se expresaría en la revisión de cuestiones que atañen a la moral sexual y familiar con la que se intentó producir, al menos, una apertura pragmática.[10] Así, las primeras semanas a la cabeza de la Iglesia contienen su estrategia de autoridad. La cuestión moral se expresa en julio de 2013, cuando sostiene “¿quién soy yo para juzgar a un gay?”.[11] Estos cinco ejes o líneas, cada uno de ellos con sus diferentes contratiempos y ambigüedades, estructuran gran parte de la acción del argentino.

Los observadores, de inmediato, señalan la existencia de contrastes entre el nuevo Papa y su predecesor, si bien conviene relativizar tal contraste, al menos en términos doctrinales. Es cierto, sin embargo, que el tipo de envergadura de cada uno es diferente. Benedicto XVI emerge como una autoridad teológica, como un intelectual y teólogo. Su sucesor, en cambio, es quien asume un protagonismo geopolítico y pastoral. Con una paradoja a notar: des-vaticanizar la Iglesia, tentativa que se expresa dentro de un conflicto con la curia, suscita la atención dentro de la ciudad del Vaticano y genera una concurrencia creciente. Sin embargo, como Papa geopolítico, o de las relaciones internacionales, su investidura puede tener un gran poder mediático moral. En los hechos, el Vaticano puede permitirse una elevada injerencia internacional simbólica. Como en sus embates, significativos en términos de la política italiana, contra la mafia. Francisco es, por sobre todas las cosas, un emprendedor moral, un actor diplomático que ejerce un poder indirecto, en el interior de una influencia comunicacional, con un impacto político limitado. Este poder es el del gesto público, el del discurso papal. Por su intermedio, busca dejar una lección “evangélica” ante su interlocutor ocasional.

Sus giras confirman tal ejercicio diplomático, a veces en el seno del propio gobierno de la Iglesia. En noviembre de 2014, ante el parlamento europeo de Estrasburgo, Francisco se pronuncia contra la “técnica burocrática” de las instituciones europeas. En diciembre de ese mismo año, proclama una verdadera declaración de guerra a la curia, mencionando las “15 enfermedades” de esta última. En septiembre de 2015, dos de sus viajes llaman fuertemente la atención. En Cuba pide más libertad para la Iglesia, sin dejar de criticar al comunismo. En el Congreso de los Estados Unidos, se pronuncia por la abolición de la pena de muerte. Poco antes, en Ecuador y con Rafael Correa como interlocutor, se había expresado contra la “tentación” de las ideologías, de las dictaduras y de los autoritarismos, inclinándose por el diálogo y por evitar la restricción de las libertades. En abril de 2017, en Egipto, se pronuncia contra el islam radical. Desde ya, este ejercicio diplomático tiene sus límites. En noviembre-diciembre de 2017, en Birmania, habla de “respeto de los grupos étnicos”, sin aludir explícitamente a los ruangás, minoría brutalmente perseguida en tal país. Días después, se reunió con algunos de sus miembros pidiendo perdón por su silencio.

Uno de los elementos de discusión propios de la historia del catolicismo postconciliar reenvía a las dimensiones doctrinales de los discursos pontificales. Analizados en su significación histórico-secular, Francisco no se aleja de un largo proceso de normalización conciliar que comienza a gestarse desde finales de los años 1970 y, en particular, durante el largo gobierno de Juan Pablo II. Sin embargo, existe un acontecimiento intelectual que, sin alterar radicalmente el corpus doctrinario del catolicismo, ha merecido una considerable atención. Nos referimos a la encíclica Laudato Si. Este texto es importante ya que inscribe su pragmatismo geopolítico, su guerra de poder en el interior de la Iglesia y sus tentativas societales en una línea teológica e intelectual específica.[12] Allí, nuestro actor integra una reflexión ecológica en continuidad con una tradición religiosa “humanista” típicamente católica: “la ecología integral”. En tal reflexión, se actualiza y vigoriza la crítica del individualismo liberal, de la idea de crecimiento económico ilimitado, de autorregulación del mercado, de la cultura del desecho, del consumismo, de la globalización, y de la homogeneización de las culturas entre otros puntos destacables. También inserta su preocupación sobre el cambio climático, y exhorta por una “educación ambiental” encaminada hacia el “misterio”. Esta ecología singular, basada en la idea de hombre y en la de “creación divina” profundiza una serie de valores propios del catolicismo romano intransigente  ¾Francisco cita, por ejemplo, a Benedicto XVI en numerosas oportunidades, con el objetivo de señalar las disfunciones estructurales de la economía mundial.[13]

Ahora bien, ¿qué se dice de Francisco? ¿Cuál es su recepción transnacional? Abordar una parte de esta ayuda a comprender que la hipótesis populista es tan parcial como otras claves de interpretación posibles que se han avanzado en el afán de simplificar las características del pontificado actual.

El Pontífice y su recepción: entre “herencia evangélica” y enemistades políticas

Toda elección papal despierta expectativas. Expectativas en el mundo de los católicos, en especial de los militantes, de los miembros activos y del entramado dirigente del catolicismo, interesados en saber cuál será la figura central de su propia comunidad creyente. Expectativas también en la opinión no católica y no creyente, interesada en conocer las posibles continuidades y rupturas dogmáticas, eclesiásticas y rituales que pueden expresarse en la cúspide misma de su institución. Pero también suelen manifestarse expectativas en tanto que anhelos: se “espera” que la Iglesia cambie y se le solicita que se adapte a un “mundo nuevo”, o que defienda tales o cuales intereses. Con gran singularidad, actores políticos e intelectuales externos al mundo del catolicismo movilizan intenciones morales sobre lo que debería ser la propia institución católica. Dicho de otra manera, los no-creyentes depositan esperanzas en una institución por excelencia de “los que creen”, es decir, la Iglesia. El papado a gran velocidad de Bergoglio produjo y produce, por ello mismo, innumerables reacciones. Algunas de ellas merecen ser enfatizadas. Otras, más aún, pueden parecer francamente sorprendentes.

A los pocos meses de su elección, intelectuales y analistas vinculados de diferentes maneras al catolicismo resaltan algunas dimensiones del papado entonces emergente. El teólogo brasileño Leonardo Boff sostiene que Francisco es un “heredero de la teología de la liberación”, declaración por demás significativa viniendo de una de las principales figuras intelectuales de tal corriente teológica, con relaciones extremadamente conflictivas con la Santa Sede en la época de Juan Pablo II y de Joseph Ratzinger.[14] El historiador Philippe Chenaux, especialista en historia intelectual y religiosa de la Iglesia del siglo XX, afirma que desde la nueva elección la Iglesia sale de una “fase depresiva” para ingresar en un período de movimiento y de proximidad con el mundo.[15] El eminente sociólogo Emile Poulat sostiene que se trata de un fenómeno de confianza que se consolida públicamente, debido en parte al estilo del Papa y a su manera de expresarse.[16]

Se trata de una reacción entusiasta y optimista de especialistas en el fenómeno religioso, algunos de ellos militantes católicos. Pero poco a poco, sectores conservadores de la Iglesia y de la política comenzaron a expresar un malestar profundo por la concepción económica y humanitaria del nuevo pontífice. Por citar solo algunos ejemplos, el Tea Party, así como otras personalidades conservadoras de los Estados Unidos, han manifestado, en reiteradas ocasiones, diferentes acusaciones contra Francisco: marxista, socialista, neo-socialista.[17] La revista liberal francesa Contrepoints ha formulado críticas en la misma dirección, sobre todo en reacción a Laudato Si, condenando su antiliberalismo y una “interpretación fantasiosa de la economía”.[18] Reacción entusiasta y reflejo condenatorio comparten una gran velocidad al momento de juzgar la supuestamente nueva política vaticana.

Si los partidarios del liberalismo económico y/o del conservadurismo moral civilizatorio han cuestionado el papado (se trataría de un Papa muy próximo del islam ya que, para él, no posee atributos intrínsecamente violentos), una parte de la administración romana hizo sentir sus voces marcadamente discordantes. El origen del conflicto se encuentra en una disputa intra-institucional que involucraría, en la justificación de los protagonistas, principios de concepción teológica. Las investigaciones internas, ordenadas por Francisco, sobre el funcionamiento financiero y administrativo del Vaticano, implican responsabilidades de algunos obispos encumbrados. Es en ese contexto que surge la acusación de populista.[19] O una acusación peor para la mentalidad católico-institucional: la de protestante, ya que su estilo de proximidad y simpleza entraña el riesgo de la desacralización del rango de máxima autoridad eclesiástica. Este dato conviene ser destacado, ya que la emergencia del calificativo populista suele estar asociada a disputas nativas donde una parte de los actores en pugna busca una connotación eficaz para descalificar al adversario. En este caso, es al interior de tal disputa intra-eclesiástica e intra-organizativa que emerge dicha acusación. En cierta medida, sería legítimo entender esta disputa, así como el liderazgo del argentino y las tensiones con su burocracia vaticana, en términos de lucha de poder de baja intensidad ideológica.

La disputa institucional[20] se acompaña de rispideces dogmático-sacramentales. En relación a la cuestión de la posibilidad de otorgar la comunión a los divorciados nuevamente casados, sugerida en la carta apostólica Amoris laetitia (2016), el cardenal norteamericano Raymond Burke sostiene que “en algunas ocasiones, hay que desobedecer al Papa”[21]. La exhortación apostólica sobreviene después del sínodo de 2015 sobre la familia, donde se refiere a “circunstancias atenuantes” (es decir, situaciones “irregulares” desde el punto de vista de los sacramentos católicos) dentro de una realidad familiar, circunstancias que deben ser abordadas con “misericordia” y “discernimiento pastoral” por parte de las autoridades católicas.

Entonces, el Papa argentino sería populista en el sentido de encarnar un poder personal disruptivo en relación a la capa burocrática que rige el funcionamiento de la institución. En esa dirección, su contacto directo con la feligresía, con las víctimas de abuso sexual por parte de sacerdotes, con representantes de grupos étnicos reprimidos constituyen estrategias de legitimación del poder propio y la puesta en marcha de un dispositivo de presión utilizado contra su funcionariado. En este sentido, la idea de populismo aportaría poco, salvo si se pretendiera connotar a través de ella la acusación de “demagógico”, ya que lo que se encuentra de fondo es una dinámica muy clara, en términos weberianos, que reenvía a las formas generales de dominación, y muy extendida en las organizaciones partidarias: a saber, la disputa entre aparato burocrático y liderazgo carismático.[22]

Ahora bien, podemos reconstruir las reacciones de actores exteriores al universo institucional del catolicismo para comprender cuáles son los significados que ha despertado Francisco. En primer lugar, dos ejemplos extraídos de los llamados populismos de extrema derecha. Para estos, la obra del Papa actual es completamente contraria a las reivindicaciones identitarias y socioeconómicas de los partidos políticos nacionalistas. Matteo Salvini, dirigente de la Liga del Norte nombrado ministro de Interior en junio de 2018, ha desplegado un discurso constante contra la actual cabeza de la Iglesia, identificándose con el discurso civilizatorio de Benedicto XVI.[23] Posicionamiento similar es el del Frente nacional francés, por demás crítico de los discursos papales sobre los migrantes y el islam, y en medio de un contexto terrorista que sacude a Francia en especial desde inicios de 2015.[24] Francisco, según la entonces diputada Marion Maréchal Le Pen, desconocía la realidad de la Europa y las consecuencias de la llegada masiva de inmigrantes.[25] Es interesante subrayar que la extrema derecha (calificada de populista), incluso cuando reivindica una defensa identitaria y civilizatoria del catolicismo, asume una postura laica, de independencia del mensaje político frente al mandato de los representantes religiosos.

En segundo lugar, resulta por demás interesante abordar el perfil de Francisco reconstruido por un órgano editorial progresista como el diario francés Le Monde. Sus editoriales, aunque incluyen matices y críticas, pueden parecer sorprendentes si se tienen presentes sus orientaciones ideológicas y políticas.[26] La publicación en cuestión se pronuncia a favor del Papa, después de su histórica visita a la isla de Lampedusa, contra la mundialización de la indiferencia.[27] De la misma manera, celebra su misericordia hacia las familias reales, tratándolo de “papa moderno”.[28] En razón de su enfrentamiento con la curia, es tratado a título de elogio como “golpista”.[29] De nuevo, es reivindicado por su compromiso con los migrantes, considerado como un Papa de su tiempo por sus tentativas de reforma y por buscar sacudir el orden establecido[30]. Es más, se habla de su acción en términos de “revolución social”,[31] y llega a definírselo como el “primer progresista del planeta”.[32] En Francisco, la defensa del dogma es realizada sin dogmatismo, aunque Le Monde recuerda que los homosexuales están todavía olvidados dentro de su política de apertura.[33] Considerado como un dirigente “celestial” que refleja las inconsistencias concretas de los responsables de la Unión Europea,[34] su rol diplomático vuelve a ser valorado. Así, Le Monde ofrece una visión por demás favorable de Francisco. Es imprescindible señalar que dicha línea editorial se define por su radical anti-populismo, es decir, opuesto a las extremas derechas en ascenso en Europa y a su vez crítico de los gobiernos latinoamericanos definidos de populistas.

¿Qué sostiene el propio actor? En una larga entrevista concedida al diario español El País a principios de 2017, Bergoglio aborda diferentes temas de la actualidad política internacional y de la propia situación eclesiástica. Consultado por el periodista sobre el ascenso de la xenofobia a partir del crecimiento de diferentes movimientos y liderazgos en Europa y América del Norte (donde refiere al ascenso de la extrema derecha en Austria, Suiza y a la asunción de Trump como presidente de Estados Unidos al momento de la entrevista), él ofrece una respuesta que, aún si es imprecisa o sesgada en términos históricos objetivos, no deja de ser representativa de su fisonomía intelectual:

Es lo que llaman los populismos. Que es una palabra equívoca porque en América Latina el populismo tiene otro significado. Allí significa el protagonismo de los pueblos, por ejemplo los movimientos populares. Se organizan entre ellos… es otra cosa. Cuando oía populismo acá no entendía mucho, me perdía hasta que me di cuenta de que eran significados distintos según los lugares. Claro, las crisis provocan miedos, alertas. Para mí el ejemplo más típico de los populismos en el sentido europeo de la palabra es el [19]33 alemán. Después de [Paul von] Hindenburg, la crisis del 30, Alemania destrozada, busca levantarse, busca su identidad, busca un líder […] Y toda Alemania vota a Hitler. Hitler no robó el poder, fue votado por su pueblo, y después destruyó a su pueblo. Ese es el peligro. En momentos de crisis, no funciona el discernimiento […] Busquemos un salvador que nos devuelva la identidad y defendámonos con muros, con alambres, con lo que sea, de los otros pueblos que nos puedan quitar la identidad. Y eso es muy grave.[35]

Tal declaración podría ser tomada como una confesión de parte: el protagonista rechaza inapelablemente los movimientos y regímenes xenófobos, pero tiene una lectura positiva, una interpretación casi autogestionaria de los populismos latinoamericanos. Estos representarían la organización de los intereses populares. Del pueblo. Es una concepción que supone dar cuenta de las propiedades asociativas y movilizadoras de la sociedad civil (Bergoglio no utiliza esta última expresión). Si se pudiera imbricar tal frase con la diplomacia desplegada por el Papa, podría establecerse que su supuesta complacencia con algunos regímenes latinoamericanos justifica la inscripción del objeto en el vasto escenario de la categoría de populismo. O, como pretendió innovar Alain Rouquié (2016), en la constelación de las democracias hegemónicas. ¿Sería legítima empíricamente tal interpretación?

Final abierto: ¿populista, ante todo?

¿Colectivista, marxista, demagogo, protestante, progresista…? Las definiciones y etiquetas avanzadas han sido bastante temerarias. Conviene destacar, desde ya, que es extremadamente delicado proponer un balance del fenómeno Francisco. Durante el año 2018, su protagonismo fue por demás notorio, incluso a través de algunos acontecimientos que parecieron resquebrajar su liderazgo. Por un lado, su viaje a Chile (donde generó polémica por haber defendido al obispo Juan Barros, acusado de silenciar casos de pedofilia) y sus declaraciones sobre la importancia de la psiquiatría para tratar la homosexualidad marcan un límite en su recepción positiva en una parte de la opinión. Por otro lado, su posicionamiento contra la extrema derecha constituye una constante discursiva dentro de su trayectoria pontifical.[36] Al respecto, su entendimiento con el presidente francés Emmanuel Macron constituye un bloque diplomático anti-populista en el corazón de la Europa;[37] en ese sentido, el argentino renueva cierto ascendiente en la política internacional.

Si tuviéramos que retomar la pregunta problemática que estructura esta contribución sobre la pertinencia de la idea de populismo como clave de lectura de Francisco, vemos que la misma es, por sobre todas las cosas, aproximativa, y no exenta de repetir los clásicos errores y abusos que se presentan en el uso de tal categoría (Cucchetti, Dézé y Reungoat, 2021). Podría sostenerse que, si se piensa en dos tipos de populismo, uno protestatario (populismo desde abajo, contra las élites, de la representación popular) y otro identitario (identidad nacional, rasgos distintivos de un pueblo-nación),[38] el propio discurso de Bergoglio reivindicaría la idea anti-élitista de demos, rechazando al mismo tiempo el populismo preferencialista y xenófobo.[39] Sin embargo, ello significaría sostener plenamente en términos explicativos la especificidad populista de la política latinoamericana a principios del siglo XXI (que debería mostrar similitudes estructurales entre procesos de por sí diferentes como el venezolano, el argentino, el boliviano, el ecuatoriano), constituyendo todo un tema a debatir dentro de las ciencias sociales. También supone establecer, por sobre todas las cosas, una filiación constitutiva entre Francisco y cada una de esas experiencias, o con todas ellas en bloque, lo que no es para nada evidente y exigiría hacer abstracción de las relaciones entre el ex Cardenal y el gobierno kirchnerista.

O bien se retoma el populismo como categoría nativa de los actores. En tal sentido, podría aludirse al conflicto intra-católico donde, como hemos visto, una parte de la Iglesia lo trata de populista, en razón de su propensión descentralizadora, por un lado, y de contacto directo con los feligreses, por otro, que la actual autoridad eclesiástica pretende imprimir a su liderazgo. O bien, finalmente, intenta pensarse que el populismo papal proviene de su antigua y estructurante filiación a la teología del pueblo,[40] algo que exigiría un análisis teológico, por demás alejado de los trabajos del populismo, y un estudio sobre las reformas conciliares y la recepción del Concilio alrededor del principio de “pueblo de Dios”. En ese sentido, Francisco parece orientarse más en función de un universalismo cristiano en donde los “pueblos”, sin predilección, pueden encarnar el mensaje religioso. La idea de todo sería superior a la de la parte ya que remite a un significado específico del catolicismo, que fue teorizado por algunos intelectuales durante el siglo XX, como por ejemplo el personalismo, con el objetivo de desmarcarse tanto del impulso colectivista como del individualismo liberal. En cualquier caso, tal filiación no logra clasificar ni la trayectoria del actor en cuestión ni las características de su papado en un sentido claro de acción populista.

Resulta más interesante dedicar algunas líneas al contexto en el cual un Papa argentino se inserta. Y aquí sí, si la pertinencia del populismo como problemática cada vez más englobante merece reiteradas objeciones (Dézé, 2004), se constata una extensión de la reapropiación del populismo-identidad en el terreno político e, incluso, en el terreno religioso. Las evoluciones culturales e identitarias en Europa constituyen un horizonte en estrecha relación con el auge de la extrema derecha. En términos de contexto general constituido alrededor de valores post-materialistas (Ignazi, 2001), de situaciones de posible desclasamiento social, además de la reciente y no terminada crisis migratoria, las características actuales del catolicismo (Raison du Cleuziou, 2014) así como la existencia de un “catolicismo zombi” (Le Bras y Todd, 2013) pueden generar una evolución de la identidad católica a direcciones contrarias de las fijadas por el Papa. Ello no implica la presencia de una síntesis esencial entre conservadurismo católico y nacional-populismo sino simplemente un conjunto de acuerdos tácticos entre valores conservadores y regímenes y movimientos populistas y de extrema derecha (Raison du Cleuziou, 2019). Por eso mismo puede entenderse que, el propio Bergoglio, intente evitar que se coagule un campo conservador-tradicionalista contra su autoridad. Quizás en este sentido deba entenderse su acercamiento con la Fraternidad San Pío X.[41]

Si la extrema derecha comenzó a apropiarse, desde los años 1990, de la idea de populismo, su pretensión la excede ampliamente ya que, este proceso, se extiende a organizaciones partidarias de izquierda, como Podemos en España o la Francia Insumisa. La influencia de Ernesto Laclau (2005) y Chantal Mouffe (2018) se ha hecho sentir en esa dirección.[42] Las retóricas populistas han seguido en aumento, aunque el contexto actual, marcado por la pandemia del Covid-19, parece frenar el avance de los partidos antisistema. En un contexto por demás crítico, sin embargo, algunas movilizaciones conservadoras, con el objetivo de dotarse de una legitimidad anti-élites y de un enraizamiento en los valores europeos entendidos como vectores de civilización, son interpretadas, por sus apologistas, en términos de “populismo cristiano”.[43] Así, el cristianismo, cuya vitalidad sociológica e institucional se encuentra en franco deterioro, se debate entre una dimensión universalista, recomendada por el Papa actual, y una recuperación identitaria que insiste en el sustrato cristiano de la Europa y en la supervivencia de las naciones (europeas) contra la “amenaza” islámico-migratoria.

¿Dos populismos religiosos en disputa? La reutilización de la categoría en cuestión esclarece poco las características del pontificado de Francisco.

 

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[1] Los sucesos posteriores parecen no alterar la línea pontifical básica de Francisco. Por un lado, los conflictos alrededor de los casos de pedofilia en la Iglesia mantienen una gran actualidad, las declaraciones ambiguas del Papa sobre la homosexualidad se renuevan, y sus discursos en términos de crítica social cobran un nuevo impulso con la encíclica Fratelli Tutti del 3 de octubre de 2020. Al momento de revisar estas líneas, el conflicto entre el argentino y su curia se recrudece a partir de la decisión de juzgar en el tribunal de la Santa Sede importantes figuras eclesiásticas romanas involucradas en problemas financieros de gran relevancia.

[2] Evidencia retomada por otros autores, por ejemplo, Ariès (2016).

[3] Ya Emilio Mignone (1986) había señalado los vínculos entre el provincial jesuita y las Fuerzas Armadas, en una época en la que la figura de Bergoglio era poco conocida públicamente. El rol jugado por la autoridad jesuita frente la represión de dos sacerdotes de su Orden, Orlando Yorio y Francisco Jalics, es también abordado por diferentes trabajos académicos y periodísticos; leer, por ejemplo, Mallimaci (2013), Bonnin (2013) y Verbitsky (2005). 

[4] En los años 1980, Bergoglio se ocupa de funciones específicas en instituciones educativas de su congregación. Luego de un período de reclusión en Córdoba a comienzos de la década de 1990, decisión de la autoridad jesuita, regresa a Buenos Aires para formar parte del obispado auxiliar.

[5] La contraposición entre ambos reenvía a representaciones políticas e intelectuales, tal como analizamos más adelante; en relación a la continuidad/ruptura entre los dos pontífices, ver Fernández Vega (2016).

[6] Ver, por ejemplo, los análisis de Moore (2015), Fernández Vega (2014).

[7] Ver igualmente, aunque con una connotación diferente, la lectura de Mallimaci (2018). En la línea de este último autor, ver Prieto (2016). En un reciente análisis, Zanatta (2021) señala la existencia estructurante de un populismo jesuita en diferentes liderazgos y regímenes políticos latinoamericanos.

[8] Leer, en este sentido, el trabajo realizado por Giménez Beliveau y Carbonelli (2015) sobre los Misioneros de Francisco, donde sobresalen, en su conformación en 2013, dirigentes como Emilio Pérsico, Patricia Cubría y Juan Grabois.

[9] No se trata solo de informaciones periodísticas sino también de testimonios académicos, como el de Michael Löwy, quien en las páginas de Le Monde señala que Bergoglio nunca se pronunció contra la dictadura, a lo que agrega su oposición al kirchnerismo: “En Argentine, ‘Bergoglio n’a jamais émis aucune critique contre la dictature’”, en Le Monde,15 de marzo de 2013). Fortunato Mallimaci sostiene que, en Argentina, Bergoglio había sido más “referente político de oposición” que un “líder religioso”, y vaticina que su programa en la Santa Sede “será conservador, es innegable”: “Ser humilde y austero no alcanza”, en Página 12, 17 de marzo de 2013.

[10] A la luz de diferentes acontecimientos sucedidos a lo largo del año 2018, las cuestiones de la pedofilia y de la homosexualidad habrían representado, en tal sentido, un retroceso en relación a algunos esbozos iniciales. Conviene señalar que, como toda acción política, la pontifical que Francisco encarna propone, en no pocas oportunidades, un posicionamiento ambiguo y proclive al oportunismo.

[11] Noticia del 29 de julio de 2013, en viaje de regreso de su visita a Brasil.

[12] Gaël Giraud, investigador del Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS) y sacerdote jesuita, es uno de los principales asesores de Francisco en materia económica, y habría jugado un rol intelectual decisivo en la elaboración de Laudato Si.

[13] El catolicismo intransigente se manifestó, a lo largo del siglo XX, en tradiciones intelectuales y políticas anticapitalistas de izquierda y de derecha. A pesar de las críticas que recibió su trabajo por sus características más tipológicas que empíricas, los análisis de Emile Poulat siguen siendo imprescindibles para comprender los significados del catolicismo romano integral en oposición al liberalismo y al socialismo (Poulat, 1977). Dato no menor, su interpretación sociológica iba a contrapié del itinerario de militantes católicos en pleno proceso de adhesión intelectual y política a la izquierda francesa y en particular al Partido Socialista Francés.

[14] “Le pape François s’inscrit ‘dans l’héritage de la théologie de la libération’”, en Le Monde, 25 de julio de 2013.

[15] “Six mois d’‘effet François’ pour les catholiques”, en Le Monde, 5 de octubre de 2013.

[16] “Emile Poulat: ‘sans confiance, la vie en société est impossible”, en Le Monde, 15 de noviembre de 2013.

[17] “Le pape François se défend d’être ‘marxiste’”, en Le Monde, 16 de diciembre de 2013.

[18] Jean-Philippe Feldman, “L’antilibéralisme radical du Pape François”, en Contrepoints, 19 de junio de 2015. Ver el análisis de Alain de Benoist (2017).

[19] Philippe Ridet, “Le pape François impose un rythme accéléré de réformes”, en Le Monde, 9 de julio de 2014.

[20] Cécile Chambraud, “Au Vatican, la guerre est déclarée”, en Le Monde, 14 de abril de 2017.

[21] Declaración que Burke realiza en un coloquio realizado el 7 de abril de 2018 en Roma; ver en la prensa católica suiza: “Dans certaines circonstances, il faut désobéir au pape”, en Cath.ch, 8 de abril de 2018.

[22] Ver, Weber (2013). En relación a Francisco y la idea weberiana de carisma de función, ver: Mallimaci (2018).

[23] “El líder de la Liga Norte ataca a la UE y al Papa Francisco y alaba a Putin”, en El Mundo, 18 de septiembre de 2016.

[24] Tal fecha reenvía a los atentados contra los locales de la publicación Charlie Hebdo. Al año siguiente, el sacerdote Jacques Hamel es asesinado el 26 de julio de 2016 por dos terroristas islámicos.

[25] Anne-Sophie Blot, “Marion Maréchal Le Pen critique l’accueil des migrants par le pape François”, en RTL, 17 de abril de 2016.

[26] Por un análisis de este diario, ver: Eveno (2001).

[27] “Osons les valeurs”, en Le Monde, 6 de enero de 2014.

[28] “Le pape François et les familles telles qu’elles sont”, en Le Monde, 17 de octubre de 2014.

[29] “François, pape putschiste”, en Le Monde, 29 de diciembre de 2014.

[30] “François, un pape de son temps”, en Le Monde, 22 de junio de 2015.

[31] “La révolution sociale du pape François”, en Le Monde, 13 de julio de 2015.

[32] “Pape François, premier progressiste”, en Le Monde, 26 de septiembre de 2015.

[33] “Le pape, ou le dogme sans dogmatisme”, en Le Monde, 9 de abril de 2016.

[34] “L’Europe céleste”, en Le Monde, 07 de mayo de 2016.

[35] “Papa Francisco: ‘El peligro en tiempos de crisis es buscar un salvador que nos devuelva la identidad y nos defienda con muros”, en El País, 22 de enero de 2017.

[36] Ivan Krastev, “The Pope vs. The Populistes”, en New York Times, l 2 de mayo de 2018.

[37] Virginie Malingre, “Au Vatican, Macron et le pape font front uni face à la poussée populiste en Europe”, en Le Monde, 27 de junio de 2018.

[38] Para el análisis de esta distinción, ver: Taguieff (2007). Convendría, no obstante, distinguir el pueblo como plebe (opuesto y enfrentado a las élites), como demos (voluntad general que emana de la construcción soberana y republicana de la representación política) y como etnos (concepción orgánica de las características culturales de una nación) para analizar los significados que se pueden atribuir a determinada idea de lo popular, distinción que escapa a la intención de nuestro artículo.

[39] Tal distinción tipológica no coincide con otra, de inspiración laclauniana, entre hegemonía y contra-hegemonía, ni la oposición entre populismo de las clases dominantes y populismo de las clases dominadas; ver Laclau (1978), Laclau y Mouffe (1987).

[40] Uno de los mentores intelectuales de tal corriente fue el jesuita Juan Carlos Scannone (2014).

[41] Francisco ha mantenido conversaciones con monseñor Bernard Fellay, superior de los lefebvristas, con el objetivo de lograr la reintegración de estos en la Iglesia Católica.

[42] Ver el libro del candidato a las presidenciales del año pasado, Jean-Luc Mélenchon (2014).

[43] Tal es la hipótesis del intelectual y ex consejero de Nicolas Sarkozy, Patrick Buisson (2016).