Las ambivalencias de
los populismos latinoamericanos
PolHis, Revista Bibliográfica Del
Programa Interuniversitario De Historia Política,
Año 14, N° 27, pp. 15-38
Enero- Junio de 2021
ISSN 1853-7723
Fecha de recepción: 28/10/2020 - Fecha de aceptación: 05/04/2021
Resumen
Este trabajo analiza
las ambigüedades del populismo para la democratización. Si bien, como señalan Laclau y sus colaboradores, el populismo es una respuesta a
los procesos de des-democratización y politiza la sociedad, los politólogos
liberales están en lo cierto al demostrar cómo los gobiernos populistas
llevaron a la muerte lenta de democracias en crisis. Para analizar las
ambivalencias del populismo, examinaré las relaciones entre populismo y
fascismo señalando que la particularidad del populismo es su legitimidad en el
voto. Luego, se analizarán los procesos de inclusión y exclusión de las
políticas populistas de género y las contradicciones entre sus dos fuentes de
legitimidad: el voto y la construcción de un líder en el caudillo redentor.
Palabras
Clave
populismo, fascismo, democratización, autoritarismo
The ambivalences of Latin
American populisms
Abstract
This
article explores the ambiguities of populism for democratization. While Laclau and his collaborators consider populism as an answer
to de democratization, liberal political scientists show how populist
administrations led to the slow death of democracies in crisis. This article
also argues that while fascism abolished democracy, populism is legitimized by
the people’s vote. Finally, it explores the processes of populist inclusion and
exclusion focusing on gender policies, as well as the contradictions between
the two sources of legitimacy that populism has: the people’s vote and the
construction of the leader as a savior.
Keywords
populism, fascism, democratization, authoritarianism
LAS AMBIVALENCIAS DE
LOS POPULISMOS LATINOAMERICANOS[1]
A diferencia de sus
contemporáneos, que vieron al peronismo como un fascismo o que consideraron al
justicialismo como una forma superior de democracia, Gino Germani
demostró las ambivalencias y ambigüedades del populismo que se movía entre la
democratización y el autoritarismo (Germani, 1971,
1978). Apoyándose en los paradigmas más influyentes de la sociología de su
época vio al nacional-populismo como producto de la transición a la modernidad
y utilizó nociones de la sociedad de masas para explicar los lazos entre líder
y seguidores. Erróneamente consideró al populismo como una etapa en la
transición a la modernidad, y a sus seguidores como masas en estado de anomia
provocados por los traumas que producen los cambios estructurales bruscos como
la industrialización y la urbanización. Al considerar a los seguidores como
masas en estado de anomia no analizó la racionalidad de su apoyo a Juan D.
Perón. Para Germani el peronismo fue incluyente expandió el sufragio, otorgó el voto a la mujer y redistribuyó el ingreso a la vez que autoritario, pues la clase obrera se subordinó a la
voluntad de un caudillo.
La bibliografía
paulatinamente se apartó del análisis de Germani
sobre las ambigüedades del populismo. Para Ernesto Laclau,
el populismo es democratizador y la alternativa a la administración y la pospolítica a la que lleva el neoliberalismo (Laclau, 2005). Es además considerado como la estrategia
para frenar a los populismos xenófobos de derecha (Mouffe,
2018). Muchos científicos políticos se sitúan en la orilla opuesta a Laclau y argumentan que en condiciones de instituciones
débiles y en crisis, el populismo es la antesala del autoritarismo competitivo.
Consideran que el populismo es la mayor amenaza para la democracia liberal pues
la mina poco a poco y desde adentro.
Laclau y Mouffe defienden
normativamente al populismo pues razonan que la reducción de la democracia a la
administración es el mayor peligro. Ven en las rupturas populistas y en los
llamados al poder constituyente los mecanismos que re-democratizarán la
sociedad. Es más, ven la construcción del pueblo como categoría socioeconómica
y política la alternativa a las visiones culturales y nacionalistas de la
derecha xenófoba. Sin embargo, el enfoque Schmittiano
que transforma a los rivales en enemigos, la visión del líder como la
aglutinación de todas las demandas de transformación y el deprecio a las
instituciones del poder constituido hacen que su teoría pueda justificar los
autoritarismos populistas (Arato, 2015).
Si bien la crítica
populista al poder constituido debe ser tomada en serio pues las democracias
realmente existentes del norte y del sur global están desfiguradas por la
tecnocracia y por la reducción de la política a la administración, las
soluciones populistas reducen la complejidad de la política a la lucha entre
dos campos, transforman a un individuo en la encarnación del pueblo mismo y no
otorgan valor a las instituciones que permiten que los movimientos sociales y
los ciudadanos tengan autonomía respecto del Estado. Para comprender las complejidades
del populismo para la democratización me parece que hay que regresar a las
visiones sobre sus ambivalencias.
Politólogos
institucionalistas siguieron el camino opuesto al de Laclau.
Se olvidaron o no tomaron suficientemente en serio los procesos de inclusión
populistas y se enfocaron casi exclusivamente en sus amenazas a la democracia.
Partiendo de visiones normativas de la democracia liberal, tuvieron las
herramientas teóricas para señalar cómo el populismo puede ser un riesgo para
la democracia. Afirmaron que, cuando las instituciones de la democracia liberal
están en crisis, y los movimientos sociales no tienen o han perdido
momentáneamente la capacidad de desarrollar acciones colectivas duraderas en el
tiempo, los populismos pueden llevar a democracias en crisis al autoritarismo
competitivo.
Levitsky y Loxton señalan tres
razones por las que los populismos decantaron en regímenes competitivos
autoritarios, esto es en regímenes híbridos que usan elecciones pero que no son
democracias liberales. La primera es que líderes como Alberto Fujimori, Hugo
Chávez o Rafael Correa fueron outsiders sin ninguna experiencia en la política
parlamentaria del pacto y de los compromisos. Segundo, fueron elegidos con
promesas de refundar todas las instituciones políticas y, más precisamente, el
marco institucional de las democracias liberales. Por último, los populistas se
enfrentaron al Congreso, al Poder Judicial y a otras instituciones controladas
por los partidos. Para ganar elecciones usaron fondos públicos, silenciaron a
los medios privados críticos, usaron los medios estatales a su favor, en
algunos casos intimidaron a sectores de la oposición y presionaron a los
organismos electorales, al Poder Judicial y a las instituciones de control
social y rendición de cuentas. Si bien el momento de votar fue libre, el
proceso electoral les favoreció de manera descarada y les dio ventajas, y así
se transformó la democracia en un régimen autocrático legitimado en la lógica
electoral, pero que no garantizaba que las elecciones se dieran en canchas
equilibradas y con instituciones imparciales (Levitsky
y Loxton, 2013).
Kurt Weyland señala que el
populismo llevó al autoritarismo de dos maneras (Weyland,
2019). La primera fue cuando los populistas clásicos como Juan D. Perón o José
María Velasco Ibarra cerraron los espacios democráticos a la oposición
clausurando periódicos y encarcelando a los críticos. Sin espacios democráticos
los sectores más reaccionarios llamaron a los cuarteles y los populistas fueron
tumbados por dictaduras mucho más represivas. Los ciclos de gobiernos
populistas golpe de estado- caracterizaron la historia de
Argentina, Ecuador, Brasil, Panamá y Perú. A diferencia de sus predecesores
populistas que rompieron la ley para cerrar periódicos, encarcelar críticos y
en algunos casos como el de Velasco Ibarra aún dar autogolpes, Chávez, Correa y
Morales usaron las leyes y las cortes de justicia para intentar silenciar a sus
rivales y críticos. Recurrieron a la vieja práctica latinoamericana de usar
instrumentalmente la ley, pero transformándola en una estrategia de gobierno
que el autor definió como legalismo discriminatorio entendido como el uso
discrecional de la autoridad legal formal (Weyland,
2013). Para poder usar las leyes a su antojo controlaron las cortes de justicia
y las pusieron en manos de sus partidarios o de jueces atemorizados. El uso
instrumental de la ley para controlar a la esfera pública y la sociedad civil,
y la concentración del poder en el Ejecutivo desplazó lentamente a las
democracias en crisis en Venezuela, Ecuador y Bolivia hacia la hibridez y el
autoritarismo (Basabe y Martínez, 2014; Corrales,
2015; Montúfar, 2016; Madrid, 2012).
Si bien los
científicos políticos analizan las estrategias usadas por los populistas para
minar la democracia desde adentro, por lo general incurren en dos errores. El
primero es una idealización del estado de la democracia antes de la ruptura
populista. Y cuando no se la idealiza no toman en serio las críticas populistas
al poder constituido. En este trabajo me apartaré de los argumentos de Laclau que consideran al populismo como la solución y de
las visiones que lo ven como el preámbulo al autoritarismo competitivo.
Argumentaré que para entenderlo es necesario regresar al estudio de las
ambigüedades del populismo para la democratización. Si bien como señalan Laclau y Mouffe el populismo es
una respuesta a los procesos de des-democratización y prometen politizar la
sociedad, los politólogos están en lo cierto al señalar los procesos que
llevaron a la muerte lenta de democracias en crisis. Para analizar las
ambivalencias del populismo discutiré las relaciones entre populismo y
fascismo, los procesos de inclusión y exclusión de las políticas populistas de
género y las contradicciones entre sus dos fuentes de legitimidad: el voto y la
construcción de un líder en el caudillo redentor.
Fascismo y populismo
Teóricos del
populismo latinoamericano como Germani, Laclau y Federico Finchlestein
han contrastado al populismo con el fascismo. Esta comparación tiene sentido
pues líderes como Juan Perón, José María Velasco Ibarra, Víctor Raúl Haya de la
Torre visitaron Italia y Alemania y Jorge Eliécer Gaitán leyó su tesis de
criminología frente al rey Víctor Manuel III de Italia, Benito Mussolini y su
gabinete.
Germani diferenció el fascismo del peronismo por sus
bases de apoyo. Mientras que la clase media que vivía procesos de descenso
social fue la base de apoyo fascista, la clase obrera joven y no socializada
por los partidos de izquierda y los sindicatos fue la base de Perón. Señaló que
a diferencia de las clases medias que actuaron irracionalmente alcanzando únicamente
satisfacciones superfluas como el prestigio, la raza y la ley y el orden, con
Perón los obreros conquistaron mejores salarios, condiciones de vida y el
orgullo de ganar huelgas. Sin embargo, el liderazgo de Perón fue el mayor
impedimento para conquistar una democracia duradera.
La visión del
fascismo como movimiento de la clase media ha sido cuestionada. El sociólogo
Michael Mann, por ejemplo, ha demostrado que si bien la clase media fue
inicialmente la base del fascismo, luego fue apoyado por varias clases (Mann,
2004, p, 20). Además, los críticos de Germani
demostraron que la división entre clase obrera joven y vieja no explica los
orígenes del peronismo pues fue un movimiento respaldado por la mayoría del
proletariado (Murmis y Portantiero,
1971).
En Teoría e Ideología
en la Teoría Marxista Laclau señala que el fascismo
fue una articulación posible de las interpelaciones popular-democráticas. Fue
posible porque la izquierda había abandonado las luchas popular-democráticas (Laclau 1977). En este sentido su teoría formal considera la
posibilidad de que rupturas populistas decanten en fascismos. Finchelstein señala que con la derrota del fascismo este se
democratizó en el peronismo y que al basarse en las elecciones como su única
fuente de legitimidad se transformó en un “ismo” diferente (Finchelstein,
2017). De manera similar Getulio Vargas (que creó el Estado Novo de inspiración
fascista) volvió al poder en los años ‘50 del siglo pasado como un populista.
Fascistas y
populistas buscaron una tercera vía entre el comunismo y la democracia
capitalista liberal. Crearon nuevos órdenes institucionales y aún intentaron
forjar al nuevo hombre. Al igual que el fascismo, algunos populismos como el
peronismo y el chavismo crearon teologías políticas[2]. Hugo
Chávez fue representado como la nueva encarnación del mito bolivariano que
condensaba las imágenes de Bolívar y de Cristo. Fue un líder semidivino, paternal y mesiánico. Su movimiento político,
la nueva constitución y su patria fueron bautizados como “bolivarianos”. Al
igual que Bolívar y Cristo, Chávez dijo que estaba dispuesto a dar su vida de
manera heroica: “prefiero morir de veinte ráfagas de ametralladora que faltarle
a mi pueblo” (Torres, 2009, p. 49).
Constantemente invocó
al Redentor:
Cristo está con nosotros, invoco
a Cristo mi comandante…Bienaventurados los pobres porque de ellos será el reino
de los cielos, el reino de la justicia, pues, el reino de la paz, de la
alegría, de la felicidad, ese es el reino de Cristo, es el reino del
socialismo… ¿Y donde están los capitalistas, pues?
Están desapareciendo (Torres, 2009, pp. 198-99).
Durante una misa
familiar transmitida por televisión a toda Venezuela en la Semana Santa del
2012, Chávez comparó su suplicio con el cáncer con la pasión de Cristo y pidió
vida al Redentor para concluir su misión.
Dame vida, aunque sea vida
llameante, dolorosa, no me importa. Dame tu corona Cristo. Dámela. Que yo sangro. Dame tu cruz. 100 cruces que yo las llevo. Pero dame vida porque
todavía me quedan cosas para hacer por este pueblo y esta patria. No me lleves
todavía. Dame tu cruz, dame tus espinas, dame tu sangre, que yo estoy dispuesto
a llevarlas, pero con vida, Cristo mi Señor. Amén.[3]
La figura mítica de
Chávez adquirió auras de santidad. Por ejemplo, parecería que los seguidores de
Chávez esperaban milagros. Ana Teresa Torres relató el siguiente episodio.
Al salir de la catedral en el
paseo de los Próceres el 4 de febrero de 1999 una mujer anciana hizo grandes
esfuerzos por atravesar la multitud y acercarse a él, para entonces, “llorosa,
sudorosa, aporreada, agarrarse de la mano del brazo” decirle: “Ayúdame Chávez,
hijo, que mi hijo está paralítico”. Un hombre joven de unos 25 años, llorando,
a las puertas de la catedral: “Ayúdame, Chávez, porque tengo dos hijos y se me
están muriendo de hambre y yo no quiero meterme a delincuente obligado. Sálvame
del infierno” (Torres, 2009, p. 229).
Los fascismos, al
igual que los populismos, desconocen la pluralidad de voces e intereses de una
población en un momento histórico concreto y buscan forjar al pueblo como uno,
como una unidad que bajo el liderazgo del líder se enfrente a los enemigos del
pueblo. Los fascismos y los populismos de derecha xenófobos politizan las
nociones de nación y cultura. Apelan a sentimientos de miedo, incertidumbre y
rabia en contra del “otro” imaginado como un ser ajeno y peligroso para la
cultura nacional construido muchas veces con criterios racistas. Los populismos
de izquierda politizan la rabia y la indignación de los excluidos. Construyen
al pueblo con criterios políticos-sociales y por lo tanto no son inherentemente
antidemocráticos como los fascismos y los populismos de derecha xenófobos.
Pese a sus
similitudes, el fascismo y el populismo son diferentes. Federico Finchelstein sostiene que el populismo se transformó en un
ismo sui géneris cuando el fascismo se adaptó a los tiempos democráticos con el
peronismo (Finchelstein, 2017). El populismo es una
forma de democracia autoritaria que usa las elecciones para legitimarse y
simultáneamente transforma a un líder en la encarnación de los valores
democráticos, nacionales y populares que está más allá de las normativas y de
las instituciones. Al igual que los fascistas ven al pueblo como uno entendido como un/a actor homogéneo que comparte intereses, propuestas y
proyectos, transforman a los rivales en enemigos y
comparten visiones Schmittianas de la política como
la confrontación entre amigos y enemigos. Pero se distinguen de los fascismos
en que no usan la violencia estatal, paramilitar y la guerra para eliminar a
los enemigos. A diferencia de los fascistas, que abolieron las elecciones y
consideraron que la aclamación plebiscitaria era la forma de democracia más
auténtica, los populistas no eliminaron las instituciones de la democracia
liberal que aseguran que el voto sea el único mecanismo para llegar legítima y
legalmente al poder. En lugar de tener una fe casi religiosa en la ideología
fascista que buscaba regenerar la nación y crear un hombre nuevo, los
populistas fueron más pragmáticos que ideológicamente puros.
A diferencia de los
fascismos que remplazaron la democracia liberal por la aclamación
plebiscitaria, los populismos no destrozaron las instituciones liberales, sino
que se sirvieron de ellas para incluir a los excluidos y excluir a los rivales
y críticos. Los populismos surgieron en coyunturas de fuerte movilización
política (Jansen, 2015). Los populismos clásicos
junto a las crisis y protestas en contra de las exclusiones socioeconómicas y
políticas de los regímenes oligárquicos. Las políticas neoliberales provocaron
protestas que fueron politizadas por los populistas de izquierda como Chávez,
Morales y Correa. Los populismos comparten visiones de la democracia como la
participación política directa del pueblo en actos de masas en los que se
cuestiona la dominación oligárquica. Tienen visiones sustantivas de la
democracia como equidad, no siempre respetan las instituciones y normativas
liberales, y restringen el pluralismo. Es así que si bien incluyen a sectores
marginados, simultáneamente atentan en contra de las instituciones que
permitirían que los excluidos presenten propuestas y demandas autónomas. Es
necesario distinguir y no confundir los procesos de inclusión reales que se
dieron con los populismos de los mecanismos institucionales, las libertades y
los derechos que promueven la democratización de sociedades parcialmente
democráticas.
Las ambigüedades de la incorporación
populista: las políticas de género
De Perón a Chávez,
los populistas promovieron la inclusión política y socioeconómica de las
mujeres como madres cuya obligación era educar a ciudadanos peronistas o
bolivarianos. La imagen privilegiada de feminidad del peronismo fue la
maternidad. En un artículo publicado en la revista de su partido, Perón explicó
“tengo fe en las mujeres, porque tengo fe en las madres” (Grammático,
2010, p. 128). Perón otorgó el derecho al voto a las mujeres en 1947 y en 1951
participaron por primera vez. En ese año 7 mujeres fueron electas senadoras, 24
congresistas y Delia Parodi vicepresidenta de la Cámara de Diputados. El
porcentaje de votantes en Argentina creció del 18 por ciento en 1946 al 50 por
ciento en 1955 (Schamis 2013, p. 155). El peronismo
redefinió la ciudadanía como social y la democracia como participación social y
económica. La redistribución peronista y la expansión del estado benefactor
significó que los salarios representaran alrededor del 50 por ciento del
producto interno bruto en 1952, y que los salarios reales se incrementaran en
un 40 por ciento entre 1946 y 1948. Se amplió el consumo sobre todo de
alimentos de los sectores populares. Creció el acceso a la educación. El
analfabetismo femenino se redujo del 15 por ciento en 1947 al 9.38 por ciento
en 1958. La proporción de mujeres que se graduaron de la universidad creció del
15.67 por ciento en 1946 al 24.15 por ciento en 1955-60 (Plotkin,
2003, p. 179).
Evita cuestionó las
imágenes y los papeles tradicionales de la mujer y éstas tuvieron una mayor
visibilidad en la esfera pública. En palabras de la historiadora feminista Marysa Navarro, Evita fue la segunda figura política
después de Perón.
Presidenta de la
Fundación Eva Perón, una institución de grandes recursos que ella controlaba y
usaba para construir casas para ancianos, hospitales, escuelas, instituciones
para jóvenes que llegaban a Buenos Aires del interior, repartir máquinas de
coser, distribuir pan dulce y sidra a quienes los quisieran en las Navidades y
regalar una sede nueva a la CGT, entre muchas otras cosas. Era también miembro
del Consejo Superior del Partido Peronista, la única mujer en él, y Presidenta
del Partido Peronista Femenino o Rama Femenina, que presidía y dirigía con mano
férrea y como lo hacía desde los primeros meses de la presidencia de Perón se
reunía casi diariamente con lideres sindicales como
él lo había hecho cuando era Secretario de Trabajo, o sea era el nexo directo
con el movimiento obrero organizado(Navarro, 2012, p.
127).
La visión
privilegiada de la mujer de los líderes del populismo del siglo XXI fue la
maternidad. Chávez manifestó que “las mujeres venezolanas son el alma y la
esencia del proceso revolucionario… Están dando a luz al nuevo país… El trabajo
doméstico debe ser dignificado”(Espina y Rakowski, 2010, p. 144). La investigadora Stephanie
Rousseau sostiene que Evo Morales vio a las mujeres como madres, pero también
como combatientes revolucionarias y activistas del cambio social (Rousseau,
2010, p. 158-159). Rafael Correa consideró que el rol de la mujer fue estar a
cargo de las actividades reproductivas y como la base de la nueva nación Lind (2012), 255–256. Las políticas redistributivas de
estos líderes promovieron la inclusión socioeconómica de las mujeres. Chávez,
por ejemplo, creó el Banco de la Mujer y misiones para madres solteras. Se dio
visibilidad a las mujeres en la esfera pública y se siguieron usando cuotas de
género para elegir representantes.
La participación de
feministas y activistas LGTBQ en las asambleas constituyentes les dio espacios
para promover y profundizar derechos. La constitución venezolana de 1999 y
legislación del gobierno de Chávez prohibió la discriminación y la violencia
contra la mujer y les otorgó derechos de lactancia (Espina y Rakowski, 2010, p. 181). La constitución boliviana prohibió
la discriminación racial, de género, orientación sexual, embarazo y reconoció a
los derechos sexuales y reproductivos como constitucionales (Rousseau, 2010,
pp. 156-157). La constitución ecuatoriana prohibió la discriminación de género
y orientación sexual (Lind, 2012, p. 257). Sin
embargo, pese a las conquistas hubo problemas para el reconocimiento de las
agendas feministas y LGTBQ. Los gobiernos de Chávez y Morales no reconocieron
los derechos de estos últimos, mientras que en Ecuador se reconocieron
ambiguamente algunos derechos. En este último caso, si bien se cambió la noción
tradicional de familia, se mantuvo que el matrimonio sea solo entre hombres y
mujeres. Correa, autodefinido como católico practicante se opuso al aborto, al matrimonio
gay y aún a los estudios y a “la ideología” de género.
El recelo populista
de raíces católicas a las demandas culturales y del control del cuerpo de la
mujer no son nuevas. Evita había manifestado que las feministas pertenecían a
otra raza humana, no al tipo de mujer que necesitaba la nación: buenas madres y
compañeras de sus hombres (Lind, 2012, p. 257). Si
bien la imagen populista de la mujer es la maternidad, los líderes fueron
construidos como los padres de la patria. Getulio Vargas manifestó ser “o pai dos pobres”. A Lázaro Cárdenas los indígenas le
llamaron “Tata Lázaro”. Los seguidores de Gaitán gritaron, “guste o no le
guste, cuadre o no le cuadre, Gaitán será su padre”. Velasco Ibarra fue
calificado como el “apóstol de los humildes”. Fue el patriarca sabio, austero y
enérgico que premió con dádivas a los suyos y jamás dudó en reprimir,
encarcelar, exiliar y hasta asesinar a sus enemigos.
Los líderes
populistas invocan varias imágenes de su súper masculinidad: el macho seductor,
el empresario o atleta exitoso, el militar con los pantalones bien puestos y,
sobre todo, ser los padres de la patria. Muchos líderes populistas se
representaron como playboys capaces de seducir a cualquier mujer y se
vanagloriaron de sus proezas sexuales. Utilizaron los valores más burdos de la
masculinidad y del sexismo para hacer alarde de sus conquistas eróticas. Abdalá
Bucaram usó un lenguaje burdo para decir que sus rivales de la oligarquía
tenían “el semen aguado”. Refiriéndose al exmandatario de derecha manifestó “yo
tengo los huevos más gruesos que los de Febres Cordero. Mejor dicho, yo tengo
huevos y Febres no los tiene”. Si bien usó la sexualidad para cuestionar
aspectos culturales de la dominación oligárquica como el acoso sexual de los
poderosos a las mujeres humildes, reafirmó los valores patriarcales basados en
la subordinación de la mujer como madre o como objeto. Chávez descalificó a Condoleeza Reece, Secretaria de
Estado de George W. Bush, como una mujer sexualmente frustrada que estaba
enamorada de él.
Fernando Collor de Mello y Bucaram usaron sus éxitos en el deporte;
Perón y Chávez fueron militares que sacrificaron sus carreras excepcionales por
sus patrias, y usaron símbolos militares para demostrar su masculinidad y su
amor a la patria. Perón calificó a sus seguidores de soldados peronistas.
Chávez utilizó metáforas militares refiriéndose a batallas épicas y organizando
a sus seguidores en batallones y escuadrones. Fujimori y Correa, que fueron
profesores universitarios, se presentaron como los técnicos que arreglarían sus
países. Fujimori hizo campaña manejando un tractor y Correa inició su campaña
electoral con cinturón en mano prometiendo limpiar a correazos la corrupción y
dar fin con el dominio de los partidos políticos neoliberales. Luego de que
feministas lo criticaron abandonó el cinturón que, como le recordaron, es el
instrumento que se usa en la violencia doméstica contra las mujeres y los
hijos. Correa fue el sabio profesor que conocía la ruta a la modernidad pero
que no dudó en virilmente descalificar y amedrentar a quienquiera que se le
opusiera. Si bien no se refirió a la calidad de su semen como Bucaram,
compartió la visión de que la masculinidad, en última instancia, se mide con
los puños. En varias ocasiones en sus programas televisivos los Enlaces
Ciudadanos retó a periodistas y políticos de la oposición a que se midieran con
él en la calle a los puños. Más de una vez detuvo su caravana presidencial para
enfrentarse a ciudadanos que le hacían malas señas (de la Torre, 2017, pp.
73-75).
Como señala Karen Kampwirth, la figura del padre de la patria debe ser
protectora, fuerte, sabia y responsable (Kampwirth,
2010, p. 12). Pero también transforma a los ciudadanos en niños que necesitan
de su tutela y que si no obedecen al padre sabio y bondadoso pueden ser reñidos
y hasta castigados. Los padres además no son figuras temporales, sino que de
por vida. La misión de los patriarcas populistas nunca termina pues tienen que
cuidar y velar por el bienestar de sus hijos aún después de su muerte. Además,
son quienes ponen los límites y señalan los alcances de que políticas convienen
a las mujeres, los pobres y al pueblo.
Las paradojas del
populismo se ilustran bien en sus políticas de género. Por un lado, promueven
la participación política de las mujeres y otros sectores excluidos. Sin
embargo, el líder es quien señala los límites y los alcances de esta
participación. Los populistas incorporaron demandas de justicia social y de
redistribución del ingreso. Sin embargo, no esta
claro si estas conquistas fueron derechos universales o dádivas del líder a sus
seguidores. En todo caso los sectores excluidos utilizaron las aperturas del
populismo para renegociar mejores derechos políticos y socioeconómicos. Si bien
muchos populistas del siglo XXI continuaron siendo católicos conservadores que
se han opuesto al aborto y al matrimonio igualitario, grupos feministas y de
LGTBQ usaron los espacios de las asambleas constituyentes en Venezuela, Bolivia
y Ecuador para expandir derechos. Estos líderes, vistos como padres de la
patria, fueron quienes decidieron en última instancia los alcances de la
incorporación de la mujer y de las demandas de igualdad de género y sexualidad.
Entre elecciones
libres y el líder como la encarnación del pueblo-como-uno
Isidoro Cheresky utiliza la noción de poder semiencarnado
para analizar los populismos. Argumenta que el poder se identifica en un
proyecto o un principio encarnado en una persona que es casi, pero no
totalmente insustituible, pues la encarnación del proyecto puede desplazarse
hacia otro líder ya que las elecciones son el mecanismo que legitima el poder (Cheresky, 2015). El momento fundacional del populismo como
señala Enrique Peruzzotti, fue y es ganar elecciones
que son consideradas como el único canal para expresar la voluntad popular (Peruzzotti, 2013). Los populistas clásicos lucharon en
contra del fraude electoral y expandieron el número de electores. Los
populistas refundadores latinoamericanos utilizaron elecciones para crear
nuevos bloques hegemónicos y desplazar a los partidos políticos tradicionales.
Gobernaron a través de campañas y de elecciones permanentes. Las elecciones
fueron representadas por los populistas de antaño y de ahora como momentos
fundacionales en los que se han jugado los destinos de sus naciones.
A su vez, los
populistas reducen la complejidad de la política de una sociedad moderna a la
lucha entre dos campos antagónicos. Una población diversa y con un sin fin de
intereses es representada como una unidad que se reconoce e identifica en el
paladín del pueblo. El líder populista no es un político más sino la
encarnación del pueblo mismo y quien lo liderará hacia la liberación de la
dominación oligárquica. Esta apropiación autocrática de la voluntad popular por
un líder mesiánico contradice la vocación democrática populista de ver en el
voto su única fuente de legitimidad. ¿Cómo puede el pueblo votar por otro
candidato que no sea su paladín? ¿Por qué limitar la posibilidad de que el
líder sea reelecto cuantas veces pueda, si lo que busca es nada menos que la
liberación de su pueblo? ¿Por qué dar garantías a los enemigos que buscan
marginar al pueblo y mantener la dominación oligárquica?
Los populismos
utilizan tres estrategias para compaginar el precepto democrático de legitimar
su poder ganando elecciones y el principio autoritario de asumir al
pueblo-como-uno cuya voluntad política se encarna en un redentor.[4] La
primera es utilizar instrumentalmente las leyes y las instituciones de la
democracia para crear canchas electorales desiguales. Si bien el momento
electoral es limpio, las campañas descaradamente favorecen a las coaliciones
populistas que buscan perpetuarse en el poder. La segunda estrategia es
utilizar el poder como una posesión personal del líder que distribuye recursos
y favores con el objetivo de ganar votos (Arditi,
2007, p. 83). El poder se ejerce como una posesión del líder benefactor y se
transforma a los ciudadanos en masas agradecidas. Quienes aceptan el liderazgo
del Mesías Benefactor son premiados con su amor y con prebendas; quienes
resisten o lo cuestionan son tachados de enemigos del líder, del pueblo y de la
patria. La tercera estrategia es silenciar las voces críticas regulando la
esfera pública y la sociedad civil con el objetivo de educar al pueblo en la
verdad del líder. El populismo, anota Arato, es una pedagogía que pretende
extraer al pueblo auténtico, tal y como es imaginado por el líder, del pueblo
realmente existente (Arato, 2015).
Los populistas no se
vieron como líderes políticos ordinarios electos por uno o dos periodos que
luego se retirarían de la política. Perón dijo que su partido debería estar en
el poder 60 años y sólo el cáncer impidió a Chávez ser presidente por cuantas
veces se le antojase. John Keane señala que la
distinción entre estar en el poder y dejarlo es un indicador fundamental para
considerar a un gobierno como democrático (Keane,
2009, p. 285). En democracia el rol presidencial está despersonalizado y no
está encarnado en nadie. Ocupar el poder temporalmente no es sinónimo con ser
dueño del poder. Para los populistas, la presidencia es una posesión en la que
deben permanecer hasta alcanzar la liberación de su pueblo. Pero, a su vez, su
legitimidad se asienta en ganar elecciones por lo que nada les asegura que
permanecerán en el poder indefinidamente. Es así como la legitimidad del
populismo se asienta en dos principios contradictorios: el principio
democrático que produce la incertidumbre que se sostiene en ganar elecciones y
en la alternancia en el poder, y en el precepto autoritario del poder como una
posesión personal del liberador del pueblo.
Al ser regímenes
híbridos los populismos no cierran todos los canales para articular el disenso.
La sociedad civil y los movimientos sociales resistieron los impulsos
autocráticos de transformarse en masas sumisas y agradecidas a un líder.
Si bien se restringió
el trabajo de la prensa crítica que investiga y denuncia los abusos de poder,
los periodistas usaron la web creando blogs y periódico digitales.
Organizaciones plurales resistieron ser trasformadas en masas que aclamaran al
líder.
Conclusiones
Este trabajo regresa
a las propuestas teóricas que consideraron las ambigüedades del populismo para
la democratización. Si bien han sido democráticos al considerar al voto como la
única fuente de legitimidad democrática, consideran que el líder está más allá
de las instituciones y normativas pues su misión de liberar al pueblo
trasciende las reglas institucionales. Este ensayo distingue inclusión
populista de democratización. Si bien los populismos clásicos y los de
izquierda contemporáneos incorporaron a los excluidos, lo hicieron siempre y
cuando sus organizaciones se sometieran al liderazgo del redentor de la patria.
Las organizaciones de los sectores populares usaron las aperturas de los
gobiernos populistas para presentar sus agendas, pero sin demostrar desacato al
líder. Las regulaciones a las libertades de organización y de expresión
atentaron contra la posibilidad de que los movimientos sociales desarrollen
propuestas propias y construyan esferas públicas donde pudiesen discutir sus
ideas sin la interferencia estatal.
Las políticas de
género de los populistas ilustran bien sus ambigüedades. Por un lado, valoraron
a la mujer, dieron recursos económicos y democratizaron la esfera pública con
la presencia femenina. Sin embargo, desde Evita hasta Chávez muchos populistas expresaron
recelo respecto a las demandas feministas de controlar su cuerpo y sexualidad.
Debido a la híper-personalización de los liderazgos, las palabras y los
sentimientos del líder marcaron los límites de la inclusión de las mujeres. Por
ejemplo, el catolicismo conversador de Correa frenó las discusiones sobre el
aborto y el matrimonio igualitario en Ecuador.
Los populismos
combinan el precepto democrático de que las elecciones son la única fuente de
legitimidad democrática con la noción autocrática del liderazgo como
encarnación. Someten su liderazgo a elecciones que pueden perder, pero a su vez
consideran que el pueblo sólo votará por su paladín y que si los resultados no
les favorece debe ser por causa del fraude. El líder populista no se ve a sí mismo
como un político común y corriente, elegido por un periodo o dos. Al contrario,
tiene la misión de redimir a los desamparados de la opresión oligárquica por lo
que no considera que deba someterse a la temporalidad del poder en una
democracia liberal.
Al igual que los
fascistas, los populistas consideran que el pueblo tiene una sola voluntad e
identidad que no es otra que la que señala el líder. Pero, a diferencia del
fascismo que pone fin a las elecciones y las instituciones de la democracia
representativa, el populismo es democrático ya que sólo las elecciones le
otorgan legitimidad. La violencia populista es verbal y simbólica mientras que
la fascista buscó la eliminación del enemigo interno o externo. A diferencia
del fascismo -que fue un movimiento acotado a un momento histórico particular
producto de la crisis de la democracia liberal, del terror a la Revolución
Rusa, de la banalización de la muerte luego de la Primera Guerra Mundial y de
la Gran Depresión- el populismo no se reduce a un momento en la historia (Finchelstein, 2017).
Se ha señalado que
todos los populismos no son iguales. Los populistas de izquierda que construyen
al pueblo con criterios socioeconómicos y que politizan la rabia e indignación
ante la exclusión son distintos a los populismos de derecha que construyen al
pueblo con criterios étnicos y culturales politizando el miedo al otro que
puede contaminar la pureza del pueblo. Los populismos de derecha van de la mano
con la xenofobia y el racismo, mientras que los de izquierda, no.
Jair Bolsonaro y Donald Trump han
revivido los debates sobre fascismo y populismo; en particular, las
especulaciones sobre cuándo el populismo xenófobo y racista puede mutar en
neofascismo. Bolsonaro tiene nostalgia por las
dictaduras y ha encabezado manifestaciones en contra de las instituciones
democráticas, los dos han promovido y han sido apoyados por grupos
paramilitares de derecha, ambos son racistas y antifeministas, y Trump y sus seguidores intentaron dar un golpe de estado
para desconocer los resultados electorales.
Es de esperar que estos políticos sean expresiones de coyunturas
particulares de sus países y no estén marcando el advenimiento de populismos de
ultra derecha que politizarán la xenofobia y las nociones tradicionales de la
familia patriarcal-cristiana en contra de las conquistas de los grupos LGTBQ y
de las mujeres.
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[1] Este trabajo fue presentado en la conferencia “Populismo Comparado: América Latina, Europa,
Estados Unidos”, Universidad Tres de Febrero, Buenos Aires, 11-13 de abril, 2018.
Agradezco a Moira Mackinnon por
la invitación a la conferencia y las sugerencias a versiones anteriores de este
ensayo.
[2] Véase los trabajos de Finchelstein (2014) y Plotkin (2003) sobre la teología política peronista.
[3] Runrunes http://runrun.es/runrunes/40538/la-nueva-religiosidad-de-chavez-revela-la-gravedad-de-su-cancer.html
[4] Véase de la Torre (2017),
145-148.